Más extraño de lo que cabe imaginar: reseña de Historia alternativa del siglo XX (de John Higgs)

El periodista británico especializado en subculturas y temas underground John Higgs toma los atajos menos transitados por la historia oficial y se apoya en las ideas producidas en los márgenes de la ciencia, las artes, la cultura y la vida material para comprender el siglo XX y comenzar a interpretar nuestro tiempo, el siglo XXI.

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Buscando una nueva historia del siglo XX, me encontré por casualidad en una librería de Buenos Aires con la obra recién traducida al español del inglés John Higgs Historia alternativa del siglo XX (Buenos Aires, Taurus, 2016). En realidad, el título principal de la edición original en inglés –omitido en la edición argentina– me resulta incluso más atractivo: «Más extraño de lo que cabe imaginar».

El autor, insatisfecho con los enfoques historiográficos tradicionales, ha pretendido contar una historia del siglo XX que nos permita comprender cómo hemos llegado al mundo de hoy, en el que el sello corporativo del celular que usamos define nada menos que un pedazo de nuestra identidad como personas, sin que al parecer ello nos escandalice, sino todo lo contrario. Higgs considera que hay algo que otras «historias» del siglo XX son incapaces de explicar. Aunque el autor no lo sugiera, me vienen a la mente obras muy difundidas en nuestro país, como Tiempos modernos, del conservador Paul Johnson, o la Historia del siglo XX, del marxista Eric Hobsbawn.

A diferencia de estos, Higgs no es historiador profesional, y de hecho se presenta como un «viajero curioso» dispuesto a embarcarse en una «aventura». De allí que, antes que el rigor histórico, en este libro importen más los relatos amenos y sugestivos que se desprenden de sus capítulos, cargados de anécdotas curiosas y de explicaciones deliberadamente provocadoras, en los que se abordan temas como la ciencia ficción, la sexualidad, la adolescencia, el nihilismo y otros tópicos del siglo XX.

Nuestro autor cuenta la historia acudiendo permanentemente a personajes exóticos, a veces marginales, entre quienes se encuentran caracteres inusuales de todo tipo. Pero no se trata de una concepción de la historia a lo Carlyle. Para Higgs, estos seres estrafalarios –como el mítico guitarrista de los Rolling Stones, Keith Richards; o como aquel indigente de San Francisco llamado Joshua Norton, que se proclamó «Emperador de los Estados Unidos» y que llegó a emitir su propia moneda– constituyen una buena clave para comprender los signos de los cambios sociales e históricos. Además, acaso esta sea la única forma de navegar a través de esas «zonas oscuras del siglo XX», como el cubismo, la mecánica cuántica, el subconsciente, el existencialismo, la psicodelia, la teoría matemática del caos y hasta el cambio climático.

La obra arranca –al igual que el libro de Johnson– con un relato acerca de Einstein y su teoría de la relatividad. El autor pretende sugerir que con la visión de Einstein, a pesar de que resulta incomprensible para las masas, se condiciona, paradójicamente, el espíritu del siglo. Y que con esta visión se rompe el «ónfalo», es decir, la base firme con la que habíamos contado hasta entonces para mantener la ilusión de que ocupábamos un lugar seguro en el mundo. El «ónfalo» es una metáfora –tomada del mundo antiguo y que significa el «ombligo» o «centro» del mundo– para dar a entender que en el siglo XX se acaban los absolutos, es decir, las narrativas religiosas, filosóficas y morales con las que habíamos contado hasta ese entonces para dar sentido al mundo y al lugar que ocupábamos en él.

De allí que el individualismo en el que desemboca el fin de los absolutos sea el hilo conductor de la obra. Aunque el individualismo hunde sus raíces en el Renacimiento y se afianza en el Siglo de las Luces, es en el siglo XX donde sus consecuencias se sienten con mayor impacto. La frase de Keith Richards «necesitábamos hacer lo que quisiéramos», que sirve de epígrafe al libro, resulta expresiva de esta cosmovisión llevada hasta sus últimas consecuencias. No está de más recordar que Richards confesó haber inhalado las cenizas de su padre.

Aunque tendemos a pensar que el individualismo es el resultado de un proceso histórico que ha conducido a la emancipación y hasta a la felicidad humana, Higgs cuestiona solapadamente esta creencia, y llega, cuando menos, a provocar serias dudas hasta al más ferviente individualista, cuidando de no presentarse como un pedante y conservador celador de la moral, y sin desvirtuar, por descontado, el valor de la autonomía individual. Pero cuando se rompen todos los vínculos sociales; cuando todo se vuelve relativo y depende del punto de vista de cada quien; cuando todas las certezas se tornan cuestionables (hasta Bertrand Russell tuvo dificultades en el siglo XX para demostrar que 1+1=2)… ¿qué nos queda? Uno de los personajes favoritos de Higgs, el excéntrico ocultista / poeta / montañista / místico Aleister Crowley, llegó a sostener –en las antípodas del Kant ilustrado– que el hombre tiene derecho a matar a quien coarte su derecho a vivir como quiera. No es difícil comprender en este contexto el ascenso al poder de un Hitler o de un Stalin.

En esta clave se abordan los distintos tópicos del siglo XX. Por citar solo algunos ejemplos, se introduce al lector al «modernismo» con una explicación de cómo un artefacto tan impensable como el urinario de Marcel Duchamp pasó a convertirse en una «obra de arte» al romper los marcos de referencia tradicionales, al igual que la teoría de la relatividad. El mismo recurso se emplea para explicar lo que ocurrió en el cine, la literatura, la música y hasta el nuevo orden surgido tras la Primera Guerra Mundial y el derrumbamiento de la era de los imperios.

Aparte de incursionar en varios otros temas claves del siglo pasado, Higgs llama la atención sobre el sistema económico que fue la consecuencia de ese individualismo sin responsabilidades y que ha producido la crisis económica (y ecológica) actual, así como la desigualdad cada vez más acentuada de nuestras sociedades contemporáneas. Hacia el final del libro, se explora el «posmodernismo» de la forma más inverosímil posible (o quizás no tanto): a través del videojuego Super Mario Bros. El autor declara al «posmodernismo» como una tendencia superada, una anécdota más del siglo pasado, que fue producto del rechazo de los absolutos y del auge del subjetivismo.

Esta Historia alternativa del siglo XX representa un esfuerzo que va más allá de los lugares comunes y que pretende no solo dar sentido al siglo que pasó, sino empezar a entender cómo hemos llegado a este tiempo en el que cada vez estamos más interconectados pero más solos y carentes de sentido existencial, navegando sin rumbo en la era del caos. Paradójicamente, Higgs tiene fe en que la era del internet nos devolverá un sentido de pertenencia, de comunidad, de conexión, de aquello que se perdió con el individualismo exacerbado del siglo XX. Los selfies, para el autor, no son expresión de un narcisismo tonto y naïf, como creería quien, como yo, es un producto cultural del siglo XX, sino de los modos que la «generación digital» tiene de conectarse con los demás. Sea como sea, tengo mis dudas sobre esto. Ahora que el «ónfalo» se ha hecho pedazos, ¿a dónde vamos a acudir en busca de sentido? ¿A nuestros smartphones?

Concluyo con una anécdota y una reflexión. Cuando visité los «Campos de horror» en Camboya –triste símbolo de ese «siglo de los genocidios» que fue el siglo XX–, quedé sumido en un profundo estado de shock del cual solo pude salir porque estaba con la mejor compañía del mundo, mi esposa Sheena. Como cabe esperar, después de esa terrible experiencia me resulta imposible mantener un optimismo ingenuo. Pero tengo esperanza –que es una cosa distinta del optimismo ingenuo, como diría el crítico literario Terry Eagleton– de que el siglo XXI nos depare algo mejor que ese extraño siglo XX y los horrores que produjo. Acaso esa esperanza sea mi ónfalo personal.

John Higgs

Historia alternativa del siglo XX

Buenos Aires, Taurus, 2016.

360 pp.

dmoreno28@yahoo.com

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