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En esta última novela, Senda embrujada, la autora vuelve a utilizar el recurso del retorno al pasado. La personaje de la historia es una mujer que, con un grupo de amigos, decide pasar la Semana Santa en una casa a orillas del río Tebicuary, como hace tanta gente en esos días, sólo que la casa en cuestión, conforme se enteran, a través de los lugareños, está embrujada. Insiste en ello el despensero: “Esta fue la ruta de las Residentas. Se dice que los Viernes Santos, cuando amenaza tormenta, vuelven a reproducirse aquellos terribles episodios”.
Hay amenaza de tormenta cuando la protagonista sale a recoger la ropa tendida en el patio y es allí donde siente que “la fuerza de lo desconocido me succionaba […]. Creo que me desvanecí […]”. Cuando despierta, se encuentra en el campamento del mariscal López en San Fernando y allí es partícipe de los acontecimientos que ocurrieron durante la Guerra Grande.
A lo largo del relato, van apareciendo los personajes que participaron en esa etapa de la contienda y la autora hace alarde de su vasto conocimiento de la historia. Protagonizan, en el accionar fantasmagórico, los nombres de conocidos guerreros como Patricio Escobar, Florentín Oviedo, Juan Crisóstomo Centurión y otros a quienes conocemos a través de los relatos contenidos en libros de historia y que en nuestra infancia supieron despertar y alimentar el amor hacia la patria que, en nuestros días, parece haberse perdido en gran parte.
Continúa el relato narrando el bombardeo de que es víctima el campamento de San Fernando, la defensa desesperada y la retirada de López y la población de hombres, mujeres y niños que resistían en el lugar.
“El bombardeo seguía sin descanso. Los tímpanos me zumbaban. Gracias a la artillería de Roa, aún no se habían percatado de que abandonamos San Fernando, de lo contrario hubieran desembarcado […]. Si obtenían la victoria, era habitual que pasaran a degüello a los prisioneros, que violaran a las mujeres y a los niños, tanto varones como niñas […] y que luego […] los repartieran en grupos, para llevarlos en calidad de esclavos a los tres países invasores”.
Por momentos, el relato adquiere perfiles de epopeya, con una fuerza que cautiva la atención del lector y le hace acompañar, paso a paso, las peripecias de los personajes detenidos en esa dimensión desconocida de tiempo de donde, por una razón ignota, al final escapa la protagonista de manera tan involuntaria a cómo fue su acceso, “a través de un neblinoso túnel, cuyas paredes se distorsionaban a mis costados”.
De vuelta a la casa donde están sus amigos, “pensé que el tiempo no transcurrió, mientras allá pasaron varios días” y a las preguntas respondió: “No me pasó nada. Sencillamente el viento estaba huracanado, soltó la cuerda y la ropa se esparció por todo el patio”.
Es interesante el contraste que ofrece el final, envuelto en esa cotidianeidad propia del largo fin de semana que es la Semana Santa, con la vivencia de la cual participó la protagonista, en una dimensión diferente. Senda Embrujada se suma a la copiosa obra literaria que viene desarrollando la autora y agrega, dentro del juego de la ficción histórica característica en su novelística, una nueva inquietud.
María Eugenia Garay
Senda embrujada
Asunción, Fausto Ediciones, 2018.