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Dar la vuelta al mundo requirió algo más de ochenta días. Para ser exactos: tres años, veintinueve días, menos uno que nadie sabía dónde se perdió. El verdadero protagonista de este desventurado viaje fue el portugués Fernando de Magallanes, y la gloria se la llevó Sebastián Elcano, que supo aprovechar una serie de circunstancias para quedarse con ella.
Fernando (también Hernando) de Magallanes (Portugal 1480 - Isla Mactán, Filipinas, 1521) sirvió en el ejército portugués en varias colonias de Asia y África. Ahí, después de un altercado con el general Albuquerque, regresó a Lisboa, donde, a causa quizá de intrigas de dicho general, no fue bien recibido por el rey Manuel «El Afortunado», por lo cual se retiró. Durante los años que pasó en la llanura se dedicó a estudiar mapas y otros documentos cartográficos, además de mantener correspondencia con un amigo destinado a una colonia de Asia, que le aseguraba que así como había un paso por el sur de África, el cabo de Buena Esperanza, también tenía que existir uno que comunicara el océano Atlántico con el Pacífico por el sur de América.
Convencido de que esto era posible, acudió de nuevo al rey Manuel, que en varias oportunidades se negó a recibirlo hasta que por fin, conocido su proyecto, le respondió que no le interesaba. Magallanes le pidió permiso para buscar apoyo en otros reinos y la respuesta, despectiva por cierto, fue que «hiciera lo que quisiera» (1). Se dirigió entonces al que le quedaba más cerca y expuso su proyecto a Carlos I (Carlos V de Alemania), que se interesó vivamente y le prometió todo su apoyo. Conocida la noticia en Portugal, las cosas cambiaron. Y el desinterés del rey Manuel se convirtió en vivo interés, sobre todo, en que el viaje no se realizara. Encargó a su embajador en España que lo dificultara y contrató espías para hacerle la vida imposible.
San Lúcar de Barrameda
Después de un año de preparativos y venciendo numerosos obstáculos, muchos puestos por hombres pagados por la Corona de Lisboa, Magallanes, al frente de una flota de cinco barcos, parte del puerto de San Lúcar de Barrameda, sitio donde el Guadalquivir desemboca en el Atlántico.
Los barcos galeones eran: «San Antonio» (capitán: Juan de Cartagena, 120 toneladas, 57 tripulantes), «Trinidad» (capitán: Fernando de Magallanes, 110 toneladas, 62 tripulantes), «Concepción» (capitán: Gaspar Quezada, 90 toneladas, 44 tripulantes), «Victoria» (capitán: Luis de Mendoza, 85 toneladas, 45 tripulantes), «Santiago» (capitán: Juan Serrano, 75 toneladas, 31 tripulantes). Así, la expedición estaba integrada por 239 hombres. De ellos, 13 quedaron presos en Cabo Verde, 37 desertaron en la nave «San Antonio» y regresaron a Sevilla. En diferentes circunstancias, 171 murieron y sólo 18 regresaron a España.
Las conspiraciones
A poco de partir y más o menos a la altura de las islas Canarias y a finales de octubre, dos meses luego de dejar España, Magallanes ordenó un cambio de rumbo que de acuerdo a los historiadores muy bien pudo haber sido para aprovechar los vientos de una zona que conocía muy bien, o para evitar encontrarse con barcos portugueses que habían sido enviados para desbaratar la expedición. Sea cual fuere la verdadera razón, Magallanes no dio explicaciones y el capitán del «San Antonio», Juan de Cartagena, puesto allí por el rey Carlos I, se mostró irrespetuoso y quiso pasar por encima de su autoridad. Magallanes lo puso en prisión pero luego le dio la libertad a pedido de todos sus hombres.
Algunos escritores atribuyen a la altanería de Magallanes ese enfrentamiento con Cartagena. Sin embargo, Stefan Zweig lo describe como «nunca extravagante, jamás excediéndose en el optimismo ni mintiéndose a sí mismo vanidosamente, sino más bien calculador constante, psicólogo y realista…» (2). Pero este perdón no curó las heridas. Cartagena siguió alimentando su rencor, que terminó estallando en el puerto de San Julián, en la costa argentina, más o menos a la altura de El Calafate. Los fuertes vientos huracanados y el frío hicieron que buscaran refugio en ese inhóspito lugar y entre el 2 y el 7 de abril de 1520 Cartagena consideró llegado el momento de asestar su golpe, hacerse con el poder y regresar a España.
Antonio Pigafetta, autor del único documento escrito durante ese viaje, narra en su diario: «Al poco tiempo de estar en el puerto, los Capitanes y otros oficiales de la armada urdieron un complot para asesinar a Magallanes, siendo los principales, Juan de Cartagena, veedor de la escuadra; Luis de Mendoza, tesorero; Antonio Cocca, contador y Gaspar Casada, capitán de la nave Concepción. Descubierto que se hubo la trama, fueron muertos y descuartizados los dos primeros. El Capitán general perdonó a Gaspar de Quesada, pero habiendo reincidido en su siniestro propósito, le envió a tierra (en Patagonia), con un cura [Pero Sánchez de Reina] su cómplice, dejándolos allí abandonados, no dando muerte a aquel traidor por respeto a haber sido nombrado por el Emperador para el cargo que ejercía» (3). Pigafetta no menciona entre los conspiradores a Elcano, contramaestre de la nao «Concepción», a quien Magallanes le perdonó la vida. En la actualidad, en el puerto de San Julián se levanta una cruz de madera y el islote en que se encuentra se llama Isla Justicia en recuerdo de aquellos hechos.
Pero los problemas no concluyeron aquí, ya que cuando Magallanes pensó que entraba la primavera y mejoraba el tiempo, envió a la nave más pequeña, «Santiago», a explorar la costa hacia el sur. Pasaron los días y como no regresaba Magallanes comenzó a temer lo peor. Hasta que llegaron noticias, pero no por mar sino por tierra. Dos tripulantes semidesnudos, hambrientos, vencidos por el cansancio, relataron que la nave al querer explorar una bahía fue sorprendida por una tormenta que la arrojó sobre los acantilados, donde quedaban algunos sobrevivientes. Era la ensenada del río Santa Cruz. Allí fueron en su auxilio y los náufragos fueron rescatados.
Por fin el estrecho
La expedición reanudó su viaje el 24 de agosto y el 21 de octubre encuentran una entrada que podría ser el buscado paso al océano Pacífico. Casi un mes duró la exploración de lo que hoy se conoce como el estrecho de Magallanes, ya que el 27 de noviembre por fin pudieron salir al otro extremo. Encontrar el camino fue trabajoso, ya que aquello es un laberinto de entradas, bahías, falsos canales. Cada día partían varias embarcaciones pequeñas buscando cuál de las posibilidades era la correcta. Al atardecer regresaban y avanzaban un trecho para repetir la operación al día siguiente.
Pigafetta se ve impresionado por lo que tiene ante sus ojos y escribe en su diario: «La costa del estrecho a nuestra izquierda o sea hacia el S. cambia de dirección al SE. y es baja; al paso, le dimos el nombre de estrecho Patagónico; de trecho en trecho, a veces cada media legua, hay puertos seguros, con agua muy buena, madera de cedro, sardinas, otros peces y conchas. La tierra produce gran variedad de hierbas, de las que algunas son amargas y también una especie de apio dulce, que crece en abundancia a la orilla de los manantiales, del que comimos algunos días a falta de cosa mejor. Para mí, no hay en el mundo estrecho más hermoso, cómodo y mejor que éste» (4).
Alcanzado el océano Pacífico, tuvieron una travesía sin sobresaltos, rumbo NO hasta llegar a explorar el archipiélago de Filipinas y las islas mayores de la zona, como Borneo y las islas de las Célebes, entre diciembre de 1520 y febrero del año siguiente. Allí pactó amistad con varios reyes y logró juramento de fidelidad al rey de España. También se enfrentó con indígenas que reaccionaron violentamente contra los europeos. El 17 de abril desembarcan en la isla de Mactán, frente a la isla de Cebú, provincia de Filipinas. La intención de Magallanes era someter a los indígenas al rey cristiano de España. De lo contrario «les haría experimentar cómo hería el hierro de nuestras lanzas» (5). Debido a la negativa de los nativos de aceptar esta imposición, Magallanes ordenó desembarcar. Cuarenta y nueve hombres saltaron a tierra y encontraron 1500 indígenas esperándoles.
«Formados en tres grupos, avanzaron contra nosotros dando terribles alaridos; uno de aquellos se dirigió a nuestro frente y a los flancos los otros dos (…) Nuestros mosqueteros y ballesteros tiraron durante media hora, mas por hacerlo a mucha distancia causaban poco daño sus tiros; las balas y flechas atravesaban ciertamente la rodela de los enemigos, hecha de tablas delgadas, y alguna que otra les hería en los brazos, pero no fue esto bastante para contenerlos» (6).
«Así continuamos luchando más de una hora, hasta que un indio logró herir al Capitán en la cara con unan lanza de caña; irritado él entonces con la misma arma atravesó el pecho de su agresor. Quiso sacar la espada, pero teniéndola aún medio desnuda, recibió otra herida en el brazo derecho. Apercibidos de ello, los enemigos se abalanzaron contra él en gran número, y uno de ellos con una arma semejante a una cimitarra, dióle tan tremendo golpe en la pierna izquierda que le hizo caer de bruces. Los isleños entonces cayéronle encima, y con lanzas, con cimitarras y con cuantas armas tenían, le acometieron hasta dejar sin vida a nuestro espejo, nuestra luz, nuestro consuelo y nuestro verdadero guía» (7)
A la muerte de Magallanes fue elegido como capitán general Sebastián Elcano. Es la primera y única vez que Pigafetta menciona su nombre en todo su diario. Quizá porque consideraba que era el menos indicado para ello. Había estado en las revueltas del puerto San Julián y era uno de los complotados para matar a Magallanes y hacer que la flota regresara a España. Después de Mactán, la expedición perdió dos barcos más y los sobrevivientes regresaron a España en el galeón «Victoria».
El día perdido
Pero antes ocurrió un hecho curioso. De acuerdo a las anotaciones hechas en su diario, en el que no dejó de escribir un solo día, la fecha de llegada a Sevilla tendría que ser el sábado 6 de septiembre. Sin embargo, todos le aseguraban que era domingo 7. Se le había perdido un día. Sin quererlo, había descubierto la Línea Internacional del Tiempo, que no se oficializó hasta 1884.
Si hubieran viajado hacia el este, habrían ganado un día, como les sucedió a Phileas Fogg y su mayordomo Jean Passepartout en el relato de Julio Verne. Pero viajando hacia el oeste se pierde un día. «Gracias al cielo, el sábado 6 de septiembre del año 1522 dimos fondo en el puerto de San Lúcar; al salir de Maluco, éramos 60 los tripulantes del Victoria y llegábamos a España reducidos a 18 estando enfermos la mayor parte. Los demás, unos murieron de hambre, otros se escaparon en la isla de Timor y otros fueron condenados a muerte por sus crímenes. Desde que habíamos salido de San Lúcar hasta nuestro regreso, recorrimos 14.460 leguas y habíamos dado la vuelta al mundo navegando de E. a O.» (8).
Notas
(1) Antonio Pigaffeta, Primer viaje alrededor del mundo, Buenos Aires, Elefante Blanco, 2001, p. 14.
(2) Stefan Zweig, Magallanes, el hombre y su gesta, Barcelona, Juventud, 2010, p. 77.
(3) A. Pigafetta, op. cit., p. 46.
(4) Ibid., p. 51.
(5) Ibid., p. 83.
(6) Ibid., p. 83.
(7) Ibid., p. 84, 85.
(8) Ibid., p. 135.
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