Lotte

La partida de la reconocida artista plástica María Carlota «Lotte» Schulz a los noventa años de edad hace dos semanas pone fin a una trayectoria vital y creadora cuyo término supone una pérdida, pero no una ausencia: de tener presente y abierto como fecundo tema su aporte se encarga la memoria de sus pares; en este caso, la del escritor Jesús Ruiz Nestosa, que la recuerda desde Salamanca.

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malvarez Era de carácter fuerte, por no decir duro; sabía esconder sus sentimientos cuando se trataba de ternura, pero desbordaba emoción cuando frente a la hoja blanca de papel, el trozo de madera pulido o la superficie de un cuero debidamente tratado de vaca; ya sea con el pincel, el lápiz, la pluma o el buril, su mano se deslizaba en formas muy simples y puras. Esta era Lotte Schulz, quien acaba de fallecer. El pasado mes de abril había cumplido noventa años.

Lotte –su verdadero nombre era María Carlota Schulz– había nacido en la localidad de Cambyretã, en el departamento de Itapúa, hija de Enrique Schulz, un austrohúngaro que se refugió en Paraguay al término de la Primera Guerra Mundial, que significó la desaparición de su país al hundirse el Imperio Austrohúngaro. Su madre era paraguaya, María Irene, nombre que heredó su hija, si bien se la llamó siempre Tilly, conocida por su participación en el ballet que dirigía en la década de los sesenta la profesora rusa madame Agripina Voitenco.

Fue una artista que participó de manera muy activa en el movimiento cultural de los años cincuenta, sesenta, setenta, hasta poco antes de fallecer, no solo como artista, sino como operadora, ya que fue, durante muchos años, directora del Museo Nacional de Bellas Artes, cuando se encontraba en su antiguo local de la calle Mariscal Estigarribia esquina Iturbe. Su participación fue fundamental para el ordenamiento de las obras que allí se exhibían, y se le dio importancia al departamento de restauración de obras de arte.

No formó parte del grupo Arte Nuevo, que introdujo el arte moderno al país. Pienso que llegó a destiempo para aquella primera exposición histórica del 17 de julio de 1954 en la que un pequeño grupo de artistas expuso sus obras en los escaparates de las casas comerciales de la calle Palma. Anteriormente, entre 1937 y 1942, había estudiado dibujo y pintura en Curitiba con Guido Viario, y ya en Asunción, en 1956 estudió grabado en madera con Livio Abramo. Hizo un curso sobre Educación por el Arte con Augusto Rodríguez en 1958 y finalmente, ya en 1982, estudió cerámica con Edward G. Allen, con quien terminó casándose.

Su pasión por los gatos (tenía varios) la tradujo en sus diferentes formas de expresión: en grabados sobre madera (xilografías), en pinturas y en una serie de obras que grababa sobre trozos de cuero, algunas veces decidiéndose por la parte interior, casi lustrosa; otras, por la parte exterior, aprovechando la textura del pelo y los colores o manchas que habitualmente tiene el ganado vacuno.

La conocí cuando vivía en la calle Oliva, entre O’Leary y Ayolas, lugar que ahora ocupa una playa de estacionamiento; luego se mudó a la calle Alberdi esquina Milano (entonces la llamábamos Segunda), y por fin tuvo en Luque su casa propia, que compartió con su marido, Edward, y en la que siguió por varios años, incluso después de haber enviudado.

Su casa, no importa cuál, siempre fue un centro de reunión de artistas y de intelectuales. Allí se gestaron los primeros números de la revista Péndulo, antes de que la publicación se inclinara hacia la propaganda del Gobierno (la dictadura) de la mano de Carlos Podestá. En medio del desorden propio del atelier de un artista, el tema de discusión dependía de quiénes dominaban la reunión: poetas, pintores, narradores. Y a veces un poco de cine en una época dorada de cine-clubes.

Es imposible nombrar todas las exposiciones en las que participó y las distinciones que logró en reconocimiento por su trabajo. Estas no son nada más que una pequeñísima parte: expuso sus obras de manera individual y colectiva en el Palazzo Strozzi, Florencia (Italia), 1973; en la Muestra de Arte Religioso, Asunción, 1957; en la Bienal de San Pablo; en la Muestra Internacional del Grabado, Tokio, 1962, y en la Muestra Latinoamericana de Grabado, Buenos Aires, 1962, donde obtuvo el Premio del Fondo Nacional de las Artes. Además de exponer sus obras, ilustró libros de poemas, especialmente los del poeta Ramiro Domínguez.

Su última exposición se realizó el pasado mes de abril con motivo de cumplir noventa años de vida y fue objeto de un homenaje por toda su carrera. Sus restos fueron velados en el Museo Nacional de Bellas Artes, en su local de la calle Eligio Ayala entre Pa’i Pérez y Curupayty. El edificio ya no era el mismo del museo que ella dirigió durante varios años, pero fue la honra que ella se merecía.

jesus.ruiznestosa@gmail.com

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