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Laguna Tapaycuá
Los orígenes de la laguna Tapaycuá se pierden en el tiempo. Según una leyenda recogida por Mariano Antonio Molas (1780-1844), en los confines del valle de Pirayú había una fuente o manantial junto a la falda del cerro Yvytypané (cerro Patiño) denominada Tapaycuá.
A fines del siglo XVI, fray Luis Bolaños conjuró a dicha fuente por haber anegado la doctrina franciscana que se hallaba en las márgenes del arroyo Arecayá. Las tribus del valle de Pirayú que vivían “encenegadas en el pecado nefando” y la mezquindad de un nativo de Tapaycuá que negó agua de la fuente a un forastero sediento, desencadenó la cólera divina. Una tremenda sacudida rompió los cimientos de la serranía e hizo estallar las rocas del manantial de Tapaycuá, cuyas aguas inundaron el valle. “Un pequeño mar turbulento y nubes de vapor llenaron la cuenca del Pirayú de una a otra falda de las sierras marginales; hasta las lejanías de Paraguarí, Tapaycuá y Arecayá quedaron sumergidas. Fue grande la pérdida de vidas humanas y de haciendas. Los aterrorizados sobrevivientes huyeron hacia las doctrinas de Yaguarón e Itá a impetrar perdón y salvación. Fray Luis Bolaños acudió entonces en socorro de aquellos desgraciados. Al frente de la muchedumbre suplicante trepó a un collado, tal vez el de Areguá, donde se postró de hinojos, en profunda meditación. Cuando se irguió sobre la meseta y los horizontes del cataclismo, parecía transfigurado. Con la cruz y su libro de oraciones en la mano extendió los brazos sobre las aguas y las conjuró. Al punto las aguas comenzaron a retirarse. La pequeña fuente Tapaycuá se había convertido en el lago Ypacaraí, que en castellano significa lago consagrado, agua aquietada con la bendición del pa’i.
La leyenda del lago Ypacaraí no solamente está ligada a la figura histórica de fray Luis Bolaños, sino también a la Virgen de Caacupé, que no es otra que la Inmaculada Concepción de María. Siguiendo aquel relato, los nativos contemplaron deslumbrados la imponente laguna que se extendía hasta las serranías de los Altos. De pronto, alguien señaló un objeto lejano que a modo de “camalote” bajaba y subía a merced de las olas. El indio José de la reducción franciscana de Tobatí se arrojó al agua y rescató aquella misteriosa caja. Dentro se encontraba una talla de madera policromada de la Inmaculada Concepción.
Tal como queda expresado, la laguna Tapaycuá, el Yvytypané y la sierra de Areguá (¿ariguá?) figuran en documentos de mediados del siglo XVI, lo cual significa que los guaraní-carios de esa región, reconocidos por los primeros conquistadores como “indios de Tapaycuá”, ya utilizaban esas denominaciones para identificar a dichos accidentes geográficos.
Laguna de Areguá
La fuente de agua de la que nos estamos ocupando fue catalogada en la antigüedad como laguna y hasta la segunda mitad del siglo XVIII se la conocía con el primitivo nombre de Tapaycuá, aunque en contados documentos se la denominó “laguna de Areguá”. Citamos como ejemplo un Acta Capitular de Asunción de 1655 en el que los cabildantes ruegan al obispo fray Bernardino de Cárdenas que borrara la maldición que había echado sobre la ciudad al tiempo de ser expulsado de su diócesis. “Han sido (estos) años tan continuamente faltos de agua que los manantiales que esta ciudad desde su fundación ha reconocido más firmes de todo punto se han secado… la laguna de Areguá, cuyo distrito y bajo era de cinco leguas por un tercio, tiene abiertos carriles lo que jamás se ha visto, tanto que las chacras se alejan grandes distritos para traer agua para el ordinario sustento de sus habitadores”.
Cuando en 1788 se modificaron los límites de la parroquia de la Catedral, con indicación de los partidos que la comprenderían, una de sus demarcaciones fue precisamente “el arroyo de San Lorenzo que cae en las Salinas y este hasta su entrada en la laguna de Ypacaraí siguiendo el Salado en que desagua”. De los muchos documentos antiguos estudiados, este es el primero y quizás el único de su tiempo que designa a la laguna con el nombre de Ypacaraí. En adelante la fueron llamando de una u otra forma, hasta que la “modernidad” la transformó definitivamente en laguna de Ypacaraí. Con la fundación del distrito y la llegada de la locomotora a la estación de Areguá, la legendaria laguna se fue elevando a la categoría de lago, aunque sus dimensiones y profundidad siguieron siendo las mismas; hoy todos la conocen como lago Ypacaraí. Su primigenio nombre quedó archivado en viejos manuscritos y en alguna que otra bibliografía de antaño.
Durante los últimos años de gobierno del viejo López, sus poéticas leyendas, su belleza paisajística y las bondades de sus tranquilas aguas –que al decir de Bermejo– “parecen que no tienen más destino que embellecer y adornar esas anchas comarcas”, de pronto quedaron al descubierto. La modernidad llegó tan aceleradamente al valle de Areguá que no dio tiempo a la gente a modificar sus viejas creencias y tradiciones. La inmemorial laguna infundía temor y respeto a propios y extraños; nadie se atrevía a despertar a los ypóra o fantasmas de la laguna encantada.
Don Carlos había apostado al cambio; tenía en sus planes convertirla en una vía fluvial apta para el comercio de los pueblos circunvecinos; así lo expresó a través de las páginas de El Semanario:
“El Gobierno… dará nuevos y diferentes giros a su pensamiento, se hará navegable la gran laguna de Ypacaraí, esa gran laguna de la cual existen tan abundantes como absurdas tradiciones, esa laguna tan ociosa por la superstición… Todo eso desaparecerá por el influjo de un Gobierno laborioso y preocupado y veremos que personas ajenas enteramente a los vaticinios de la ignorancia, penetrarán en lanchas y canoas en dicha laguna y la explotarán detenidamente, formando sus planos hidrográficos que someterán a las deliberaciones del Supremo Gobierno de la República.
“Esta inmensa laguna por su extensión y por su profundidad, está llamada a concretar por la navegación las operaciones mercantiles de una infinidad de pueblos circunvecinos que pueden enviar sus frutos a la estación de Itauguá (Patiño). Esta inmensa laguna puede proporcionar una nueva vía de comunicación, que el Gobierno abre para el bien material del pueblo paraguayo”. La enfermedad y la muerte vinieron a truncar el proyecto de López.
El heredero de don Carlos contempló al Ypacaraí con otros ojos; lo halló paradisíaco, apto para la recreación, el esparcimiento y la algarabía.
Si para el viejo López supuso un desafío la pretensión de lograr que lanchas y canoas llegaran a navegar las aguas de la laguna encantada, cuánto más embarazoso habrá resultado para el gobierno de Francisco Solano convencer a la gente a que se metiera en ella y disfrutara de “baños saludables”.
López, Alicia Lynch y su entorno fueron los primeros en romper con las tradiciones aciagas. Un carruaje especial tirado por la locomotora los conducía asiduamente hasta cerca de sus orillas. Allá iban a disfrutar de las bondades del lago Ypacaraí y de la residencia que López mandó levantar junto al Yvytypané y al comino viejo que llevaba a Itauguá, frente a la Estación de Itauguá (Patiño). Todavía en enero de 1868 seguía la construcción de la casa.
Muelles y cuartos de baños (vestuarios) para hombres y señoras
En uno de los mejores puertos del lago, el gobierno ordenó la construcción de un muelle para comodidad de los bañistas. El Semanario se ocupó del tema en repetidos anuncios:
“Areguá. En este delicioso puerto se continúan los paseos todos los domingos merced al ferrocarril… Una inmensa concurrencia hemos presenciado tomar baños el domingo anterior en este lago tan benéfico como saludable”. Tres meses después, en abril de 1863 ya se anunciaba el inicio de aquella obra: “Se están construyendo dos muelles destinados exclusivamente a baños de hombres y señoras, puesto que según se dice generalmente es tan saludable y benéfico el baño que se recibe en esta laguna que debemos aplaudir este hecho importante y felicitarnos todos por esta nueva adquisición. Creemos que se aprovechará con gusto la estación venidera de verano en este lugar”.
Los preparativos para el tiempo de verano ya se hacían sentir en el mes de agosto: “En uno de los puertos de este hermoso lago, hemos visto construirse un magnífico muelle con dos ramales que terminan con elegantes casas de baños. Preparaos pues, jóvenes aficionados a lo agradable para el próximo verano, a gozar de aquel delicioso lugar, del baño tan saludable y benéfico de Ypacaraí”.
Por si todavía quedaban dudas de las bondades de Ypacaraí, en febrero de 1864 el médico italiano Domingo Parodi accedió al pedido de El Semanario y publicó en sus páginas un análisis químico del agua del lago Ypacaraí. Antes que el resultado de una investigación científica, Parodi ofreció a los lectores una descripción poética del lago y una confirmación de su salubridad aunque, antes de finalizar su artículo, el galeno cumplió con su cometido:
“Que el paisaje que se descubre desde Areguá es delicioso y admirable, lo saben todos aquellos que lo han visto y que los baños de esa inmensa piscina natatilis son superlativamente saludables e higiénicas, lo conocen por experiencia todos los que han ido a recrearse o a curarse en sus mansas aguas. El análisis químico viene pues únicamente como corolario a hechos que son ya del dominio público.
“Mas, ¿de dónde proviene la infundada tradición que la laguna se hallaba infestada por espíritus maléficos, por monstruos, serpientes y yacarés? ¿Eran preocupaciones pueriles de los aborígenes o supersticiosas insinuaciones dictadas por la sencillez de los misioneros que le daban tal vez una semejanza de origen bíblico con el lago Asfáltide de Siria? Sea como fuere, al acercarse el monstruo con músculos de acero y alma de fuego que Stephenson (inventor del ferrocarril) lanzó sobre la tierra, los misteriosos Ypóras (sic) se precipitaron probablemente en las negras profundidades de averno, dejando la laguna prosaicamente libre de entes peligrosos, conservándose apenas de su fabulosa existencia, un vago y supersticioso recuerdo.
“Los dilettanti o las abluciones hidropáticas pueden pues entregarse a ellas con plena tranquilidad de ánimo, aprovechando los cómodos cuartos de baño que, con previsora generosidad, mandó construir allí el Gobierno de la República.
“Esa laguna que mide más o menos tres leguas de largo, por una de ancho, tiene comparativamente poco fondo, por lo que sus aguas, que corren suavemente en el centro alimentadas por el arroyo de Pirayú y de otros numerosos afluentes participan de la temperatura exterior, siendo frías al amanecer, templadas por la mañana y calientes a mediodía y por la tarde. Por lo tanto, pueden tomarse en ella baños fríos o termales, según el género de dolencia o la prescripción médica.
“El fondo de la laguna es arenoso, con partículas negruzcas provenientes de la descomposición de las rocas adyacentes; el agua es un poco turbia u opalina por la materia orgánica que contiene y tal vez por una pequeña cantidad de finísima arcilla que tiene en suspensión. El agua sacada hacia el centro del lago es potable, siendo su composición semejante al agua de ríos, con algún exceso de sal marina (cloruro de sodio) y de materia orgánica”.
Domingo Parodi presagió el futuro de la “celebre laguna encantada”, señalando que la misma se convertiría en “el punto de reunión de la parte selecta de la sociedad paraguaya, pudiéndose vaticinar también desde ahora que del mismo modo que de París y Londres fluyen los mimados por la fortuna a Baden, que es el jardín de Alemania, se dirigirán nuestros pudientes vecinos de Buenos Aires y Montevideo a los baños de Ypacaraí, en el Paraguay, que es el jardín de América del Sur”.
Proyectos de navegabilidad y turismo malogrados
Todos aquellos proyectos y augurios se truncaron con la Guerra de la Triple Alianza. Una vez que los aliados se apoderaron de Asunción (1869), el resguardo de la vía férrea fue uno de sus principales objetivos. Para el efecto, una lancha a vapor desmontada fue transportada por los vagones del tren hasta la estación de Areguá; una vez rearmada, la lanzaron a la laguna de Ypacaraí para vigilar el lado opuesto de la misma y explorar el curso del río Salado. Los planes de navegabilidad del lago Ypacaraí, anunciados por el gobierno de don Carlos, los pusieron a prueba los invasores.
En cambio, el proyecto “turístico” de Solano López fue abortado por los ypóra del siglo XX que hasta hoy lo siguen invadiendo e infestando con toneladas de desperdicios arrojados en sus aguas, con la diferencia de que esta vez el lago se vio sobre pasado en la lucha por su sobre vivencia y obligado a entrar en coma profundo.
¿Qué diría Parodi si regresara hoy y viera que sus predicciones sobre el “Baden paraguayo”, el “jardín de América del Sur” están cada vez más lejos de plasmarse en realidad debido a la putrefacción de las aguas del lago, principal atractivo de la zona?
Extractado de “Areguá. Rescate Histórico” (1576 -1870), de nuestra autoría.