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Hay tres Laskers en la historia del ajedrez: Berthold, Emanuel y Edward. Los tres nacieron en diciembre, los tres estuvieron, en su apogeo, entre los veinte jugadores más importantes del mundo, y cada uno de los tres legó al ajedrez un aporte distinto.
Berthold vivió de joven en Berlín, entonces llena de buenos ajedrecistas. Jugador de cafés por vocación, al mismo tiempo brilló profesionalmente durante toda la década de 1880, que empezó y terminó ganando sendas ediciones del torneo de Berlín: la de 1881, con Siegbert Tarrasch, y la de 1890, con Emanuel. Emanuel sería el segundo campeón del mundo, sucesor del gran Steinitz, durante veintisiete años –sin privarse por ello de crear su propio juego, el «laska»–. Y aunque Edward cultivó con pareja pasión el go y las damas, su partida con sir George Thomas dejó uno de los más famosos sacrificios de reina de la historia del ajedrez.
A Emanuel le enseñó a los doce años a jugar ajedrez Berthold, su hermano mayor, entonces de veinte. Berthold lo llevó a conocer la emoción del juego y las apuestas en las mesas del Café Royal y muchos otros. Se dice que en el Café Kaiserhof Emanuel jugó con Tarrasch, el «Praeceptor Germaniae». «En todas las épocas», escribiría Emanuel mucho después, «el ajedrez ha tenido el propósito, el intento, el significado de representar una guerra entre dos bandos: una guerra de extinción, conducida de acuerdo con reglas, leyes, de forma culta, pero sin clemencia» (Manual de Ajedrez, p. 25).
La primera esposa de Berthold fue Else Lasker-Schüler, pero por interesante que sea (lo es, y por partida doble, como bien sabían Berthold y Emanuel) el sector literario de la familia (en este caso, política) Lasker, hoy hablaremos de su trinidad ajedrecística.
Europa, Europa
Emanuel nació en la Nochebuena de 1868, hijo de Rosalie Israelssohn y Adolf Lasker, en la entonces provincia prusiana de Brandenburgo, en Berlinchen (hoy Barlinek, en Polonia), al este del río Odeer, pueblo de polacos, alemanes, judíos, lituanos… Cuando se publicó en los diarios que había vencido al gran Wilhelm Steinitz, todo Berlinchen vibró. No es difícil imaginar el «pequeño Berlín» como uno de esos pueblos que aún quedan en Europa, a primera vista aburridos para nuestro impaciente modo actual de vivir, pero de una fuerza que se desborda en la algarabía de las fiestas, el bullicio de los días de mercado, las grandes alegrías antiguas y esenciales.
Cuando vivía en la Aschaffenburger Strasse de Berlín, una noche del otoño de 1918, en casa del escritor satírico Alexander Moszkowski, conoció a Albert Einstein, y compartieron desde entonces veladas y amistad. Digo que se conocieron entonces porque, en una carta fechada en Berlín el 8 de octubre de 1918, Einstein le cuenta a su madre, Pauline:
«Hace poco conocí al ajedrecista Lasker, pequeño, elegante, de perfil afilado y estilo judío-polaco, pero exquisitamente refinado. Desde hace veinticinco años es campeón mundial de ajedrez, a la vez que matemático y filósofo. Se sentó a sus anchas hasta la medianoche a pesar de que al día siguiente lo esperaba un torneo muy importante» (1).
A Emanuel esa noche le quedaban pocos años como campeón del mundo. También Europa, cabe decir, desaparecería pronto. Materialmente, como territorio, por razones obvias, de la vida de los exiliados; y como universo cultural que, pese a todo, era, se perdería de vista, irreconocible, entre las convulsiones del siglo XX.
Brave New World
En 1933, Emanuel Lasker y su mujer, Martha –como muchos, incluido Einstein–, tuvieron que dejar su país, confiscados sus bienes, sus ahorros de toda la vida y su granja de Thyrow, a la que iban en verano y en la que tenían perros y sembraban patatas. Erraron por Inglaterra, Suiza, Rusia, donde Emanuel pudo trabajar un tiempo en el Instituto de Matemáticas, y al cabo se establecieron en Nueva York.
Cuando Emanuel la conoció, Martha no era Martha Lasker, sino Martha Bamberger por su nacimiento, Martha Cohn por su esposo, y L. Marco por el seudónimo con el que firmaba sus escritos humorísticos en el Berliner Morgenpost y el Simplicissimus. De 1901 fueron sus libros Wie sie lieben y Shocking? El segundo, de versos satíricos, iba por la quinta edición en 1903. Emil Cohn, su primer marido, muy enfermo, murió en 1909.
Cuando la enseñó el ajedrez a Emanuel, Berthold vivía en Berlín como estudiante, del Friedrichwerdersches Gymnasium primero y luego de la Universidad de Humboldt; más tarde, Berthold se convirtió en el doctor Lasker. Pero antes, en esos días estudiantiles, los grandes ajedrecistas de la década de 1880 se reunían en el Café Bauer, en la Friedrichstrasse, y en el Kaiserhof jugaban maestros como Max Harmonist, Siegbert Tarrasch, Wilhelm Cohn o Curt von Bardeleben. De Berthold escribió Tarrasch en sus Trescientas partidas de ajedrez (Dreihundert Schachpartien, 1925) que era un «jugador genial, aunque por desgracia poco reconocido en los torneos en su justo valor a causa de su carácter nervioso». Berthold llevó a Emanuel al insomnio entusiasta de los cafés, a los combates implacables en las mesas públicas, al desafío de las tertulias, las calles y las ideas.
Emanuel y Berthold compartieron también intereses literarios; escribieron juntos en 1925 una pieza teatral, Vom Menschen die Geschichte. Ambos desposaron escritoras, pero, tras una década de matrimonio, Else Lasker-Schüler y Berthold se divorciaron en 1903. Else se volvió a casar, con Georg Lewin, a.K.a. Herwarth Walden, el fundador de la revista Der Sturm, y se divorció de él en 1911, poco antes de conocer a ese gran escritor –y médico, como Berthold– llamado Gottfried Benn, al que le dedicó tantos poemas. Else recibió el prestigioso premio Kleist en 1932 y meses después un grupo de nazis le dio una horrible golpiza. Else huyó del país. Berthold había muerto en 1927.
Go!
Antes de casarse con Martha en 1911, y de partir al exilio, Emanuel Lasker había vivido en Estados Unidos entre 1902 y 1907. Ahora volvía con las manos vacías, dispuesto a ganarse el sustento con su destreza para el ajedrez.
Si el ajedrez se lo enseñó su hermano Berthold en Europa, en América su «primo» Edward, un ingeniero más joven que él establecido en Nueva York, le enseñó el go. Las comillas en «primo» son porque Edward y Emanuel descubrieron su incierto, y, de ser cierto, lejano (Berthold, Edward y Emanuel serían –de serlo– primos en tercer grado) parentesco lejos de su país de origen y cuando ya la amistad y la pasión por el ajedrez los habían acercado más que la sangre.
Edward fundó, con Lee Hartman y Karl Davis Robinson, la Asociación Americana de Go. Conoció también a Einstein, pero ya en el exilio. Le regaló un ejemplar dedicado de su Go and Gomoku, publicado en 1934, cuenta Robert McCallister en su artículo «Einstein and Go», y, dada la nula afición de Einstein al ajedrez y al go, el obsequio apareció en una tienda de libros de segunda mano de Baltimore poco después de recibido; cuando se lo contaron, Edward rió y dijo que no era una tragedia, que él se había olvidado el libro de Einstein sobre la teoría de la relatividad en un vagón del metro. Como diría Emanuel, «En el tablero de ajedrez la mentira y la hipocresía no sobreviven mucho tiempo» (Manual de Ajedrez, p. 229).
Edward, Emanuel y Martha morirían en Nueva York. Emanuel, a quien su viuda no tardó en seguir, falleció de una infección renal en el Hospital Monte Sinaí. Era 1941, y ya había perdido el título de campeón del mundo veinte años atrás. Por extraña coincidencia, pese a ser mucho más joven, solo un año después, llevado de urgencia, fallecería de muerte súbita en ese mismo hospital el genio que se lo arrebató.
Al fin, Manhattan
Junto a ese genio, Emanuel había sido proclamado «Gran Maestro del Ajedrez» por Nicolás II el mismo día y en la misma ciudad, San Petersburgo. Era todavía el Viejo Mundo, aún no desvanecido por la Gran Guerra y el verdadero comienzo del siglo XX.
Antes del exilio, antes de la subida del partido nacionalsocialista al poder, antes de perderlo todo, cuando estaba en Estados Unidos de paso y no como refugiado, Emanuel se había encontrado con ese genio por primera vez.
Imaginemos esa noche de abril de 1906 en Manhattan. El distinguido filósofo y matemático prusiano juega en el Club de Ajedrez con otro extranjero, un chico apuesto y moreno, de diecisiete años, que está en ese país para seguir una carrera, ingeniería química, que no terminará. Solo cursará un par de años; preferirá ir al Club de Ajedrez que a clases. Ilustre ya, dos décadas más tarde, seguirá yendo al club todas las noches. En una de esas veladas observará una partida bromeando, muy animado, de muy buen humor. De pronto, se pondrá de pie, exclamará, absurdamente: «¡Ayúdenme... a quitarme el abrigo...!», y se desplomará. Lo llevarán al mismo hospital en el cual el año anterior habrá fallecido Emanuel Lasker.
Pero todavía falta mucho para eso. Es abril de 1906, y aún no existen la Gran Guerra ni los nazis ni el exilio. Es una noche tranquila en Manhattan, solo agitada por la vitalidad y las pasiones del intelecto, por la magia y las promesas del tablero, imago mundi.
El chico gana. El maestro prusiano tiende con asombro la mano al joven vencedor llegado del sur, de la isla de Cuba. En ajedrez, como en todo, el genio es raro, y pequeño su círculo más alto. Tal vez al estrecharse la mano Emanuel Lasker y José Raúl Capablanca saben ya que desde esa noche se volverán a encontrar una y otra vez, bajo otras lunas y soles, en otras ciudades y décadas, ante innumerables tableros; tal vez no, tal vez solo piensan en los movimientos de la partida que acaban de concluir; tal vez sea lo mismo.
Notas
(1) «Neulich lernte ich den Schachmeister Lasker kennen, ein kleines, feines Männchen mit scharf geschtnittenem Profil und polnisch-jüdischem, aber doch freinem Auftreten. Seit 25 Jahren hält die Welt-Meisterschaft im Schachspiel und ist Mathematiker und Philosopher dabei Bis 12 Uhr sass er gemütlich, trotzdem in ahm nächstem Tage ein grosses Turnier erwartete». The Collected Papers of Albert Einstein, vol. 8, B, p. 906.
Bibliografía
Emanuel Lasker: Manual de Ajedrez, México, Planeta, 1998, 317 pp.
R. Schulmann, A. J. Kox, M. Janssen, József Illy (eds.): The Collected Papers of Albert Einstein, Vol. 8, B: The Berlin Years: Correspondence 1918, p. 906, Princeton University Press, 1998, 1118 pp.
Gabriel Capó Vidal: «Quiénes jugaron al ajedrez (1) Emanuel Lasker: El espíritu original y libre del rey del ajedrez», en: http://quienesjugaronajedrez.blogspot.com/2016/05/emanuel-lasker.html
Robert A. McCallister: «Einstein and Go», en: http://www.kiseido.com/einstein.html
Siegbert Tarrasch: Dreihundert Schachpartien. Ein Lehrbuch des Schachspiels für geübte Spieler, Hamburgo, Rudolph Verlag, 2012, 387 pp.