Los principios y el símbolo

Entre lo que deja el 2014 está la edición póstuma de la primera novela de la escritora paraguaya Raquel Saguier (1940-2007): Los principios y el símbolo (1965), novela que precisamente en este flamante 2015 cumple ya medio siglo de existencia, aunque acabe de salir a la luz pública hace apenas unos meses, en septiembre. La primera novela publicada por Saguier, La niña que perdí en el circo (Asunción, RP Ediciones, 1987), es muy posterior a esta, escrita antes de los veinticinco años de edad y de la que hasta ahora solo existía una edición familiar de trescientos ejemplares. Nos comenta aquí su lectura el conocido crítico español José Vicente Peiró Barco.

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Recuperar las obras inéditas de una escritora fallecida es un acto peligroso literariamente hablando. Un autor puede desterrar de su creación manuscritos que no considera valiosos, aunque luego resulten ser más importantes de lo que aparentaban. O simplemente esos inéditos nos permiten comprender mejor el resto de su producción. Conocemos el caso de Franz Kafka y su orden testamentaria de destruir sus creaciones, dada a su amigo Max Brod. Afortunadamente, la incumplió. En el extremo opuesto podríamos situar a Roberto Bolaño, cuyo ordenador dejó testimonio de una enorme producción inédita, encabezada por ese monumental 2666, o a Stieg Larsson, cuya saga Millenium no vio publicada pero se convirtió en uno de los grandes éxitos de la historia editorial por esos artificios inextricables de la industria del libro. Hasta Antonio Machado nos dejó cuatro obras teatrales inéditas. Siempre se puede escarbar en los archivos personales hasta encontrar algo desconocido.

El caso de Raquel Saguier es distinto. Los investigadores y quienes siguen la literatura paraguaya conocíamos la existencia de una novela suya inédita llamada Los principios y el símbolo porque fue finalista de un célebre concurso literario organizado por el extinto diario La Tribuna en 1965 ganado por Mancuello y la perdiz de Carlos Villagra Marsal y donde también obtuvo una mención especial la novela sobre el exilio Imágenes sin tierra de José Luis Appleyard. Por tanto, la publicación por parte de Servilibro no es un hallazgo sorprendente, sino una edición sorprendente, valga la redundancia, dado que la autora –y lo comento porque personalmente le pregunté acerca de esta novela– no pareció darle importancia a este trabajo escrito antes de cumplir los veinticinco años de edad.

Evidentemente, debemos dar gracias a su familia por permitir reencontrarnos con Raquel Saguier. Siempre es grato disfrutar de la escritura grácil de una autora con vocación y fuerza para contar historias. Y en este caso vislumbrar el estilo preciso para hacer caminar la narración característico de sus novelas de madurez: La niña que perdí en el circo, La vera historia de Purificación, Esta zanja está ocupada y La posta del placer. Una prosa sustentada por la brevedad de sus frases, la concisión descriptiva, la capacidad de síntesis, los diálogos concretos y la fluidez del discurso con un tiempo manejado con la celeridad justa de quien tiene claro el destino de su relato.

Para entender el significado de Los principios y el símbolo hay que desembarcar en el año de su composición, 1965. El contexto de su creación no era el más halagüeño para la narrativa, sin editoriales y con una tradición relativamente corta en años y presencia histórica. De ahí que el concurso de La Tribuna permitiera la salida de los cajones de un conjunto de novelas, lo que demuestra que se escribía pero no se publicaba. Y en ese contexto predominaba una narración de ámbito rural, con unos personajes más o menos arquetípicos, como el campesino víctima, el propietario o la autoridad. Raquel Saguier nos sitúa en ese mundo, en el pequeño pueblo del interior paraguayo llamado Curuzú-Verá.

Sin embargo, a diferencia del relato rural habitual, el protagonista es un francés, el doctor Pierre Dauphin, novelista afamado (¿reivindicación de la novela en el Paraguay de aquellos años?), quien, al morir su esposa, Monique, su fuente de inspiración, abandona el París cosmopolita para instalarse en un lugar perdido en el corazón americano y reiniciar su vida. Es el ser romántico que, ante la pérdida de la amada, huye, se evade del dolor, ubicándose en un mundo lejano donde encontrar una nueva oportunidad alejada de su feliz pasado y su tortuoso presente.

A partir de ahí surge el choque de su mentalidad cosmopolita con el ambiente mezquino rural, representado por otro emigrante, esta vez de origen italiano, Dino Rossini. Con su feroz escudero al frente, Cibil, domina hasta los entramados políticos para acrecentar los beneficios de su negocio. Pronto Pierre despertará su recelo, acrecentado por la figura de la joven Rosalina, a la que Rossini no podrá acceder como suele ocurrir con todas las que se encapricha. La dureza de las condiciones laborales de Rossini y sus veleidades tiránicas con la población provocan una huelga general a la que él responde cortando el suministro de agua incluso. Finalmente, la situación desemboca en un final feliz, a diferencia de lo que suele ocurrir en la novela rural con tintes sociales.

Quizá lo más novedoso de la novela para aquellos años sea la oposición entre el mundo europeo y el terruño. Y no solo por la cultura de Pierre Dauphin, sino por el comportamiento de Rossini en los negocios, despachados a veces sin alma. Son dos mundos opuestos, con lo que Raquel Saguier está valorando la aportación europea a la cultura y la educación por encima de la voracidad del emprendimiento material en forma de negocio. No parece casual, si pensamos en determinados tópicos y gustos, que el protagonista sea francés y el antagonista tenga origen italiano. Frente a ellos, seres con virtudes y defectos, casi siempre provistos de cierta inocencia y bondad en su interior. Incluso Cibil, el lugarteniente, es una víctima de algo tan humano como la envidia, con lo cual tampoco el maniqueísmo adquiere una dimensión fortalecida. Sus deseos de matar a Pierre lo convierten en esclavo de sus pasiones y de la ira. Porque son los sentimientos humanos los que dominan a lo largo de la novela, con una suerte de aureola romántica teñida de realismo.

Los principios y el símbolo es una novela interesante a pesar de los defectos propios de una Raquel Saguier joven. A los veinticinco años no es sencillo dotar a los personajes de complejidades y alejarse de ciertas actitudes planas de consecuencias previsibles. Sin embargo, se deja querer y leer, lo cual nos reconforta y nos enseña la injusticia que supone el que una de las grandes voces de la novela paraguaya no tuviera la oportunidad de publicar en el exterior. Pero eso es otra historia. La de esta novela es la de un mundo que no queda tan lejos como parece y que, a pesar de los cambios materiales, siempre estará presente porque está dominado por los sentimientos humanos, tanto positivos como negativos.

La acción de Los principios y el símbolo se desarrolla en un pequeño pueblo del interior de Paraguay llamado Curuzú-Verá

Raquel Saguier: Los principios y el símbolo. Servilibro, 2014, 136 pp.

jvpeiro@ono.com

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