Los patronos del Paraguay

La existencia del Paraguay durante la dominación española no se deslizó siempre, como todos saben, en medio de una apacible tranquilidad.

Cargando...


No contaba aún Asunción con diez años de vida cuando ya las banderías, conspiraciones y golpes de Estado eran moneda corriente. El gran espíritu de Irala ahogó en vida estos gérmenes fatales de discordia; pero, desgraciadamente, le era imposible evitar otros males, porque estos no radicaban en los hombres.   

La primera calamidad de la que nos habla la historia es la gran invasión de langostas, que inauguró, puede decirse, la fundación de la Asunción, poniendo en gran estrechez y penuria de "bastimentos" a los bravos conquistadores. Y ¡ojalá hubiera sido la última!   

La afluencia de franciscanos, allá por el año 1572, parece que fue de gran utilidad, pues, según cuenta Lozano, vino con ellos un fray Andrés, que tenía el maravilloso privilegio de hablar con las langostas y de apartarlas de los sembrados con una breve exhortación. Pero este rarísimo ejemplo de influencia oratoria debió durar bien poco tiempo, pues las langostas volvieron después —y volvieron con fuerzas— y con ellas otras calamidades, de cuyos estragos se conservan abundantes recuerdos en el Archivo Nacional.   

Acaso las más notables en este sentido fueron las grandes sequías que asolaron el Paraguay en la primera mitad del siglo XVII. En 1617 hacía ya seis años que por esa causa las vides no daban fruto. Y en 1641, otra gran seguía, que duró dos años, destruyó por completo todos los viñedos; ocasionando, además, gran mortandad de hombres y ganados. Inundaciones y pestes tampoco faltaban, a lo que debe agregarse como mal perpetuo la lucha cruel —guerra viva— como rezan los viejos papeles, empeñada con las feroces tribus indias, a uno y otro lado del río Paraguay.   

Esta irrupción continua de crueles azotes estrellábase, no obstante, en la inquebrantable fe de un siglo tan devoto: apenas despuntaba una nueva calamidad, cuando ya se tenían en los labios las armas de la oración que volaba al cielo implorando la clemencia divina. Alternábanse, si no iban juntos, rogativas, novenarios, misas y pláticas, invocándose la intercesión de los patrones de la provincia; y cuando el mal arreciaba, cosa bien frecuente, apelábase al esfuerzo de otras influencias, naturalmente dentro del gremio bien nutrido de los abogados celestiales. Por donde vino a resultar, con el correr del tiempo y sin notarlo nadie, que las calamidades públicas trajeron una seria complicación en las relaciones que con los santos y santas mantenía la ciudad de la Asunción y la provincia del Paraguay.   

Llegó esto a descubrirse por primera vez en 1779, cuando nos gobernaba de muy buenas maneras el futuro virrey del Río de la Plata, don Pedro Melo de Portugal. Hacía ya tiempo que el cielo negaba sus aguas a la sedienta y caldeada tierra; los sembrados se agostaban y hasta los animales comenzaban a padecer las consecuencias de la larga sequía. Se siguió un novenario de misas a la Virgen de la Asunción; luego otro al Bienaventurado San Blas. Y ¡nada! La sequía apretaba de firme; notándose, además, por los facultativos, enfermedades raras y desconocidas.   

Cundió la alarma en la Asunción. El Cabildo estaba consternado y no acertaba a qué santo encomendarse. Pero, en esto, las inquisiciones de un regidor en los Archivos del Cabildo trajeron un rayo de luz en medio de tan desoladas tinieblas. Revisando papeles viejos, para no sé qué asunto particular, encontrose con que hacía muchísimo tiempo, en un trance apuradísimo, había la ciudad apelado a Santa Bárbara, proclamándola compañera de la Virgen de la Asunción; proclamación solemne que se tragó el olvido al esfumarse el recuerdo del peligro pasado.   

No podía caber duda alguna sobre la influencia de tan negra ingratitud en la inflexibilidad del cielo. Reunióse inmediatamente el Cabildo, Justicia y Regimiento de la Asunción, con asistencia del gobernador Melo; y el 13 de setiembre de 1779, resolvieron, en vista del culpable olvido en que tenían a Santa Bárbara, "a la cual (términos textuales del acta) de tiempo tan atrás puso por patrona para que dicha santa interponiéndose con la Divina Magestad, sirviese de mediadora y cesaran los continuos rayos, truenos y relámpagos con que esta provincia estaba amolestada e igualmente las muchas continuas muertes repentinas que padecían los patricios estantes y habitantes en atención a estas y otras calamidades que continúan… determinan sus señorías que en la Iglesia Catedral presente la efigie de dicha santa, se cante tres misas, terminando la última el mismo día de la santa, pagándose de los propios de esta ciudad su costo y asistiendo esta ciudad completamente; que dicho triduo de misa se cante perpetuamente…"  

Resolvióse, asimismo, que en cada festividad había de ocupar el púlpito un orador sagrado, cuyo emolumento se ofrecieron espontáneamente a sufragar de su particular peculio varios cabildantes "en todos los años venideros", siendo el más largo en ofrecer don Joseph de Cazal, personaje de campanillas.   

Que todo lo ofrecido se cumplió no consta a la historia: más bien parece que, como ya sucedió, se rogó al santo mientras duró el tranco, quedando después en el más completo olvido la nueva patrona de Asunción.   

Algunos años después de aquel interesante acto capitular, viéronse nuevamente los señores alcaldes y regidores preocupados y cariacontecidos ante muy graves asuntos.   

¡Aquello era un menudear de azotes por todos lados! A las inclemencias de la naturaleza, las frecuentes incursiones de los acridios, etc., agregábase un nuevo elemento de perturbación, escándalo y terror: gavillas de ladrones habilísimos, extendiendo sus redes por la ciudad, desvalijaban a sus tranquilos habitantes en pleno día, y en sus propias casas y bajo sus mismísimas narices. El alcalde mayor, don Francisco José Acevedo, manifestó en pleno Cabildo su impotencia para dirigir la vigilancia. Corrieron los meses sin variación y ya la desolación de la provincia parecía no tener término, cuando, rara coincidencia, una nueva pesquisa en los Archivos del Cabildo vino a poner en claro otra grave falta de la Cancillería asuncena con la diplomacia celestial. Y con la agravante de que no se trataba ya de una sola santa.   

Reunióse el Cabildo con la asistencia del gobernador Alós, dióse a conocer la existencia de un compromiso contraído hacía ochenta y cuatro años con todos los santos de la Corte Celestial, que fueron solemnemente declarados Patrones de la Provincia, según el siguiente documento que en el acto se hizo leer y transcribimos en parta para su debida constancia:  

"En la ciudad de la Asunción del Paraguay en veinte y siete días del mes de Ote. de mil sets. y siete años los Sens. del Cabildo, Justicia y Regimiento della… con asistencia del señor Maestre del Campo don Manuel de Robles y Capt. Gral. desta Prov… el Capt. don Diego de Yegros, el Sargento Mayor don Juan Silvestre de Benavides…y estando juntos y congregados se confirió lo siguiente…"  

"El dicho capitán don Diego de Yegros propuso que por muchas calamidades que se han padecido y padecen presentemente en lo general de esta provincia es preciso y muy necesario recurrir al patrocinio de todos los santos de la Corte Celestial para que mediante sus intercesiones y ruegos se apiade Nuestro Señor a usar de la misericordia… Y habiéndose conferido y acordado sobre la dicha proposición dijeron que en atención a los motivos deducidos y que consta en este Cabildo que se ha experimentado con noticia se dé al prelado eclesiástico y Deán Cabildo de Iglesia Católica de esta dha. ciudad se jure por este Cabildo por patrones y abogados a todos los santos de la Corte Celestial pidiéndose declare por día de precepto el de la Vigilia y que dicho día se mande una misa solemne en la dicha santa Iglesia en concurso de este dho. Cabildo estableciéndose por día tabla y costeando las luces necesarias para dicha solemnidad".   

Tal es lo que hemos podido sacar en limpio acerca de los patronos del Paraguay.   

Que nuestro país no haya sido en otro tiempo notable por su piedad; que en más de una ocasión apresara a obispos, destituyera a prelados, peleara contra curas y cometiera grandes sacrilegios es una verdad que nadie puede desconocer; pero ha de convenirse, por lo menos, que en medio de todo tuvo el buen sentido de abroquelarse bien contra las iras del cielo y los males de este mundo.   

Otros pueblos fueron, sin duda, más religiosos, menos levantísticos, más fuertes en teología, menos amigos de guerrear, más respetuosos con Dios y sus representantes; pero nadie le aventajó jamás en el número de sus patronos.   

Algo, sin embargo, ha de haber en las relaciones del Paraguay con sus poderosos abogados, cuando no ha sonado todavía la hora de verse libre de tantas calamidades.   

(Revista Guarania, Año 3, Número 33, del 20 de julio de 1936, páginas 4, 15 y 17).   

(*) Fulgencio Ricardo Moreno nació en 1872. Estudió en el Colegio Nacional de la Capital y luego entró a la Facultad de Derecho, aunque no pudo concluir dicha carrera. De su lectura abundante, adquirió conocimientos sobre economía, política, finanzas, legislación fiscal, literatura y filosofía. Pero, sobre todo, fue periodista. Colaboró con El Tiempo, La Semana, El Progreso, La Unión, La Tribuna, La Patria y La Prensa.

Sus obras están agotadas como, por ejemplo, La Ciudad de Asunción, Geografía etnográfica del Chaco, Estudio sobre la independencia del Paraguay, entre otras. Fue un gran defensor de los derechos sobre el Chaco paraguayo. Paradójicamente, murió en plena guerra, el 17 de octubre de 1933.
Enlance copiado
Content ...
Cargando...Cargando ...