Los diarios de la Nochevieja

Lo que en diversos años de sus vidas escribieron, en algún momento de la noche del 31 de diciembre, víspera del primer día de un nuevo año, algunos grandes escritores en sus diarios personales.

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¿Quieres asomarte a la intimidad de un escritor solo en su habitación, de pronto lejos del ruido de la fiesta de fin de año? ¿Qué hace, apartado, ese personaje que abandona un momento el bullicio, se va de la reunión sin que nadie se percate, se encierra en su pieza y escribe? ¿Por qué actúa así? ¿Qué escribe? ¿Quieres verlo? Te lo traemos aquí. Amiel, Kafka, Josep Pla, George Orwell, Alejandra Pizarnik y Bioy Casares escribieron, cada uno por separado, en las noches de víspera de Año Nuevo de 1847, 1914, 1918, 1939 y 1960, respectivamente, lo siguiente en sus diarios personales:

Henri-Frédéric Amiel, 31 de diciembre de 1847

«Sé justo. Es decir, respeta la singularidad de cada uno, sus opiniones, sus luces; escucha con atención, consúltale y no te impongas. Sé bueno. Busca hacer el bien, iluminar, interesar, consolar, ayudar… Sé flexible. No pidas a nadie lo que no tiene. Toma a cada uno como es; no reclames amistad a quien solo tiene espíritu, ni espíritu a quien tiene conocimientos ante todo. Aprende a amoldarte a los caracteres. Eso es saber vivir. Resígnate y adáptate. La adaptación, si viene de la bondad y no de la astucia, no es defecto, sino virtud. Sé veraz. Tú lo eres un poco en exceso. No sabes disimular un descontento. Pero sé veraz en tus maneras, es decir, simple. Sé, en vez de aparentarlo. Trata de no parecer más tonto ni más listo de lo que eres. Mesura, naturalidad, proporción, pero la real, la que se funda en las verdaderas relaciones de las cosas. En el estilo, en el lenguaje, en las acciones, proporcionalidad constante con los lugares, los tiempos, la edad, el sexo, las circunstancias, etcétera: esa es la expresión de la verdad, el tacto de lo justo».

(Henri-Frédéric Amiel: Fragments d’un journal intime, 1839-1881)

Franz Kafka, 31 de diciembre de 1914

«Estoy trabajando desde agosto; por lo común, no trabajo poco ni mal, pero ni en uno ni en otro aspecto llego al límite de mis posibilidades, como debería ser, especialmente porque según todos los indicios (insomnios, dolores de cabeza, debilidad cardiaca) mi capacidad no va a durar mucho».

(Franz Kafka: Diarios, 1910-1923)

Josep Pla, 31 de diciembre de 1918

«Lluvia y humedad. En el café hay un vaho blanco y azul –irrespirable- que empaña los cristales. Juego al billar con los amigos. Veo la jugada pero no sé afinar. Todo me sale grosero y poco elegante: siempre demasiada bola. Me acerco al piano del cine, vacío como una enorme gruta oscura, el abrigo con el cuello levantado. El frío del local llega a los huesos. Sensación de empequeñecerse. Roldós toca a Bach. Gavotas deliciosas. Voy a dormir en seguida. La lluvia me civiliza y amodorra. Delicia de la cama caliente y de la lluvia lenta y vaga».

(Josep Pla i Casadevall: El quadern gris, 1918-1919)

George Orwell, 31 de diciembre de 1939

«Considerably warmer, & thawing this afternoon, but appears to be freezing again tonight».

(«Considerablemente más tibio, y se derritió un poco el hielo esta tarde, pero parece que va a helar de nuevo esta noche»).

(Eric Blair, «George Orwell»: Diaries, 1938-1942)

Alejandra Pizarnik, 31 de diciembre de 1960

«Cuando entré en mi cuarto tuve miedo porque la luz ya estaba prendida y mi mano seguía insistiendo hasta que dije: Ya está prendida. Me saqué los pantalones y subí a la silla para mirar cómo soy con el suéter y el slip; vi mi cuerpo adolescente; después bajé y me acerqué nuevamente al espejo: Tengo miedo, dije. Revisé mis rasgos y me aburrí».

(Alejandra Pizarnik: Diarios. Ed. Ana Becciú. Barcelona, Lumen, 2013)

Adolfo Bioy Casares, 31 de diciembre de 1960

«Come en casa Borges. Brindamos con champagne. Después de comer, Borges y yo vamos a la ventana de la sala de Silvina, hasta que sean las doce. Borges: “Esperamos algo que no sabemos bien en qué consiste”. Miro los árboles y los senderos de la plaza, la estatua de Alvear y pienso en la máquina del tiempo de Wells y en que todos somos unas máquinas del tiempo de vuelo de ave de corral. “Qué raro –comenta Borges– que en tantos años como viví no hubiera un momento en que yo haya estado más adelante en el futuro que ahora”».

(Adolfo Bioy Casares: Borges. Barcelona, Destino, 2006)

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