Los colores del laberinto. Acerca de ciertos legados de Ricardo Migliorisi*

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De la fidelidad y las contradicciones

La obra de Ricardo Migliorisi hereda y resume el espíritu desenfadado y conscientemente frívolo que, en parte, marcó la década de los sesenta. Esta iconografía irreverente y mordaz, alimentada entonces por la imagen hippie y sicodélica, así como por las influencias del pop art y el Instituto Di Tella de Buenos Aires, adquiere progresivamente en su obra madurez y consistencia hasta constituirse en una figuración definida: un caso peculiar dentro del desarrollo del arte paraguayo. Esta singularidad se define no solo por contenidos y temas poco explorados sino porque el torbellino delirante de sus imágenes se mantiene fiel a sus fuentes y va sedimentando conquistas y experiencias nuevas en torno a un sólido eje de significaciones, disparadas en direcciones distintas aunque vinculadas por cierta atmósfera común, a la vez trivial y dramática, de pesadillas y obsesiones, de desvarío y goce. El resultado es un mundo capaz de conciliar lo sórdido, lo procaz y lo tierno; un mundo a la vez fresco y asfixiante ante el cual el espectador, que siempre termina inquieto, no sabe muy bien si está divertido o si se encuentra burlado o agredido.

La celebración del entrevero

Desde sus primeros dibujos y pinturas se encuentra definida esa figuración híbrida que combina lo jocoso y lo dramático en enredo promiscuo e inquietante: sus gallinas-vasijas, sus aves con zapatos y anteojos, anuncian ya el revoltijo de órdenes y reinos naturales que traspasará épocas históricas y geografías y cruzará diferentes niveles de realidad o de sueño. Después de esos dibujos iniciales, irrumpe enseguida un torrente de personajes, por lo general femeninos (mujeres-televisor, odaliscas, señoras alegremente perdidas en la selva, ciclistas, aviadoras, sultanas, prostitutas, actrices y adivinas). Aparecen también sus perros emplumados y sus seres alados que revolotearán siempre en torno a aquellos personajes, apareciendo y ocultándose según las etapas. Figuras que mezclan individuos de distintas especies, presentadas en forma natural y sin intención de desconcierto. Las metamorfosis, la representación de seres mezcla de hombre, bestia y objeto, la combinación de partes incompatibles inquietan no tanto por la mixtura en sí cuanto por la inocente familiaridad con que son presentadas (la naturalidad desmiente el absurdo mostrado o lo desplaza hacia otro lado). Lo insólito se fundamenta más en la cotidianidad, y aun la ordinariez, de la situación que en la transgresión de categorías ontológicas. Pero siempre hay un escamoteo sutil, como si uno supiera que el absurdo de lo presentado es demasiado obvio para que la clave radique en él. Por eso lo mitológico fascina a Ricardo: su mundo de seres mutantes, bestias mestizas y personajes anfibios acoge de buena gana a centauros, minotauros, medusas, pegasos, sirenas, hermafroditas, unicornios y sátiros, protegidos por la desenvoltura concedida por los cuentos, los mitos y las fábulas, que no pretenden hacer gala de lo absurdo ni impugnar la verosimilitud del suceso relatado, sino reforzar su eficacia narrativa; la fantasía hace más potable el mito y apuntala sus efectos.

La discreta fuerza de la irreverencia

En muchos momentos a lo largo de su trabajo, el artista carga sus obras de una evidente intención de crítica social. Pero enseguida la violencia de la situación es amortiguada desde una óptica farsesca o un lenguaje de cuento que desplazan sus sentidos graves y caricaturizan protagonistas y tramas. Es que en la obra de Migliorisi el juego, la broma o la ironía siempre actúan estropeando el sentido original de las cosas, desactivando sus consecuencias; el humor es un mecanismo que descentra las situaciones impidiendo que las mismas se cierren en sí. El sentido lúdico de la obra deja siempre abierta la posibilidad de que ciertas realidades dramáticas y angustiantes sean interpretadas como nada más que un juego, como una broma terrible. A punto de consumarse, el drama se escamotea: es solo máscara, boceto, caricatura, chiste. Pero queda la inquietud de saberlo escondido en otro lado, detrás de alguna máscara o algún disfraz que son verdaderos. Por eso, las denuncias de Migliorisi siempre se zafan y se convierten en otra cosa, y su crítica de lo social debe buscarse más en una actitud general de insolencia ante todo lo establecido, de hiriente mordacidad hacia diferentes aspectos de la sociedad, que en los sucesos mismos que representa. Y, también por eso, el artista no denuncia lo procaz, lo kitsch y lo ridículo, sino que los expone con naturalidad e indulgencia y hasta con indisimulada simpatía: el humor impide que lo malicioso se vuelva impúdico, y lo licencioso, obsceno.

Los dos personajes

En el desarrollo de la obra de Migliorisi opera siempre un forcejeo entre el dibujo y la pintura, la línea y el color, los climas cargados plásticamente y los livianos espacios gráficos. A partir de la década de los ochenta, la pintura impone sus volúmenes, pinceladas y colores y se define la atmósfera espesa y obsesiva de la obra de Migliorisi. Climas turbulentos, crepúsculos petrificados, amaneceres sangrientos, cielos cargados de anuncios inciertos. En estas escenografías sofocantes, cruzadas por grafías ilegibles, se exhiben peras velludas y sandías humeantes, deambulan gatos alados de gran sexo y pies humanos o solitarios enanos extraviados entre ruinas; monjas transparentes pasean fieras bajo lívidas lluvias y entran y salen figuras veladas y amarradas.

Migliorisi suelta libremente las posibilidades significantes de la imaginación y el sueño. Deja de lado ocasionales preocupaciones reflexivas y asume sus más propios signos y repertorios, su profusa imaginería mítica, sus bestias y obsesiones sin frenos ni prejuicios. El color se exaspera hasta la violencia; el erotismo se vuelve crudo, cínico casi; el espacio, de por sí cargado y denso, se atiborra con presencias inverosímiles escapadas de la historia del arte, de fantasías febriles, de fotos familiares y juegos infantiles. Pero en medio de este mundo turbulento y al costado de personajes exaltados, ciertas figuras mantienen la pose forzada del retrato y la expresión indefinida de quienes no saben asumir sus deseos ni reconocer sus miedos. Entre colores potentes y formas desatadas, son seres grises de carnes quietas, personajes ausentes sin voces y sin miradas. Migliorisi les ha arrancado la máscara.

A modo de conclusión

La obra de Migliorisi configura una de las respuestas más originales de la plástica contemporánea del Paraguay. Con desenvoltura, sus imágenes trabajan aspectos poco atendidos por la tradición pictórica paraguaya y establecen un sentido de crítica social que, en cuanto planteado a través de la irreverencia y el absurdo, resulta poco común en este contexto. Por otra parte, aunque comprometida con los desafíos y problemas de una historia compartida, esta obra define sus características particulares al margen de las preocupaciones por seguir modas o tendencias; por eso el estilo personal de Migliorisi es inconfundible, y su obra, difícilmente clasificable desde el punto de vista estilístico formal; y por eso su constante apelación a las cuestiones y técnicas del arte actual marca un modo de participar de su tiempo sin perder su propio lugar; una manera específica de retratarlo y expresarlo.

Este sentido transgresor sella su primera imagen y se cuela en todo su posterior desarrollo. En los sesenta, las tendencias se sucedían como ráfagas mientras sus formas efímeras, pirotécnicas, estallaban ante un público ávido, harto de encerramiento y de provincia. La vocación de espectáculo y el gusto por el efecto también tiñen desde entonces la imagen de Migliorisi, que puede, con naturalidad, profundizar lo banal hasta encontrar el nervio dramático que oculta toda situación humana. Quizá sea el único artista que incorporó a su obra de modo permanente el sentido de desenfado, escándalo e inocencia propio del segundo lustro de la década de 1960. Un aire fresco que arrastra presagios, tanto auspiciosos como amenazantes. En el horizonte sombrío que condiciona nuestro presente, esa obra cabal, coherente en sus desvaríos, puede señalar pistas luminosas capaces de relampaguear en medio de la escena gris y aportar otros tonos. Sus colores vibrantes y sus destellos pueden constituir un antídoto contra la mediocridad aplastante del medio. Quizá pueda ese breve momento político ser consignado como uno de los tantos legados de Migliorisi.

*Este texto se refiere básicamente a la pintura de Ricardo Migliorisi, sin desconocer la importancia de su trabajo en otros ámbitos de la producción artística, como la instalación, el grabado, los objetos, el audiovisual, la danza, el teatro, la escenografía y, aun, la literatura.

ticio@ticioescobar.com

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