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La situación de los indígenas reducidos no era la más favorable que se pudiera desear. No solo estaban en peligro de guerra con los portugueses por el tema de los siete pueblos de las reducciones que pasarían a manos de estos sino que además estaba siempre latente la amenaza de aquellos grupos de indígenas que no habían aceptado cristianizarse. Estos veían a los misioneros y a los indígenas que vivían en aquellos poblados como un peligro para su modo de vida, sus creencias y sus costumbres. Tanto era el encono que ni siquiera los querían de vecinos, con lo que se complicaba el poder encontrar un sitio adecuado al cual mudarse, según les urgían los europeos.
«Por el peligro de la guerra que aún se temía que los charrúas infieles quisiesen hacer a los luisistas, como en el primer viaje, para impedirles este segundo, se tomaron de escolta 50 soldados del pueblo de la Cruz, y del de Yapeyú otros ciento hasta ponerlos en posesión de su Miriñay. No fue el temor ni la prevención de escolta en vano; porque los dichos infieles intentaron con efecto lo que se temía, y lo hubieran conseguido a no haber llevado consigo los luisistas la tal escolta. Porque aun con ella se les quisieron oponer, saliéndoles otra vez al camino en el mismo lugar de San Felipe el día 2 de febrero bien armados a su modo, y claramente les dijeron que ni querían ni podían tampoco permitir que tal pueblo se fundase en parte alguna ni del Miriñay ni del Mbocoretá por las razones que ya otra vez, en aquel mismo sitio, les habían dicho. Y porque los mismos luisistas determinantemente eran los que en la guerra del año antecedente le habían quitado la vida a un gran capitán charrúa cuya memoria no podían poner en olvido. Y que por fin no querían, porque aquel padre viejo que con los caminantes iba, era el que siendo superior había permitido y mandado el dicho año antecedente, que las misiones les hiciesen guerra. Y que así por todas estas razones retrocediesen en paz; porque si los dichos luisistas querían dar sus tierras a otros, allá se lo tuviesen, y no los viniesen, ni a darles ocasión de que se renovase la guerra» (1).
«Procuróse, no obstante satisfacer o aplacar con buenas palabras, por entonces, y proseguir hasta el paraje señalado a donde llegaron el día siete sin que los infieles en todo el resto del camino se atreviesen a hacer más declarada oposición, aunque así en aquellos cinco días, y en los siguientes, siempre dieron no obscuros de que solamente aguardaban algún descuido de parte de los nuevos huéspedes, para dar sobre ellos de repente, como después se supo por un su cautivo con más certeza. Y con esto empezaron ya a flaquear los dichos luisistas en su buen propósito y a decirles a los padres que estando aquel sitio a 26 días de camino de su antiguo pueblo y muchos más de su antigua estancia, no podrían tener allí cuando lo necesitasen el preciso socorro para su alimento, ni podían tampoco tener en aquel continuo riesgo de que los cautivasen o matasen a sus pobres hijos y mujeres. Y después de varias consultas que hicieron con los yapeyuanos sobre si podrían fiarse o no de los infieles no lograrían aunque pudiese la ocasión de acometerlos cuando menos lo pensasen; los yapeyuanos como prácticos y bien experimentados les dijeron que según todas las señas que en los dichos infieles reconocían a lo menos después que los tuviesen solos y sin escoltas, no dejarían de hacerles algún flaco servicio: y que así no había que fiarse de ellos, sino en todo caso retirarse otra vez en paz de aquellas tierras a su pueblo antiguo, sin tratar con tanto peligro de hacer en ellas otro nuevo; así porque los infieles eran más que ellos, como porque aunque fuesen muchos menos no era capaz de trabajar en la fábrica del nuevo pueblo como los padres querían con las armas en la mano para defenderse; porque si se había de trabajar era preciso a veces dividirse unos de otros a las diversas formas de cortar unos y acarrear otros los materiales que otros habían de labrar aunque fuese toscamente y otros acomodar para las nuevas fábricas de iglesia, casas, etcétera» (2).
«Por todo lo cual se determinaron a volverse esta segunda vez a su pueblo, como la primera, pero sin negarse del todo por entonces a la futura evacuación de él y de sus tierras, como lo habían prometido, y los padres lo pretendían. Antes bien les decían que después de haber descansado en su pueblo un poco de tantos días de camino (en que en idas y vueltas habían andado más de 350 leguas de camino) entonces buscarían otro sitio en otras tierras, y en hallándolo, sin falta alguna se mudarían. Y que con esto se componía bien todo: porque esta y no otra podía ser la mente de su majestad, en mandarles dar su pueblo y tierras; y que fabricasen otro y buscasen otros en que vivir. Después de estos discursos y sermones no mal fundados, tomaron otra vez el camino para su pueblo, y en seguimiento suyo los dos padres, hasta el Yapeyú en donde se hallaron con la grande y antes no pensada novedad de encontrar ya allí con el padre comisario de camino para la provincia para poner en salvo su vida del peligro que le amenazaba en Santo Tomé de los amotinados miguelistas. Pero también los dos padres que llegaban del Miriñay con los luisistas le certificaron que en el camino que tomaba para Santa Fe encontrarían sin duda otro no menor peligro de los charrúas por cuyas tierras del Miriñay y Mbocoretá había precisamente de pasar, y de donde se volvían los dichos padres con los luisistas, cuyos recelos y temores, aseguraban no ser vanos, sino muy racionales y bien fundados. Y que así, si determinaba proseguir a Santa Fe, su viaje o su fuga fuese con una buena escolta de indios yapeyuanos, con quienes podría ir su reverencia muy seguro que lo conduciría por medio de dichos infieles con toda fidelidad, y antes morirían ellos que dejasen de defenderlo de cualquier acometimiento que contra su persona o la de sus dos compañeros intentasen hacer dichos nuevamente reconciliados enemigos de quienes en la realidad había muy poco que fiar» (3).
«Con esta que también para el padre fue novedad no esperada, no fiándose de sola la escolta de los indios, le pidió al teniente de Santa Fe de 80 españoles (y quede esto dicho por anticipación) aunque no le vinieron tantos; mas con ellos y con 50 yapeyuanos llegó salvo a Santa Fe el día 31 de marzo [1753], llevando consigo hasta que salió del territorio de las misiones a un misionero que le sirviese de intérprete para con los indios, así fieles que llevaba como infieles que temía» (4).
Notas
(1) Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.
(2) Ibid.
(3) Ibid.
(4) Ibid.
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