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Curiosamente, ese ámbito literario es la literatura infantil y juvenil. ¿Qué entendemos por literatura para niños? Antiguamente la literatura para niños la constituían aquellos famosos cuentos de Blanca Nieves, La Bella Durmiente, La Cenicienta, es decir, todos los de hadas, incluidos, por supuesto, los de Las mil y una noches. Era el cuento maravilloso por excelencia.
Estos cuentos eran readaptaciones de sus originales, que datan de una gran antigüedad, cuyos verdaderos finales fueron cambiados en nuestra época. De la tragedia en que terminaban pasaron a: y fueron felices y comieron perdices. Estos cuentos clásicos datan por lo menos de comienzos de la Edad Media. La intención era aleccionar con el terror y el temor. Eran mucho más crudos, y siendo destinados a los niños, menos infantiles de lo que se supone. Con el paso del tiempo la intencionalidad de aleccionar al niño con el terror y el temor pasó, afortunadamente, al encanto. Los recursos utilizados fueron valores como la amistad, la dulzura, la imaginación y la poesía.
Al pasar el tiempo, aparecieron obras como Platero y yo, de J. R. Jiménez, El príncipe feliz, de Oscar Wilde, Alicia a través del espejo, de Lewis Carrol, El principito, de A. de Saint Eúpery, mencionados como referentes, y otros. No puedo dejar de mencionar a íconos de la taquilla como Harry Potter y El Señor de los anillos. En Harry Potter, de J.K. Rowling, se enfrenta el conocimiento a la magia, y siempre cede la magia ante el poder del conocimiento. En El Señor de los anillos, de J. R.R. Tolkien -que es anterior a Rowling-, la magia impera y gana su carácter de leyenda. Todos nos hacen notar la diferencia de época, el carácter que va tomando la didáctica y, sobre todo, el valor que tiene el niño para la sociedad de su tiempo. ¿Qué mejor manera de conquistar al niño que encantándolo con los propios valores de la niñez? Entre ellos encontramos el asombro, la inocencia, el despertar de sí mismo en todos los aspectos, el don de la risa, el amor, la amistad y la confianza. La candidez y la fuerza de los sentimientos, valores todos ellos que más tarde perdemos al crecer, o vamos suplantando por otros más prácticos, menos comprometedores.
Refiriéndome a la literatura infantil y de jóvenes del Paraguay, me llevo la sorpresa de la buena producción -en su amplia mayoría, de escritoras-. La literatura paraguaya tiene algunas peculiaridades comparadas a otras, como por ejemplo, las rioplatenses. Lo peculiar se basa en las historias que se desarrollan a partir de la mítica guaraní y la devastación de las guerras.
También podríamos agregar como temática, la dictadura -¿pero qué país de Latinoamérica no ha sido socavado con alguna que no haya testimoniado su paso?-. Los tópicos que en términos generales se pueden reconocer dentro de la literatura paraguaya son, siempre en este ámbito: La fantasía, la mítica guaraní, la ecología, las guerras en que los niños se vieron involucrados, las dictaduras, y la pobreza actual. En este sentido, el cuento, la poesía y la novela ganan conocimiento cuando pierden fantasía, o tal vez podamos decir, el concepto de fantasía cambia. La maravilla se trastoca a favor de la fuerza avasallante que cobra una realidad que no se puede negar. Por ejemplo, apareció, hace ya algunos años: Pancha, de Maybell Lebrón. La grandeza de la obra estriba no sólo en la fuerza que aporta la historia como hecho social -en el contexto de la guerra con la siempre polémica figura de Solano López-, sino en que aparece presentado y creíble (aquí está el conocimiento ganando terreno sobre la maravilla), un ideal femenino adolescente, heroico y noble, víctima de un mundo crudo y real. Si bien es una obra que intencionalmente -al decir de la propia autora- no pretendió ser una obra para adolescentes, entra de lleno por el contenido en un modelo digno de representar a los jóvenes por el personaje ejemplar desarrollado. De ahí podemos pasar a Héroes y Antihéroes, de Nelson Aguilera, a propósito, uno de los pocos escritores (hombres), que reparan en este público, quien además de escritor, es docente y comunicador social. Sus cuadros de miseria, de abandono infantil y adolescente son terribles latencias de una sociedad actual, que se revela impotente para plantear una solución. Aquí, la maravilla se cambia por el heroísmo de sobrevivir.
Quien sobrevive, a pesar de todo, es la inocencia. El cuento provoca terror ¡claro!, es para que los adultos nos asustemos, no los niños, ya que ese cuadro de abandono y marginalidad es el mundo común en que ellos se mueven. Dentro del tópico de la mítica guaraní, aparece, por ejemplo: Tataypýpe, obra bellísima de Susy Delgado, cargada de esa fuerza vital que aporta la mítica guaraní. El personaje cuenta la historia de cuando era niña (la propia Susy Delgado, como personaje), evocando con nostalgia un pasado maravilloso que le tocó conocer, sentada alrededor del fuego compartiendo el ñande y el ñe'ê con su familia, la palabra social, la palabra alma, el sentido de pertenencia, tan caros y tan lejanos en nuestro tiempo. La música, la dulzura y la profundidad de los valores sociales son de una fuerza incomparable, como lo es toda la cultura guaraní en la que se basa. En el tópico ecológico se destaca Ecos de monte y arena, de Maria Luisa Moreno, conmovedora historia sobre la amistad de un kapibara y un niño, en las selvas chaqueñas del Paraguay, con todas las vicisitudes de esa vida fresca y agreste del bosque, la caza indiscriminada, el uso de bombas para la pesca, la paulatina destrucción del medio ambiente y el sentimiento de amistad y protección que crece entre el niño y el carpincho, vibrando en medio de todo. La fantasía aparece hermosamente dibujada de la mano de Renée Ferrer, por ejemplo en su libro de cuentos: La mariposa azul, en ¿Quien dejó pasar el tren? obra juvenil de Nila López, en Las alas son para volar de Milia Gayoso. Otras escritoras descuellan por su creatividad y candor como María Eugenia Garay, Gladys Carmagnola y Gladys Luna, entre otras. Gladys Luna escribe con la lucidez de un niño. Maneja al dedillo toda la simpatía y la gracia de los niños en un lenguaje sencillo y de rima cantante. Es como la abuela aquella que nos eclipsaba con sus historias al decir de María Elena Walsh: yo quiero escuchar cuentos, no de los que andan a botón, sino de manos de una abuela, que me los lea en camisón.
Escribir literatura para niños y jóvenes es una misión, y una misión nada fácil. Para poder acercarnos a ella tenemos que quitarnos todas las capas del barniz que se nos ha acumulado encima, a través del desgaste sufrido con la confrontación de la realidad, la pérdida de diferentes tipos de fe y regresar en el tiempo a la sencillez, a creer otra vez en los otros y a confiar en que la vida está para vivirse como en un sueño, y tener todavía el coraje de creer en un final feliz -por lo menos al terminar el día-, y decir con una sonrisa soñadora, algo así como: y vivieron felices para siempre. irina_rafols@hotmail.com
Estos cuentos eran readaptaciones de sus originales, que datan de una gran antigüedad, cuyos verdaderos finales fueron cambiados en nuestra época. De la tragedia en que terminaban pasaron a: y fueron felices y comieron perdices. Estos cuentos clásicos datan por lo menos de comienzos de la Edad Media. La intención era aleccionar con el terror y el temor. Eran mucho más crudos, y siendo destinados a los niños, menos infantiles de lo que se supone. Con el paso del tiempo la intencionalidad de aleccionar al niño con el terror y el temor pasó, afortunadamente, al encanto. Los recursos utilizados fueron valores como la amistad, la dulzura, la imaginación y la poesía.
Al pasar el tiempo, aparecieron obras como Platero y yo, de J. R. Jiménez, El príncipe feliz, de Oscar Wilde, Alicia a través del espejo, de Lewis Carrol, El principito, de A. de Saint Eúpery, mencionados como referentes, y otros. No puedo dejar de mencionar a íconos de la taquilla como Harry Potter y El Señor de los anillos. En Harry Potter, de J.K. Rowling, se enfrenta el conocimiento a la magia, y siempre cede la magia ante el poder del conocimiento. En El Señor de los anillos, de J. R.R. Tolkien -que es anterior a Rowling-, la magia impera y gana su carácter de leyenda. Todos nos hacen notar la diferencia de época, el carácter que va tomando la didáctica y, sobre todo, el valor que tiene el niño para la sociedad de su tiempo. ¿Qué mejor manera de conquistar al niño que encantándolo con los propios valores de la niñez? Entre ellos encontramos el asombro, la inocencia, el despertar de sí mismo en todos los aspectos, el don de la risa, el amor, la amistad y la confianza. La candidez y la fuerza de los sentimientos, valores todos ellos que más tarde perdemos al crecer, o vamos suplantando por otros más prácticos, menos comprometedores.
Refiriéndome a la literatura infantil y de jóvenes del Paraguay, me llevo la sorpresa de la buena producción -en su amplia mayoría, de escritoras-. La literatura paraguaya tiene algunas peculiaridades comparadas a otras, como por ejemplo, las rioplatenses. Lo peculiar se basa en las historias que se desarrollan a partir de la mítica guaraní y la devastación de las guerras.
También podríamos agregar como temática, la dictadura -¿pero qué país de Latinoamérica no ha sido socavado con alguna que no haya testimoniado su paso?-. Los tópicos que en términos generales se pueden reconocer dentro de la literatura paraguaya son, siempre en este ámbito: La fantasía, la mítica guaraní, la ecología, las guerras en que los niños se vieron involucrados, las dictaduras, y la pobreza actual. En este sentido, el cuento, la poesía y la novela ganan conocimiento cuando pierden fantasía, o tal vez podamos decir, el concepto de fantasía cambia. La maravilla se trastoca a favor de la fuerza avasallante que cobra una realidad que no se puede negar. Por ejemplo, apareció, hace ya algunos años: Pancha, de Maybell Lebrón. La grandeza de la obra estriba no sólo en la fuerza que aporta la historia como hecho social -en el contexto de la guerra con la siempre polémica figura de Solano López-, sino en que aparece presentado y creíble (aquí está el conocimiento ganando terreno sobre la maravilla), un ideal femenino adolescente, heroico y noble, víctima de un mundo crudo y real. Si bien es una obra que intencionalmente -al decir de la propia autora- no pretendió ser una obra para adolescentes, entra de lleno por el contenido en un modelo digno de representar a los jóvenes por el personaje ejemplar desarrollado. De ahí podemos pasar a Héroes y Antihéroes, de Nelson Aguilera, a propósito, uno de los pocos escritores (hombres), que reparan en este público, quien además de escritor, es docente y comunicador social. Sus cuadros de miseria, de abandono infantil y adolescente son terribles latencias de una sociedad actual, que se revela impotente para plantear una solución. Aquí, la maravilla se cambia por el heroísmo de sobrevivir.
Quien sobrevive, a pesar de todo, es la inocencia. El cuento provoca terror ¡claro!, es para que los adultos nos asustemos, no los niños, ya que ese cuadro de abandono y marginalidad es el mundo común en que ellos se mueven. Dentro del tópico de la mítica guaraní, aparece, por ejemplo: Tataypýpe, obra bellísima de Susy Delgado, cargada de esa fuerza vital que aporta la mítica guaraní. El personaje cuenta la historia de cuando era niña (la propia Susy Delgado, como personaje), evocando con nostalgia un pasado maravilloso que le tocó conocer, sentada alrededor del fuego compartiendo el ñande y el ñe'ê con su familia, la palabra social, la palabra alma, el sentido de pertenencia, tan caros y tan lejanos en nuestro tiempo. La música, la dulzura y la profundidad de los valores sociales son de una fuerza incomparable, como lo es toda la cultura guaraní en la que se basa. En el tópico ecológico se destaca Ecos de monte y arena, de Maria Luisa Moreno, conmovedora historia sobre la amistad de un kapibara y un niño, en las selvas chaqueñas del Paraguay, con todas las vicisitudes de esa vida fresca y agreste del bosque, la caza indiscriminada, el uso de bombas para la pesca, la paulatina destrucción del medio ambiente y el sentimiento de amistad y protección que crece entre el niño y el carpincho, vibrando en medio de todo. La fantasía aparece hermosamente dibujada de la mano de Renée Ferrer, por ejemplo en su libro de cuentos: La mariposa azul, en ¿Quien dejó pasar el tren? obra juvenil de Nila López, en Las alas son para volar de Milia Gayoso. Otras escritoras descuellan por su creatividad y candor como María Eugenia Garay, Gladys Carmagnola y Gladys Luna, entre otras. Gladys Luna escribe con la lucidez de un niño. Maneja al dedillo toda la simpatía y la gracia de los niños en un lenguaje sencillo y de rima cantante. Es como la abuela aquella que nos eclipsaba con sus historias al decir de María Elena Walsh: yo quiero escuchar cuentos, no de los que andan a botón, sino de manos de una abuela, que me los lea en camisón.
Escribir literatura para niños y jóvenes es una misión, y una misión nada fácil. Para poder acercarnos a ella tenemos que quitarnos todas las capas del barniz que se nos ha acumulado encima, a través del desgaste sufrido con la confrontación de la realidad, la pérdida de diferentes tipos de fe y regresar en el tiempo a la sencillez, a creer otra vez en los otros y a confiar en que la vida está para vivirse como en un sueño, y tener todavía el coraje de creer en un final feliz -por lo menos al terminar el día-, y decir con una sonrisa soñadora, algo así como: y vivieron felices para siempre. irina_rafols@hotmail.com