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La red es una danza en el tiempo, leve y ágil, que en ocasiones tiene contorno de sueño o se agita al compás de las revueltas y tumultos que convulsionan al país; esa trabazón misteriosa con su propia ondulación nocturna entre alcobas y jardines le confiere ritmo y ecos a los azares de la vida. Todos los relatos, con nombre de mujer, están rodeados de una atmósfera, de un aura, cuya sugestión persigue al lector como una historia oída en sueños y cuya certeza tendrá solo con la lectura del texto que no guarda misterios.
La dinámica de la novela la confiere Francisca, que da sentido a la vida, una mujer muy práctica, quien crea un hogar absolutamente respirable y tibio con total complicidad con las circunstancias y el tiempo que vive.
La autora se despega del paisaje, no abarca un mundo en panorama, salvo en ocasiones, alguna referencia casual enmarca a sus personajes en el marco del hogar, desde el nacer hasta el morir. Nos muestra con toda naturalidad la más natural de las escenas. Se nos acerca hasta poder tocarlas, tal como los cuadros flamencos, en los que las figuras y colores parecieran estar al alcance de nuestros dedos.
Francisca, cuyos pies están plantados en la tierra, arraigados como árboles en el suelo que todos pisamos. Nadie supo mejor que ella por dónde pasa la línea que separa la realidad de la ilusión, pues pasaba por su propio cuerpo, y es ella quien trazará el camino por el que transitará cada una de las hijas e hijos, a través de sus batallas y peregrinaciones.
Entre los numerosos episodios que van configurando la historia de Francisca, fue el de su casamiento a los 14 años el que nos conmueve. Francisca obedece la orden materna, no se rebela ni protesta, se allana a la circunstancia –finales del siglo XIX (1880)– y ella obedece la disposición de los padres, que le imponen como esposo un hombre decente. La decencia, un requisito exigido, decide la elección del padre.
Francisca vive los años de carencia de la posguerra del 70; la pobreza se ha instalado en todos los hogares. Francisca es hacendosa y lucha contra la pobreza; aunque no consigue derrotarla, saca adelante a su familia. La institución de la viudez que Francisca respeta y dignifica es el sello de aquellos tiempos. Otra costumbre que no se discute es que Francisca busca para sus hijas maridos buenos, trabajadores, y ellas obedecen sin rechistar.
Francisca encarna en su persona los ideales de la mujer paraguaya de los tiempos difíciles, trabajadora, luchadora, leal al esposo, religiosa, guarda de la fe cristiana que se manifiesta en la veneración de santos reconocidos por la devoción popular.
Cada uno de los capítulos pueden leerse como cuentos contextualizados en Asunción, Paraguarí, en un aserradero del impenetrable monte, y en Buenos Aires. Cada relato tiene un desenlace propio. La autora proyecta la historia desde la primera imagen que recuerda de su bisabuela, siendo aún muy pequeña y cierra la novela con la aparición de Chiquita, madre de la narradora que crece, ama, sufre, llora y al fin consigue su felicidad.
Los amores en la novela
Cada una de las mujeres viven sus amores y su vida, cada cual a su modo. Es innegable la maestría con que la novelista traza el perfil de cada uno de sus personajes, cariñosas algunas; amenazantes e hirientes con las seducidas y engañadas, usaron la violencia física y el desprecio con la que tuvo el desliz de tener un hijo de soltera.
Mujeres casaderas, casadas acomodadas, separadas liberadas, viudas melancólicas, componen el mosaico familiar, pero hay una similitud en todas ellas: el deseo de vivir o de sobrevivir; algunas luchan con dignidad, soportan estoicamente la pobreza y crían a sus hijos como pueden.
Amor a la vida y alegría de vivir. Trabajaban en lo que podían, acopian fuerza para vencer las dificultades. Ninguna se desalentó ni se desesperó ante la pobreza o el infortunio, ninguna sufrió de depresión ni buscó el suicidio ante el abandono de sus hombres, la huida forzosa de sus hijos, la infidelidad conyugal o los maltratos. La autora retrata mujeres con personalidad fuerte, con entereza moral, con convicción, con sentido de familia, libre de prejuicios, conviviendo en una sociedad que juzga sin piedad a la mujer, que espera el sacrificio de las madres e hijos y que no exige nada a los hombres que cometen adulterio, o solteros que no se hacen cargo de su paternidad.
Visión social
En la novela se observan las diferentes categorías de hijos, según clasificación de la sociedad paraguaya de las primeras décadas del siglo XX. Hijos adúlteros, legítimos e ilegítimos o naturales. También hay una convivencia feliz con los criados, que son los que trabajan y aportan, pero no poseen nada ni gozan ni conocen derechos.
La cocina y las manualidades son los oficios de las mujeres pobres. Ellas no tienen diversiones más que salir para asistir a los oficios religiosos; las mujeres pobres no asisten a clubes ni a confiterías, sí a las fiestas populares que se celebraban en la Asunción de antaño.
La solidaridad es una costumbre consolidada. Las familias socorren con sencillez, sin aspavientos, no viven con lujo ni lo desean. Se conforman con vivir, amar, parir, criar y luego morir.
La autora muestra la sociedad sin describirla. El paso del tiempo se marca con las acciones de los que se vuelven adultos o envejecen.
El Paraguay que muestra es el de la política, con revoluciones. La Guerra del Chaco marca un hito y la revolución del 47 exilia a varios miembros de la familia. Por tanto, la inestabilidad política decide la felicidad de las familias y el destino del amor.
El matriarcado es ejercido por Francisca, quien marca fuertemente los deberes de los miembros de la familia. Ella ordena y decide el destino de su clan; cada hija o hijo es una pieza que cuida con celo dentro del engranaje de la compleja máquina del tiempo que mueve y vigoriza el amor y el dolor, origina encuentros y desencuentros, modifica el odio y el perdón.
El texto novelístico
La prosa tersa, limpia de adjetivaciones y rodeos innecesarios, hace que la lectura sea ágil. La variedad de personajes y escenarios la vuelven colorida e interesante; las retrospecciones como lapso temporal primordial reanudan las relaciones familiares de ausencias, alejamientos y reencuentros.
Las anticipaciones funcionan igual. La anticipación genera tensión o expresa una concepción fatalista de la vida, tal el caso de Carmela, en que la anticipación sugiere un sentimiento de fatalismo o predestinación. En este caso, el personaje no puede hacer nada más que reconocer que los augurios se cumplen.
Novela de mujeres, mujeres desprejuiciadas, amantes, dueñas de su cuerpo y de sus hijos, sin actitudes ni palabras misteriosas, inteligentes para la interpretación de los problemas, pero que jubilosamente viven la vida dura y agria, y el amor con sus luces y sombras.
Editor: Alcibiades González Delvalle - alcibiades@abc.com.py
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