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La formación de una junta de gobierno fue un paso decisivo hacia la independencia del Paraguay, como lo fue en casi todas las colonias españolas en América en el siglo XIX. Sin embargo, la formación de juntas tiene su origen en la legislación medieval española. Las Leyes de Siete Partidas disponen que, cuando el rey muere sin nombrar sucesor, deben reunirse los hombres más significativos del reino para nombrar un gobierno provisorio: «si el rey finado […] no hubiese hecho mandamiento ninguno, entonces débense juntar allí donde el rey fuere todos los mayores del reino, así como los prelados y los ricos hombres y otros hombres buenos y honrados de las villas». Allí se originó la institución de la junta, un gobierno de varias personas, que lo fueron tanto la junta superior gubernativa paraguaya de 1811 como las siniestras juntas militares del siglo XX. Para referirnos a las juntas de la independencia americana debemos pasar por las de España, y podemos detenernos en el cuadro de Goya sobre los sucesos del 2 de mayo de 1808.
En la mañana del 2 de mayo de 1808 hubo en Madrid una insurrección popular contra las tropas francesas. Se debió a que el emperador, Napoleón, había decidido llevarse a toda la familia real española a Francia, como supuesta invitada, pero en realidad como prisionera, para que su hermano, José Bonaparte, pudiese ocupar el trono de España. La insurrección madrileña fue sangrientamente reprimida por las tropas francesas.
Aquel 2 de mayo por la tarde el alcalde de Móstoles formó en este pueblo, situado a corta distancia de Madrid, una junta de gobierno y exhortó a sus compatriotas a formar otras juntas en las demás localidades del país, para luchar contra los franceses. La propuesta fue aceptada, y en poco tiempo se formaron juntas que desconocían a José Bonaparte y exigían la vuelta de Fernando VII, el rey cautivo en Francia, y que alistaron un ejército para expulsar al ejército francés. Todas estas juntas de las distintas localidades españolas se pusieron bajo la dirección de la Junta Central de Sevilla, que se convirtió en el gobierno nacional de la España enfrentada a los Bonaparte.
En estas juntas españolas hubo una coalición de liberales y conservadores. Los liberales querían el regreso de Fernando VII como rey constitucional, y lograron hacer aprobar la Constitución liberal de 1812, que el monarca debería respetar. Los conservadores también querían el regreso del cautivo, solo que como rey absoluto, y se salieron con la suya: en 1814, Fernando VII volvió a España, abolió la Constitución y gobernó en forma despótica. Restableció la Inquisición, que había sido abolida por Napoleón, ejecutó a miles de personas por motivos políticos y se preparó para someter a los rebeldes americanos.
En 1808, el año de la formación de estas juntas en España, no hubo juntas en América, con excepción de la formada en Montevideo el 21 de septiembre de 1808 por Francisco Javier de Elío, el gobernador de Montevideo, que independizó la Banda Oriental del Virreinato del Río de la Plata. Sin embargo, aquello fue una consecuencia de sus conflictos personales con el virrey Liniers, hombre tolerante a quien el gobernador Elío, un absolutista, consideraba demasiado tolerante. Otra excepción fue la revuelta del 16 de septiembre de 1808 en la ciudad de México, donde un grupo de españoles conservadores asaltó el palacio del virrey José de Iturrigaray, lo destituyó y lo envió prisionero a España para ser juzgado por incompetente. En estos dos casos, el de Montevideo y el de México, los juntistas fueron personas de considerable poder económico y de ideas conservadoras; los movimientos independentistas comenzarían a producirse a partir del año siguiente.
Al año siguiente, en efecto, el 25 de mayo de 1809, Charcas destituyó al gobernador Ramón García de León y entregó el poder a una junta de gobierno. En el movimiento participaron miembros de la Audiencia y personas de los estamentos superiores, aliados con liberales y partidarios de la independencia. Estos últimos hicieron una activa e infructuosa propaganda para que la insurrección fuera imitada en otras localidades del Alto Perú. El 16 de julio, en La Paz, se formó la Junta Tuitiva, con el propósito declarado de liquidar el sistema colonial. Fue reprimida con gran severidad. Un tratamiento similar recibieron los líderes de la junta formada en Quito el 10 de agosto del mismo año. Por ese motivo, Bolivia y Ecuador recordaron su Bicentenario en el año 2009.
1810 fue el año de la insurrección generalizada, porque en enero de aquel año Napoleón obtuvo grandes victorias en la Península: se apoderó de Sevilla y con eso quedó disuelta la junta central de Sevilla. En aquel momento se llegó a creer que Napoleón era invencible y que España quedaría anexada a Francia definitivamente. La noticia de que «España ha caducado» llegó primeramente a Caracas, donde se formó una junta el Jueves Santo de 1810, con el nombre de junta conservadora de los derechos de Fernando VII para esta parte de América. Tiempo después se formaron otras juntas más en las provincias que integraban entonces la Capitanía General de Venezuela, parte del Virreinato de Nueva Granada (entre ellas, las de Cumaná, Margarita, Mérida y Trujillo). En Colombia (mejor dicho, en lo que hoy es Colombia) se formaron unas dieciséis juntas, algunas de ellas revolucionarias y otras leales a España.
En lo anterior, el Virreinato de Nueva Granada se diferenció del Virreinato del Río de la Plata, donde las juntas se formaron en unas pocas ciudades (Buenos Aires, Asunción). Sin embargo, a partir de la sublevación, el Virreinato del Río de la Plata pasó a llamarse Provincias Unidas del Río de la Plata, y el de Nueva Granada, Provincias Unidas de Nueva Granada. En el uno y en el otro, los revolucionarios convocaron un congreso para redactar una constitución y crear una nueva forma de gobierno. Aquellas tentativas fracasaron a causa de la desunión de las irónicamente llamadas provincias unidas. También hubo Provincias Unidas del Centro de América, una entidad que incorporó a Guatemala, Nicaragua, Honduras, El Salvador y Costa Rica, y se disolvió a causa de las luchas internas. Puede verse que la integración no es una idea nueva, y que las naciones hispanoamericanas tienen más en común de lo que se supone o se enseña en los textos escolares, que insisten demasiado en las diferencias sin reparar en las afinidades.
Meses después de formada la junta de Caracas, Simón Bolívar viajó a Inglaterra para solicitar el apoyo del Gobierno de aquel país. El Gobierno le manifestó que, como jefe de una insurrección contra España, no podía recibirlo, porque España era su aliada –aliada de Inglaterra– en la lucha contra Napoleón (obviamente, esto se refería al territorio español gobernado por las juntas, no al ocupado por los franceses). Entonces Bolívar modificó su discurso y, declarándose leal a Fernando VII, pudo conseguir la neutralidad, e incluso el apoyo, de Inglaterra, la principal potencia naval de la época. Bolívar todavía estaba en Londres cuando llegó a la ciudad una delegación de la junta de Buenos Aires, que también buscaba apoyo inglés, y que también comprendió la conveniencia de emprender una revolución por la independencia encubierta con la declaración de fidelidad a Fernando VII, por entonces preso en Francia, donde se pensaba que seguiría para siempre.
La junta de Buenos Aires, formada el 25 de mayo de 1810, a poco de recibirse la noticia de las derrotas españolas de enero del mismo año, fue uno de los principales centros de la insurrección americana. Otros centros revolucionarios fueron la junta de Santa Fe de Bogotá, formada el 20 de julio; la de Santiago de Chile, formada el 18 de septiembre, y la de Quito, formada el 22 de septiembre. Aquellas, como la junta de Asunción del 20 de junio de 1811, se declararon fieles a Fernando VII.
En Cartagena, en Bogotá y en Quito, el gobernante español fue despojado del poder efectivo y dejado como miembro nominal de la junta; en Asunción, el gobernador Bernardo de Velasco quedó como presidente sin poder de un triunvirato. Ninguno de aquellos funcionarios españoles duró mucho en su nuevo puesto. El menos estable fue el virrey del Río de la Plata, Baltasar Hidalgo de Cisneros, nombrado presidente de una junta de Buenos Aires el 24 de mayo de 1810 y destituido al día siguiente.
Volviendo a Paraguay, nuestro país alcanzó su independencia efectiva sin derramamiento de sangre. En la noche del 14 de mayo de 1811, un grupo de oficiales jóvenes se apoderó de los cuarteles de Asunción. En la madrugada del 15 de mayo, los insurrectos exigieron al gobernador español Bernardo de Velasco la entrega de las armas, el dinero y los documentos oficiales. Velasco cedió y, después de perder el poder, pasó a integrar el nuevo gobierno, el Triunvirato, hasta el 9 de junio del mismo año. El 20 de junio de 1811 se formó en Asunción una junta de gobierno que tenía como presidente a Fulgencio Yegros, como secretario a Fernando de la Mora y como vocales a José Gaspar Rodríguez de Francia, Pedro Juan Caballero y Francisco Javier Bogarín, y que se declaró fiel a Fernando VII y siguió utilizando la bandera española por algún tiempo.
Buscar la independencia sin declararla fue un rasgo común de los movimientos americanos, que comenzaron usando «la máscara de Fernando VII» por varias razones. Como en España, el movimiento juntista fue el resultado de un acuerdo entre liberales y conservadores; vale decir, no tuvo una línea bien definida desde el primer momento. Declarar la independencia, romper con Fernando, era también romper con Inglaterra, la Reina de los Mares, que terminó cansándose de su aliado español, y, mientras lo hicieran discretamente, no les impediría a los rebeldes la compra de armas en Europa. Por otra parte, aplicándose estrictamente el derecho tradicional, los americanos tenían razón: no tenían por qué obedecer a los funcionarios españoles si no había rey ni persona designada por él para reemplazarlo. En palabras de Juan José Castelli: «América es un dominio real; por lo tanto, sólo la persona del rey puede delegar poderes para su administración y gobierno. Luego, si el rey desaparece, todos los vínculos se anulan, porque la trabazón se rompe y queda expedita, de parte de los súbditos, la libertad de opción».
Los americanos terminaron por revelar sus propósitos, y los primeros en hacerlo en América del Sur fueron los venezolanos, que se declararon independientes de España el 5 de julio de 1811, aunque corre la leyenda de que los paraguayos precedieron a los demás. Los mexicanos, que lo hicieron bajo la dirección del padre Manuel Hidalgo, rompieron abiertamente con la metrópolis el 16 de septiembre de 1810, pero para alcanzar la independencia efectiva tuvieron que librar hasta 1821 una lucha que se cobró la vida del diez por ciento de la población (seiscientas mil muertes). Existe una avenida 9 de julio en Buenos Aires porque los argentinos, que formaron su junta (conservadora de los derechos de don Fernando VII para esta parte de América) el 25 de mayo de 1810, declararon su independencia el 9 de julio de 1816. Paraguay esperó un poco más: el acta de declaración de independencia lleva la fecha del 25 de noviembre de 1842, según puede verse en el documento original conservado actualmente en el Archivo Nacional (Sección Historia, Volumen 253, Nº 1); quizás por eso España esperó hasta 1880 para reconocerla.