Las grandes obras como inspiración de otras

La honda expansiva de la genial creación de Cervantes alcanzó a varias y famosas novelas. Una de las más conocidas es “Madame Bovary”, de Gustavo Flaubert, obra maestra de la novelística contemporánea.

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Al igual que Don Quijote, Emma se dejó enredar por la ficción de los libros. Leía apasionadamente las historias románticas que la apartaron de la cotidianeidad de la vida. Como el hidalgo manchego, creía en la posibilidad de vivir, letra por letra, las invenciones literarias. Esta confusión la condujo a un final de tragedia.

Hija de un granjero, desde niña se deleitaba con las novelas románticas. Tenía 12 años cuando leyó “Pablo y Virginia”. La obra le hacía soñar con las escenas novelescas como “la casita de bambú, el negro Domingo, el perro Leal, y, sobre todo, la dulce amistad de algún hermanito que fuera a buscar frutas a los árboles, o que, corriendo con los pies descalzos por la arena, le llevase un nido de pájaros...” (Capítulo VI – Primera parte).

A los 15 años, pupila en un convento, una empleada le proporcionaba novelas que sólo trataban de “amor, amadas, amadores, damas perseguidas que se desvanecían en pabellones solitarios, postillones a quienes se asesinaba en cada descanso, caballos que reventaban en todas las páginas, bosques sombríos, tormentas de corazón, juramentos, sollozos, lágrimas, besos, paseos por lagos a la luz de la luna, ruiseñores en los bosques, caballeros bravos como leones, dulces como corderos, virtuosos como no lo es nadie, siempre elegantes y siempre llorando como sauces”. (Capítulo VI).

Estas imágenes, que sólo existían en la imaginación de los novelistas, causaban estragos en la mente de la joven que las vivía como la realidad de la vida.

También a Don Quijote “Llenósele la fantasía de todo aquello que leía en los libros, así de encantamientos como de pendencias, batallas, desafíos, heridas, requiebros, amores, tormentas y disparates imposibles (...) que para él no había otra historia más cierta en el mundo”. (Capítulo primero – Primera parte).

La vida en el convento fue el primer tropiezo de la fantasía de Emma con la realidad. No era lo que ella había soñado. De regreso a casa, continuó con sus lecturas y con sus pensamientos puestos en un mundo inexistente. Sus días y sus noches en el campo la asfixiaban. Sus ambiciones de una vida distinta, esplendorosa, cargada de amor y de suspiros, chocaban con la monotonía de la costumbre campesina, sin esperanzas de los cambios que esperaba con impaciencia.


NO HAY RESPUESTA A LA FANTASÍA

A consecuencia de un accidente sufrido por el granjero, aparece en la casa Carlos Bovary, un médico típicamente rural. Las frecuentes visitas profesionales se convirtieron en casamiento. Emma creyó que encontraría en el marido la respuesta a su fantasía, pero “a medida que se estrechaba más y más la intimidad de su vida, se operaba un desligamiento interior que la separaba de él. La conversación de Carlos era llana como una acera de calle, y las ideas de todo el mundo desfilaban en ella, en su traje ordinario, sin excitar emoción, risa ni ilusión (...) no sabía nadar, ni manejar las armas, ni tirar a la pistola; no pudo un día explicarle un término de equitación que había encontrado en una novela.

“¿No debía un hombre conocerlo todo, sobresalir en múltiples actividades, para iniciar a la mujer en las energías de la pasión, en los refinamientos de la vida y en todos los misterios? Pero Carlos no le enseñaba nada, ni sabía nada, ni deseaba nada. Creía feliz a su mujer, y esta comenzaba a tomarle ojeriza por su inconmovible pachorra, por su pesadota apacibilidad, incluso por la felicidad que ella le proporcionaba”.
Al no encontrar en su marido la “energía de la pasión” y los “refinamientos de la vida”, se hizo de un amante y luego de otro, a más de llenarse de deudas a espaldas del marido, cuya madre le advertía que a Emma le hacían falta “ocupaciones precisas, trabajo manual”, porque no tiene otra tarea que la de leer “novelas, libros malos”. Para remediar la situación, convino con su hijo que ella se iría a la ciudad “a casa del alquilador de libros, y decirle que Emma cesaba en su abono. ¿Acaso no tenían derecho para avisar a la policía si el librero persistía en su oficio de envenenador?”.

En la obra de Cervantes, “Uno de los remedios que el cura y el barbero dieron, por entonces, para el mal de su amigo (Don Quijote) fue que le murasen y tapiasen el aposento de los libros, porque cuando se levantase no los hallase -quizá quitando la causa, cesaría el efecto-, y que dijesen que un encantador se lo había llevado, y el aposento y todo”.


CARLOS BOVARY Y SANCHO PANZA

Estas similitudes están referidas a las causas del comportamiento de la una y del otro. Por lo demás, no hay ninguna semejanza, aunque alguien dijo que Emma Bovary es Don Quijote con faldas. Sin forzar demasiado, podríamos también encontrar en el médico a Sancho Panza. Vivía pegado a la tierra, sin imaginación, adherido a las pequeñas cosas. Su esposa “guiándose por teorías que creía buenas, quiso gustar el amor; a la luz de la luna, en el jardín, recitaba todas cuantas rimas apasionadas sabía de memoria, y cantaba, suspirando, canciones melancólicas; pero después se encontraba tan tranquila como antes de empezar, y Carlos no parecía ni más enamorado ni más conmovido. Cuando hubo batido de este modo el eslabón contra su pecho sin arrancarle una sola chispa, se persuadió sin trabajo de que la pasión de Carlos no tenía nada de extraordinario”.

No obstante, amaba a su esposa, vivía pendiente de sus deseos hogareños, se desvivía por ella. Pero, claro, no era su pasión la de las novelas, la de los personajes ficticios que poblaban el sueño de su esposa.

En su último libro, “Ficciones verdaderas”, el periodista y escritor argentino Tomás Eloy Martínez menciona que los biógrafos de Gustavo Flaubert encontraron dos fuentes que podrían ser, casi con certeza, los orígenes de “Madame Bovary”. Una de ellas “es la historia de Delphine Delamare, dama normanda que había sido amiga circunstancial de la madre del autor. Luego de haber engañado y llevado a la ruina a su marido, Delphine se suicidó...”. La otra fuente sería un caso idéntico: el de Luise Pradier.

Las grandes creaciones como la de Cervantes sirven de inspiración a otras que, igualmente, pasan a la inmortalidad. Don Quijote de la Mancha y Madame Bovary son dos de ellas.
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