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El autor nos va ofreciendo, desde la llegada al país del fotógrafo, las más diversas circunstancias que se van dando a su paso. Este artista en plasmar en imágenes las figuras de las gentes despierta la curiosidad del pequeño mundillo asunceño. Hernández y von Eckstein, como consumado lector que es, nos presenta una muestra acabada de la historia en general, las ciencias y las artes en el Viejo Mundo, la arquitectura y otros despliegues culturales que dan una dosis de calidad al material literario. Resulta así que el lector no solo tiene ante sus ojos una novela, sino también (y lo que es muy válido para los jóvenes, quienes necesitan ampliar sus conocimientos) una calificada proyección de todo cuanto hace a la cultura en América y Europa traducida en efervescencia o esplendor y ocaso.
Ahora bien, apenas llega el fotógrafo a Asunción, despierta el interés en el corazón de Azucena del Carmen Ruiz Gato, una dama que le va haciendo más entretenida su permanencia en un país totalmente desconocido y que le explica, si la ocasión se presenta, los significados de algunas palabras pronunciadas en guaraní. Ella, a menudo, actúa de guía en relación a los usos y las costumbres de la sociedad.
Se observa así la aproximación de una cultura, la nuestra, con sus múltiples como desordenadas facetas, a un individuo que todo lo observa desde el estado del asombro, pues el sitio del que viene es altamente diferente, y mejor, y a todas luces a tono con una civilización en estado de trascendencia.
¿Qué tiene este profesional, este señor Gustav, nacido en la muy lejana Prusia, que apenas sabe decir, tratando de quedar bien con las personas, "es un placer conocerla", para captar tanto interés en la gente?
El fotógrafo, en esta novela ubicada entre los años 1861 y 1862, donde la ficción y la realidad se mezclan, es convocado por el entonces general Francisco Solano López para sacar fotos a su querida, Madama Lynch. Claro que ya es advertido por el inefable Ildefonso Bermejo, el español que tuviera a su cargo la redacción de "El semanario", perteneciente a la esfera oficial, que le conviene hacer buenas migas con los López, pues buen provecho económico obtendría de esa relación.
Para anotar o tener en cuenta: Ildefonso Bermejo estaba al frente de una Academia Literaria. Y su alumno era Natalicio Talavera, un buen chaval, según sus palabras. Al vate le augura un afortunado futuro poético, como efectivamente se habría de cumplir.
Hay algunas anécdotas, por así decirlo, que mueven a la risa, o a las extrañezas, como cuando unas mujeres deben ser fotografiadas y sienten temor de que sus almas sean arrebatadas, siguiendo la creencia de los indígenas, quienes mucha sabiduría acuñan entre las esferas celestes y la tierra, ciertamente.
Otra anécdota hace referencia a su primer encuentro, en ocasión de una fiesta celebrada en la Casa de Gobierno, con el general Francisco Solano López, quien, siendo aún temprano para los tragos, ya tenía un fuerte aliento alcohólico. Chisme de por medio, el fotógrafo Gustav viene a enterarse que el hijo del presidente de la República del Paraguay, debido a que tenía la dentadura en muy mal estado, debía recurrir a los licores para hacer permanentemente con ellos buches o enjuagues. ¡Oh!
Y aquellos saludos, que eran un canto celestial, cuando las personas se encontraban, cómo avivan la lectura. Por ejemplo: ¡Ave María purísima ! Y la respuesta inmediata: ¡Sin pecado concebida!
Hombre diligente, abierto siempre a lo que pudiera ser de provecho para su escuálida economía, y listo a embarcarse en cualquier empresa que trajera vientos de renovación a la sociedad asunceña, el protagonista de esta saga habilita una escuela de baile. Hasta el mismo Benigno López se presenta en el sitio, intrigado. Cierto es que no hay música, rareza de rarezas. Pero sí existe la buena voluntad de un tal Mister Hopkins, uno de los ingenieros ingleses que trabajaba en la construcción del ferrocarril, quien, instado por el hijo del presidente, llega hasta la curiosa escuela de baile con un Stradivarius.
Ha de encontrarse también el prusiano, en un recorrido de los pesebres, con la hermosa Pancha Garmendia, aquella mujer cuyo destino estuvo marcado por el infortunio de los infortunios desde que el Mariscal Francisco Solano López pusiera sus ojos en ella.
Textual: "Para las once de la noche, las muchachas decidieron pasar por la casa de Francisca Garmendia, ubicada en la Calle del Sol y 14 de Mayo, frente a la casa de donde se cuenta habían salido los patriotas paraguayos para deponer al gobernador español en 1811".
Pero ¿qué ocurrió entre el fotógrafo, el itinerante por excelencia, y Azucena?
Pues cuanto al lector le gustará, desde luego, pues el amor florece entre ellos.
Luego ha de venir el tiempo de las visitas a la casa de la prometida, siempre bajo el estricto control de sus padres, aunque a veces, benévolamente, el padre, imagina, disimula, finge que se entrega al acto de dormir, para que ambos, devorados por la pasión que se profesan, tengan al menos una oportunidad de besarse al amparo de las penumbras de las velas encendidas.
Siempre existe un personaje, el masculino de la Celestina, el que ha de proveer de algún hechizo, tal vez potaje, a quienes se aman, si no en la realidad, sí en las obras literarias. Pues bien, el vate Natalicio Talavera, observando que el prusiano es limitado para enamorar a Azucena, le obsequia un par de poemas de su pluma para que haga con ellos lo que mejor le parece. Y lo que mejor le parece a Gustav Demczszyn es hacerlos llegar a su prometida, con una carta.
Esta es una novela que tiene un trazado puntilloso y un sentido abarcador de un contexto histórico.
El relator nos lleva, a veces, a situaciones donde la historia se yergue como la gran protagonista. De hecho, toda historia, de cualquier pueblo, posee una condición de omnipresencia.
Las charlas con Domingo Faustino Sarmiento son un deleite.
La obra fue declarada de interés educativo por el Ministerio de Educación y Cultura según resolución N.º 19090.
Ahora bien, apenas llega el fotógrafo a Asunción, despierta el interés en el corazón de Azucena del Carmen Ruiz Gato, una dama que le va haciendo más entretenida su permanencia en un país totalmente desconocido y que le explica, si la ocasión se presenta, los significados de algunas palabras pronunciadas en guaraní. Ella, a menudo, actúa de guía en relación a los usos y las costumbres de la sociedad.
Se observa así la aproximación de una cultura, la nuestra, con sus múltiples como desordenadas facetas, a un individuo que todo lo observa desde el estado del asombro, pues el sitio del que viene es altamente diferente, y mejor, y a todas luces a tono con una civilización en estado de trascendencia.
¿Qué tiene este profesional, este señor Gustav, nacido en la muy lejana Prusia, que apenas sabe decir, tratando de quedar bien con las personas, "es un placer conocerla", para captar tanto interés en la gente?
El fotógrafo, en esta novela ubicada entre los años 1861 y 1862, donde la ficción y la realidad se mezclan, es convocado por el entonces general Francisco Solano López para sacar fotos a su querida, Madama Lynch. Claro que ya es advertido por el inefable Ildefonso Bermejo, el español que tuviera a su cargo la redacción de "El semanario", perteneciente a la esfera oficial, que le conviene hacer buenas migas con los López, pues buen provecho económico obtendría de esa relación.
Para anotar o tener en cuenta: Ildefonso Bermejo estaba al frente de una Academia Literaria. Y su alumno era Natalicio Talavera, un buen chaval, según sus palabras. Al vate le augura un afortunado futuro poético, como efectivamente se habría de cumplir.
Hay algunas anécdotas, por así decirlo, que mueven a la risa, o a las extrañezas, como cuando unas mujeres deben ser fotografiadas y sienten temor de que sus almas sean arrebatadas, siguiendo la creencia de los indígenas, quienes mucha sabiduría acuñan entre las esferas celestes y la tierra, ciertamente.
Otra anécdota hace referencia a su primer encuentro, en ocasión de una fiesta celebrada en la Casa de Gobierno, con el general Francisco Solano López, quien, siendo aún temprano para los tragos, ya tenía un fuerte aliento alcohólico. Chisme de por medio, el fotógrafo Gustav viene a enterarse que el hijo del presidente de la República del Paraguay, debido a que tenía la dentadura en muy mal estado, debía recurrir a los licores para hacer permanentemente con ellos buches o enjuagues. ¡Oh!
Y aquellos saludos, que eran un canto celestial, cuando las personas se encontraban, cómo avivan la lectura. Por ejemplo: ¡Ave María purísima ! Y la respuesta inmediata: ¡Sin pecado concebida!
Hombre diligente, abierto siempre a lo que pudiera ser de provecho para su escuálida economía, y listo a embarcarse en cualquier empresa que trajera vientos de renovación a la sociedad asunceña, el protagonista de esta saga habilita una escuela de baile. Hasta el mismo Benigno López se presenta en el sitio, intrigado. Cierto es que no hay música, rareza de rarezas. Pero sí existe la buena voluntad de un tal Mister Hopkins, uno de los ingenieros ingleses que trabajaba en la construcción del ferrocarril, quien, instado por el hijo del presidente, llega hasta la curiosa escuela de baile con un Stradivarius.
Ha de encontrarse también el prusiano, en un recorrido de los pesebres, con la hermosa Pancha Garmendia, aquella mujer cuyo destino estuvo marcado por el infortunio de los infortunios desde que el Mariscal Francisco Solano López pusiera sus ojos en ella.
Textual: "Para las once de la noche, las muchachas decidieron pasar por la casa de Francisca Garmendia, ubicada en la Calle del Sol y 14 de Mayo, frente a la casa de donde se cuenta habían salido los patriotas paraguayos para deponer al gobernador español en 1811".
Pero ¿qué ocurrió entre el fotógrafo, el itinerante por excelencia, y Azucena?
Pues cuanto al lector le gustará, desde luego, pues el amor florece entre ellos.
Luego ha de venir el tiempo de las visitas a la casa de la prometida, siempre bajo el estricto control de sus padres, aunque a veces, benévolamente, el padre, imagina, disimula, finge que se entrega al acto de dormir, para que ambos, devorados por la pasión que se profesan, tengan al menos una oportunidad de besarse al amparo de las penumbras de las velas encendidas.
Siempre existe un personaje, el masculino de la Celestina, el que ha de proveer de algún hechizo, tal vez potaje, a quienes se aman, si no en la realidad, sí en las obras literarias. Pues bien, el vate Natalicio Talavera, observando que el prusiano es limitado para enamorar a Azucena, le obsequia un par de poemas de su pluma para que haga con ellos lo que mejor le parece. Y lo que mejor le parece a Gustav Demczszyn es hacerlos llegar a su prometida, con una carta.
Esta es una novela que tiene un trazado puntilloso y un sentido abarcador de un contexto histórico.
El relator nos lleva, a veces, a situaciones donde la historia se yergue como la gran protagonista. De hecho, toda historia, de cualquier pueblo, posee una condición de omnipresencia.
Las charlas con Domingo Faustino Sarmiento son un deleite.
La obra fue declarada de interés educativo por el Ministerio de Educación y Cultura según resolución N.º 19090.