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En el prefacio, el autor nos aconseja: Debemos mostrarnos decentes y equitativos. De modo que tenemos que ser muy sutiles, agradables y simpáticos y, al mismo tiempo, arteros; democráticos pero engañosos. Estas ideas contradictorias -decentes y arteros al mismo tiempo- son las que sostienen el libro a lo largo de sus 500 páginas.
Algunas de las 48 leyes reclaman decencia de los lectores, pero otras les inducen a la picardía, la traición, el juego sucio. Robert Greene se hizo de una impresionante galería de autores célebres cuyos pensamientos, cortados en trocitos, presentan como cimientos de sus puntos de vista tanto para la decencia como para lo otro.
Naturalmente, Maquiavelo abre o cierra muchos de los capítulos. Es el Maquiavelo partido en varios pedazos, según convenga a los propósitos del autor, no al notable político y diplomático del Renacimiento.
Greene entiende el poder tal como la tradición lo presenta: un pozo sin fondo de todos los males, un océano de perdición y de perversidad, cargado de enemigos feroces de quienes hay que cuidarse y a quienes hay que fulminar sin piedad y sin descanso.
La Ley Nº. 2 se resume con este Criterio: Desconfíe de los amigos; suelen ser los primeros en traicionarlo, ya que caen fácilmente presa de la envidia. También suelen convertirse en irrespetuosos y tiranos. En cambio, emplee a quien haya sido su enemigo, y le será más leal que un amigo, ya que deberá hacer mayores esfuerzos para demostrar su adhesión. Lo cierto es que usted debe temer más a sus amigos que a sus enemigos. Si no tiene enemigos, busque la forma de creárselos.
Con la mayor seriedad del mundo. Se podría interpretar que el autor intenta convencer desde la ironía y el sarcasmo. Pero no es así. Lo dice con la mayor seriedad del mundo. Para demostrarlo, trae en su ayuda opiniones como estas: Para tener un buen enemigo, elige a un amigo: este sabrá golpear donde más duele (Diane de Potiers, 1499-1566, amante de Enrique II de Francia); Señor, protégeme de mis amigos, que de mis enemigos me protejo yo mismo (Voltaire, 1694-1778); Pandolfo Petrucci, príncipe de Siena, para gobernar su Estado, recurrió más a aquellos de quienes desconfiaba que a sus hombres de confianza, (Nicolás Maquiavelo, 1469-1527).
Para demostrarnos que habla en serio acerca de la amistad, el autor, en el sub capítulo de Claves para alcanzar el poder, nos dice: El problema es que, a menudo, no se conoce a los amigos tan bien como uno cree. Los amigos suelen disimular los rasgos desagradables, para evitar molestar u ofenderse. Los amigos son los que más celebran nuestros chistes. A los amigos les encantará su poesía, amarán su música y envidiarán el buen gusto de su vestimenta; quizá sean sinceros... pero con frecuencia no lo son.
Esta es, ni más ni menos, la concepción que de la amistad tiene Robert Greene. ¿Hace falta decir que los amigos son aquellos que, precisamente, hacen lo contrario de cuanto el autor nos dice? Un amigo ni molesta ni se ofende por dar o recibir opiniones. Un amigo no le envidia a su amigo: le admira, le alienta, le sostiene.
Es posible que los ejemplos que el autor nos trae de boca de algunas celebridades alguna vez tuvieran vigencia ocasional o sólo sean el producto de malas experiencias personales. ¿Se concibe, tenga éxito rodeado de sus enemigos? ¿No son acaso los amigos quienes van a cuidarle de sus enemigos y procurar en todos los casos que culminen con éxito los proyectos concebidos para el país o para su empresa?
Si los chistes son buenos ¿por qué no han de ser celebrados sinceramente por los amigos? Y sin son malos, los amigos se encargarán de decirle al gobernante que no los repita, que busque otros con más gracia, con más ingenio.
Los amigos dan buenos consejos. Queremos pensar que Robert Greene carece de amigos. Tal vez por eso alimenta tales prejuicios contra la amistad. Si los tuviera, y fuesen sinceros, con toda seguridad le hubieran aconsejado que no dijese tantos despropósitos como estos que están incluidos en la Ley Nº. 15, denominada con esta jesucristiana frase: Aplaste por completo a su enemigo. Y dice: Empezando por Moisés, todos los grandes líderes de la historia sabían que era necesario aplastar por completo al enemigo al que temían. (En algunas oportunidades aprendieron esta lección a fuerza de golpes.) Si se deja encendida una sola brasa, por muy débil que sea, siempre se corre el riesgo de que vuelva a desencadenarse un incendio. Se ha perdido más por una aniquilación a medias que por una exterminación total: el enemigo se recuperará y buscará venganza. Destrúyalo por completo, no sólo física sino también espiritualmente.
Como en el capítulo II, y en muchos otros, parecería que el autor quisiera sacudirnos, impactarnos con una idea intensa, para luego presentarnos lo contrario y conducirnos apaciblemente por otro sendero donde nos encontraremos con una revelación. Pero no es así. Como en todos los casos, para que nadie dude de la intención de sus palabras, descansa en una serie de pensamientos ajenos para convencernos de la bondad de aplastar física y espiritualmente al enemigo, para que no se recupere ni busque venganza.
Este pensamiento es el que guía a los dictadores. ¿Qué hacía Stroessner a lo largo y ancho de su gobierno? ¿no se complacía en aplastar física y espiritualmente a quienes se les oponía? ¿no decía con frecuencia que es mejor ser malo que ser débil? Ser débil fue para él, precisamente, el modelo de poder que nos presenta el autor de Las 48 leyes del Poder. En rigor, con una es más que suficiente para moldear un poderoso en política, en economía, etc.- que tuviese todos los atributos de la doblez, la picardía, la traición. Con libros así ¿qué necesidad tiene uno de saber leer?
Algunas de las 48 leyes reclaman decencia de los lectores, pero otras les inducen a la picardía, la traición, el juego sucio. Robert Greene se hizo de una impresionante galería de autores célebres cuyos pensamientos, cortados en trocitos, presentan como cimientos de sus puntos de vista tanto para la decencia como para lo otro.
Naturalmente, Maquiavelo abre o cierra muchos de los capítulos. Es el Maquiavelo partido en varios pedazos, según convenga a los propósitos del autor, no al notable político y diplomático del Renacimiento.
Greene entiende el poder tal como la tradición lo presenta: un pozo sin fondo de todos los males, un océano de perdición y de perversidad, cargado de enemigos feroces de quienes hay que cuidarse y a quienes hay que fulminar sin piedad y sin descanso.
La Ley Nº. 2 se resume con este Criterio: Desconfíe de los amigos; suelen ser los primeros en traicionarlo, ya que caen fácilmente presa de la envidia. También suelen convertirse en irrespetuosos y tiranos. En cambio, emplee a quien haya sido su enemigo, y le será más leal que un amigo, ya que deberá hacer mayores esfuerzos para demostrar su adhesión. Lo cierto es que usted debe temer más a sus amigos que a sus enemigos. Si no tiene enemigos, busque la forma de creárselos.
Con la mayor seriedad del mundo. Se podría interpretar que el autor intenta convencer desde la ironía y el sarcasmo. Pero no es así. Lo dice con la mayor seriedad del mundo. Para demostrarlo, trae en su ayuda opiniones como estas: Para tener un buen enemigo, elige a un amigo: este sabrá golpear donde más duele (Diane de Potiers, 1499-1566, amante de Enrique II de Francia); Señor, protégeme de mis amigos, que de mis enemigos me protejo yo mismo (Voltaire, 1694-1778); Pandolfo Petrucci, príncipe de Siena, para gobernar su Estado, recurrió más a aquellos de quienes desconfiaba que a sus hombres de confianza, (Nicolás Maquiavelo, 1469-1527).
Para demostrarnos que habla en serio acerca de la amistad, el autor, en el sub capítulo de Claves para alcanzar el poder, nos dice: El problema es que, a menudo, no se conoce a los amigos tan bien como uno cree. Los amigos suelen disimular los rasgos desagradables, para evitar molestar u ofenderse. Los amigos son los que más celebran nuestros chistes. A los amigos les encantará su poesía, amarán su música y envidiarán el buen gusto de su vestimenta; quizá sean sinceros... pero con frecuencia no lo son.
Esta es, ni más ni menos, la concepción que de la amistad tiene Robert Greene. ¿Hace falta decir que los amigos son aquellos que, precisamente, hacen lo contrario de cuanto el autor nos dice? Un amigo ni molesta ni se ofende por dar o recibir opiniones. Un amigo no le envidia a su amigo: le admira, le alienta, le sostiene.
Es posible que los ejemplos que el autor nos trae de boca de algunas celebridades alguna vez tuvieran vigencia ocasional o sólo sean el producto de malas experiencias personales. ¿Se concibe, tenga éxito rodeado de sus enemigos? ¿No son acaso los amigos quienes van a cuidarle de sus enemigos y procurar en todos los casos que culminen con éxito los proyectos concebidos para el país o para su empresa?
Si los chistes son buenos ¿por qué no han de ser celebrados sinceramente por los amigos? Y sin son malos, los amigos se encargarán de decirle al gobernante que no los repita, que busque otros con más gracia, con más ingenio.
Los amigos dan buenos consejos. Queremos pensar que Robert Greene carece de amigos. Tal vez por eso alimenta tales prejuicios contra la amistad. Si los tuviera, y fuesen sinceros, con toda seguridad le hubieran aconsejado que no dijese tantos despropósitos como estos que están incluidos en la Ley Nº. 15, denominada con esta jesucristiana frase: Aplaste por completo a su enemigo. Y dice: Empezando por Moisés, todos los grandes líderes de la historia sabían que era necesario aplastar por completo al enemigo al que temían. (En algunas oportunidades aprendieron esta lección a fuerza de golpes.) Si se deja encendida una sola brasa, por muy débil que sea, siempre se corre el riesgo de que vuelva a desencadenarse un incendio. Se ha perdido más por una aniquilación a medias que por una exterminación total: el enemigo se recuperará y buscará venganza. Destrúyalo por completo, no sólo física sino también espiritualmente.
Como en el capítulo II, y en muchos otros, parecería que el autor quisiera sacudirnos, impactarnos con una idea intensa, para luego presentarnos lo contrario y conducirnos apaciblemente por otro sendero donde nos encontraremos con una revelación. Pero no es así. Como en todos los casos, para que nadie dude de la intención de sus palabras, descansa en una serie de pensamientos ajenos para convencernos de la bondad de aplastar física y espiritualmente al enemigo, para que no se recupere ni busque venganza.
Este pensamiento es el que guía a los dictadores. ¿Qué hacía Stroessner a lo largo y ancho de su gobierno? ¿no se complacía en aplastar física y espiritualmente a quienes se les oponía? ¿no decía con frecuencia que es mejor ser malo que ser débil? Ser débil fue para él, precisamente, el modelo de poder que nos presenta el autor de Las 48 leyes del Poder. En rigor, con una es más que suficiente para moldear un poderoso en política, en economía, etc.- que tuviese todos los atributos de la doblez, la picardía, la traición. Con libros así ¿qué necesidad tiene uno de saber leer?