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El pasado jueves 15 de diciembre, en el Centro Cultural de España «Juan de Salazar», se estrenó en Paraguay el cortometraje La voz perdida, escrito y dirigido por Marcelo Martinessi. En septiembre del año recién fenecido, el filme fue galardonado como mejor cortometraje en la sección Horizontes del Festival de Venecia. Compositivamente, la película se estructura con imágenes de una anciana campesina de setenta y cinco años, «ña» Nela (Librada Martínez), cuyo nieto, Adolfo Castro, de veintiocho años, fue muerto en los trágicos sucesos del 15 de junio del 2012, y el audio de una entrevista previa en la que la mujer expresa su sentir ante la pérdida que afronta.
Es imposible apreciar en su exacta dimensión lo trágico y doloroso de las muertes, tanto de campesinos como de policías, sin recordar, aunque sea de manera sintetizada, la historia previa de las tierras disputadas por el estanciero Blas N. Riquelme y sus herederos, por un lado, y la comisión vecinal campesina del distrito de Curuguaty, por el otro.
Finalizada la guerra contra la Triple Alianza, en un país devastado, las extensas tierras fiscales, con inmensas reservas de yerba mate y maderas aptas para su extracción y exportación, se presentan como la única riqueza capaz de ser rápidamente convertida en divisas fuertes para financiar la reconstrucción de una nación en ruinas. En los años 1883 y 1885, por medio de la legislación específica, el Estado paraguayo se desprende de 15.519.767 hectáreas de bosques y ricos yerbales naturales que pasan en su mayoría a ser propiedad de terratenientes extranjeros. Una firma es la mayor terrateniente del país: La Industrial Paraguaya Sociedad Anónima (LIPSA), con accionistas extranjeros y paraguayos, entre ellos el presidente que promulgó las leyes de venta de las tierras públicas, el general Bernardino Caballero.
LIPSA pasa pronto a dominar casi monopólicamente la extracción y comercialización de yerba mate para la exportación al Río de la Plata y el sur de Brasil, y dedica, además, grandes extensiones de sus tierras a la explotación forestal y la cría de ganado.
En 1913, inversionistas ingleses nucleados en el Farquarh Syndicate compran el paquete accionario mayoritario de LIPSA. Estos inversionistas ingleses son propietarios de los ferrocarriles del país; controlaban la Paraguay Central Railways Co y el aún incipiente servicio de energía eléctrica de la entonces minúscula capital paraguaya por medio de la Asunción Ligth and Power Company Limited.
Una de las fracciones en los latifundios de La Industrial Paraguaya comprendía grandes porciones de los actuales departamentos de Alto Paraná, Caaguazú, Canindeyú y San Pedro. En los títulos, se individualiza esta fracción como la «Finca N° 30»; en ella está el lugar que se llamaría «Marina Cue».
Las glorias humanas son pasajeras, y la edad de oro de LIPSA fue quedando atrás gradualmente y terminó como consecuencia de los cambios económicos y geopolíticos que se desarrollaron en el exterior y en el país desde mediados del siglo pasado. Emergieron otros terratenientes y detentadores de poder fáctico, beneficiados con nuevas formas de explotación de la tierra. Lenta pero inexorablemente, La Industrial Paraguaya fue liquidando su patrimonio territorial. En ese contexto, la firma, como respuesta a una petición de arrendamiento de la armada paraguaya, dona dos mil hectáreas en el lugar denominado Yvyra Pytã, del distrito de Curuguaty, en agosto de 1967. La donación fue aceptada por decreto del Poder Ejecutivo; y desde 1967 hasta 1999 el lugar fue sede de un destacamento naval agropecuario. Sin embargo, en omisión negligente, el inmueble jamás fue titulado a favor del Estado.
Abandonado el lugar por la marina, en el 2004 los campesinos del lugar iniciaron los trámites ante el Instituto Nacional de Desarrollo Agrario y de la Tierra (Indert) para que las tierras les fueran adjudicadas. El instituto inició al año siguiente el correspondiente juicio de mensura y deslinde para la posterior titulación a su favor, destinándolo así a la reforma agraria. La Firma Campos Morombí S.A. y C.A., propiedad de Blas N. Riquelme, que, como vecina colindante, fue notificada de la próxima mensura judicial, inició un juicio de usucapión alegando que ocupaba esas tierras desde 1970 y reclamando que se reconociera su propiedad sobre las mismas, y obtuvo medidas cautelares y luego una sentencia favorable que truncó las iniciativas del Indert. Otros intentos judiciales del instituto, en el 2006 y en el 2008, no tuvieron éxito; luego intervino la Procuraduría General de la República, que litigó contra la empresa ganadera de los Riquelme. Mientras se sucedían los pleitos y las presentaciones judiciales, hubo varias ocupaciones campesinas y posteriores desalojos a instancias de las autoridades policiales y la fiscalía de la zona. La última ocupación se inició a finales de mayo del 2012 y concluyó con los trágicos sucesos del 15 de junio.
Tentativa documental
En los once minutos de duración del cortometraje, mientras escuchamos las palabras en guaraní de ña Nela, recordando a su nieto ausente, y su memoria del enfrentamiento, ocurrido a distancia relativamente corta de su humilde rancho campesino, la cámara nos muestra imágenes de fragmentos de su vida cotidiana de sufrimiento, soledad y pobreza material, con la fe religiosa ancestral como único y quizás insuficiente consuelo. La fotografía saca partido hábilmente de los obscuros interiores y la edición consigue proporcionar una adecuada narración visual. Quizás algún pasaje intenta constituirse en metáfora visual, como las imágenes del alboroto de las gallinas domésticas con el ruido de la refriega entre campesinos y policías de fondo (que me recordó a Los olvidados, de Buñuel), o escenas como la del niño que se aleja corriendo puedan no gustar, pero, en todo caso, no alteran un balance en el que los aciertos del cineasta son mayoría.
Como en el neorrealismo italiano de finales de la década de 1940 (Rosellini, De Sica y Visconti), Marcelo Martinessi y otros realizadores nacionales intentan reflejar en su cine la realidad histórica del país en el que les toca vivir. Resulta notorio que el fatal enfrentamiento de junio del 2012 en Curuguaty, por la ruptura política que supuso y el conflicto social y económico que subyace a él, es uno de los episodios más abordados por nuestros jóvenes cineastas en una muestra de compromiso que, de sostenerse, augura importantes contribuciones al cine y del cine. También de los postulados del neorrealismo, que repudiaba a los actores profesionales y proponía que los propios «protagonistas reales de la historia» aparecieran en los filmes, proviene un mérito de La voz perdida, la emotiva ña Nela, que con sus palabras e imágenes que convergen cuenta sus difíciles circunstancias, registradas en el cine para ser expuestas ante nosotros.
En estos tiempos, con la agricultura familiar tradicional acorralada por explotaciones de monocultivo extensivo y por falta de crédito y de rubros de renta que le brinden auténtica utilidad económica, con permanentes conflictos de tierras favorecidos por la ausencia de registros catastrales eficientes, con usurpaciones y demoras de una administración de justicia permeable a presiones externas, es probable que Paraguay se encuentre ante una situación inédita en su historia: la desaparición de los últimos remanentes de su población campesina de agricultores. En un futuro tal vez no muy lejano, quienes más han aportado, brindando características particulares, a la cultura del país, podrían ser totalmente expulsados, y su voz, perdida definitivamente.
Ficha técnica
La voz perdida
Documental, 2016
Director: Marcelo Martinessi
Productor: Marcelo Martinessi
Guión: Marcelo Martinessi
Reparto: Librada Martínez / Raulito Cáceres / Cinthia Quiñónez
Dirección artística: Carlo Spatuzza
Fotografía: Luis Armando Arteaga
Sonido: Catriel Vildosola
Producción: La Babosa Cine
Distribución: La Villa del Cine / Alba Cultural / Constanza Sanz Palacios Films
Idiomas: Español / Guaraní
Duración: 11 minutos
Premio Orizzonti al Mejor Cortometraje en el Festival de Cine de Venecia 2016
elsaddai634@hotmail.com