La verdadera fecha de la independencia de Brasil y el grito de Ipiranga

El traslado de la corte portuguesa a Brasil en , postula en este artículo el investigador y cónsul honorario de la Federación Rusa Igor Fleischer Shevelev, tuvo insospechadas consecuencias.

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El viernes se festejaron 196 años de la independencia de Brasil. En 2022 se conmemorará el Bicentenario. Pero la realidad histórica le concede este 2018 ya un bicentenario de vida independiente, más tres años. Brasil no está atrasado en su independencia con respecto a las posesiones españolas del Río de la Plata. Si la invasión napoleónica de la península ibérica dejó libradas a su suerte las provincias del Virreinato del Río de la Plata, Brasil tuvo un derrotero muy distinto: la corte de Portugal se mudó a Río. Su proceso de independencia fue diferente al de los dominios españoles en América.

En noviembre de 1807, Napoleón ocupa casi todo Portugal. El 27, el general Junot entra en Lisboa con veintiocho mil hombres. Entre el 25 y 27, la corte lusitana se traslada a su colonia de Brasil. Viajan en una treintena de navíos María, la reina madre, su hijo, el príncipe regente Dom João, futuro rey João VI, y su esposa, la infanta Joaquina, hermana de Fernando VII. Los acompañan los demás miembros de la realeza, la nobleza, el gobierno, los consejeros, los altos dignatarios, los funcionarios del Tesoro, la alta jerarquía naval y militar y el alto clero. También lacayos y sirvientes. En total, más de diez mil personas. Se embarcan los archivos nacionales, el tesoro y el carruaje real. Se llevan la platería y la biblioteca. Aprovechan la gentileza –y el interés político– de Gran Bretaña, que brinda los buques de su Real Armada para proteger la flota portuguesa y ayudar al traslado de la inmensa y selecta comitiva.

El traslado provisorio de la capital del reino de Lisboa a Río de Janeiro no es una huida apresurada sino planificada para enfrentar desde fuera a los franceses que piensan adueñarse de Portugal. El 8 de marzo, la Casa de Bragança es recibida en Río de Janeiro por el virrey Marcos de Noronha e Brito, conde dos Arcos, los altos dignatarios locales y una abigarrada multitud. El júbilo es desmesurado. Desembarcan entre ovaciones, lluvias de flores, estruendo de cohetes y petardos, tronar de artillería, fanfarria. Los festejos duran nueve días.

En Río de Janeiro, el príncipe regente suele pasear en carro abierto, desde el cual saluda con afecto y amabilidad a los transeúntes. Sin duda el saludo es comentado con orgullo entre parientes y amigos. Recibe con extrema gentileza a quienes lo visitan en su residencia. Muy pronto se granjea el favor de los habitantes. No es el rey de Portugal, es su rey.

Tras la derrota final de Napoleón en Waterloo, en junio de 1815, no hay razón para que la corte portuguesa siga en Río de Janeiro. Pero en esos siete años han echado raíces. La producción cafetera a gran escala suma intereses económicos, la propiedad de tierras y los matrimonios con la élite local crean arraigo, y muchos no desean volver. Entre ellos, Dom João. Es un problema político. Así que como Dom João, aún príncipe regente, pero máxima autoridad en el reino, no está conforme con el status de simple colonia portuguesa de un país que es ya el suyo, por Real Decreto del 16 de diciembre de 1815 se toma la sutil medida de denominar el conjunto de los dominios portugueses «Reino Unido de Portugal, Brasil y los Algarves». Simbólicamente, Portugal figura primero, pero pierde importancia al ser equiparado a los Algarves, mientras que Río de Janeiro es ahora la capital de un inmenso imperio diseminado en todos los continentes.

Esta es la fecha cierta de la independencia de Brasil. Brasil se convierte en reino autónomo, en nación soberana, proclamada de derecho, tras haberlo sido de hecho durante lustro y medio. Con la muerte, en 1816, de doña María, la reina madre, el príncipe regente es coronado rey. João VI gobierna desde Río de Janeiro Brasil, Portugal, los Algarves, las Azores, Madeira, las Islas del Cabo Verde, Mozambique, Angola, Goa, Macao, Timor y otros dominios. Portugal, y más aún los Algarves, son dependencias secundarias. Reina sobre un gigantesco y exuberante territorio y no desea volver a Portugal. En Brasil no hay terremotos, volcanes, tormentas violentas ni fríos extremos. La corte está en una ciudad que por su belleza natural no tiene igual en el mundo. Gran parte del tiempo reside en Petrópolis, creada y amada por él.

Portugal tomará entonces un camino a contracorriente del curso de la historia. La resistencia de João VI a volver a Lisboa es intolerable para la élite portuguesa. En agosto de 1820, comienza en Portugal una revolución liberal, inspirada en las ideas de la Ilustración. Los revolucionarios constituyen una Junta Provisoria para gobernar en nombre del rey, y sin su anuencia, a fines de ese año. Convocan las Cortes Extraordinarias. Es la Revoluçao do Porto, a cuyo éxito contribuye el descontento del ejército y por la cual Portugal se secesiona de Brasil.

Se aprueba una constitución y se reitera la exigencia de regreso del rey. La Revolución cuenta con el apoyo de los militares portugueses destacados en Brasil, que promueven la obediencia a Lisboa. La guarnición de Río obliga al rey a crear juntas y preparar las elecciones para las Cortes. La élite brasileña se divide en los que quieren el retorno del rey a Portugal y los que quieren que siga en Brasil. La «fracción portuguesa» son los jefes militares, la superior burocracia administrativa y los grandes comerciantes que prefieren el antiguo régimen colonial. La «fracción brasileña» es mayor: los grandes hacendados, terratenientes de las capitanías próximas a Río de Janeiro, la burocracia administrativa y los miembros del aparato judicial, la mayoría nativos de Brasil. También los portugueses afincados, la población brasileña en general y los que tienen inmuebles o lazos matrimoniales con la élite local, y una importante clase militar subalterna. Aunque parezca paradójico, lo que verdaderamente ocurre es que Portugal se independiza de Brasil, creyendo que su pasado de grandeza volverá si recupera su colonia americana. No todos los delegados en las Cortes, por supuesto, son ilusos, pero, como siempre ocurre en los cuerpos colegiados, en este caso las Cortes, priman los exaltados, que con verborrágicas mociones de gloria para la nación proponen ideas insustentables que los cuerdos no osan rebatir por no ser tildados de cobardes, ruines y traidores.

Finalmente, el rey opta por volver. En abril de 1821 deja Río de Janeiro con su corte y unos cuatro mil portugueses. También se apropia de todo el oro del Banco del Brasil. En Río de Janeiro queda su hijo, Pedro de Bragança, como príncipe regente. Por su corta edad (todavía no cumple 15 años), es asesorado por relevantes, algunas brillantes, figuras de Brasil.

Entre septiembre y octubre de 1821, las Cortes toman medidas en perjuicio de Brasil. Se decide el refuerzo de Río de Janeiro y Pernambuco con tropas portuguesas y el traslado a Lisboa de las principales instituciones públicas y, por decreto, también del príncipe regente. Se espera así evitar que, fallecido João VI, Río de Janeiro vuelva a ser sede del rey.

Dom Pedro hace caso omiso de esa decisión. Para el regente de un Brasil autónomo y soberano, importa poco lo dispuesto en Lisboa. Claro que, por su juventud, la política brasileña es manejada por las élites, especialmente por los hermanos Andrada y por el «Patriarca de la Independencia», José Bonifacio. En octubre, João VI jura en Portugal la nueva Constitución dictada por las Cortes Extraordinarias y el reino portugués se convierte en monarquía constitucional.

Con estas decisiones, las Cortes reunidas en Lisboa demuestran que creen que el poderoso Brasil todavía es una colonia de Portugal y que se resisten a aceptar que sus pretensiones coloniales son cosa del pasado. Ninguna de sus exigencias es atendida, salvo el retorno de João VI con su frondosa comitiva y el hurto del tesoro. El príncipe regente gobierna con total autonomía y las resoluciones de Lisboa son letra muerta en Río de Janeiro. El 9 de enero de 1822, Dom Pedro hace pública su decisión de quedarse en Brasil. Es el «Día do Fico». Las tropas portuguesas en Brasil que rehúsan jurar fidelidad al regente son expulsadas y se inicia la formación de un ejército nacional exclusivamente integrado por brasileños. En mayo, Dom Pedro es nombrado Defensor Perpetuo del Brasil. De un Brasil independiente y soberano, claro está. En agosto declara que cualquier contingente militar llegado de Portugal será considerado enemigo. También recomienda a las provincias no otorgar cargos públicos a portugueses. ¿No actúa Brasil como nación independiente? Ante estas medidas soberanistas, Portugal reitera la exigencia del regreso de Dom Pedro y advierte a sus ministros que cometen actos de traición. Al llegar a Río de Janeiro los despachos de Lisboa, la princesa Leopoldina y José Bonifacio los remiten al regente, que está camino de São Paulo y que los recibe el 7 de septiembre de 1822 en las márgenes del río Ipiranga (Y-pirá-angá, río del pobrecito pez). Es la gota que colma el vaso: lanza el «Grito de Ipiranga», «Independencia o muerte», que oficialmente confirma una autonomía que de hecho ya existe.

Así, el 16 de diciembre de 1815 es la fecha de Institución de la Independencia de Brasil. El 9 de enero de 1822, «Día do Fico», la de Ratificación de la Independencia de Brasil. El 7 de septiembre de 1822, día del «Grito de Ipiranga», la de Consolidación de la Independencia de Brasil.

El traslado a América de la corte portuguesa en noviembre de 1807 tiene consecuencias insospechadas. En poco tiempo, cambios radicales llevan las instituciones, la sociedad, el medio cultural y empresarial de Brasil al nivel de los países más adelantados de Europa. Se convierte en una nación moderna. Borrada su rusticidad colonial, preservada su integridad territorial, el Imperio se expandirá a costa de sus vecinos, que seguirán varias décadas sumidos en su pasado colonial, con sus guerras, sus revoluciones y su anarquía. Por razones de vanidad de los Padres de la Patria, los «Patriarcas» brasileños, cada 7 de septiembre la Independencia de Brasil es conmemorada, y cada 16 de diciembre Dom João VI, el verdadero artífice de tan magno acontecimiento, es olvidado.

igor.fleischer@gmail.com

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