La verdad de la ficción

En las décadas de 1960 y 1970, varios directores italianos (como los «Tres Sergios», Sergio Leone, Sergio Corbucci y Sergio Sollima) filmaron largometrajes de bajo presupuesto, en el desierto de Almería, sobre todo, devenido sucedáneo ibérico de los «verdaderos» (en el relato) escenarios de sus historias (los desiertos del sur de Estados Unidos y del norte de México). Fue la época dorada del «spaghetti western», un subgénero cinematográfico que abrió nuevos caminos a la representación de la violencia en el arte.

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SPAGHETTI CON PARMESANO

«I am that one nigga in ten thousand»

Django

Una de las películas más importantes del «spaghetti western» fue un largometraje hispano-italiano de 1966 escrito y dirigido por uno de los miembros de la trinidad «spaghetti», Sergio Corbucci (Roma, 1927 - Roma, 1990), y protagonizado por una de las superestrellas del subgénero, Franco Nero (Parma, 1941), que, al comenzar el filme, en el papel de un personaje solitario y misterioso, atraviesa a pie el desierto arrastrando un ataúd en una de las escenas más famosas del cine «spaghetti» y quizás del cine a secas.

Esa película se llamaba «Django», y Django se convirtió en uno de los grandes personajes de ficción del siglo XX, interpretado por diversos actores en muchos otros filmes, y cuya encarnación original, bajo la forma del citado actor parmesano que dio vida al primer Django de la historia, vuelve en un cameo en la más reciente de sus aventuras, el último largometraje del director Quentin Tarantino (Knoxville, Tennessee, 1963).

Estrenado en los cines de Estados Unidos el 25 de diciembre del 2012 a modo de simpático y extraño regalo acorde a fecha tan dadivosa, este largometraje de Tarantino hizo disfrutar a muchos y rabiar a otros tantos. Pongámosle un poco de pimienta al domingo metiendo las zarpas en la polémica sobre una de las películas que más discusiones ha alimentado y sigue alimentando en los últimos dos años, esa especie de oda al «spaghetti western» que se titula «Django Unchained», «Django desencadenado». Y recuerda, sutil lectora, sagaz lector, que la «D» es muda.

¡MANOS ARRIBA, TARANTINO!

«Hey there, little troublemaker»

Django

¿Por qué «Django desencadenado» ha alimentado y sigue alimentando polémicas, y por qué desde su estreno hizo enfurecerse, indignarse, acordarse en medios de prensa de la señora madre del director, etcétera, a tantos?

A ver.

Para empezar, desde luego que el hecho de que esta película nos cuente la negra historia de un esclavo liberto en busca de un justo desquite es uno de los motivos más claros y más rápidamente visibles para hablar de «Django Unchained» como de la «especie de oda» al subgénero que dijimos: a fin de cuentas, el «spaghetti western» hizo de la venganza uno de sus núcleos épicos fundamentales. Sin embargo, quizás sea este un posible, llamémoslo así, «problema», puesto que la venganza no es una emoción aprobada ni aceptable ni, menos aún, un proyecto o un propósito presentable ni admisible.

Eso por un lado, como un dato que, obviamente, se ha de sumar a otros, ya que por sí solo no explica las airadas reacciones ante el filme –si las explicara, la gente a la que le indignó y le indigna también detestaría, pongo por caso, y cito según el más arbitrario capricho del azar en este instante, a ver, por ejemplo, a Eurípides por «Medea», a Lope por «Fuenteovejuna», a Shakespeare por «Hamlet», a Dumas por «El Conde de Montecristo», o, para dejar el papel y volver a la pantalla, a Martin Scorsese (y, antes, a John Lee-Thompson, el director de la primera versión, la de 1962, con Gregory Peck y Robert Mitchum, cuyo remake de 1991, con Robert De Niro y Nick Nolte, dirigió Scorsese, y antes, si a ello vamos, al autor de la novela de 1957, «The Executioners», en la que se basó el guion, John Dann MacDonald) por «Cape Fear», «Cabo de Miedo» (¡Brrrr!), a Christopher Nolan por «Memento», además de, claro, por «Batman», etcétera, etcétera: vamos, que no se salvaría casi nadie, si lo pensamos bien–.

Otro factor: Tarantino tiene la manía de escribir, o de reescribir, la Historia a su completo antojo, lo cual puede ser desesperante según el humor de uno y el horóscopo del día, y en «Django Unchained» hace de los terratenientes esclavistas del sur de Estados Unidos lo que ya había hecho de los nazis en «Inglourious Bastards»: caricaturas, personajes de opereta, en medio de manifiestas trasgresiones de los hechos registrados.

Los que he indicado son dos factores bastante menesterosos intelectualmente hablando y que distan de explicar el porqué de la polvareda que «Django Unchained» levantó, pero no puedo ofrecer más por hoy debido a que son lo que hasta ahora mi pobre entender ha logrado hipotetizar sobre este misterio, y bueno, por lo menos son un comienzo. El caso es que «Django Unchained» ha sido mal recibida por mucha gente, y que Spike Lee (aquí va el toque chusma) declaró a «Vibe» unos días antes del estreno algo tan grave como esto: «Todo lo que voy a decir es que es una falta de respeto a mis antepasados».

TRES TRISTES TIGRES

«Dr. King Schultz: Actually, I was thinking of that poor devil you fed to the dogs today, »D’Artagnan. And I was wondering what Dumas would make of all this.

[…]

»Calvin Candie: You doubt he’d approve?

»Dr. King Schultz: Yes. His approval would be a dubious proposition at best.

»Calvin Candie: Soft hearted Frenchy?

»Dr. King Schultz: Alexander Dumas was black.»

(De «Django Unchained», 2012)

Desde el punto de vista explícito de los más conocidos de sus detractores, los motivos por los que «Django Unchained» merece esputos y repudio son tres.

Primero, el que ya indiqué: su (descarada) distorsión de los hechos reales (sean estos lo que fueren, si se me permite la broma).

Así, el ya citado, vide supra, director Spike Lee –«¡Oh, no, ahí va él de nuevo!»– tuiteó –con perdón, sabias lectoras, estoicos lectores, «O témpora, o mores!», por tan risible y pueril neologismo– muy africanamente desangrado y dolido él, a los medios durante la semana del estreno navideño del denostado obsequio, el siguiente (y nada desdeñoso ni racista, imagino) piropo a la pasta de la nonna: «La esclavitud en América no fue un “spaghetti western” de Sergio Leone».

Segundo, por lo de siempre, tratándose de este amiguete. O sea, por lo que habrá adivinado ya hasta el gato que se apresta en este instante a saltar tu muralla para pescar restos de asado dominical en tu patio, absorto lector: por su exceso de violencia.

Dicho sea de paso, a esta crítica, pero en aquella ocasión formulada no contra «Django Desencadenado» sino, si mal no recuerdo, contra «Kill Bill», respondió hace años este director algo así como: «Sí, ya sé que es muy violento, pero es un filme de Tarantino; si vas a un concierto de Metallica, no les pidas que bajen el volumen».

Y tercero (y esto lo encuentro de particular interés, personalmente): por su lenguaje. Este es un tema que por sí solo merece un análisis en otro artículo, pues desarrollarlo aquí sería exceso de digresión. Lo dejo para otro día. Pero, volviendo a «Django Unchained», esta crítica se refiere concretamente al uso de términos «racistas», como «nigger».

Además de ser (por ello mi interés) un tipo de ataque (y de censura) revelador, sintomático y representativo de nuestra sociedad y de nuestros contemporáneos, es un ataque que se ha dirigido a Tarantino muchas veces antes ya, y también un tipo de censura en el que insiste particularmente Spike Lee.

TRÁILER SIN ESPOILERS

«Good morning, innkeeper! Two beers for two weary travelers!»

Dr. King Schultz

La historia de «Django Desencadenado» sucede en Texas en 1858, dos años antes de la Guerra de Secesión. Django (Jamie Foxx), un esclavo negro vendido a los hermanos Speck (James Remar y James Russo), ayuda al doctor King Schultz (Christoph Waltz), un dentista alemán, a encontrar a los tres hermanos Brittle para cobrar la recompensa ofrecida a quien logre capturarlos y entregarlos vivos o muertos.

A cambio, Schultz obtiene la libertad de Django y, además de enseñarle a leer y escribir, y a disparar un revólver, lo instruye en los lucrativos secretos necesarios para ser cazador de recompensas (el otro oficio del doctor Schultz).

Tras un invierno en el cual Django y Schultz se llenan los bolsillos, el doctor le propone a Django viajar a Misisipi y encontrar y liberar a Broomhilda (Kerry Washington), la mujer de Django, esclava como él, a la cual Django perdió cuando la vendieron.

Así, Django y Schultz parten al rescate de Broomhilda, y llegan a la plantación de algodón del brutal terrateniente francófilo «monsieur» Calvin J. Candie (hilarantemente interpretado por Leonardo DiCaprio). Se le acercan fingiendo interés por las peleas de esclavos y le ofrecen un luchador negro por doce mil dólares. Pero el esclavo de confianza de Candie, Stephen (Samuel L. Jackson), descubre su intención de liberar a Broomhilda y alerta a «monsieur», que les propone un trato: venderles a Broomhilda por doce mil dólares. Pueden aceptar, o no; claro que, si no aceptan, él podrá hacer lo que quiera con la esclava, dado que es una cosa de su propiedad.

En consecuencia, Django y Schultz aceptan. Y «monsieur» Candie le pide al doctor Schultz que le dé la mano, para cerrar el trato entre caballeros.

Y aquí la intensidad de la acción crece, el ritmo se acelera y se empiezan a encadenar sin tregua los más dramáticos hechos.

Porque, asqueado de las vejaciones que ha visto en la mansión Candie, el doctor Schultz no lo puede hacer. Literalmente, prefiere matar a Candie a darle la mano.

Y eso es lo que hace Schultz. (Matarlo, por supuesto.)

LA FORJA DE UN ESTEREOTIPO

«Gentlemen, you had my curiosity. But now you have my attention»

Calvin J. Candie

Individuos, asociaciones, colectivos deploraron, desde su estreno, en «Django Unchained» lo que consideran una trivialización del sufrimiento histórico de la población afroamericana y una burda explotación comercial del «morbo» en torno al tema de la esclavitud, tema, a su juicio, tratado por Tarantino sin seriedad ni respeto por los hechos.

Por su parte, los defensores de Tarantino, que tampoco faltan nunca en estas controversias, han atribuido estas protestas a una confusión entre lo que serían verdaderas faltas de respeto y lo que no son sino rasgos característicos de la estética propia de la cultura pop.

Puedo aportar a este debate algo quizá un tanto «naïf»: no veo trivialización del sufrimiento ni racismo en «Django Unchained», y Spike Lee cada vez está más pesado.

Django le debe al doctor Schultz la libertad en el sentido jurídico y el saber que permite hablar de libertad en el sentido práctico –saber leer, saber escribir, saber disparar–. Y el único personaje menos indicado que un alemán para ser heroico en una película estadounidense, es un alemán dentista. En el contexto de un filme de Hollywood (y tal vez a estas alturas del siglo XXI, tras décadas de exposición colectiva a tales estereotipos, ya incluso fuera de ese contexto, ya casi en cualquier contexto), nuestra mente asocia a tal personaje de manera automática a manos enguantadas de blanco que empuñan taladros zumbantes y filosas tenazas, a sonrisas sádicas y batas salpicadas de sangre, a jadeos de erotismo «gore» entre alaridos, a chasquidos de látigo y a una exquisita mezcla de lo más selecto del cine de zombis con lo mejor de los campos de exterminio nazis.

Cuán vacía y triste quedaría la tierra si nos faltaran de pronto Hölderlin, Schopenhauer, Leibniz, Goethe, Marx, Novalis, Hindemith, Hegel, Bach, Nietzsche, Kant, Murnau… Y no cabe seguir la lista: su longitud es inoportuna. Sin embargo, pese a esto, la cultura alemana, en nuestras asociaciones automáticas, y debido, creo, en parte a los productos de la industria cultural desde la segunda mitad del siglo XX, está manchada por la actuación del gobierno alemán en la Segunda Guerra Mundial y por la sombra del holocausto. La literatura popular, los cómics, las películas, los videojuegos, la cultura de masas en general, y la estadounidense sobre todo, han contribuido a la forja de un estereotipo «alemán» que, a fuer de estereotipo, confunde más de lo que ilustra, oculta más de lo que revela y oscurece más de lo que aclara.

SCHULTZ DESENCADENADO

«What kinda dentist are you?»

Django

Ahora bien, ¿es racista dar un papel heroico en una película a un dentista alemán?

En lo que a mí respecta, mi respuesta es: No.

Es más: al contrario. No creo que encasillar a las personas en un tipo u otro de papel por su nacionalidad, su aspecto o cualquier otra condición particular sea un ejemplo que nadie deba seguir.

Tampoco me ha parecido que «Django Unchained» sea una trivialización del sufrimiento histórico de la población afroamericana.

Al revés. La esclavitud es presentada crudamente y en todo su horror y se logra que dé asco.

Y se logra en gran parte gracias al doctor Schultz, cuyo repudio el espectador no puede dejar de entender, sentir y compartir, repudio que lo libera, tal como él liberó a Django de las suyas, de las cadenas del estereotipo del alemán inhumano y sanguinario al modo de un Goebbels o un Mengele.

Quizás el problema, si lo hay, no esté allí donde apuntan los dedos acusadores de la sociedad, sino en esos mismos índices que señalan y condenan. Y esto vale, por desgracia, para muchas otras cosas.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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