La sencillez, la alegría y la profundidad en la poesía de Gladys Carmagnola

Puedo empezar preguntando qué es la poesía, aunque la poesía no se hace para los críticos y para la crítica del propio poeta, pero la estética es inevitable. Creo en la realidad de la poesía. Y la entiendo como la eterna y fatal belleza contraria que tienta con su seguro secreto a tal hombre, o mujer, de espíritu ardiente. La relación que tiene Gladys Carmagnola con la poesía es la de las apasionadas. Ella tiene escondida en su casa, en su alma, por su gusto y amor, a la poesía.

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¿Está ahí todo el secreto de la poesía? Los poetas generalmente se niegan a decir lo que es poesía, sobre todo los de hoy, que no quieren ser grandilocuentes. A algunos se les escapan palabras lucidas al azar. Así, por ejemplo, Dámaso Alonso dice que la poesía es “una claridad por la que el mundo mismo es comprendido de un modo intenso y no usual”, y el poema, “un nexo entre dos misterios: el del poeta y del lector”.

Gerardo Diego ha dicho: “La poesía hace el relámpago y el poeta se queda con el trueno atónito en las manos, su sonoro poema deslumbrado”.

“Creer lo que no vimos, dicen que es la fe. Crear lo que nunca veremos, esto es la poesía. En todo poema ha estado la poesía, pero ya no está…”

Y podríamos agregar: la poesía no es una materia estática, sino una corriente fluida que muchas veces se escapa de las manos del propio creador. Su materia prima está hecha de elementos que son y al mismo tiempo no son, de cosas existentes e inexistentes. La poesía es siempre un acto de paz. El poeta nace de la paz como el pan nace de la harina, dijo Neruda.

El primer libro impreso de Gladys fue Ojitos negros, poemario dedicado a un niño, publicado el 13 de abril de 1965. Siempre he sostenido —y lo repito ahora— que la tarea del escritor no es misteriosa ni trágica, sino que, por lo menos, la del poeta es una tarea personal, de beneficio público. Lo más parecido a la poesía es un pan (concuerdo con Pablo) o un plato de cerámica, o una madera tiernamente labrada, aunque sea por torpes manos. Sin embargo, creo que ningún artesano puede tener, como el poeta la tiene, por una sola vez durante su vida, esta embriagadora sensación del primer objeto creado por sus manos, con la desorientación aún palpitante de sus sueños. Es un momento que ya nunca más volverá. Vendrán muchas ediciones más cuidadas y bellas. Llegarán sus palabras trasvasadas a la copa de otros idiomas como un vino que cante y perfume en otros sitios de la tierra. Pero ese minuto en que sale fresco de tinta y tierno de papel el primer libro, ese minuto arrobador y embriagador, con sonido de alas que revolotean y de primera flor que se abre en la altura conquistada, ese minuto está presente una sola vez en la vida del poeta.

Para los que tenemos la dicha de hablar y conocer la lengua de Castilla (los paraguayos nos sentimos herederos de una lengua magnífica, la lengua de Cervantes, Góngora y Calderón), además del guaraní, Gladys Carmagnola significa el esplendor de la poesía en la lengua española. No solo es una poeta innata, sino una sabia de la forma. Su poesía tiene, como una rosa roja milagrosamente florecida en invierno, un copo de la nieve de Góngora, una raíz de Jorge Manrique, un pétalo de Garcilaso, a veces, un aroma enlutado de Gustavo Adolfo Bécquer; la fuerza de Miguel Hernández, la brillantez de García Lorca, el romanticismo de Juan Ramón Jiménez, la cadencia de Antonio Machado y, fundamentalmente, el perfume inconfundible de Josefina Plá (su maestra y amiga), de Dora Gómez Bueno de Acuña; también la veta rebelde de Hérib Campos Cervera, y la sonoridad y el ritmo de Elvio Romero. Es decir, que en su copa cristalina se confunden los cantos esenciales de España y el Paraguay.

Esta poeta de purísima estirpe enseñó la utilidad pública de la poesía en un momento crítico de su país. En eso se parece a Rafael Alberti. Esta utilidad pública de la poesía se basa en la sencillez, la fuerza, en la ternura, en la alegría y en la esencia verdadera. Sin esta calidad, la poesía suena pero no canta. Gladys Carmagnola canta siempre.

“Un puñado de magia…”

Dice de ella Hugo Rodríguez Alcalá: “He aquí una poetisa que tiene oficio y lo utiliza, que sabe escribir versos, que tiene algo propio que decir y lo dice con voz propia”.

“Esta embajadora del viento, de la lluvia, de los pájaros, sabe cumplir con su misión difícil. No sin razón nos dice —empleando una de sus palabras ‘prosaicas’— que ha cargado en un bolso, sin permiso, un puñado de magia…”

Josefina Plá ha escrito: “Poetisa por la gracia de Dios. Él le dio para la poesía muchas de sus divinas gracias y entre ellas una de las más difíciles, la sencillez en la profundidad”.

Ramiro Domínguez, otro grande de la poesía, escribió en 2009: “Allí el amor, como bien lo dices, recupera la aguja de marear y se abre al cielo, como cuando entre nosotros remanga la tormenta el esperado viento sur. Tus letanías, ensartadas en un bello poema, escandido y lustral, abren un ancho horizonte a quienes, como yo, nos confesamos catecúmenos y en los portales del orificio divino”.

DE LO “COTIDIANO Y DOMÉSTICO” A LA MELANCOLÍA Y LA ANGUSTIA

Al leer, en orden de producción, Lazo esencial (1982), A la intemperie (1984), Igual que en las capueras (1985), Un sorbo de agua fresca (1995), Territorio esmeralda (1997), Banderas y señales (1999), Río blanco y antiguo (2002), Una rosa de hierro (2002/ 2005), Poema de la celebración (2005) y ¿De lodo, miel y lágrimas? (2008) —“poemas para mayores”— descubrimos que la evolución poética de Gladys Carmagnola consiste en una progresiva condensación sentimental por ensimismamiento, un cada vez más obstinado anclaje en la sencillez, en el sentimiento, en lo hondo de sí misma, desentendiéndose cada vez más de las estructuras objetivas. El extremado, por momentos, ensimismamiento de la poeta ha exigido un nuevo modo de relación entre el sentir y su expresión adecuada, y la técnica de representación ha ido extremando los procedimientos “cotidianos y domésticos”. Concordemente con la progresión del ensimismamiento, de la condensación sentimental y de la sencillez de la técnica, el sentimiento poético de Gladys Carmagnola que surge de lo “cotidiano y doméstico”, “su lenguaje al avanzar el poema se enriquece de imágenes y alusiones, constituye una forma de originalidad y confiere a sus poemas su más preciosa sustancia poética”, al decir de Hugo Rodríguez Alcalá; cobra una madurez progresiva en su misma índole, desde la melancolía, la alegría y la angustia.

“Envuelto en belleza y hecho canción”

Décadas después de Ojitos negros y Piolín Gladys vuelve de nuevo con sus libros “para niños”: Juan Pato y sus lunas de arena (1999), Paseo –¿Al zoo?– ¡Lógico! (2003) y Crónicas de cualquier parte (2008).

Antes de ¿De lodo, miel y lágrimas? hay en toda la poesía de Gladys una bella inocencia y sencillez que se complace en sí misma. Esta melancolía habla mucho del amor infinito, de lo místico, pero solo en ¿De lodo, miel y lágrimas? se nos pondrá delante y, sin nombrarlo, Dios realmente está en su alma.

En la poesía juvenil es una melancolía que se viste de nostalgia: la tristeza del bien perdido, que se remansa en el recuerdo. Allí las aguas del sentimiento cabecean con embestidas amenazadoras de angustia, pero todavía se resuelven en melancolía, un modo de felicidad, en resumidas cuentas, porque el sufrimiento se contempla a sí mismo envuelto en belleza y hecho canción:

¿Por qué este aroma que me trae el viento

me inunda de nostalgia, de recuerdos?

(Pétalo azul,

agua,

ternura,

cielo…)

Aquel amor

¿fue amor?

¿ha sido todo cierto?

Este aroma que vive desde entonces

¿es auténtico?

(NOSTALGIA, de A la intemperie, 1967)

Dice en Nostalgia. La melancolía del perpetuo adiós a las cosas que se han ido es todavía un modo de retenerlas, es el pago en tristeza en gracia del cual revivimos en nuestra alma momentos de felicidad ya idos. En la obra poética de Gladys Carmagnola encontramos primero datos biográficos de melancolía que atraviesan el alma como nubes; luego ya no es un modo de estar el alma, es su modo de ser: la bruma ha llenado todo el ámbito y ya hasta la luz solar del amor actual alumbra en sordina con halos de melancolía; la alegría lleva en sí la tristeza:

¿A qué ilusorio afán doné mis horas?

¿En qué estéril empresa, cometida

en nombre del amor, gasté mis lágrimas

y derroché la libertad, la risa?

Si pudiera esta tarde…

(DE REPENTE ES OTOÑO, de A la intemperie, 1984)

Si pudiera esta tarde

soleada, perfecta,

destrabar las ventanas del alma

y que todas mis ansias fundidas en un diminuto poema

al fin desprendieran su vida

del mundo que oculta mi forma imperfecta…

(EN MAYO, Iden, 1965)

Es un sentimiento que a veces pierde su blandura, abandono y resignación, agrietados por relámpagos de angustia (ESTO, de Banderas y señales, 1989):

Si pudiera elegir, si me dejaran

repetir el intento:

buscar la dosis de felicidad

que todos merecemos…

si lograra escurrirme de esos brazos,

escapar de tus besos,

eludir el suavísimo paseo de tus manos

que saben cómo soy, desde hace tanto tiempo,

que impiden a mis ojos claridad,

–sin vínculos, sin antiguos papeles, sin

(recuerdos…–

En Territorio esmeralda el remolino de furia ya no pasará sin detenerse, porque está identificado con su corazón. Todavía en Bajo la parralera intenta refugiarse en la melancolía huyendo de la angustia:

Cuando a veces me acosa la nostalgia

y el universo y sus alrededores gimen de tristeza,

regreso a aquel lugar, allá en diciembre,

a aquella sombra verde y lila, jugosa, de la parralera

donde los ojos de una niña vuelven

conmigo a deleitarse en la belleza.

En Territorio esmeralda, sin embargo, ya no encuentra dónde refugiarse de la angustia, porque la angustia lo llena todo. En el pozo del corazón los dolores caídos van amargando las aguas, pero

Y puedo, al fin, en nombre del amor

rogarte de rodillas—pues no puedo exigirlo–:

¡Por favor, nunca más! ¡No! ¡Nunca más!

Hermano mío,…

Territorio esmeralda

En Territorio esmeralda los cantos se habrán hecho roncos lamentos y las aguas espesas estarán desbordadas. En la poesía primera de Gladys Carmagnola, cuando apunta la angustia aquí o allá, es todavía episódica, por algo ocurrido, una angustia aguda y ocasional que se va aflojando:

Este escurrírseme la vida entre las venas

y no poder pararla…

dice Gladys de sus palabras (IMPOTENCIA, de Intemperie), con y no poder pararla que delata el decrecimiento y el origen episódico.

Para mejor ver en qué sentido ha cambiado el clima de nuestra poeta, comparemos cómo se presenta en imágenes un mismo material en las dos épocas. Sea en el latido del corazón. Dice en el poema Ofrecimiento:

En este corazón,

pleonasmo de amor y de fisuras,

despilfarro de sueños,

mustio eco

del que ahíto de llagas y ajetreos

durmió entre la maraña de las horas

y los vientos…

La pasión de llanto es un modo de buscar la felicidad en la perfección y belleza del dolor o, si se quiere, en la trasposición del sufrimiento a un plano de perfección estética. El sufrimiento tiene su encanto. Soledad, nostalgia y alegría, juntas en esta hora única y convertida en estela de belleza, como el cantar del viento que pasa en sueños. La voz del viento es un triste y hermoso cantar. Veamos ahora de nuevo en Aquellas manos en porfiada huida de Territorio esmeralda:

Algo trae este viento

entre las alas

que resucita en mí

viejas heridas,

También aquí van asociados el viento y el llanto, pero ahora es dolorosa equivalencia. Ya no domina el designio de embellecer los símbolos de manera que los elementos significantes formen un material placentero. Ahora utiliza el recuerdo, el dolor: el viento ya no pasa por el sueño, sino por el dolor. Y ya no pasa cantando, sino llamando con llanto; ya no es seguro que lo que pasa sea ese movimiento sin sujeto que llamamos viento: quizá sea un llanto, también un sujeto carnal; ya no es un sonar remontado en canción y en secreta alegría de vivir: ahora es un llamar, un recuerdo, despeñado, como el sonar de un desangrarse vaciándose espantosamente. Allí, el recuerdo feroz, la nostalgia y la melancolía, con su ancla en los recuerdos y su tristeza de memoria (un modo de encontrarse uno en lo perdido y de buscarlo en sí mismo, un modo de amar y odiar); aquí, el recuerdo, la soledad, el ansia en la desesperación, la angustiosa congoja del naufragio total. Si antes su sentimiento manaba con la doliente canción de la melancolía, ya atragantado con anunciadores sobresaltos, ahora suena y

en mí se desmorona

el obstinado murallón del tiempo.

“Su profundidad y su belleza”

José-Luis Appleyard ha dicho de Territorio esmeralda en el Correo Semanal de Última Hora del 15 de marzo de 1997: “…He transitado ese territorio con pena y con dolor, pero también con la alegría y el respeto que me inspira toda obra de arte lograda por su profundidad y su belleza”.

Dice Ramiro Domínguez al respecto de dicho libro: “He leído —y descifrado el ritmo interno— de tus letanías, armadas a puro ‘lodo, miel y lágrimas’. El vaivén del poema oscila en un largo diálogo como el Ich un Du de Buber, desde la dimensión humana hasta el polo absoluto de Dios”.

Un misticismo tan profundo y como sereno corre por todo el poemario. Gran poesía mística. La poeta se identifica sentimentalmente con todos los seres humanos que creen en Dios, y sus letanías ruega que le guarde un lugar en sus plegarias y le siga dando Su Amor. El libro está construido con una arquitectura armoniosa y recogida, pocas veces deseada y nunca tan logrado antes por nuestra poeta. Le dice al Señor:

Sólo Tu Amor me consoló en ausencias,

abandonos y diásporas.

Y entenderlo me auxilia

al hallar en Tu Voz no sólo dádiva

–esa que me da luz

desde la madrugada—

y en el gesto que escucho entre la bruma

capaz de mitigar heridas, llagas…

O cuando le confiesa en el poema XLIII:

Dueño Único absoluto de mi vida

–Tú–, modelador de lodo, miel y lágrimas,

Te dignas desde siempre estar conmigo

en las simples faenas que me aguardan,

invariable en la entrega,

ilimitadamente generoso en cada página

con sello inconfundible

de la imperfecta vocación humana

buscando en Tu dación dejar atrás

su cáscara.

En ¿De lodo, miel y lágrimas? predominan lo rítmico-melódico. El ritmo, en la más alta poesía, es indispensable. La más alta poesía, a nuestro modesto juicio, son estas en cuyos versos toda la materia está henchida de bellas metáforas y de espíritu, y no hay giro sintáctico, ni flexión, ni siquiera partícula fonética que no esté allí como expresión sugestiva de ese fondo misterioso que no es posible comunicar con razones. La poesía, lo sabemos, es la creación artística con palabras.

Nos hubiera gustado, y mucho, extendernos más en el análisis de la poesía de Gladys Carmagnola, pero el espacio que tenemos es mucho y poco al mismo tiempo para llevar a cabo una crítica ajustada y total. Sin embargo, quizás, lo que hubiéramos ganado en extensión lo habríamos perdido en profundidad y en exactitud, ya que cada poeta, aparte de los procedimientos que él inventa y practica dentro de la orientación común, da un sesgo especial a los generalizados, el sesgo peculiar que reclama la índole diferencial de su poesía. En el sesgo personal es donde hemos puesto el acento.

Y para finalizar. Coleridge se hizo esta pregunta en un poema: “Imagina que estás en el Paraíso y que alguien deposita una rosa en tu mano. De pronto, despiertas y la rosa está en tu mano. ¿Entonces?”… Parafraseándolo: después de leer ¿De lodo, miel y lágrimas?, uno despierta, y Dios y la poesía están en nuestras manos.

armandoralmadaroche@yahoo.com.ar

(Desde Buenos Aires, especial para ABC Color)

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