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La princesa triste del Mercado Cuatro los hará llorar conmovidos, les pondrá los pelos de punta, los hará reír a veces a carcajadas y a veces con una sonrisa irónica y cómplice; nos les dejará abandonar sus páginas hasta terminarla, y los hará explotar de placer, deslumbramiento y belleza, con una potencia verbal rara vez alcanzada en la novelística paraguaya.
Cabe preguntarse cómo es posible que un escritor, aparentemente inexperto, llegue a alcanzar esa maestría del día a la noche. Sin embargo, la sorpresa no debería ser tan grande si tenemos en cuenta que estamos ante un autor de la edad aproximada del Cortázar que compuso Queremos tanto a Glenda, del propio Cervantes que terminó la segunda parte del Quijote, mucho más joven que el Roa Bastos nuestro que publicó El Fiscal y Contravida, y alguien a quien todavía le faltan unas dos décadas para llegar a la edad en que Benedetti escribió Testigo de uno mismo. La literatura es esa amplia y multicolor casa común donde caben los adolescentes Rimbaud y Neruda, y también los sabios, maduros y habilidosos alquimistas de su propia experiencia, para quienes el arte de la novela no tiene secretos, como un viejo marinero en alta mar.
Sapena Brugada ha sido siempre un lector incansable, y esta novela es hoy el producto de esa larga amistad con los textos, esa pródiga digestión existencial de los años en Paraguay, Brasil y Europa, y ese conocimiento intransferible de las cosas que importan, que solo se adquiere después de muchas pérdidas.
La princesa triste del Mercado Cuatro narra la imaginaria biografía inconclusa de Ana Migdonia Rosaria (sic) Monges Caballero, también conocida con el apodo de Ana Caliente y los alias de Vicky, Susy y María Victoria Restrepo. Nacida el 7 de octubre de 1955, Ana es hija de una madre soltera, Migdonia Bernarda Caballero, quien la arrastra desde su niñez por el submundo de la miseria y la picaresca, hasta instalarse en un puesto del Mercado Cuatro. Desfilan por la novela, como en un gran mosaico social inspirado en los esperpentos de Valle Inclán, la lascivia, la inhumanidad y el cinismo de personajes como el albañil don Pablo, un cura español, un posadero de Posadas, un usurero del mercado, y las máscaras atroces y fellinianas de las madamas Ña Francisca, de Encarnación, y tía Perla, de Asunción. Buscando horizontes, Ana se escapa a Posadas con Luis, un barítono argentino, y otros dos cantantes populares con quienes forma un grupo vocal ambulante. Los ingresos precarios del cuarteto obligan a Luis a mudarse a la habitación de los otros dos, y a que Ana se mude a la del posadero, un sujeto despreciable, con quien "sufrió dos madrugadas con verdadero estoicismo".
Ana conoce después a Felipe Manantiales, un diplomático panameño, quien contribuye de manera decisiva a pulir sus modales y refinar su cultura. Luego pasa al Brasil, donde sigue encumbrando su destino en manos del playboy Jorge Guinle y el malandro Zé Poeira, explotador de la quiniela conocida como Jogo do Bicho (p. 165).
Continuando con la escala ascendente, Ana entabla una relación menos prostibularia con el alto ejecutivo internacional Emilio Restrepo, un distinguido colombiano de quien luego enviuda, quedando en una cómoda posición económica, mientras al mismo tiempo alcanza un lugar de renombre como periodista. Se une finalmente al viejo multimillonario italiano Enzo Di Caltaggiruni, un capo mafioso que la colma de lujos.
El único amor de Ana es, sin embargo, un cliente de su temprana juventud, el ingeniero y empresario stronista Manolo Carlos Romero Martínez, campeón de la hipocresía, quien la encuentra deslumbrado en su palacio de Roma, y quien solía autodefinirse de la siguiente forma:
Conocí a muchos que tuvieron que irse del país o que fueron detenidos, torturados, esquilmados, y desaparecieron, sólo por expresar su descontento... Así que yo me hago el burro y me dispongo a seguir aprovechando y a hacerme de fortuna propia, que cuando llegue el momento la pondré al servicio de la democracia tan anhelada (pp. 78-79).
Así como hay dos Españas, al decir de Machado, hay dos Paraguay. Si Cervantes simbolizó una en el quimérico idealismo de don Quijote y la otra en el ingenuo cinismo de Sancho, esta novela de Sapena Brugada, entre tantas producidas por no pocos talentosos narradores paraguayos en estas dos décadas de reflexión sobre nuestro oprobioso pasado reciente, propone los dos símbolos más estremecedores y poderosos de nuestros dos Paraguay: un privilegiado de Itaipú, incapaz de levantarse por sí mismo para competir en un mundo sano y libre, y la hija del más degradante infortunio, una hija de un pueblo no dispuesto a renunciar a la belleza y la victoria.
Juan Manuel Marcos
Cabe preguntarse cómo es posible que un escritor, aparentemente inexperto, llegue a alcanzar esa maestría del día a la noche. Sin embargo, la sorpresa no debería ser tan grande si tenemos en cuenta que estamos ante un autor de la edad aproximada del Cortázar que compuso Queremos tanto a Glenda, del propio Cervantes que terminó la segunda parte del Quijote, mucho más joven que el Roa Bastos nuestro que publicó El Fiscal y Contravida, y alguien a quien todavía le faltan unas dos décadas para llegar a la edad en que Benedetti escribió Testigo de uno mismo. La literatura es esa amplia y multicolor casa común donde caben los adolescentes Rimbaud y Neruda, y también los sabios, maduros y habilidosos alquimistas de su propia experiencia, para quienes el arte de la novela no tiene secretos, como un viejo marinero en alta mar.
Sapena Brugada ha sido siempre un lector incansable, y esta novela es hoy el producto de esa larga amistad con los textos, esa pródiga digestión existencial de los años en Paraguay, Brasil y Europa, y ese conocimiento intransferible de las cosas que importan, que solo se adquiere después de muchas pérdidas.
La princesa triste del Mercado Cuatro narra la imaginaria biografía inconclusa de Ana Migdonia Rosaria (sic) Monges Caballero, también conocida con el apodo de Ana Caliente y los alias de Vicky, Susy y María Victoria Restrepo. Nacida el 7 de octubre de 1955, Ana es hija de una madre soltera, Migdonia Bernarda Caballero, quien la arrastra desde su niñez por el submundo de la miseria y la picaresca, hasta instalarse en un puesto del Mercado Cuatro. Desfilan por la novela, como en un gran mosaico social inspirado en los esperpentos de Valle Inclán, la lascivia, la inhumanidad y el cinismo de personajes como el albañil don Pablo, un cura español, un posadero de Posadas, un usurero del mercado, y las máscaras atroces y fellinianas de las madamas Ña Francisca, de Encarnación, y tía Perla, de Asunción. Buscando horizontes, Ana se escapa a Posadas con Luis, un barítono argentino, y otros dos cantantes populares con quienes forma un grupo vocal ambulante. Los ingresos precarios del cuarteto obligan a Luis a mudarse a la habitación de los otros dos, y a que Ana se mude a la del posadero, un sujeto despreciable, con quien "sufrió dos madrugadas con verdadero estoicismo".
Ana conoce después a Felipe Manantiales, un diplomático panameño, quien contribuye de manera decisiva a pulir sus modales y refinar su cultura. Luego pasa al Brasil, donde sigue encumbrando su destino en manos del playboy Jorge Guinle y el malandro Zé Poeira, explotador de la quiniela conocida como Jogo do Bicho (p. 165).
Continuando con la escala ascendente, Ana entabla una relación menos prostibularia con el alto ejecutivo internacional Emilio Restrepo, un distinguido colombiano de quien luego enviuda, quedando en una cómoda posición económica, mientras al mismo tiempo alcanza un lugar de renombre como periodista. Se une finalmente al viejo multimillonario italiano Enzo Di Caltaggiruni, un capo mafioso que la colma de lujos.
El único amor de Ana es, sin embargo, un cliente de su temprana juventud, el ingeniero y empresario stronista Manolo Carlos Romero Martínez, campeón de la hipocresía, quien la encuentra deslumbrado en su palacio de Roma, y quien solía autodefinirse de la siguiente forma:
Conocí a muchos que tuvieron que irse del país o que fueron detenidos, torturados, esquilmados, y desaparecieron, sólo por expresar su descontento... Así que yo me hago el burro y me dispongo a seguir aprovechando y a hacerme de fortuna propia, que cuando llegue el momento la pondré al servicio de la democracia tan anhelada (pp. 78-79).
Así como hay dos Españas, al decir de Machado, hay dos Paraguay. Si Cervantes simbolizó una en el quimérico idealismo de don Quijote y la otra en el ingenuo cinismo de Sancho, esta novela de Sapena Brugada, entre tantas producidas por no pocos talentosos narradores paraguayos en estas dos décadas de reflexión sobre nuestro oprobioso pasado reciente, propone los dos símbolos más estremecedores y poderosos de nuestros dos Paraguay: un privilegiado de Itaipú, incapaz de levantarse por sí mismo para competir en un mundo sano y libre, y la hija del más degradante infortunio, una hija de un pueblo no dispuesto a renunciar a la belleza y la victoria.
Juan Manuel Marcos