La nueva órbita de Delfina Acosta

No desoigan el canto de unos poemas cuya fuerza central, gravitatoria, se empinan en la esperanza y el mar hondo del misterio divino, cierto, pero también están azogados con el polvo de una tierra que necesita volver a estar ilesa para así oxigenar los pulmones de todos los vivientes.

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Delfina Acosta ha escrito cuarenta balas salvíficas y, amorosamente, las ha instalado en un arca preparada para superar la singladura del tiempo. En su nuevo poemario Versos para este planeta, se acopian balas o poemas de un calibre tan potente que, sin más, logran incrustarse en el travesaño del espíritu de cualquier prójimo indiferente, de todo aquel que tras la máscara esconde un profundo dolor: “Hay un lejano llanto y un suspiro/ por tantas cosas, es decir la vida/ que sobre el hombre sin cesar gotea”.

Y si otros congéneres malbaratan su dinero o sus rutinas, la poeta villetana nunca lo hace con sus versos, pulidos con esmero y sentidos como en Nochebuena (“Un niño nace y ya la leche tibia/ de un seno vuelto luz le saca el hambre”), o pensados para emparentarse con la pobre humanidad de todas partes (“Persigo las pisadas de las gentes/ humildes y recuerdo que hay caminos/ que atrás te empujan o te llevan lejos”).

La poesía no es un antojo ni un simulacro: su ancho historial ensombrece cualquier petulancia o intento de ofrecer gato por liebre. Delfina Acosta ahora es una poeta genuinamente emparentada al salmista David, al carnal Salomón de los Cantares o al poeta anónimo que escribió el magno poema dramático conocido como el Libro de Job. Delfina, poeta nacida para estar con Jesús, con ese grande Poeta al que algunos de su tierra llamaban loco, sabe bien de los desdenes que aún hoy se lanzan hacia los poetas, y por ello dice: “Somos legión, legión, y nos confunden/ con los dementes que sin paz deambulan/ por los abandonados parques públicos”.

Y es que la paz no puede ser fingida ni ser el arma preferida de los hipócritas. Paz tras la denuncia; misericordia tras el reconocimiento de las injusticias. Los poetas claman contra el abismo al que lanzan a los prójimos. Los poetas solo callan cuando es el Amor quien habla u obra: “Procuro no olvidar ningún silencio,/ ninguna media voz, ningún testigo.// Y ahora sé que aún estoy en falta/ con tantos mundos. Este es mi libro un transcurrir del día innumerable,/ de cuanto se han callado los espinos/ para que se dijeran los amantes”.

Finalizo con el resol fecundante que Delfina Acosta ha estampado para que no nos perdamos por completo. Me refiero al anclaje con el Hombre-Dios y con el Padre. Fidedigno es el magma destilado desde sus adentros espirituales, porque, aunque hable de las rosas, deja bien claro que el camino primero del creyente no es un lecho de rosas. Es fango y descomposición. Solo cuando se sigue a Cristo sin adornos es cuando no vuelve la indecisión: “¡Señor, hoy brotan rosas sin embargo/ de la fangosa tierra de mis dudas!”, dice en un primer poema, para luego, en otro, concluir: “La verdadera rosa no se observa./ Por fe se aspira el sueño de su aroma./ El corazón del hombre no la encuentra,/ y es la mejilla de mi Dios la rosa”.

Mi enhorabuena por el nacimiento de esta lírica y valiente “criatura”.
*Poeta, ensayista y profesor de la Universidad de Salamanca.

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