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MUERTE Y EXCESO VITAL EN EL SONIDO BEBOP
Innovación y tradición, modernidad y folclore, el jazz y lo koyguá tocan juntos en concierto en la historia de Alex Cool y los Caballeros del Jazz, de Alejandro Cubilla y su Banda Koygua. El jazz, a fin de cuentas, no siempre fue tenido por música elegante, intelectual, burguesa; y el propio Charlie «Bird» Parker, de Kansas City, Missouri, tierra de góspel y blues, aunque fue una revolución musical sobre dos piernas y su breve, bárbara vida de relámpago dio un giro completo a la música actual, hundía sus raíces creadoras en esas canciones de negros repetidas generación tras generación. Como dice el crítico de jazz Ted Gioia (en El canon del jazz: los 250 temas imprescindibles, Madrid, Turner, 2013): «La revolución del jazz que encabezó Charlie Parker en la década de los cuarenta fue un movimiento radical que hundía sus raíces en la tradición. El emblemático e iconoclasta saxofonista nunca se alejó demasiado, ni siquiera en sus momentos más atrevidos, de la música de su Kansas City natal, en cuyos escenarios siempre estuvieron presentes el compás de 4/4 con swing y la intención del blues, un legado perdurable que se dejaba sentir sobre todo cada vez que Parker ahondaba en una progresión de blues de doce compases». Y el bebop, por sofisticado que suene, y aunque sus experimentos hayan conducido a lo que hoy se considera el jazz moderno (que puso fin al imperante hasta los años treinta, el jazz clásico, con la llegada de «Birdie» Parker y otros boppers en la década de 1940), si bien acogido por intelectuales, no fue música de gente muy «presentable». Fue música de pobres, de alcohol barato y tristezas violentas, de alegrías malsanas y bancarrotas traicioneras, de drogas y de tugurios para penosos placeres, de callejones hediondos –e iluminaciones radiantes–. Y en los tiempos más difíciles de la historia reciente, fue la música de la muerte cercana y, por ello mismo, del exceso vital. Muerte y exceso vital se alternan en el sonido bebop, sonido hecho de contrastes, de interpelaciones, de desencuentros, de réplicas y de extrañas y violentas simultaneidades.
BILLIE’S BOUNCE Y LA BANDA KOYGUA
Charlie Parker era un hombre del pueblo y conocía y comprendía el espíritu de sus tradiciones musicales, como varios músicos paraguayos. Por ejemplo, Alejandro Cubilla. ¿Tocó tal vez Alex Cool alguna noche Billy’s Bounce de Charlie Parker con los Caballeros del Jazz? Quién pudiera saberlo. El jazz de Parker es duro; habla de cosas muy reales: de soledad en ciudades inhóspitas, de marginalidad, de supervivencia, de subjetividades enfrentadas a un espejo sin luz. Tal vez por eso han escrito sobre su música –y con ella– autores tan diversos como Ginsberg, Kerouac o Cortázar. Algo conecta varios elementos oscuramente afines –el swing, la bancarrota, Kansas, el blues, lo koygua, Alex Cool y los Caballeros del Jazz, las big bands, las tristezas violentas, las alegrías malsanas, las ciudades inhóspitas, el bebop, Kerouac–, el encuentro fortuito –«el encuentro fortuito (diría Bretón, citando a Lautreamont) de una máquina de coser y un paraguas sobre una mesa de operaciones»– de Alejandro Cubilla y su Banda Koyguá y Billy’s Bounce de Charlie Parker sobre la mesa de escribir de uno de los contados y poco conocidos autores de cierta rara e interesante literatura paraguaya actual. En Parafuso colectivo (http://paraguaytamaguxi.blogspot.com/2009/07/parafuso-colectivo.html), un relato del poeta y notorio melómano Édgar «Pou» Cazal, en medio de una historia de pasión y dinero, sexo y música, eros sonoro del bebop y viciosos placeres del lenguaje, alegrías orquestales y guerras darwinianas, el narrador evoca una noche, no sabemos si real o imaginaria (pero lo imaginario, lo posible, dado que revela su estructura, es parte de lo real), en la que aparecen de pronto Alejandro Cubilla y su Banda Koyguá improvisando Billie’s Bounce de Charlie Parker:
«Yo estaba en el hotelucho Príncipe Rojo con la gorda millonaria. Como todos los viernes. Era mi cuota de prostitución para conseguir llegar hasta fin de mes. La gorda no era fea, en realidad me gustaba. Pese a sus 50 años y a sus 98 kilos, tenía una piel tersa y la vulva bien explosiva. Sus 4 tarjetas de crédito, sus 3 camionetas japonesas del año, sus 2 estancias ganaderas y esa manera de gemir en todos los tonos de bebop que yo imaginaba (desde que escuché una vez al maestro Alejandro Cubilla & su Banda Koygua improvisar Billys Bounce), la hacían bien apetecible, y si por algún mal designio no podía copular con ella cada viernes, me volvía literalmente loco de rabia. Y de la rabia pasaba al desamparo, del desamparo a la abulia, de la abulia a la deriva por las calles más desoladas del puerto y de ahí nadie ya más que la gorda millonaria me lograba rescatar nuevamente. Pero esa tarde-noche, en el límite incierto entre la más clara conciencia de ser una cosa totalmente innecesaria en la maraña del mundo y el súbito atisbo de ser un ángel caído que merece ser rescatado de su avatar infame, no estaba como para perder mucho tiempo con la gorda millonaria. Tras los dos orgasmos de rutina y el correspondiente pago, nos despedimos sin muchas palabras. Ella vestía algo ligero, un diseño entre quimono y salto de cama de tono azul cobalto, pese al frío. Siempre admiré esa carnosa opulencia que la protegía de las veleidades del clima y al verla subir a su toyota hilux blanco me mordí los labios en un tardío impulso de lujuria».
EL BEBOP Y BILLIE’S BOUNCE
Antes del bebop, en Estados Unidos, en la década de 1940, decir jazz era decir big bands, grandes orquestas de swing, diversión masiva, musculosa alegría de miles de jóvenes en las pistas de baile. Y, por sobre todo, un excelente negocio. Era impensable salir del repertorio; ahí estaba el dinero, y sin dinero en este mundo no puedes hacer música (ni nada); sin dinero, estás muerto. Entonces estalló la Segunda Guerra Mundial, y tanto músico fue movilizado que quedaron diezmadas las big bands. La crisis económica terminó de fundir los días de swingueante diversión. La época dorada de las grandes orquestas había terminado. Se abrieron nuevos antros lúgubres y baratos y allí los músicos fueron a tocar hasta el alba por unas monedas o gratis; y, como ya no había mucho que perder, probaron sendas antes evitadas que conducían a una música intempestivamente rara, de tiempos veloces, armonías inusuales y ritmos excéntricos; y así, del duro regalo de esas largas noches inesperadas, áspero fruto de la amargura y de la libertad, surgió el bebop.
Billie’s Bounce, clásico del bebop, es un estándar de jazz-blues de doce compases en Fa que Charlie Parker compuso en 1945. La primera grabación fue para el sello Savoy: él en el saxo, Curly Russell al bajo, Max Roach en la batería; y como el pianista, Bud Powell, no podía llegar, el trompetista, Dizzy Gillespie, se sentó al piano y llevó a un amigo suyo, un chico de diecinueve años que se llamaba Miles Davis, para que le hiciera la gauchada de tocar la trompeta en su lugar. Aquí tienen la versión original, tal como fue grabada el 26 de noviembre de 1945 en los WOR Studios, Nueva York. Ladies, Gentlemen: Charles Christopher Parker en el saxo alto, Miles Dewey Davis en la trompeta, Dillon Russell en el bajo, Maxwell Lemuel Roach en la batería y John Birks Gillespie al piano; recibamos con un fuerte aplauso a tan brillantes fantasmas, que con solo un click regresan desde Ultratumba a tocar para nosotros este temazo… ¡con ustedes, Billie’s bounce!: http://mibandamemata.com/2014/03/31/billies-bounce/
juliansorel20@gmail.com