La Niña de la Torre Historia de un vals

De una antigua canción de amor, de la compositora Rosita Mello, de olvidadas serenatas y de veladas de medianoche en el famoso Panuncio, de barrio Pinozá, habla este hermoso artículo del doctor Alejandro Encina Marín.

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MANDOLINAS, TUNANTES Y SERENATAS

Existió en nuestro país en otro tiempo una costumbre asociada a conquistas amorosas y noches de jazmines perfumados y a la dulzura de nuestra música y del sonido de nuestros instrumentos. Desde los albores del siglo XX, los enamorados llevaron serenatas a balcones y ventanas por el gentil «muchas gracias» de una tímida vocecita. A veces los acompañaba un «recitador», que declamaba poemas amorosos.

Corría, creo, el siglo XIII, cuando los juglares, con sus instrumentos de cuerda, alguna que otra flauta traversa y mil canciones, eran bienvenidos en tabernas y fiestas populares de toda España. Y la recompensa, que dependía de la voluntad de los presentes, les permitía pagar posada, comestibles y «bebestibles» a estos «músicos de la legua», también llamados «tunos», por apócope de «tunantes». Como sus grupos se llamaban «tunas», nombre hasta hoy de bandas de estudiantes siempre bien atendidos en los lugares que recorren y vestidos, igual que hace siglos, con oscuros jubones, medias hasta las ingles, largas capas que cruzan de hombro a hombro las «becas» (bandas con los colores de su universidad) y, prendidas en las mangas, cintas de colores que dizque representan otras tantas conquistas amorosas de cada ejecutante.

Las tunas siguen tocando los mismos instrumentos de cuerda: la guitarra, la bandurria, el laúd español, la mandolina, y en los últimos tiempos el bajo y el contrabajo, además, claro, del pandero, la pandereta y las castañuelas que desde siempre las distinguen, y conservan los nombres de «la tuna de tal universidad».

MEDIANOCHES PARAGUAYAS

Este es el origen de las serenatas que en el siglo pasado cobraron sentido sentimental y el único fin de conquistar el amor de una damisela desde el pie de su balcón o su ventana.

Naturalmente, las piezas dedicadas a la novia eran eminentemente románticas, y entre ellas, desde 1920, más o menos, se popularizó en especial un vals de sugestivo nombre: Desde el alma.

Es verdad que en ese entonces las casas estaban enjoyadas con enredaderas floridas de jazmines o diamelas que perfumaban el aire, pero no es menos cierto que algunas alojaban también a señoritas menos afortunadas a las que irritaba el concierto y que lo repelían con líquidos corrosivos de blancos recipientes enlozados. Despecho…

En su época universitaria, según me contaba mi tío abuelo, el doctor Ricardo Odriosola, existía cierta damita, muy frecuentada por los serenateros, que despreciaba por su pobreza y su fealdad a un joven pretendiente, apodado Ka’i, que una noche le llevó burlona serenata. Adaptando a la música de Santa Fe (Cielito Chopi) los versos del coro del Himno Nacional, Ka’i ejecutó en guitarra y canto las estrofas: Paraguayos república o muerte…, y puso en ridículo a su chica-i ante todo el barrio, que se asomó a ver quién era el patriótico enamorado.

En la cuadra de mi casa, Independencia Nacional, entre Río Blanco y Amambay, en la que vivimos desde el 25 de junio de 1935, había varias «casas de familia», y, al inicio del Barrio Obrero (avenida Amambay, hoy Rodríguez de Francia), un «conventillo»; y en este y en aquellas, muchas señoritas de buen ver y en edad de merecer cuyos candidatos solían alumbrar el barrio con formidables conjuntos con violines, guitarras y contrabajos.

Como excepción y anécdota, a mi padre, presidente de la seccional colorada Catedral, allá por 1946, cuando su partido ya estaba en el poder, una noche le trajeron una serenata que incluía un piano en un camión de carga. La originalidad del piano despertó a todo el barrio y no faltaron aplausos. Mi padre retribuyó a los tripulantes del camión con una botella de buen licor añejo.

LA HISTORIA DE LA NIÑA DE LA TORRE

Pero las demás serenatas del barrio casi siempre comenzaban con el vals Desde el alma, que en la época de la radio se atribuía a Rosita Mello, dama cuyo nombre estaría registrado en los discos de 78 r.p.m. fabricados en un material que hoy se llama vinilo.

El ritmo de Desde el alma era de vals, pero no tanto de los traídos en la época del Mariscal y su consorte; tenía ese allegretto propio de los preferidos en el Río de la Plata y Paraguay y que con el tiempo fueron denominados «valcesitos criollos».

En esa época, mitã’i de pantalón corto, yo no prestaba atención a la autoría. Pero después, casi veinteañero, y ya un poco serenatero, empecé a viajar por tierra al departamento de San Pedro por un camino que cruzaba el centro de la ya pujante San Estanislao, donde un día me detuve a tomar un refrigerio. Desde mi mesa vi una casa con una especie de torre, y le pregunté al dueño del establecimiento a quién pertenecía.

–Eh, y esta pues es la casa que era del padre de Rosita Mello –me respondió.

Vacilé un segundo y le pregunté si tenía alguna relación con la autora del conocido vals. Y él me respondió con un relato:

Vivía en aquel lugar un acaudalado comerciante, probablemente brasileño, llamado el señor Da Silva Melo, que estaba casado con una señora santaniana. Tenían una hija bonita y aficionada a la música. Ya quinceañera, fue cortejada por un «rabelero» (por un músico que tocaba el rabel, especie de violín popular con menos cuerdas), llegado a Santaní para tocar en una fiesta patronal. Parece que el hombre no estaba muy bien vestido, lo que provocó el rechazo del padre. Ante la insistencia del músico y la correspondencia de Rosita, que así se llamaba la niña, el señor movió sus influencias pueblerinas y lo mandó encerrar en la comisaría, de la que salió merced a la simpatía que con su rabel había despertado en la ciudad y entre las autoridades. Esto enfureció aún más al comerciante, que encargó a un constructor agregar a su casa la torre, hizo llevar a ella el piano, que la niña Rosita tocaba con maestría, y ordenó que esta permaneciera allí, dedicada a sus estudios y a perfeccionar sus dotes musicales. El pretendiente rechazado se marchó a recorrer otros pueblos y a amenizar otras fiestas patronales. En cuanto a la niña, disimulando sus lágrimas, acató la orden paterna de reclusión y no solo practicó su instrumento predilecto, sino que además compuso piezas que asombraban a los moradores de San Estanislao.

LA DISPUTA POR ROSITA MELLO

Se dice que, años después, Rosita partió y, en Asunción, se casó con un uruguayo que la llevó a Montevideo. De allí surgió la versión de que Desde el alma era uruguaya. La disputa por la nacionalidad de la canción creció cuando en la década de 1940, en Pobre mi madre querida, película argentina, la interpretó el cantante Hugo del Carril, que, a impulsos de los movimientos políticos de su país, ganó prestigio al grabar la marcha Los muchachos peronistas; la popularidad del filme y del cantante hizo que el vals fuera reclamado como argentino. Algunos críticos atribuían la letra al marido de nuestra compatriota, al que daban el apellido Mere, a la vez que trastrocaban el nombre de la autora por el de Rosita Mere, supuesta música argentina.

Mientras todo esto ocurría, yo fui alargando mis pantalones, terminando el bachillerato, empezando la universidad, cantando por hobby y, por supuesto, llevando serenatas, a veces con conjuntos levantados cerca de la medianoche en Panuncio, en barrio Pinozá, en la actual avenida Eusebio Ayala, del señor Panuncio Espínola, mecenas de los músicos que paraban en esta parrillada en la cual los bohemios cortejantes de las niñas de la ciudad los contrataban para llevarles serenatas siempre iniciadas con el vals de Rosita Mello.

Con esto entro en la polémica sobre el vals que más tarde descubrí que había nacido en San Estanislao, criado en el afecto de toda la República por la autora, buscado en la Casa Viladesau de la calle 14 de Julio, hoy Mariscal Estigarribia, en discos de 78 r.p.m. y partituras y presentado, según el origen de la placa o de la partitura, a veces como argentino y otras como uruguayo, pero siempre con la autoría de Rosita Mello.

VERSOS QUE HABLAN DE AMOR

De tanto escucharlos, admirarlos y cantarlos, puedo reproducir en gran parte los versos de la composición de la Rosita enamorada:

Vives inútilmente triste

y sé que nunca mereciste

pagar con pena

la culpa de ser buena,

tan buena como fuiste

por amor…

Y más adelante, el coro:

Deja esas cartas, vuelve a esa antigua ilusión

del corazón con tu alma herida…

Son versos que se ajustan a la historia del origen santaniano del vals de Rosita Mello, paraguaya. En cambio, en la película citada, Del Carril interpreta como leit motiv la canción que da título al filme y que no habla de amores contrariados, sino de un joven bohemio que lamenta no haber oído las enseñanzas maternas y exhorta a respetar y amar a quien nos ha dado la vida:

Pobre mi madre querida,

cuántos disgustos le daba,

cuántas veces, escondida,

llorando triste y sentida,

en un rincón la encontraba...

Y como exordio:

Hijos que madres tenéis,

oíd esta voz que retumba:

Quererla mucho debéis

y, si muerta la tenéis,

lloradla sobre la tumba.

Letra que, como puede apreciarse, no tiene nada que ver con amores como los de Rosita y el insistente rabelero de San Estanislao, mientras que Desde el alma sí tiene estrecha relación con el corazón destrozado de la niña de la torre y hasta quizá con la presumible insistencia de algunas cartas de amor.

UNA BELLA Y TRISTE HISTORIA

La nacionalidad de la autora la reclaman los uruguayos, por su supuesto matrimonio con el supuesto oriental Mere, al que como refuerzo atribuyen los versos; los argentinos, porque el vals es una de las músicas insertadas en la citada película, cuyo argumento no encaja de ningún modo con los versos; y yo, como paraguayo, por la versión recogida en los remotos lares de Santaní, por los versos que remiten al episodio amoroso que me fue narrado in situ, por las serenatas que he dado con ese vals como pieza de privilegio, por haber leído en partituras, discos y hasta en una revista argentina, El Alma que Canta, que la autora es Rosita Mello, porque vi la torre de la casa Mello de Santaní y porque en muchas noches asuncenas escuché a santanianos y músicos la historia de la niña del departamento de San Pedro.

Creo que en esta disputa llevo mucha ventaja. Y por si fuera poco, en los festejos del 14 y 15 de mayo de este año, 2014, un cantante de moda en nuestra ciudad de Asunción ofreció un recital de música paraguaya y fragmentos clásicos de ópera, y entre lo nuestro destacó Desde el alma, que el público aplaudió a rabiar.

No hay patriotismo barato en mi defensa de la nacionalidad de la autora de este vals con el que me he lucido en más de una serenata. Solo el deseo de contar cuanto conozco de su bella y triste historia.

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