La mirada corrosiva del outsider: Fernando Vallejo y sus peroratas

Fernando Vallejo. Peroratas. México, Alfaguara, 2013. 315 pp.

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El último libro de Fernando Vallejo, publicado hace unos meses por Alfaguara, Peroratas, recopilación de textos dispersos hasta hoy del polémico y buscapleitos escritor colombiano, ya está en las librerías de Asunción. Pocos se salvan de la saña, la bronca y los ataques del autor: se salvan los animales, su perra Kimcita, su difunta perra Bruja, y, por haber llenado tantas fichas con apuntes sobre la construcción y el régimen, es decir, por su amor por el lenguaje, y tal vez por su apellido animal, el filólogo Rufino José Cuervo. Pero si pocos se salvan, muchos reciben sus cruentos golpes y hachazos: la plaga nefasta de la Iglesia católica, la clase política, las madres, la reproducción, la maternidad, Colombia, los crímenes del cristianismo, García Márquez, el narrador omnisciente en tercera persona, los depravados vicarios de Cristo. Y en medio de los goces de este odio, nuevamente otros milagros y otros salvos en prodigiosos flashback de generosidad inesperada, aquí y allá («Cierro los ojos y recuerdo, en un aula de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional de Colombia, al profesor Alfredo Trendall copiando en griego en el tablero los fragmentos de los presocráticos que se salvaron de la destrucción del tiempo… A Alfredo Trendall lo veía yo entonces muy mayor: tenía veintiocho años y hoy podría ser mi nieto. A veces, en las noches, me lo encontraba caminando por la Ciudad Universitaria (…), caminando bajo el cielo estrellado, absorto en sus pensamientos y con grave riesgo de irse, como Tales, a una zanja. ¡Cuánto aprendí de él a querer a los presocráticos!»).

Si Peroratas se lee como un libro de ensayos, Vallejo me hace pensar que el ensayo no es lo suyo. Preservo mi duda al respecto porque se trata en realidad, como les decía, de una compilación de conferencias, artículos, discursos, prólogos y otros textos afines. Se define usualmente el ensayo como un escrito poco elaborado, del cual se valora precisamente el aire inspirado, de improvisación, y en el cual no se busca ni se desea el rigor de un trabajo sostenido, sistemático, pero en verdad el ensayo solamente finge que no tiene rigor, y esa es la libertad que se permite, una libertad, pues, ilusoria, ya que, contra lo que el concepto mismo de libertad reclama y también anuncia, no es ni absoluta ni gratuita. Por más que el ensayo sea fruto del calor del momento, la mente debe mantenerse presta y veloz para darle un cierto orden, y, para no contrariar el timbre de la voz del ensayo, debe arreglárselas con ingenio para, además, disimular ese orden –pues otra regla estricta del ensayo es que tiene prohibido fatigar o aburrir o exigir mucho esfuerzo de atención o de concentración (cosa que uno sí puede en cambio exigir, por ejemplo, en una monografía o en un tratado): el ensayo será divertido o no será–. Pero, aun disimulados e incluso, si uno es lo bastante diestro, rápido y lógico, aun espontánea o automáticamente conferidos al raudo ensayo, rigor y orden han de estar ahí, cierto que sin molestar, o sea, no visibles como lo estarían en un escrito académico, por ejemplo, pero no por ello menos perfectos y menos contundentes. Es tal vez mayor la exigencia de rigor en un ensayo por el hecho de que aparenta no tener mucho rigor, ya que, así, a esa exigencia primera de rigor se le suma una exigencia más, esta vez estilística, que es la de enmascarar a la primera.

Pero yo creo que Peroratas no debe leerse como un libro de ensayos, sino como un libro de peroratas. Perorata, en español, como el lector sin duda ya sabe, viene del latín peroratio, perorationis. La peroratio es la parte de un discurso que lo cierra con una síntesis de todo lo ya expuesto y que, además, apela a la audiencia o a los lectores para que coincidan con la postura que uno, o sea, el autor, manifiesta en dicho discurso. La peroratio (de acuerdo al clásico orden retórico de exordium, narratio, argumentatio y peroratio) resume, pues, las ideas desarrolladas previamente para finalmente «movere» al oyente o al lector, o sea, para influir en él; sintetiza lo dicho a fin de grabar los puntos fuertes en la mente del público y busca despertar sus emociones (sobre todo la compasión, conmiseratio, y la indignación, indignatio) con cuantos recursos estilísticos el autor desee utilizar (complexio, epanodos, accumulatio, anacefalaeosis, epifonema, simperasma, sinatroísmo) para convencer a sus oyentes o lectores. Ahora bien, en español decimos «perorata» para referirnos a un discurso pesado, molesto, inoportuno. En general se supone que una perorata es molesta y tediosa por vacua e inconsistente, porque no aporta ninguna información valiosa y debido a eso termina por aburrir. Carece de importancia y de profundidad. De este modo, tenemos que, si para la retórica clásica la perorata no solo era una de las partes fundamentales de un buen discurso, sino que con frecuencia era la parte decisiva, y, por ende, la más importante, con el tiempo, en español, ha pasado a significar exactamente lo contrario.

Bueno, creo que las virtudes y los defectos que en este libro ha encontrado y que para información de ustedes esta lectora aquí reseña se explican, los defectos, porque a los textos que compila les falta la consistencia de un ensayo, y las virtudes, porque les sobra el efecto contagioso del sentido clásico de las peroratas. Sobre lo primero, un ensayo es consistente porque, breve o largo, es un todo completo, mientras que una perorata es solo parte de algo, y le falta el desarrollo previo que la fundamenta. Y, sobre lo segundo, lo que diré sin duda depende de los gustos y valores de cada uno, pero, se enojen quienes se enojen (porque este los insulta a todos), ¡qué divertido es leer a Vallejo! ¡Qué manera de reírme a carcajadas! Y por más que hable de muerte, gusanos, crimen, ignorancia y de que lo peor que puede pasar es haber nacido, qué vitalidad maldita me inyecta su malhumor.

Ah, se me olvidaba mencionar más arriba a una de sus víctimas notables: porque Vallejo ataca a todo el mundo, pero tan cierto es esto que de sus palos no se libra ni Dios: «Por imposibilidad ética, Dios no puede existir». ¡Por imposibilidad ética! No me había sentido tan en paz, tan risueña y tan contenta en muchos días. El efecto contrario al de un libro de «autoayuda». Pero permítanme citar otra delicia, sobre otro motivo recurrente de sus iras, que son las madres y la maternidad: «La reproducción es fea, engorrosa, embarazosa, y le toma a la mujer nueve meses que bien podría aprovechar en componer una ópera. No. Se va inflando, inflando, inflando, como un globo lleno de humo, pero que no es capaz de alzar el vuelo. Y ahí van estos adefesios grávidos retenidos por la gravedad (…) Embarriladas de satisfacción y poniendo cara de Giocondas. ¡Ay, que dizque si no tienen un hijo no se realizan como mujeres! (…) La maternidad degrada a la mujer, la vuelve una vaca. Con perdón de mis hermanas las vacas».

Recomiendo estas diatribas y, por lo que a mí respecta, seguiré leyendo a Fernando Vallejo. Ya sé que es una bestia parda y viperina de lengua calva, pero me gusta en extremo que no tema equivocarse y que no disimule sus flaquezas con una astucia de la que estoy segura que sería capaz si tuviera (pues lo que le falta no es destreza) más cautela. Comprendo que resulte chocante y ofensivo, pero lo cierto es que a mí leerlo me hace partirme de risa y me pone en verdad bien, lo cual supongo que se explica por mi torcida y perversa naturaleza, rasgo de mi protervo espíritu que espero que merezca alguna clemencia de los magnánimos lectores.

Sospecho que paralelamente al repudio que despierta también Vallejo recibe el fácil aplauso de muchos fanáticos, pues los escritores «polémicos» suelen correr esa suerte, y Vallejo, animado por esa adulación majadera, podría estar en peligro de perder poco a poco, imperceptiblemente, lo que él es para ser la caricatura que su popularidad reclame. Pero espero que no, porque ese sería su fin y la verdad es que yo lo disfruto. Es más, no puedo leer Peroratas sin reírme en voz alta. Y, sobre todo, hay posturas de Fernando Vallejo que comparto totalmente y hay otras que no, pero, a mi juicio, acierte o yerre, lo principal de estos textos es la frecuencia con la que van más allá de lo admisible y con la que, de ese modo, arrojan una luz incómoda (o, en mi caso, hilarante) sobre todo aquello que, según creo yo, los hábitos mentales, los atajos intelectuales rutinarios y acríticos, los prejuicios, las ideas hegemónicas mansamente asimiladas por la gente y, en muchos casos, el llamado sentido común impiden ver. Por ejemplo, como habrán notado ya por otras citas que he incluido en este artículo, Vallejo constantemente subvierte los valores aceptados, lo cual es siempre, a mi criterio, algo útil: «la maternidad es egoísmo disfrazado de altruismo, lujuria enmascarada de virtud». Quien hace esto propone una actitud, un pensamiento y una moral distintos, demuestra que puede haber una manera, buena o mala, pero diferente de estar en el mundo. Vallejo tiene la mirada corrosiva del outsider, del cínico que merodeaba en las afueras de la polis, del solitario que solo puede hacer un aporte al mundo, a esa sociedad de sus semejantes que lo excluye o de la que se excluye, un aporte incomprendido como un escupitajo o un insulto, aporte oscuro y magnífico que consiste en encarnar en sí mismo la rareza, la diferencia y la soledad.

Peroratas, de Fernando Vallejo (Alfaguara, 2013, 315 pp.), ya está a la venta en Asunción, en las principales librerías o en el showroom de Editorial Santillana (Venezuela 276 entre Mariscal López y España; teléfono 213294).

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