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Este lunes ha muerto en París la cineasta Agnès Varda, nacida en Bruselas en 1928 de padre griego y madre francesa. Varda, que estudió Historia del Arte en la Sorbona y fue fotógrafa del Teatro Nacional Popular antes de filmar, desde su primera película, La Pointe Courte –que solía, retrospectivamente, describir como la obra de una atrevida inexperta–, cambió la historia del cine.
Varda multidisciplinaria
Artista plástica y fotógrafa además de directora de cine, la literatura marca sus filmes –e instalaciones– con palabras que nunca son complemento ni glosa sino parte de una firme estructura, y es la estructura de la novela de Faulkner Las palmeras salvajes la que le inspira la de su ópera prima, La Pointe Courte. «En el cine, el estilo es la cinescritura», decía: la impronta del artista para Varda es escritura, y la del cineasta, «cinescritura». La pintura está en muchas de sus películas oculta en colores o gestos o incluso en semejanzas –se sabe de su gusto por el parecido físico del actor Philippe Noiret con Felipe el Bueno, duque de Borgoña, en sus retratos flamencos– , y en Cleo de 5 a 7 son decisivos los cuadros de Hans Baldung, gran pintor de la fugacidad de la belleza y la constante presencia de la muerte. La exploración de las relaciones entre el tiempo y el espacio y la subjetividad humana desarrollada por el filósofo Gastón Bachelard –a cuyas clases ella asistió en la Sorbona– es una evocación inevitable en varios filmes de Varda –así, la duración de Cleo de 5 a 7 es la del tiempo «objetivo» de la espera del resultado de unos análisis médicos y la del tiempo «subjetivo» del miedo –del miedo, en este caso, de la protagonista a un diagnóstico fatal–.
Varda defensora de la dignidad humana
En Los Ángeles conoció el movimiento de los afroamericanos en reivindicación de sus derechos y rodó Black Panthers (1968) con imágenes de la doble lucha de las mujeres negras: como negras y como mujeres. Recordará esa época en su libro Varda par Agnès (1) como un tiempo en el que las mujeres descubrían que «podían por sí mismas pensar la teoría y organizar la acción». En el París de 1972, participó de las movilizaciones por el derecho elemental a no tener hijos que se realizaban en ocasión del «caso de Marie-Claire», una menor de edad que iba a ser condenada a la cárcel por haber abortado después de ser violada, y antes, en 1971, firmó el Manifiesto de las 343, que, escrito por Simone de Beauvoir –y publicado en abril de ese año en Le Nouvel Observateur, exigía el libre acceso a los medios anticonceptivos y la despenalización del aborto. El consejo «Salid de la cocina, de la casa» fue, dijo alguna vez, siempre su mensaje a las mujeres (2), lo cual enlaza con su mirada satírica de la familia feliz burguesa, como en 7 p. cuis. s. de b. ... à saisir (1986), donde osó filmar a una anciana desnuda: Varda no tuvo reparos en mostrar –con el tiempo, se filmaría también a sí misma entre ellos– ancianos muy mayores, frecuentemente tan excluidos de las imágenes cinematográficas como de la sociedad. En Visages Villages (2017) viaja por la Francia rural con un amigo suyo, el artista visual JR, y contra los discursos publicitarios de nuestros días sobre generaciones y brechas generacionales al ver este viaje asistimos a la espontánea evidencia de la genuina e íntima amistad de esa mujer de 89 años y ese hombre de 35. No es ese, sin embargo, el tema –es solo un efecto lateral– de esta road movie a lo largo de la cual ambos amigos ceden el protagonismo a personas anónimas de las que hacen gigantes. Tampoco tiene, desde luego, reparos Varda en filmar la marginalidad y la pobreza: está ahí desde el principio –desde L’Opera Mouffe (1957), retrato de la violencia de ese opulento París que deja a tantos fuera del banquete, hasta Los espigadores y yo (2000), acercamiento a quienes «espigan» los desechos del consumo, pasando por Sin techo ni ley (1985), que habla de aquellos invisibles que se mueren de frío a la intemperie–.
The End
La única mujer asociada con la Nouvelle Vague fue Agnès Varda, que ocupa uno de los primeros puestos entre los cineastas menos convencionales en la historia de un arte especialmente dominado por el cortejo –o la manipulación– de las grandes audiencias, los presupuestos cuantiosos y, en consonancia con esto, los convencionalismos, y que ya en su primera película trazó un lenguaje para sus sucesores, un alfabeto del cine posible. «The End» es en el cine la frase que desde siempre anuncia el final de una función, el momento en el cual las luces comienzan una a una a encenderse sin piedad mientras, todavía bajo el embrujo de lo que acabamos de ver y vivir, los espectadores, aturdidos, nos ponemos penosamente de pie, pisamos tierra, salimos a la calle. Con esa frase, que es, pues, un comienzo, termina ahora la película de la hermosa y larga vida de Agnès Varda. Y aquí es donde nosotros nos ponemos de pie todos al unísono, y aplaudimos por mucho, mucho tiempo, hasta que nos arden las manos, antes de salir del cine llenos para siempre de ella.
Notas
(1) Agnès Varda: Varda par Agnès, París, Editions Cahiers du Cinéma et Ciné-Tamaris, 1994, 285 pp.
(2) «Agnès Varda: “Me he pasado la vida buscando dinero, pero he conseguido que mi cine sea libre”», El Mundo, 24 de septiembre del 2017.
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