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Victorio V. Suárez es poeta, periodista y ensayista. Nació en Asunción, en 1952. Estudió Historia en la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Asunción. Escribió para los diarios “La Tribuna” y “ABC Color”. Formó parte de la generación del 80, en el “Taller de poesía Manuel Ortiz Guerrero”, junto a otros grandes autores. Entre sus obras, destacan: “Los fuegos del alba”, “Literatura paraguaya (1900- 2000)”, “Proceso de la literatura paraguaya” y “El cristal y la rosa”.
-Últimamente hay varios premios literarios en el país. ¿Esto ayuda a los escritores a crear más obras o no influye?
-Creo que el escritor o el poeta no escribe para los premios. Enhorabuena si recibe ese tipo de reconocimiento que, desde luego, es muy importante. Aliento los premios como reconocimiento hacia el creador, hacia el artista. Esto motiva, aunque la idea final de un poeta no apunta solamente a conquistar galardones. La poesía se constituye en una necesidad. Cuando uno toma verdadera conciencia de la creación, resulta imposible desunirse de ella.
-En su anterior libro, “El Cristal y la rosa”, vemos a un poeta citadino que presenta dilemas existenciales y agudeza de la vida. ¿Qué de diferente encontramos en “Delante de la oscuridad”?
-“El cristal y la rosa” marca una especie de chispa estilística; esta se prolonga en “Oficio del caminante”, un libro que llena mis expectativas. Ante esa cuestión existencial, inteligentemente señalada en tu pregunta, debo responder que en “Delante de la oscuridad” la palabra poética va más allá, es decir, pasa de los problemas de la existencia hacia la muerte, sin temerle.
Reivindico en “Delante de la oscuridad” la otra orilla, eso que en muchas sociedades ocultas se denomina “El oriente eterno”. El paso de la luz hacia otra luz es la ruptura del estrecho hilo de la oscuridad que se abre y ofrece la penetración en el misterio. La esencia se desnuda; lastimosamente, ningún muerto vino a transmitir su atrapante dimensión. El ser humano muere para vivir eternamente como energía eterna, es el reino de las almas.
-¿Qué significa la poesía para usted?
-Una interrogación parecida repartió el Premio Cervantes Gerardo Diego en su antología de la poesía española moderna y contemporánea que se editó en 1934. Entonces preguntó a varios poetas del 98 español: “¿Qué es poesía?”. No afloró la cursilería becqueriana y a la mayoría del 27 español no atinó a responder directamente; las respuestas llegaron metafóricamente, tal vez porque en realidad la poesía es una cuestión esencialmente subjetiva.
Puedo deducir que la poesía es para mí lo esencial, algo que está en mí y representa en mi existencia lo fundamental.
-¿Ha cambiado su poesía desde que comenzó a escribir?
-Creo que hay visibles variaciones. Me han llamado la atención aquellos poetas que aparecieron cincuenta años atrás y que hasta hoy siguen escribiendo de igual manera, con los mismos recursos, la misma pintura. La vida no es estática, mucho menos la realidad. La dialéctica heraclitana o hegeliana sigue vigente de manera palpable. Creo que eso hace que vaya cambiando mi poesía.
-Perteneció a la generación intelectual de los 80, los últimos años de la dictadura stronista. ¿Qué se rescata de esa generación?
-Así es, pertenezco a la generación del 80. Más me gustaría hablar de “Promoción del 80”; conste que hay rasgos que podrían caracterizar a una generación: coetaneidad, lecturas, procesos de formación intelectual. Media docena de poetas aparecimos tras el Primer Concurso de Poesía Joven organizado por el Instituto de Cultura Hispánica en el año 1977. El concurso fue ganado por Mario Rubén Álvarez y nos quedamos en segundo lugar Moncho Azuaga y yo. Creo que aquello fortaleció desde ese momento nuestro acercamiento literario y solidaridad.
Luego llegaron otros y la actividad ya no paró, trabajamos colectivamente muchos años y comenzamos a publicar nuestros poemas en varias antologías anuales. El taller se hizo sentir con el nombre de Manuel Ortiz Guerrero, vate emblemático y ejemplar de nuestro proceso poético.
-Pero ¿fue difícil agruparse en medio de los últimos años de la dictadura?
-No fue fácil trabajar, agruparse; el Estado de sitio vigente era una verdadera pesadilla. Nuestras edades oscilaban entre 18 y 22 años. En el 77, yo había salido de la prisión política stronista, donde estuve durante un año y siete meses. Aquellos poemas que presenté al concurso y todo un libro (“Los fuegos del alba”) los tuve que sellar en la memoria porque los presos políticos que tenían la suerte de salir no tenían posibilidad de sacar absolutamente nada, entonces me guardé todo un libro en la memoria, el poemario que apareció en 1985. Creo que doña Josefina Plá, según me confesó un día, utilizó la misma técnica para traer a Miguel Hernández de España; los poemas de este prohibido poeta llegaron a Paraguay en la cabeza de ella. La dictadura de Francisco Franco también imponía prohibiciones exageradas.
Creo que la promoción del 80, dentro de su heterogeneidad, marcó un nuevo rumbo para todos nosotros; sistematizamos nuestros trabajos, nos dedicamos a la escritura, la literatura, el periodismo, el ensayo. El taller siguió y creo que es la promoción que más produjo en toda la historia literaria del Paraguay; a estas alturas, la mayoría de sus integrantes tiene más de la docena de libros publicados individualmente. Siguen produciendo los muchachos, trabajando en periodismo y dando a conocer sus obras literarias. Fallecieron tres integrantes, a quienes debo recordar con afecto sincero: Darío Benítez, Sabino Giménez y Vicente Durá.
-Es poeta, ensayista y periodista. ¿Con cuál profesión se identifica más?
-Por sobre todas las cosas creo que soy poeta, es lo que más me interesa por una necesidad síquica y física (como diría mi amiga Elsa Wiezell). Creo que el ensayo y el periodismo son excelentes ejercicios para la literatura, para la narrativa. No olvidemos que grandes escritores fueron periodistas.
-¿Cómo ve a la literatura paraguaya actual?
-Del trabajo fecundo de ciertos innovadores creo que va bien, goza de buena salud. Lo que siento es que hay una búsqueda, quienes están llegando desean ajustar su percepción y su lenguaje, mientras que aquellos que ya llegaron están cambiando el color de su literatura con temas más actuales, más desprendidos de la tierra colorada, los lapachos, los jazmines y todo ese costumbrismo que, si bien no es despreciable, contrasta con ciertas realidades que se presentan desbordantes en el ámbito social y cultural.
-¿Retrocede la literatura mediocre de Paraguay?
-Noto que el panfletismo está en retroceso y que el escritor apunta a profundidad hacia el drama humano, su drama personal. No puede existir una desconexión de la realidad, tampoco se puede eludir el compromiso de abrir los ojos y decir. Y se está diciendo, no son muchos los que están aportando en sentido de rupturas y novedades, aunque no hay que desestimar algo importante: se publica bastante. Si bien la calidad es variada, todo intento vale; algo quedará.
Ahora, como dice mi amigo Jacobo Rauskin, tenemos un grave problema: no hay crítica. Esto hace que sigamos con una literatura muy mediterránea. Sin crítica calificada que difunda la literatura paraguaya, no habrá camino para mejores perspectivas.
-¿Existe actualmente una generación de escritores o las agrupaciones ya no existen?
-Es raro, pero desde la caída de la dictadura stronista, en 1989, las promociones dejaron de caracterizarse de manera concreta. Aparecieron escritores aislados, otros no cuajaron, como aquel Taller Pájaro Azul que terminó en una deflagración, en la ineditez. Las promociones se dieron con sistematicidad a partir del 40, cuando aparecieron aquellos que “no sabían lo que querían, pero sabían lo que no querían”. En 1950, bajo el maestrazgo de César Alonso de las Heras, un librito antológico de los bachilleres del 47 del Colegio San José, trae un prólogo llamativo: “Reivindicar al país a través de la cultura y no de los tiros”; en el 60 con pesimismo “Renegaron del concepto absolutista de Dios”; en el 70, querían “La reivindicación del Paraguay mediante la militancia política”; en el 80, optamos por “La poesía itinerante”.
-¿Qué pasa en el90?
-En el 90, las cosas se aquietan y comienzan las apariciones individuales, hay nombres interesantes: Fernando Pistilli, Iván González, María Eugenia Ayala, José Pérez Reyes, Miguel Ángel Caballero Mora, Alberto Sisa, y otros que estoy olvidando injustamente en este momento.
-En su libro “La civilización del espectáculo“, Mario Vargas Llosa dice que la cultura hoy en día está banalizada y que la literatura no se ha escapado de ello. ¿Por qué surgen muchos escritores de la nueva era? ¿Tienen talento?
-Creo que Vargas Llosa no está lejos de la verdad. Un amigo me decía que los grandes libros de la literatura se publican en talleres pequeños y que no entran en el circuito de la banalización exacerbada, donde la literatura se hace más o menos por encargo. Esto predijo el viejo Gog en la obra de Papini. Sin lugar a dudas, hay una tendencia hacia la vulgaridad, la inmediatez, “genios literarios” que aparecen y se esfuman porque no son buenos productos, sino inventos de las grandes transnacionales de libros, estas crean las condiciones, toda la parafernalia publicitaria, venden por doquier y matan al autor. Inventan otro fenómeno de venta. Pero los colosales son aquellos que quedan. Lo ideal sería que los grandes escritores que no están en ese circuito lleguen también hasta nosotros.
Es notable, pero ese fenómeno de casi incomunicación no ocurre con los grandes pensadores actuales cuyos libros encontramos sin problemas en las librerías: Habermas, Chomsky, Rosanvallón, Bourdieu, Wacquant, Chartier, Luman, Foucault, y tantos otros. Es cierto, en literatura hay mucha publicación y poca calidad, cualquiera se atreve a publicar un almanaque o la historia de su vida que en realidad a nadie le interesa, pero tienen dinero y nadie les puede prohibir ese derecho. En Paraguay, por ejemplo, hay una cantidad enorme de publicaciones que dan lástima. En cuanto al talento, el peor problema de los jóvenes es la pereza intelectual. Ndoleesei lo mitâ. Y si uno se va a profesionalizar en la escritura, aunque no viva de ella, tiene que esforzarse, leer, actualizarse. Sobre esto decía también Federico García Lorca: “Soy poeta por la gracia de Dios y de la técnica”. El talento uno puede traer pero hay que pulir, perfeccionar, caso contrario, de nada servirá.
-¿Cómo ve el futuro de la poesía?
-Mientras el ser humano exista como tal, la poesía también existirá. De ahí que su futuro sea el mismo que tiene la humanidad. Ahora, según las tendencias actuales, creo que la poesía irá achicando su campo de gravitación, aunque existan intenciones de hacer de ella un gran espejo en el que el pueblo mire su rostro.
equintana@abc.com.py