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Ni de la frenética actividad de Sofía Valenzuela, fundadora de la excelente filial itapuense de la Sociedad de Escritores del Paraguay, presidida en estos momentos por Rolando Bado; ni de los poemas de Mariola Ladan, hija de la excelente pintora Olga Samcevich; ni de los poemas de Brígido Bogado ni de los textos de Julio Sotelo. Ni de los ensayos del sociólogo Rolando Zub. Ni de su Feria del Libro ni de una escuela de poesía de niños como es Pléyade, con Sofía Valenciana y Cristian Bartomeus enseñando a los niños por qué nos gusta tanto leer. Ni de sus magníficas relaciones con las sociedades literarias argentinas. Encarnación, la tercera ciudad paraguaya, es un conjunto cultural atractivo que podría aún ser más vigoroso si algún día se rescatara esa fábrica abandonada que convive con el paseo de su preciosa costanera frente a la ciudad argentina de Posadas y se convirtiera en un centro cultural de referencia en la región. Y por no hablar del excelente trato que nos brindaron en agosto pasado. Inolvidable.
Conviene repasar a los escritores encarnacenos. Lo iremos haciendo. Uno de ellos es Jorge Alberto Rivas. Nacido en la capital de Itapúa, en 1966; a los 14 años, ya ganó un concurso literario con un poemario titulado Solo quisiera. En 2012, publicó su primer libro Cartas, cuentos y 28 poemas. El contenido es lo que reza el título: un libro miscelánea, concebido con la estructura de El Hacedor, de Jorge Luis Borges, o La doma del jaguar, de Hugo Rodríguez-Alcalá, por ejemplo, en el que se unen la lírica, el relato y el testimonio. En su preludio, el autor nos habla de que sus poemas “fueron bordados con hilos del alma, con tinta de sudor, sangre y lágrimas de llantos intensos o de alegrías extasiadas; son muy similares a las olas del mar, de un río o de un lago…”. Realmente es así: son poemas intensos, personales, nacidos del corazón del autor, quien opta por temas universales como el amor, la presencia del ser querido, la realidad y el sueño, la vida o el pasado. Siempre aderezado con metáforas conseguidas. La realidad del amor siempre está presente, coqueteando con el destino, hasta llegar a la cima del erotismo, expresado con unos sentimientos metaforizados ansiados de belleza. Porque el fin estético es primordial en estos poemas: es la manera con la que el autor transmite sus sentimientos hasta lo más profundo del ser. Expresiones surrealistas combinadas con miradas plenamente objetivas permiten disfrutar de unos poemas bien trabajados y pulidos.
Los tres cuentos incluidos en el libro son un canto a la fantasía, a la necesidad de soñar. Y es esta reivindicación la que predominará en sus narraciones. Ese ángel celestial de Un angelito cayó del cielo, curado por los niños hambrientos, es un canto a la humanidad, a la sensibilidad y a la necesidad de sentirnos humanos con nuestros actos generosos. Si los niños ocupan un lugar preeminente en las narraciones del autor, no menos lo tienen los ancianos de Cena de Navidad; una loa al amor con esa pareja senil, eternamente enamorada, que vive en lugares distantes hasta que en una noche de Navidad imaginan mirarse a los ojos y es entonces cuando unen sus pensamientos. También Rivas acude al elemento mítico en El vuelo real. El águila, que cambia su pico y sus alas, y vive por ello más años que el resto, tropieza con una liebre. Ahí se plantea el dilema del encuentro del cazador y la presa. Pero todo tiene la posibilidad de una bella solución. Es ese optimismo vital lo que predomina en los cuentos de Rivas y lo que congratula al lector: a una situación extrema, siempre se encuentra una solución feliz.
Sus cartas son puro lirismo. En realidad son confesiones en forma de poema, o como la prosa de Cuando bailan las palabras…, una reivindicación de la belleza de las palabras, elementos que nos dan su aliento vital. A ello se une, para finalizar el libro, un intercambio de epístolas entre un niño y un adulto de 40 años. La alegría del encuentro de la madurez y la infancia, que es un buen colofón para un libro apreciable, muy bien editado y que se lee con placer.
En formato electrónico, Rivas ha publicado la novela Tres caminos, una verdad. Es la historia de una niña de diez años, Maggy, con su familia, sus padres y su abuelo, en busca de la verdad, simbolizada por una piedra redondeada que el abuelo encontró en un pozo alrededor de las galerías de una mina. La niña ha heredado las virtudes de sus antepasados y explora el pozo donde viven también unas tortugas enamoradas. Pero la piedra que puede desintegrarse con el contacto con el oxígeno es un sueño: es el objeto anhelado, el deseo de encontrar el camino de la existencia. Al final, la niña lo hallará entre diversos caminos.
Así de resumido, el argumento podría parecer muy propio de la narración de autoayuda, de esa neorreligiosidad o filosofía de consumo popular propia de Paulo Coelho o Jorge Bucay. Nada más lejos de la realidad, aunque en principio pueda parecerlo por el hecho de la búsqueda del anhelo idealizado: en realidad, estamos ante un canto a la vida, aderezado por los numerosos poemas y párrafos líricos intercalados en la narración, que nos revelan la importancia del amor en las existencias. Ese amor sentido por sus padres, modelos de conducta para una niña que, aun renegando, siempre tenderá a hacerles caso… por amor filial. Sin embargo, Maggy busca la libertad: anhela ese camino donde hay una sola verdad.
La niña, en el fondo, ha reunido en sí todos los deseos familiares. Los de su abuelo y los de sus padres, porque es el fruto de su amor. Por ello, la elección entre tres caminos posibles representa la necesidad de la libertad de pensamiento. Pero no estamos ante filosofía de consumo para mentes ávidas de consuelo en una sociedad que no entienden, sino ante el dibujo de un canto a la comunión entre el hombre y su libertad. Por ello, la novela se deja querer, sobre todo cuando comprobamos que su prosa está muy cuidada y se ha destilado a la perfección. Sí, nos cautiva Maggy, no se puede negar. Rivas consigue que nos importe poco el final: nos atrapa línea a línea, sobre todo en sus pasajes de los testimonios del diario de la niña, llenos de lirismo y de energía vital.
Pero no ha terminado con esta obra Rivas. Nos esperan otras suyas. Nos espera su Crónicas de un lobezno esquizoide, una prosopopeya preparada para el deleite. Sus frutos aún están por germinar. Esperemos que pronto.
Encarnación tiene escritores. Vamos a ver qué nos cuentan y qué nos dicen. No solo de Asunción vive la literatura paraguaya.