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¡BIENVENIDOS AL SIGLO XXI!
Del brillante creador de Li’l Abner y sus inolvidables andanzas por el tercer planeta –entre otros–, delirantes aventuras iniciadas en el puerto de partida de su ciudad natal, sita en un Kentucky de circo y de pesadilla, la miserable Dogpatch; id est, del gran Al Capp (nacido como Alfred Gerald Caplin en Connecticut en 1909 y muerto en 1979), ya John Steinbeck (1902-1968) había dicho, mucho antes del auge y de la aceptación oficial del cómic como «noveno arte», que era el mejor escritor satírico de Estados Unidos y que merecía recibir el Nobel de Literatura (premio que Steinbeck, por su parte, sí recibió, como es bien sabido, dicho sea de paso).
Pero ahora esa ya no es una de las raras opiniones de Steinbeck, ni la mía, ni la de unos pocos raros más. Desde –por lo menos– los primeros años de nuestro promisorio, mutante siglo XXI, los suplementos culturales de todos los diarios importantes del planeta empezaron a incluir reseñas y críticas de cómics, y en las facultades de literatura de las grandes universidades del mundo, la novela gráfica y el cómic empezaron a entrar como temas insoslayables de los programas de estudio.
Nada más natural, pues, dado que el artículo de Rubén Varillas sobre Aama publicado en este número del Suplemento Cultural menciona tal modo de hacer cómic, que ofrecer aquí, como parte de un futuro glosario «in progress», para aquellos lectores que deseen conocer más acerca de la historieta y de la historia de la historieta, de su actualidad y de su léxico, esta entrada sobre la «línea clara».
LA LÍNEA CLARA: EUROPA
Si me permiten aventurar una definición rápida, sería esta: Línea clara significa, en primer término, trazo limpio y colores planos, y, en segundo, relato lineal.
El representante más famoso, y oficial y ortodoxamente más importante, de la línea clara –de la «ligne claire»– es el creador del reportero Tintín y de su fiel compañero, el bigotón fox terrier blanco Milou –así como también, desde luego, del capitán Archibald Haddock, adicto al whisky Loch Lomond y los insultos fabulosos (que van de los discretos «vago», «bruto», «payaso» y «cucaracha» a los imponentes «oficleido», «chuc-chuc» y «coloquinto de grasa de antracita», por citar unos pocos de los cerca de trescientos que integran el vasto léxico de improperios de Haddock), y del excéntrico e (ins)pirado profesor Silvestre Tornasol, entre otros ilustres personajes–, o sea, de la serie Las aventuras de Tintín (Les Aventures de Tintin et Milou), uno de los cómics europeos más influyentes de todos los tiempos: el belga Georges Remi (1907-1983), más conocido como Hergé, trascripción fonética (en francés) de R. G., sus iniciales invertidas.
Para Hergé, la «línea clara» –que no solo influyó en los autores francobelgas sino, en mayor o menor grado, en los diversos movimientos gráficos del cómic europeo en las últimas décadas–, además de un dibujo de trazos nítidos y contornos definidos, implica un guion en el que todos los elementos (encuadres, diálogos, rótulos) contribuyan a la comprensión clara de la historia.
…Y AMÉRICA
Pero este tipo cómic que el ilustrador e historietista holandés Joost Swarte (Heemstede, 1947) bautizó como «línea clara» tiene –lo ha señalado el conocido crítico de historietas (y doctor en Física) barcelonés Álvaro Pons– un ancestro no menos claro: George Mc Manus (1884-1954), creador, por su parte, de la encantadora tira de la prensa estadounidense de inicios del siglo XX Bringing up father (en Latinoamérica, Educando a papá), agudísimo retrato de un matrimonio de clase media emergente en el cual el marido (un inmigrante de origen irlandés, como Mc Manus, que nació ya en Misuri, pero en una familia de inmigrantes irlandeses) es sometido a los insistentes intentos de «pulirlo» o de «educarlo» de su arribista, aunque naïf, esposa.
La influencia de Mc Manus en la serie Zig et Puce, creada en 1925 por el francés Alain de Saint-Ogan (1895-1974), de quien Hergé fue discípulo, permite trazar la «línea clara» de una filiación directa entre esta escuela y el cómic clásico americano.
Por otra parte, no cabe incluir aquí todos sus grandes nombres, pero hablar de la línea clara sería en exceso injusto sin mencionar las ficciones de otro genio americano, Winsor McKay (1867- 1934), autor de Little Nemo in Slumberland (su serie más famosa) y de Dreams of the Welsh Rarebit Friend (mi favorita), explorador de las maravillas y de los terrores del universo onírico, pionero del cine de animación y dibujante exquisito, de una contenida sensualidad digna de lo mejor del Art Nouveau.
TONEL DE DIÓGENES
En 1992, dar el premio Pulitzer a un cómic era todavía insólito. No obstante, Maus, de Art Spiegelman, lo recibió. Y, se quiera o no admitir hoy esto, fue en aquel momento tácita la impresión de que la «seriedad» del tema (una memoria del Holocausto) había ennoblecido esta obra de «subliteratura» hasta volver admisible darle ese premio.
Hoy, ya no solo no es raro considerar literatura «seria» a un cómic o a una novela gráfica, sino que, por el contrario, a más de veinte años de aquel Pulitzer a Maus, el reconocimiento del valor artístico, literario e intelectual del cómic se ha generalizado en el mundo entero, y si en otros tiempos el hábito de leer historietas podía darle a cualquiera cierta reputación de simplón o de inculto, en nuestros días esa reputación se la dará, inversamente, el hecho de no leerlas.
Aunque nadie me lo ha preguntado, me tomaré la libertad de comentar que, personalmente, disfruto de la línea clara su eliminación radical de los detalles superfluos. Fuera de que sustenta una estética, a ese espíritu tajante, como de navaja de Ockham, se lo puede hallar en todo: en la elección (estética) de la resolución más directa a un problema de lógica o matemáticas, en la austeridad de una ermita, en la vida de «perro» del gran Diógenes...
montserrat.alvarez@abc.com.py