La Guerra de la Sed

Paraguay y Bolivia se disputaron el Chaco Boreal desde el 9 de setiembre de 1932 hasta la firma del Protocolo de Paz en Buenos Aires, el 12 de junio de 1935: hace ochenta años terminaba el peor conflicto bélico suramericano del siglo XX. De él nos habla el director de la Academia Liberal de Historia, Eduardo Nakayama –miembro del Instituto de Geografía e Historia Militar do Brasil, del Instituto Histórico e Geográfico de Mato Grosso do Sul, del Instituto de Investigaciones Históricas de Corrientes (Argentina), del Scientific Committee on Fortifications and Military Heritage y de la Academia Paraguaya de la Historia– en el siguiente artículo.

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LOS ANTECEDENTES

Los antecedentes de la Guerra del Chaco se remontan al siglo XIX y la indefinición de los límites fronterizos entre Paraguay y Bolivia. Ambos países se creían con derechos sobre el territorio en disputa, poblado por pueblos originarios pero prácticamente sin colonias duraderas más allá de los principales centros urbanos de cada Estado o, en nuestro caso, del río Paraguay, salvo las colonias menonitas establecidas en la década de 1920 en el Chaco Central.

Según el Uti Possidetis Iuris de 1810, las provincias que conformaban el Virreinato del Río de la Plata reclamarían, como sucesoras, los territorios que cada una ocupaba al ser depuesto el virrey Cisneros. Ya desde nuestra independencia estuvimos en un conflicto de indefinición de límites, pues teníamos disputas con todos nuestros vecinos: con el Reino de Portugal (desde 1822, Imperio del Brasil) en el Mato Grosso (se definieron por el Tratado Loizaga-Cotegipe de 1872); con la Junta de Buenos Aires (luego Provincias Unidas del Río de la Plata, luego Confederación Argentina, luego República Argentina) por el territorio de las Misiones, del Partido de Pedro González (al sur del Tebicuary) y el Chaco (se resolvieron por el Tratado Yrigoyen-Machaín de 1876 y el arbitraje del presidente de Estados Unidos Rutherford Birchard Hayes); y con Bolivia por el Chaco.

La larga y sangrienta Guerra de la Triple Alianza (1864-1870) había arrasado Paraguay, y aunque la frase «la victoria no da derechos» fue esbozada, los vencedores impusieron sus condiciones más o menos como habían acordado en el Tratado Secreto de la Triple Alianza del 1 de mayo de 1865: el Imperio del Brasil se anexó la parte disputada del Mato Grosso, y Argentina quiso hacer lo propio con todo el Chaco Paraguayo desde río Bermejo hasta Bahía Negra, pero, gracias a la tenaz oposición brasileña a aumentar sus fronteras con Argentina, se logró dividir la zona disputada en tres secciones: del Bermejo al Pilcomayo, que quedaba bajo jurisdicción argentina; del Pilcomayo al Verde, que sería sometida a arbitraje; y del Verde a la Bahía Negra, que quedaba en posesión paraguaya.

El caso de la frontera con Bolivia fue diferente, pues, al no definirse la línea, continuó con sus reivindicaciones territoriales sobre el Chaco. En la segunda mitad del siglo XIX, en la Guerra del Pacífico, con Chile, perdió su litoral marítimo sobre el océano Pacífico. Vale aclarar que Bolivia fue uno de los primeros países en reconocer explícitamente la independencia paraguaya en 1843, ya que hasta la muerte del Doctor Francia, nuestro país se hallaba prácticamente incomunicado con el resto del continente. Francia reivindicaba como paraguayo «todo el Chaco hasta el Marco del Jaurú».

En las comunicaciones entre los cónsules Carlos Antonio López y Mariano Roque Alonso con las autoridades bolivianas ya se hace referencia a la intención de poblar el Chaco y establecer una ruta comercial por el antiguo camino de Santa Cruz de la Sierra; asimismo, se habla de los «límites que corresponden a esta República», pero sin definirlos.

Por su parte, desde la primera convención limítrofe (Tratado Derqui-Varela de 1852) entre Argentina y Paraguay, que afectaba parte del territorio chaqueño, Bolivia protestó al no ser incluida ni aludida en sus pretendidos derechos. Lo mismo luego de la convención López-Paranhos de 1858 con el Imperio del Brasil, suspendiéndose durante la Guerra Grande toda alusión a la necesidad de delimitar las fronteras paraguayo-bolivianas. El Tratado Machaín-Yrigoyen de 1876 sería nuevamente objeto de protesta boliviana, y, a partir de allí, una serie de situaciones llevarían al inevitable conflicto.

TENTATIVAS DE ACUERDO

La primera tentativa de arreglo en la posguerra fue el Tratado Decoud-Quijano de 1879, por el cual Paraguay mantendría básicamente lo que hoy es el Bajo Chaco (departamento de Villa Hayes y parte sur del actual departamento de Boquerón), perdiendo el resto del territorio al norte del paralelo 22 (río Apa), dejando Fuerte Olimpo en territorio boliviano. Este tratado no fue aceptado por el Congreso de Bolivia, que pretendía originalmente todo el Chaco, hasta llegar, inclusive, frente a Asunción. A instancias de Bolivia, se firmó un Protocolo Adicional en 1883 que daba a Paraguay plazo para estudiar las contrapropuestas bolivianas.

El siguiente tratado, el Aceval-Tamayo de 1887, introdujo modificaciones al anterior, reduciendo el área asignada a favor del Paraguay y dejando otra pequeña a definir por arbitraje al norte del Apa. En 1894, intentando abrir nuevas negociaciones, se declararon caducos los tratados firmados hasta entonces y se iniciaron las conversaciones.

El Tratado Benítez-Ichazo buscó definir la cuestión en 1894 con una línea recta desde el norte del Fuerte Olimpo hasta el meridiano 61º28[O, pero ambos congresos lo rechazaron. Sería el último intento durante los gobiernos colorados de fines del siglo XIX. Estos soportaban críticas cada vez más fuertes de parte de la opinión pública a la «entrega» de la soberanía chaqueña, y acusaciones de irresponsabilidad por el estado de indefensión del gobierno ante un eventual estallido del conflicto.

Ya en la «Era Liberal», en 1907, se firmaría el Tratado Soler-Pinilla, que retenía para Paraguay casi el 85 por ciento de su actual territorio en el Chaco y dejaba otro gran porcentaje al noreste para arbitraje. Cabe aclarar que en ninguno de los tratados antes mencionados se puso en tela de discusión la propiedad exclusiva de Bolivia de los territorios donde estaban los yacimientos de petróleo. Este tratado preveía el nombramiento como árbitro del presidente argentino Figueroa Alcorta, que, habiendo fallado en contra de las pretensiones bolivianas en otro litigio limítrofe con Perú, declinó su intervención, en gran medida por las repercusiones negativas de su fallo en la opinión pública boliviana.

Los dos últimos intentos diplomáticos bilaterales para intentar zanjar la situación antes de la Guerra del Chaco serían los protocolos Ayala-Mujía, de 1913, y Moreno-Mujía, de 1915.

LOS FACTORES CAUSALES

La Guerra del Chaco fue una guerra exclusiva entre Bolivia y Paraguay. Es innegable que en todo conflicto se conjugan distintos intereses, y más en uno internacional y de las dimensiones de la Guerra del Chaco, pero afirmar que su eclosión (o definición) respondió a los intereses de la Standard Oil Company en Bolivia, personalmente lo considero incorrecto.

Así como de este lado se habla mucho de la dudosa actuación del diplomático estadounidense Spruille Braden en las conferencias de paz en Buenos Aires, de defensa de los intereses de la Standard Oil Company «para favorecer» a Bolivia, en el país andino se sobredimensiona la ayuda que nuestro país recibió de Argentina. La verdad es que dichas influencias existieron, pero no fueron determinantes en el desarrollo de las operaciones bélicas ni en el armisticio, ni lo serían en la paz.

La Standard Oil Company en realidad se había negado a prestar ayuda a Bolivia en su conflicto con Paraguay, y a raíz de esto las relaciones con el gobierno de La Paz se habían deteriorado hasta un punto de no retorno a fines de la Guerra del Chaco. En efecto, la petrolera estadounidense habría estado realizando contrabando del crudo extraído a través de un oleoducto a Argentina, donde era refinado. El Estado boliviano confiscó y nacionalizó la empresa. Vale aclarar que los yacimientos petrolíferos de la Standard Oil, si bien no se hallaban muy lejos del punto de máximo avance paraguayo en el noroeste del Chaco, no fueron tomados. Por otro lado, la Guerra del Chaco fue para Paraguay una guerra de defensa de la heredad nacional y no una guerra de conquista con intenciones de apropiarnos de territorios ocupados desde antaño por Bolivia.

La Guerra del Pacífico (1879-1883) dio como resultado la pérdida del litoral que la República de Bolivia tenía sobre el océano Pacífico. Hasta entonces, Paraguay era el único país mediterráneo de América, y con aquel revés se le sumaba Bolivia. Geopolíticamente, Bolivia necesitaba una salida alternativa: se había quedado enclaustrada, dependiendo de Perú para sus comunicaciones y comercio.

Si bien desde principios del siglo XX se realizaron gestiones para conectar el ferrocarril brasileño tanto a Bolivia como a Paraguay, los costos de transporte ferroviario para salir al Atlántico, dadas las enormes distancias, conspiraban contra la ejecución de estos proyectos, mientras que una salida fluvial por el río Paraguay era mucho más atractiva.

No cabe duda de que la necesidad boliviana de conectarse con el mundo a través de la hidrovía del Paraguay-Paraná-Río de la Plata jugó un papel fundamental en la decisión de ir a la guerra para cumplir ese objetivo estratégico.

En suma, los factores causales de la Guerra del Chaco fueron la indefinición secular de los límites fronterizos entre Paraguay y Bolivia, que no se circunscribían a una pequeña área, sino a un inmenso territorio, en gran parte desconocido e inexplorado; el fracaso de las negociaciones bilaterales y multilaterales 1932 para arribar a una solución pacífica hasta 1932; la fundación de fortines acentuada por Bolivia y la consecuente fundación de fortines paraguayos; y el ataque boliviano al fortín paraguayo Carlos Antonio López, que encendió la chispa de la guerra. Se podrían sumar como causales inmediatos la efervescencia de la opinión pública tanto en La Paz como en Asunción, que catalizaron la presión generalizada por una solución bélica.

EL INFIERNO VERDE

El historiador irlandés Adrian English retrata muy bien las penurias sufridas por los contendientes con el título mismo de su obra The Green Hell («El infierno verde»). Sin lugar a dudas, la línea logística paraguaya tenía una gran ventaja sobre la boliviana, que dependía totalmente del transporte terrestre para movilizar su ejército. En el caso paraguayo, las modernas cañoneras Paraguay y Humaitá, construidas en Génova bajo el gobierno del doctor Eligio Ayala, serían claves para el dominio del río Paraguay, la cobertura antiaérea en el litoral y sobre todo el transporte de tropas desde Asunción hasta Concepción y de allí a Puerto Casado, comunicando por una línea férrea el puerto en el río con el «Km. 145».

La Guerra del Chaco registró una cantidad impresionante de testimonios sobre la vida diaria en el frente de batalla de ambos bandos; todos coinciden en los enemigos comunes: la hostilidad de la naturaleza y la falta de agua; cualquier reservorio, laguna o charco se convertía en objetivo militar clave para la supervivencia de los ejércitos.

LA GUERRA COMO HITO

La «Guerra de la Sed» ha inspirado poemas, canciones y relatos, y ha tenido una peculiar dimensión épica que ha dejado una impronta, al parecer profunda, tal vez indeleble, tanto en la producción cultural como en la memoria colectiva de Paraguay.

Cuando se inició, en 1932, Paraguay empezaba a estabilizarse políticamente. Asumía el doctor Eusebio Ayala luego de que hubieran completado sus mandatos los presidentes José P. Guggiari y Eligio Ayala. Sin embargo, menos de diez años antes la Revolución de 1922-23 había enfrentado a las principales corrientes radicales del momento, y un sector de los colorados se había unido a los «schaeristas». La Guerra del Chaco unió nuevamente a la familia paraguaya bajo la misma bandera e hizo marchar juntos a todos a enfrentar a un enemigo externo, visto como invasor de la heredad nacional.

El sentimiento derrotista que había inundado a la sociedad paraguaya después de la catastrófica Guerra de la Triple Alianza se convertía en júbilo con cada victoria paraguaya desde Boquerón, y se registraron pocos reveses militares en toda la contienda. Dicen que la victoria tiene muchos padres, y la derrota, ninguno; lo cierto es que el fervor patriótico se tradujo en los versos de «Emilianoré» y en las anécdotas de los miles de combatientes que retornaron a sus hogares. Todo paraguayo tenía parientes que habían acudido al llamado de la patria desde los más remotos rincones del país, donde también se crearon plazas en justo homenaje a los «Defensores del Chaco» en cada pueblo.

Pero la Guerra del Chaco no solo marcaría un hito en cuanto a música y literatura, sino también, y sobre todo, en el campo político. La mayoría de los actores principales tendrían un peso determinante en los avatares políticos de los años y décadas siguientes: el coronel Rafael Franco asumiría la presidencia en febrero de 1936, tras el derrocamiento del doctor Eusebio Ayala; el mariscal Estigarribia, siguiendo la corriente mundial de tinte fascista, promulgaría una nueva Constitución en 1940; a su muerte, asumiría el general Higinio Morínigo la primera magistratura, y bajo su presidencia se desarrollaría la más sangrienta guerra civil de nuestra historia en 1947, que desgarró a la familia paraguaya y envió a cientos de miles de compatriotas al exilio, sin contar las bajas, que por poco alcanzaron las que sufrió el Paraguay durante la Guerra del Chaco; y, finalmente, otro joven combatiente artillero del Chaco, de importante actuación en la Guerra Civil del 47, tomaría los destinos del país desde 1954 hasta 1989, Alfredo Stroessner.

ehnr79@hotmail.com

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