La gente es tan mala que ya no se necesitan pomberos

Corría el año 1984 y, por aquel entonces, Borges era aplaudido mundialmente no solo por amantes de literatura, sino por semiólogos, matemáticos, filólogos, especialistas en mitologías, etc. Vivía con Fani, su fiel ama de llaves, en un departamento bonaerense de la calle Maipú 994. En cuanto a mí, vivía en Buenos Aires por el propósito de psicoanalizarme, siendo oriunda de Villarrica del Espíritu Santo.

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Arrobada con El libro de arena, llamé a su autor a pedirle una entrevista. El poeta empezó a enceguecer a los 55 años y a los ochenta y tantos, estaba totalmente ciego. Pretendía leerle poesía paraguaya y para ello me preparé con ayuda de Edgar Valdés, un intelectual paraguayo residente en la gran urbe. Pero en vísperas de la cita y con la almohada, desmerecí la poesía perfecta por ser universal y me incliné hacia la poesía de las clases populares, creyendo que Borges apreciaría mucho más el sabor local. Tomé el Índice de la Poesía Paraguaya, de Buzó Gómez, Ed. Indoamericana, segunda edición. De ella elegí coplillas de la época de los gobiernos del Dr. Francia, de los López, de la Guerra de l870 y solo alguna que otra representativa de la poesía cultivada. Al llegar, me abrió Fani, ahora recordada en un libro de Armando Almada Roche: El otro Borges y Fani. El hombre que nació en un barrio de compadritos y cuchilleros vio a su ciudad convertirse en la capital más psicoanalizada del planeta. Es probable que la fama tan sólida del poeta haya tenido mucho que ver con que hay un psicólogo cada 120 porteños, en gran mayoría de orientación psicoanalítica. Este dato nada baladí supondría un discurso colectivo muy elaborado sobre la subjetividad humana, que nos llevaría a entender la aceptación unánime de quien dijera de Buenos Aires: “No nos une el amor sino el espanto/ será por eso que la quiero tanto”.

—¿Qué le evoca el Paraguay, Borges?

Borges: Esa gota de sangre guaraní que tengo. Resulta que yo desciendo de Domingo Martínez de Irala y de la india Águeda, una concubina suya. De esa rama también descienden Victoria y Silvina Ocampo. Y también, versos de Guido Spano: “Por qué cielos no morí,

Cuando me estrechó triunfante,

entre sus brazos mi amante,

después de Curupayty.

¡Por qué cielos no morí!”.

Una vez estuve por Encarnación. Solo me acuerdo de un inglés que decía: “Traigan el carumbé para los señores”. Aprendí “cuñataí ” y “añamemby”. Perón también estuvo allá. Llegó con la cañonera, pero no se sentía seguro en el Paraguay, puesto que estaba tan cerca de la Argentina y el gobierno de la Revolución protestaba. Una vez oyó unos tiros, y Perón, que era muy flojo, se mandó mudar a Caracas.

PABLO MAX INSFRÁN

También tuve un amigo paraguayo, Pablo Max Insfrán. Lo conocí en Texas, en 1961. Resulta que era profesor en Austin. Enseñaba una aburridísima materia, “Desarrollos en la economía argentina”. Él estaba muy descontento. Yo le hablé al rector para que le dieran una materia afín al talento de mi amigo. Insfrán era muy culto. Quería jubilarse y volver a Sudamérica. Le hablé de lo cambiada que estaba Buenos Aires, las grandes avenidas, los edificios altos. Volver ya no tenía sentido. Y murió en Texas. Yo nací en el 99. Buenos Aires era entonces una ciudad con patios y aljibes. Identificado con mi amigo por aquello de no poder regresar jamás al sitio de antes, escribí un poema que empieza así:

“He nacido en otra ciudad

Que también se llama Buenos Aires”.

ANTEQUERA Y CASTRO

M.V.: El fenómeno del tiempo es preocupación de todos los poetas. Don José de Antequera y Castro (1689-1735), de linaje ilustre nacido en Panamá, abrazará la causa criolla en Asunción y depondrá al gobernador ocupando él su lugar. Ajusticiado en Lima, Perú, escribió en la pared de su calabozo, dicen que con tinta de su sangre, un dramático adiós. Este ilustre personaje acaudilló la revolución comunera en Paraguay y escribía sonetos. Un ejemplo es este:

“Bien me castiga el tiempo la porfía

De haberme con el tiempo descuidado,

Que el tiempo tan sin tiempo me ha dejado

Que ya no espero tiempo de alegría”.

Borges: Es demasiado español. Demasiado Quevedo. La literatura parte de la emoción. Yo no creo que la literatura deba valerse así de las palabras. No me gusta el juego de palabras ni el abuso del ingenio.

El ingenio conspira contra la poesía…

EL DR. FRANCIA

M.V.: Procedo a leerle una copla callejera de 1816, aproximadamente:

“¿Quién de entre nos se nos fue?

Don José

¿Quién ejemplos supo dar?

Gaspar

¿Quién fue padre de arrogancia?

Francia

Mire al mundo las virtudes

Que amó con toda constancia

En la América del Sud

Don José Gaspar de Francia”.

Borges: Yo conocí al Dr. Francia a través de Carlyle. La de Francia fue una dictadura estoica. Sé que era además un hombre muy culto. Carlyle supo de Francia por los hermanos Robertson. Esos ingleses que vivieron en el Paraguay en la época del Dictador, quien no los dejaba salir. Carlyle leyó todos los libros de los Robertson y dice que solo el primero vale la pena, que los otros repiten al primero.

ARTIGAS

Borges: En aquella época, los grandes caudillos eran patrones de estancia. Todos ellos hacendados: Rosas, Urquiza, Quiroga, Artigas. Mi familia es de tradición anti- artiguista. Yo tengo parientes en la Banda Oriental. Artigas era un bárbaro sanguinario, mandaba degollar por crueldad. ¡Menos mal que Francia lo mandó encerrar en el Paraguay!

LOS BÁRBAROS

M.V.: Ud. sabe que Sarmiento justificó la guerra del Paraguay diciendo que era necesario que murieran miles de bárbaros. (Se sabe que Borges era sumamente aristocratizante y racista).

Borges: Nosotros también teníamos miles de bárbaros. Una vez mi abuelo le preguntó a un gaucho si no le daba vergüenza que siendo entrerriano había peleado a favor de Mitre y contra su provincia. El hombre no tenía idea de pertenencia ni de provincia.

SU NOMBRADÍA

Ud. está hoy sumamente conciliador. Sin embargo, Ud. no tiene pelos en la lengua para decir las cosas, aunque cause la irritación de algunos.

Borges: Yo no sé si tiene algún valor, yo gozo de cierta nombradía…

M.V.: ¿Y qué pasa con esa nombradía?

Borges: No estoy en buenos términos con ella. Estoy haciendo el todo por el todo para destruirla, incluso, he escrito libros…

MARISCAL FRANCISCO SOLANO LÓPEZ

“El sol iba a morir. Su lumbre pura

doraba los lejanos horizontes

y vibrando en la cresta de los montes

rasgaba su luciente vestidura...”

(de Natalicio de María Talavera, poeta soldado en la Guerra del 70. “Reflexiones de un centinela en la víspera del combate”)

Borges: Mi abuelo se batió en Curupayty y fue herido en TuyutÍ. Dice que la guerra pudo ganarse, pero que Solano López tenía una concepción napoleónica de las batallas. Fue un error haber librado batallas. La guerra debió ser de ataques salidos desde los montes por sorpresa, a modo de guerrillas y hubiera sido más eficaz.

M.V.: Luego di lectura a otro poema de Natalicio M. Talavera, “La botella y la mujer”. Durante toda la recitación, Borges movía la cabeza y las rodillas, de tal suerte que yo creí que tenía la enfermedad de Huntington o “baile de San Vito”.

“Disputaban por saber

Un pastor y un Iechuguino,

Cuál es el tesoro más fino,

La botella o la mujer”

En ese momento, Borges me interrumpe y repite “cuál es el tesoro más fino”... ¡no puede ser!
Y yo digo con vehemencia: ¡Pues, sí, así dice!

Borges: ¡No puede ser!

Yo insisto: ¡¡Pues aquí dice así!!

A lo que Borges me espeta: Está mal medido; ¿no lo ve?: “cuál-es-el-te-so-ro-más-fi-no”. ¿No ve que son nueve sílabas y deben ser ocho?

Por lo tanto, ¡¡el poeta escandía los versos y de allí el movimiento rítmico de su cuerpo!!

ALEJANDRO GUANES ( 1872-1925)

Doy lectura a “Las leyendas”, del periodista Guanes.

En el báratro de sombras alocado el viento brega, / ya blasfema, ya baladra, ora silba y ora juega / con el tul de la llovizna, con las ramas que deshoja,/con la estola de una cruz;/ ya sus ímpetus afloja, ya retorna, ora dibuja/ del relámpago a la luz/ un fantástico esqueleto que aterido se arrebuja/ del sudario en el capuz.

Caserón de añejos tiempos, el de sólidos sillares,/ con enormes hamaqueros en paredes y pilares,/ el de arcaicas alacenas esculpidas, qué de amores,/ qué de amores vio este hogar/ el que sabe de dolores y venturas de otros días,/ estructura singular./ Viejo techo ennegrecido, qué de amores y alegrías/ y tristezas vio pasar!

Por los ángulos obscuros de sus cuartos vaga el “pora”./ Es quizás un alma en pena que la vida rememora,/ vida acaso de grandezas, tal vez mísera existencia,/ vida de héroe tal vez!/ En pesada somnolencia la tertulia se sumerge/ en confusa placidez:/ es la hora en que sus formas toma el “pora” y en que emerge/ de la triste lobreguez.

Por las épicas leyendas que les cuento, adormecidos,/ ya mis hijos uno a uno van quedándose dormidos;/ las leyendas de portentos, de grandezas admirables,/ de aquel tiempo que pasó./ Con sus labios impalpables, como un hálito ligero,/ dulce el sueño los besó,/ como besa a las traviesas golondrinas del alero;/ solo insomne velo yo.

Y a mis ojos admirados cobran forma las escenas,/ cobran forma y colorido las venturas y las penas,/ de la edad de mis abuelos, y oigo besos y suspiros,/ en las sombras palpitar./ Y en callados, tenues giros, por los ángulos desiertos/ los escucho revolar./ Son los besos y suspiros que arrullaron a los muertos/ de un amor y de un hogar!

Donairosa, blanca dama de peinetas y mantilla,/ ¡qué bien luce sus fulgores en tus hombros la espumilla!/ ¿Fuiste dueña de esta casa, despediste a un caballero,/ y le esperas aún quizás/ a un impávido guerrero que al partir besó tu frente,/ y que el rostro volvió atrás,/ al través, acaso, ansioso de una lágrima luciente,/ por mirarte una vez más?

Y el mancebo, tú que arrastras en la sombra la muleta,/ de morrión de tosco cuero y uniforme de bayeta,/ ¿te amputaron esa pierna tras de bélicos horrores/ y hoy retornas al hogar,/ al que sabe de dolores y venturas de otros días, /estructura singular,/ viejo techo ennegrecido, qué de amores y alegrías/ todo un mundo vio pasar?

¡Son los muertos! En las sombras alocado el viento brega;/ ya blasfema, ya baladra, ora silba y ora juega/ con el tul de la llovizna, con las ramas que deshoja,/ con la estola de una cruz;/ya sus ímpetus afloja, ya retorna, ora dibuja/ del relámpago a la luz,/un fantástico esqueleto que aterido se arrebuja/ del sudario en el capuz.

Borges: ¡Qué bello! Me recuerda a Poe. ¿Sabe que descubrí que Poe sabía español? En el primer libro de poemas cita unos versos de Fray Luis de León con errores de puntuación. Si hubiera tenido el texto al lado, lo habría copiado, si lo cita con errores es porque lo sabía de memoria.

Dice así:

“Vivir quiero conmigo

Gozar quiero del bien que lleva al cielo

a solas, sin testigos

libre de amor, de celo

de odio, de esperanza, de recelo...”.

Una vez estaba con un señor que se las daba de traductor exquisito. Decía que la traducción debía ser puntualmente fiel. ¿Se imagina Ud. verter un idioma en otro conservando la métrica y la belleza del poema? Vea Ud. por ejemplo, este verso de Poe: “And the red wind withering in the sky”. La traducción literal sería: “Y los rojos vientos marchitándose en el cielo”. Eso así no va. Entonces, este señor traducía así: “Ya no brama en la esfera el hórrido Aquilón”. (Él entendió mi sorpresa como ignorancia y me dijo con lástima: “El águila vuela muy alto”. El águila era él (se ríe). La verdad es que era todo horrible: “esfera”, “brama”, “hórrido”, en fin, ¡todo! Solamente se salvan el “ya”, el “no”, el “en” y el “la” (se ríe).

LOS CLÁSICOS

Resulta que, por esas casualidades tan infrecuentes, después de mi visita, Borges esperaba a un periodista inglés que se apellidaba Shakespeare (¡igual que el ilustrísimo del siglo XVI!).

M.V.: ¡Mientras no venga su amigo el periodista Shakespeare, podemos seguir leyendo!

Borges: ¿Se fijó que Shakespeare, el literato, no parece inglés? Los ingleses no son intempestivos; los ingleses no son hiperbólicos, en cambio, ¡Shakespeare lo es! Cervantes tampoco parece español. Un pueblo sombrío por la Inquisición ¡y un Cervantes lleno de humor! Dante, tan monacal, ¡no parece italiano! Goethe, tan enojado con el alemán, ¡un material tan duro! ¿¡Será que cada país elige como imagen a alguien tan diferente ¡como contra-veneno!?

M.V.: Y Ud., ¿cómo encuentra el español, para los mismos fines?

Borges: ¡Hubiera preferido el latín!

CON GENTE ASÍ, ¡QUIÉN NECESITA POMBEROS!

M.V.: Leo “Credo”, de Natalicio González, del que copio un fragmento:

“Creo en Tupang, mi fuerte Dios nativo/ y en su poder para abatir al malo/ y en curupí, ser rústico y lascivo/ que arrastra cínico su enorme falo”.

Me sobrecoge el grito del Pombero/ en la benigna noche opalescente/ cuando remeda el canto del jilguero/ o bien el silbo de veloz serpiente./ No sé por qué, me infunde vago espanto/ YACY YATERE, cuando al mediodía/ articula su nombre como un canto/ de magnética y rara melodía”.

M.V.: Ud. sabe que pombero es...

Borges: Sí, mi abuelo, que estuvo en el Paraguay, integró esa palabra en su vocabulario y me decía: “Hoy en día, la gente es tan mala que ya no se necesitan pomberos”.

Escuchó con placer y aprobación versos de los seres fantásticos que pueblan nuestras selvas: los curupíes, pomberos, poras y yacy yateré. Después vino Fani a avisarle que venía el periodista esperado. Borges se levantó, saludó y se fue por el pasillo oscuro a tientas, tomándose de las paredes con ambas manos…

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