La gata Hinse, señora de Abbotsford

Las artes, la literatura y la filosofía, la labor de los doxógrafos, los biógrafos, los historiadores, y las fuentes históricas de toda índole, nos permiten –y, en un momento en el que el reconocimiento de la diversidad en todas sus formas lo hace oportuno, también nos aconsejan– iniciar hoy, con esta breve entrega sobre la señora de Abbotsford, un nuevo y pionero proyecto de Zoohistoria Universal de la Cultura.

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Hace doscientos años, bajo el cielo tormentoso de una fresca tarde escocesa de fines de agosto de 1817, el señor de Abbotsford se acercó cojeando por el camino de grava a recibir a su colega y visitante estadounidense, el escritor Washington Irving. Ese mes de agosto, sir Walter Scott había comenzado a escribir en su residencia de Abbotsford la historia de un héroe montañés. La novela, Rob Roy, quedaría terminada a principios de diciembre y sería publicada el día 30 de ese mes. Pero, volviendo a esa tarde de 1817 que hace ahora doscientos años vio el encuentro de dos plumas tan diestras, hoy día, domingo 27 de agosto del 2017, de entre las muchas anotaciones que hace dos siglos el querido autor de Rip van Winkle, Cuentos del viejo Nueva York y tantas obras memorables, dejó escritas en su cuaderno durante ese viaje, queremos recordar especialmente la que sigue:

«Entre los miembros importantes de la familia que tienen el privilegio de sentarse a la mesa durante la cena, hay un gran gato gris que, según he observado, se deleita de vez en cuando con bocados de los platos y fuentes. Este gato sagaz es uno de los favoritos, tanto del amo como de su señora, y duerme en su habitación; Scott, riendo, reconoció que entre las partes menos inteligentes de ese contrato estaba dejar la ventana abierta toda la noche para que el felino entre y salga a su antojo. Este gato asume una especie de superioridad condescendiente hacia los perros –que, consentidos también, se sientan en el sillón de Scott–, y de vez en cuando trepa a una silla al lado de la puerta desde cuya altura los repasa, como si fueran sus súbditos, dándole a cada perro un toque con la pata al lado de la oreja. No es un toque agresivo; parece tratarse, de hecho, más bien de un mero gesto simbólico de soberanía por parte de este gato, para recordarles a los demás su vasallaje (que, por cierto, ninguno le discute)» (1).

Ese gato era en realidad (en el idioma original, inglés, no queda claro) una gata, llamada Hinse, o, afectuosamente, «Hinx» (su nombre completo era Hinse de Hinsefeldt, «Hinse of Hinsefeldt»), que murió a los quince años de edad, en 1825. En este domingo gatuno hemos querido traerla a la memoria y al conocimiento de los lectores tal como imperaba, soberana, en Abbotsford, por sobre todos sus habitantes cuadrúpedos y bípedos, y dominando incluso con su augusta presencia a dos grandes escritores, durante aquel mes de agosto de hace hoy doscientos años.

Notas

(1) Traducción propia (J. Sorel).

juliansorel20@gmail.com

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