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El Joker nació en la década de los cuarenta en la tirada Nº 1 de la historieta del misterioso superhéroe y paladín de las calles de Ciudad Gótica, Batman. Aunque censurado un tiempo por sus características sádicas y homicidas, supo rescatarse a sí mismo en un proceso que lo asemeja a los arquetipos del inconsciente colectivo, como llamaba el psicólogo suizo Carl Jung a esas ideas venidas del inconsciente que aparecen en creaciones artísticas de modo alarmantemente real. Nombrado en estas regiones como «El Guasón», se ha convertido en un villano icónico de la cultura popular contemporánea del universo de los cómics y del cine. Sus seguidores se sienten atraídos por una idea subjetiva que no terminan de descifrar. Esa fascinación tiene que ver con los patrones de la conducta humana socialmente definidos como válidos. El Joker es un fantasma real que vive de nuestra mentira social, que se alimenta de ella.
QUÉ LEE EL JOKER
En un episodio de su saga, el Joker convierte a su psiquiatra en su secuaz. Y se menciona que el Joker lee a la autora suiza Elisabeth Kübler-Ross, que investiga la mente humana en sus últimos momentos. Estudia los pensamientos del moribundo. Creo que para el Joker esa es la revelación absoluta sobre nuestra naturaleza. Los estudios de Kübler-Ross se aplican a un momento de «sentencia» en la vida (o el final de ella) de cualquiera, momento en el cual todos los miedos se enfrentan y hay una respuesta instintiva que la mayoría de las veces es salvaje: el intento de salvarse a cualquier precio. Esto me recuerda una frase del Joker: «¿Crees que tus perros te son fieles? Te cortaré en pedazos a ver cuánto te respetan». Creo que eso es el Joker: una verdad que, o te hará libre, o te matará. Ese momento final es la prueba que tiene el Joker para demostrar su punto: que toda acción destinada a controlar el caos es una mentira.
El Joker es un agente del caos, y su fuerza es tremenda, pero no es física, sino la fuerza de lo que representa. Una vez le dijo a Batman: «Creo que te sería más fácil soportarme si pensaras en mí como una broma recurrente» (lo dijo mientras asesinaba a un inocente). El caos es comedia: puede destruir todo tu mundo en un segundo, y al fin y al cabo eso es gracioso. Es como ver a alguien tomando todas las precauciones, y luego tropezando y lastimándose, y todos se ríen. O caminando en una pista de hielo ante la mirada del público ansioso de su caída y burlándose de sus intentos de evitarla. Cuando un payaso le tira una torta a otro, el acto es violento, pero la gente se ríe. El Joker solo lleva el humor a un nivel más interesante, a ver quién se ríe.
POR QUÉ GUSTA TANTO EL JOKER
Hay una fascinación por la destrucción. Desde siempre, la gente ha fantaseado con el fin de los tiempos. La destrucción es una contemplación hermosa para el hombre. En el cine, el fin del mundo es una idea siempre taquillera. Vivimos en base a nuestras reglas debido a nuestros miedos, y esa es nuestra única razón verdadera. Nuestra comunidad no es como la de los lobos, que lucharían juntos ante un enemigo; somos más bien como las cebras, que huyen del peligro y esperan correr más rápido que el otro, porque así el leopardo agarrará al más lento, sin importar el sufrimiento del caído, porque la supervivencia es una recompensa que hace que valga la pena permitir el sufrimiento.
Batman quiere darles una oportunidad a las cebras; las odia, pero cree justo defender la mentira, algo como que solo hay que darles más tiempo a las personas. En cambio, el Joker dice: «Tendrán todo el tiempo del mundo... mientras no los alcance». Batman vive del caos, lo necesita para tener algo que justifique su ira, ya que su dolor por haber perdido a sus padres le generó una sed de justicia insaciable. El Joker le provee ese caos –es una relación pasional–.
EL HOMBRE QUE RÍE
Vale la pena comentar el origen del Joker. Su rostro se inspira en Gwynplaine, protagonista de El Hombre que Ríe, la novela de 1869 de Víctor Hugo. Gwynplaine sufrió abusos desde su nacimiento y le cercenaron el rostro cuando niño, tallándole en la cara una sonrisa eterna para volverlo un fenómeno de exhibición en un circo gitano; y luego de servir para que la sociedad saciara sus bajos instintos con el espectáculo, se volvió un monstruo para la misma. Básicamente, eso es el Joker, solo que en forma de venganza.
De la influencia de Gwynplaine en el Joker se suele citar solo la apariencia; creo que hay algo más. Los actos de Gwynplaine son consecuencia del «morbo social»: todos quieren ver un monstruo, un fenómeno de circo. Y si quiero mirar a los ojos a una verdad horrible, eso tiene consecuencias; si quieres ver monstruos, prepárate para vivir en pesadillas. Gwynplaine se enamora de una ciega; ella no puede ver la horrible verdad; tampoco la mentira: está fuera de eso. Eso lo enamora, y lo lleva a matar por ella, y luego a suicidarse.
El caos también es ciego; no ve ni verdades ni mentiras, no entiende de juicios visuales. Como la amada de Gwynplaine, que parece inocente, incapaz de dañar a nadie. En realidad, lo es. Pero todo salvo ella es horrible para el Hombre que Ríe. Y creo que para el Joker todo salvo el caos también es horrible.
LA SED INSACIABLE DEL CAOS
¿Cómo juzgar al caos? Existe porque sí, porque todo se mueve, porque nada puede parar; está sentado con los ojos vendados destruyendo todo. Me recuerda la historia del titán Prometeo, castigado por Zeus por haber dado el fuego a los hombres: al orden, Prometeo, el caos, el cuervo, le devora eternamente las entrañas con un hambre insaciable que está representado por el Guasón; su función es crear la necesidad que todo lo devora. El castigo de los dioses hubiera sido imposible sin el hambre del pájaro: primero debieron crear la necesidad, para después forzar al ave a cometer la tortura. La sed insaciable del caos nunca se llenará con la destrucción del orden; el Joker nunca se detendrá. Él lo dice: «No quiero matar a Batman, solo quiero quebrarlo». Si el Joker mata a Batman, pierde; debe hacer que Batman mate. Así ganará. Si el caos destruye al orden, solo se reinicia el ciclo. Ahora, si el caos lograra que el orden tuviera una sed insaciable de caos, eso transformaría la naturaleza misma del orden, que ya no sería tal, y lo cambiaría todo de un modo determinante.
Quién sabe lo que ocurriría si el Joker un día decidiera salir del inconsciente colectivo al mundo de sus lectores a jugar. No cabe duda de que sería una experiencia caótica.
pelo19@gmail.com