La dorada edad de piedra del rock nacional

Ya entrado el siglo XXI, y a más de medio siglo de distancia de los comienzos del rock paraguayo, el siguiente artículo evoca aquella atmósfera en la que muchos, como escribe su autor, se contagiaron «de una sana locura difícil de curar, a pesar de los años, con nada, excepto el conformismo»

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Cuando pasaron a ras del piso los aviones del Imperio de Japón camino a la base militar de Pearl Harbour, en el Pacífico, en los años 40, para destruirla, y los americanos entraron en la Segunda Guerra Mundial, la más grande que haya padecido la humanidad hasta hoy, cerraron los humosos locales del swing. Se fueron esfumando los grandes salones en los que se bailaba con el desenfadado ritmo de las big bands, agrupaciones gigantescas como las de Count Basie, Glenn Miller y Benny Goodman, sobre todo en Carolina del Norte. Era el fin de lo que se había iniciado en aquellos ya lejanos Roaring Twenties. Aquí, mientras tanto, ya se desataba la fiesta de saxofón, convocando a los jinetes del cielo en el escenario, el intérprete inclinándose y meciéndose aquí y allá con los ojos fuera de las órbitas, el piano frenético y un poco de guitarra al fondo. La pista, exultante. Ahí estaban Carlos Villagra y la Casablanca Jazz, Los Dados Blancos, con los hermanos Benjamín y Jimmy Cabañas, Alberto Evans, Athos Bernal, Alex Cull, o sea, Alejandro Cubilla, Splendid, Arturo Pereira y Los Bambucos, etcétera, etcétera.

Más tarde, en el barrio Harlem, al norte de Manhattan, sonaba el bebop, con gente como Charlie Parker, Thelonius Monk, Dizzy Gillespie o incluso Miles Davies, que se burlaban de las normas establecidas. La improvisación esparcía el alma de los artistas hasta ponerla a los pies de los bailarines. La melodía viajaba azulada, bucólica, moviéndose como una enorme luna de papel celofán brillante detrás de la gente y se acurrucaba finalmente en el cuello de las damas de pelo corto, de pequeños labios pintados de rojo. De las radios salían las voces de los baladistas modernos como Frank Sinatra y Bing Crosby.

Y en Asunción, en el crepúsculo, entre vermú, aplausos y risas, sonaba, en los llamados cocteles, la trompeta de Nene, la orquesta de Neneco Norton, Los Caballeros del Ritmo, Rubito Medina, Alberto Evans, Tide Smith y sus Cinco, y otros.

Poco después, el cool jazz, suave, acompasado, accesible, de Stan Getz, Garry Mulligan y Dave Brubeck hacía de las suyas en el país del norte. Y en el corazón del corazón de América, al mismo tiempo, Osmar Suárez, Micky Vallejos, Óscar Faella, Kike Leo y un jovencísimo López Simón pasaban por alto la revolución o reacción del hard bop de Charles Mingus, por ejemplo, y se enredaban en los éxitos del vibrafonista, pianista, baterista y cantante Lionel Hampton y del saxofonista y vocalista Louis Jordan, uno de los grandes pioneros del jazz y del rhythm and blues, producido exclusivamente por la gente de color.

BUEN ROCK ESTA NOCHE

Llegaba el rock and roll, creado en Estados Unidos entre 1954 y 1955, mezcla exacta de la música de los negros, del estilo afroamericano, y el country blanco, y, fundamentalmente, el blues, con Little Richard, Chuck Berry, Bill Haley y The Comets y su «Rock Around the Clock», que se traduciría como «Rock a toda hora» o «Rock al compás del reloj». Y Jerry Lee Lewis, y Buddy Holly y sobre todo la notable estrella y la gran figura Elvis «The Pelvis» Presley, que era sinónimo de juventud rebelde. Sí, llegaba el «rock and roll», término de origen marinero, según se dice, que hace referencia a dos tipos de movimiento: por un lado, «rock», de delante atrás y de atrás adelante (como una mecedora, que en inglés se llama «rocking chair»); y por otro lado, «roll», un balanceo vertical alternado (hacia los laterales de un barco). Así se lo utilizó en el tema «Goodrocking tonight», del vocalista de blues Ray Brown, con una clara alusión sexual a un encuentro furtivo con su chica, la artista Luciana Salazar.

Pero la versión definitiva fue la de Elvis en 1954. Y las dobles intenciones eran comunes, por cierto, pues, de tener un sentido explícito, muchas canciones no se habrían podido transmitir por las radioemisoras. La otra versión es que la denominación de rock and roll la acuñó el locutor tartamudo Alan Freed.

ECOS DE CATACUMBAS CERCANAS

En nuestro país se escuchaba y se bailaba ese estilo musical que iba a sacudir a todo el mundo, pero no solamente «se imitaba a los americanos, sino que había creaciones propias», nos suele decir un fanático testigo de aquellos tiempos cuando habla de lo que él considera la prehistoria del rock nacional. Incluso se escuchaban, como dentro de una catacumba, ecos de lo que pasaba más cerca, en Buenos Aires, o de los primeros indicios del rock en castellano, con la aparición de nombres como Eddie Pequenino, Los Cinco Latinos, Billy Cafaro, Sandro y los del Fuego, entre otros; sobre todo el último, despreciado porque era popular. Igualmente, sonaban los ritmos de Cuba, comenzando por lo más comercial, el mambo, el cha cha cha, la pachanga, y sonaban tanto que Gabriel García Márquez escribió en 1959, año de la revolución y de la irrupción triunfal en la Habana de Fidel Castro, bajando de la Sierra maestra, que «Cuba era una pachanga», y la fantástica reunión yankee en lo que sería la Catedral de dicha clase de música, en el mítico el Palladium Dancebore en la calle 52, con Pérez Prado, Tito Rodríguez y el puertorriqueño Héctor Lavoe, el que nunca jamás imitó a nadie, según dicen. Y mientras tanto, en el país azteca, descollaban los ídolos mexicanos como Enrique Guzmán y los Tip Top.

«Hoy los desmemoriados no mencionan que, si bien se cantaban algunos temas en inglés, de entre los éxitos internacionales, ya se hacía rock en español, y con alguna señal de identidad», afirma el mismo testigo. «De haber, lo había», termina, perdiéndose en las brumas de aquellos principios de los años cincuenta, cuando la ciudad era casi como un decorado que se podía cruzar caminando entre bastidores, vestido de traje de brin de hilo, con sombrero panamá y una muchacha de vestido floreado del brazo, encontrando al otro lado nada, solo el río.

RARAS COFRADÍAS Y RITOS DEMONIACOS

En los años sesenta, los muchachos, con la guitarra a cuestas, en la medianoche de la calle Quinta o en el Cafecito’s Pub, como una cofradía o como miembros de algún rito extraño, («satánico», que dirían en ese entonces), comenzaron a desafiar al régimen imperante. Cosa dura en esos tiempos en que el humillante «operativo tijera» o «recorte Brítez», así llamado en recordación de un nefasto jefe de policía de aquel entonces, hasta era festejado por la gente, como si fuera una cuestión simpática o anecdótica eso de esquilarle la cabeza a una persona, en plena vía pública y a la fuerza; esta práctica incluso era aprobada y aplaudida por la prensa alineada con el pensamiento hitleriano oficial en aquellos años.

El primer grupo que logró tener éxito tocaba en el Teatro Municipal, retumbando el «Love me do» como parte de la naciente «beatlemania» mundial, en los entreactos de alguna comedia del actor y director Ernesto Báez: eran Los Rebeldes, a principios de la década de 1960. El grupo Los Rebeldes estaba compuesto por Papil, Ricky, Rubikin y Papucho. Fue la base, aunque, como era de esperarse, los integrantes emigraron, y se convirtieron, es cierto, en estrellas, solo que en Brasil, mientras seguían siendo tristemente anónimos aquí, en su propio país; pero eso jamás importó, porque la lucha continuaba, o bien, mejor dicho, apenas empezaba, y era largo el camino que quedaba por recorrer todavía.

FANTASMAS, ZOMBIES, REVOLUCIONES Y BOMBARDEROS

Cerca del siniestro edificio del antiguo Hospital de Clínicas, con todos sus fantasmas, en el barrio Sajonia, tocaba Los brujos, grupo integrado por el excepcional guitarrista Panta Vera, Nicolás Duarte y Luis Claró. Posteriormente, Los Bravos, y, hasta hoy vigentes, Los Buffalos, con los hermanos Elpidio y Félix Mendieta, un conjunto llamado así en memoria del avión de caza americano que aterrizó como una nave interplanetaria en el aeropuerto local para llevar soldados al sangriento conflicto de República Dominicana en los años sesenta. Más tarde llegaron otros osados a deambular a tientas en la oscuridad, gente rara de cabello desafiantemente largo y ropas de cuero. Zombies, homosexuales, lesbianas, les gritaban, y algunos incluso proferían términos más gravemente denigrantes y ofensivos, tales como «comunistas». Tiempos de proscripciones y de celdas nauseabundas y atestadas de comisarías de barrio. Todo lo que no se entendía resultaba peligroso, como una cuchilla de afeitar oculta en el bolsillo.

Los miembros del movimiento «underground» desarrollaban sus actividades en bares, tugurios clandestinos, prostíbulos, etcétera; donde fuera, con tal de tocar lo suyo. Reinaron en esas noches grupos como Mugre, Trío de Gladys, con dulces instrumentos acústicos y compuesto por Gladys, Justy y Chiqui Velázquez. Y La Banda de la Luz Cósmica, con el que después sería el guitarrista clave del movimiento, Roberto Thompson, Chester Swann, Beba, posteriormente esposa del citado instrumentista, y Sharon Weaver, así como Alcy Rock, de Alcides Alfonso Parodi, y otros próceres.

LA BEATLEMANIA

El fenómeno Beatle era una bomba que explotaba creando la «beatlemania», que corría como reguero de pólvora por todo el mundo. En París, los estudiantes hicieron tambalearse los casi dos metros de estatura del presidente Charles de Gaulle en aquel imborrable mayo del 68 de la imaginación al poder y del prohibido prohibir, demostrando el increíble poder joven, que logró la mayor huelga general de la historia de Francia. En Argentina no solo se veía en la tele el programa «El club del Clan», con Palito Ortega y Chico Novarro, sino que se escuchaban otras propuestas no muy convencionales, como Los Gatos, Almendra, Vox Dei, Manal, Arco Iris, Los Abuelos de la Nada, Alma y Vida y Sui Generis. Los mejores imitadores de Los Beatles en todo el mundo eran uruguayos, y se llamaban Los Shakers.

Aquí prendió la llama y hasta se hizo el Primer Festival de Música Beat, organizado por Arturo Rubín en el hoy desaparecido estadio Comuneros, con bandas como los Aftermads, Los Vips, Los Mau Mau, Les Scarbots, Equipo 87, Los Botones, entre otros.

Amanecía en la ciudad, y, a la vuelta de casa, en la calles del retorno insoportablemente mañanero y diáfano, se esparcía todo un vasto universo de envases de cerveza vacíos por patear, tal vez entre algunas jeringas y preservativos usados. Nacía una nueva forma de entender la música y, por ende, la vida. Estos tiempos trajeron muchas expresiones insólitas, y en medio de su atmósfera muchos nos contagiamos de una sana locura, difícil de curar, a pesar de los años, con nada, excepto el conformismo.

jpastoriza.2008@gmail.com

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