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Hoy viajaremos a un mes de noviembre como este, pero de 1905. Es el momento en el cual, en Rusia, los levantamientos populares contra el gobierno del Zar que han ido estallando durante todo este año llegan a su punto de máxima intensidad. A comienzos de diciembre, habrá una importante insurrección en Moscú, que será reprimida sangrientamente, con un saldo de más de mil muertos. La Okhrana, la policía secreta zarista, contribuirá al fracaso de esa insurrección.
Un año después, en diciembre de 1906, la Okhrana arrestará al doctor Mijail Mijailovich Chemodanov, a cuyo consultorio acudía lo más selecto de la alta sociedad de la época, y a cinco cómplices suyos, encargados de distribuir por todo Moscú sus postales ilustradas con sátiras políticas contra el Zar y el gobierno.
El respetado doctor Chemodanov fue el artista que dibujó en secreto el descontento popular y que llenó las calles de caricaturas subversivas durante la revolución de 1905. Y aquellas postales, que son parte de la rica cultura gráfica revolucionaria que nos ha quedado de aquel periodo, le costaron la vida al dentista predilecto de la élite social de la Rusia zarista.
Meses antes de su arresto, en mayo de 1906, los policías habían allanado la casa de la joven Antonina Romanova, sospechosa de ocultar a un revolucionario prófugo. No lo encontraron allí, pero sí descubrieron en cambio una gran cantidad de propaganda revolucionaria, que incluía varios paquetes de tarjetas postales, cada uno con un recibo adentro, firmado por «M. M. Chemodanov».
El doctor Mijail Chemodanov, odontólogo predilecto de la élite de Moscú, pero también talentoso y feroz caricaturista, en sus tiempos de estudiante, es decir, en la década de 1870, ya había colaborado con revistas humorísticas, como la famosa Oskolki (Fragmentos), que apareció en San Petersburgo desde 1881 hasta 1916, dirigida primero por el popular escritor Nikolái Leykin y después –desde 1906 hasta 1908– por el humorista Víktor Bilibin.
(Por cierto, otro médico ruso que, como Chemodanov, era a la vez artista –escritor, en su caso–, y que colaboró igualmente con Oskolki –en su caso, con relatos– fue Antón Chéjov.)
Y en realidad la pasión por la sátira del doctor Chemodanov nunca había sido eclipsada por su brillante carrera de medicina, de modo que cuando, entrado el turbulento año de 1905, y en medio de un clima de violencia, injusticia, crispación social y descontento, conoció a Dmitrii Peschansky, dueño de un estudio fotográfico en Moscú, se aliaron y Peschansky comenzó a reproducir los dibujos de Chemodanov en postales que luego eran vendidas en toda la ciudad por una red de distribuidores.
Esas postales llevaban varios meses en circulación cuando la casa de Antonina Romanova fue allanada, pero solo entonces su firma en las facturas permitió a la policía relacionar al prestigioso doctor con ellas.
Costó encontrarlo. De hecho, no estaba en ese momento en Moscú, sino en Yalta. Afectado de bronquitis crónica, legado de sus días de médico rural, se había ido al sur por un tiempo en un intento de mejorar su salud. Fue arrestado a fines de diciembre de ese crudo invierno, y, tras un breve interrogatorio, lo arrojaron a una celda fría y húmeda de la prisión de Butyrka, donde, casi sin abrigo, se agravó mucho su enfermedad.
Apeló entonces al primer ministro, Pyotr Stolypin, a cuya familia había tratado largos años en su consultorio de Moscú, solicitando «humildemente a Su Excelencia» su liberación por motivos de salud. Una semana después, sin haber recibido respuesta, envió un telegrama para informar que había desarrollado neumonía y que su vida corría peligro. Después de varios días, salió de prisión para esperar el juicio bajo supervisión policial. No llegó al juicio (no a ese): su condición se había deteriorado fatalmente y sabía que le quedaba muy poco tiempo de vida. Así que aprovechó sus últimas semanas para observar en sí mismo el progreso de su enfermedad y registrar los detalles en una libreta.
Mijail Mijailovich Chemodanov murió el 16 de enero de 1908, al anochecer. Fue enterrado, según los testimonios, un día luminoso y soleado. Su ataúd llevaba cintas y flores rojas, y en la ceremonia no hubo ningún sacerdote.