La crueldad de los buenos

«He escuchado hablar del odio a los ricos; no sé si existe, pero sí me consta que existe el odio a los pobres», escribe Montserrat Álvarez.

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He escuchado hablar del «odio a los ricos»; no sé si existe, pero sí me consta que existe el odio a los pobres. Lo he observado en la voz, los gestos, las palabras de más personas de las que quisiera recordar. He pensado en ese odio muchas veces. La pobreza se puede definir en términos materiales, y aun reducir a hechos cuantitativos y estadísticos, pero es también, particularmente en nuestra cultura, una condición cargada de oscuros simbolismos y ligada a pasiones conflictivas que suelen racionalizarse del modo más desfavorable para quienes la encarnan. Supongo que ese odio, como todos, necesita justificaciones. Por otra parte, la más instintiva de esas justificaciones, la negación de la dignidad humana, no se aplica tan solo a los pobres. La negación de esa dignidad a determinados seres humanos –a los siervos o los esclavos en sociedades precapitalistas, a los «bárbaros» o no helenizados en la Antigüedad, a los plebeyos bajo el feudalismo, a los judíos, los árabes, las mujeres, los homosexuales, los negros y, en fin, cualquier otro caso de cualquier tiempo y lugar– parece recurrente en la historia.

Hay casos de simetría entre el odio que trata a las personas como animales y el amor que trata a los animales como personas; suele citarse a Calígula, pero quizá el ejemplo más famoso sea el del gobierno nazi. De 1933 son la Ley de Protección de los Animales (Reichs Tierschutzgesetz) y la Ley de Prevención de la Progenie contra Enfermedades Hereditarias (para esterilizar personas con defectos congénitos, trastornos mentales y adicciones como el alcoholismo). De 1934 es la Ley de Caza (Reichsjagdgesetz); de 1935, la Ley de Protección de la Naturaleza (Reichs Naturschutzgesetz) y las Leyes de Núremberg (Nürnberger Gesetze), que prohibieron la unión de alemanes y judíos, clasificados, respectivamente, como ciudadanos del Reich y «nacionales» ajenos a este.

Esa simetría no la he descubierto yo. Las estrategias de deshumanización de los adversarios políticos del Reich y los sujetos y «razas» de «menor valor biológico» llevaron a Kracauer a ver los lager como «mataderos» de «hombres desplazados del género humano como si fueran animales» y a Primo Levi a ver a los cuerpos confinados en los campos nazis como «ajenos a la condición humana» (1). Y sin embargo, cuando Himmler, durante una visita a España en 1940, asistió a una corrida en la Plaza de las Ventas –toreaban Marcial Lalanda, Pepe Luis Vázquez y Rafael Gallito–, se desmayó y tuvo que ser atendido por los servicios sanitarios.

Son historias paradójicas. Cuando entre 1939 y 1941 la Aktion T4 eliminó niños con taras hereditarias, enfermos y adultos improductivos, y miles de «vidas indignas de ser vividas» fueron extintas, esto se entendió como una medida de compasión por el ser sufriente y de beneficio a la comunidad (2). La racionalización de tales asesinatos como actos benéficos en nombre del bien común revela un mecanismo interesante. Creo preciso siempre señalar las garras ocultas del poder aun en fenómenos en apariencia inocentes –mejor dicho, sobre todo en ellos–.

Precisamente en estos días una organización paraguaya de ayuda a los animales publicó en sus redes sociales una «denuncia pública» por maltrato canino contra un particular que cuida coches a cambio de monedas en el centro de Asunción. La acompañaba una foto del acusado, ebrio al parecer, durmiendo en la vereda. La organización anunciaba que había rescatado al perro. Fuera cierto o no el maltrato, se lo dio por cierto solo con el relato de una testigo –aunque la legislación permite tomar medidas únicamente presentando pruebas de maltrato y sentando una denuncia– y el «rescate» (que, de no tratarse de alguien que duerme en la vereda, sería visto probablemente como robo) recibió el ferviente apoyo de la mayoría de los seguidores de la organización, que comentaron al pie de la denuncia que esa persona no debe tener un perro («un alcohólico / un indigente ni siquiera es capaz de cuidar de sí mismo», etcétera).

En la foto había dos seres vivos, pero ni los administradores de la página ni sus seguidores encontraron digno de preocupación y cuidado más que a uno. Tampoco repararon en que, en caso de que basten una foto como esa y un relato sin pruebas para separar a alguien de su perro, tendremos que asumir que si vives de las monedas que te den por cuidar coches, si duermes en la calle, si eres alcohólico, si eres pobre, estás expuesto a que te nieguen tus derechos aunque se los reconozcan a tu perro.

Por no mencionar que la intimidad que cabe tener en la calle es poca de por sí y que nadie debería fotografiarte durmiendo la borrachera a menos que te llames Scott Fitzgerald o algo por el estilo y ya no seas un alcohólico anónimo sino una especie de patrimonio cultural. Haber hecho pública esa imagen me parece claro indicio de la discriminatoria ideología de esa organización. Ideología que deja a muchas personas sin defensa, no ya solo contra la «maldad» de los reaccionarios de viejo cuño, sino contra la «bondad» de iniciativas como esta que por momentos parecen compartir con los jerarcas del Reich tanto el amor por los animales como el desprecio por los seres humanos «inferiores».

Parece claro que los animales de compañía se han convertido en medios de ostentación de cierto estatus moral; en todo caso, son adorables y garantizan miles de likes en las selfis, nada de lo cual puede decirse de los alcohólicos indigentes. Quizá estigmatizar por pobreza o alcoholismo a un cuidacoches sea tan propio del ubicuo credo del éxito, que hace de los fallos de la sociedad fracasos individuales, que la crueldad de tal «denuncia» se haya vuelto invisible. Gramsci supo ver que, mientras la dominación abierta se vale del aparato judicial, la policía, el ejército, la ley, hay otra oculta en todas partes, en los libros y la prensa, en el nombre de una calle, en el modo en que la gente mira o no mira a otros, les habla o habla de ellos. Son los juegos secretos del poder, que inadvertidos nos gobiernan y marcan con sus propias formas de violencia la trama de la vida.

Esta legitimación del «rescate» de un perro mediante la descalificación moral de su dueño, legitimación que encubre una desigualdad estructural de la que existen más víctimas que culpables, es solo uno –y no de los peores– de los muchos casos que observo a diario de ese odio a los pobres que planteé al comienzo. En su búsqueda de las raíces no económicas del capitalismo –que completa, en dirección contraria, la de Marx–, Weber encontró la relación entre la objetividad del poder fáctico y la subjetividad que subyace al ethos. Veganismo, lenguaje inclusivo, yoga, autocuidado, consumo ecofriendly, bicicleta, budismo de shoping zen-ter, animalismo parecen tener por finalidad, como los hábitos edificantes de beneficencia y turismo artístico de la burguesía del siglo XIX, hacer del privilegio virtud, fortaleciendo la cruel ficción de una sociedad «meritocrática» en la cual la pobreza no puede ser sino efecto de los vicios y yerros y fracaso moral del individuo, expuesto así como culpable de la adversidad en medio de la cual le sobra pese a todo corazón para partir su pan con ese perro que le brinda el afecto y el respeto de los cuales sus congéneres lo juzgan indigno. El individuo de nuestro ejemplo local de hoy es sin duda pobre, alcohólico y cuidacoches. Eso garantiza al menos que no abandonará a su perro al ir de vacaciones a Florida, como hacen tantas familias respetables para no pagar extra en el avión. Se atribuye a Gandhi la afirmación de que una sociedad puede ser juzgada por su manera de tratar a los animales. Yo creo que debe ser juzgada por su manera de tratar a las personas. A todas. También a los pobres. También a los alcohólicos. También a los cuidacoches. Todas las personas merecen respeto.

Notas

(1) Citados ambos (Primo Levi y Sigfried Kracauer) por Carlos Fazio en: «Auschwitz y los nuevos nazis», La Jornada Semanal, nº 472, domingo 21 de marzo del 2004.

(2) Lena Lennerhed: «Sterilisation on eugenic grounds in Europe in the 1930s: news in 1997 but why?», en Reproductive Health Matters, Vol. 5, nº 10, 1997.

montserrat.alvarez@abc.com.py

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