La creación de la guarania

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La creación de la guarania es uno de los acontecimientos más relevantes de nuestra vida independiente. Afirma nuestra identidad cultural, enlaza nuestros sentimientos, nos hace universales. El genio de José Asunción Flores le dio al país su independencia musical.

La guarania fue el resultado de una larga y angustiosa búsqueda a partir de las melodías populares estructuradas con ritmos europeos, como la polca y la galopa. Flores quería encerrar la sensibilidad musical nativa en algo propio, que expresase mucho mejor, con más fidelidad, la naturaleza artística del pueblo. Y se puso a investigar, estudiar, reflexionar, experimentar. Acercaba estas inquietudes a sus amigos y compañeros de la Banda de Músicos de la Policía de la Capital, a sus maestros, a cualquier otra persona que pudiera comprender la importancia de su proyecto singular.

Cuando creyó que la idea estaba para realizarse, tomó una melodía muy conocida , “Ma´êrápa reikuaase”, en la que volcó sus aspiraciones de dar nacimiento a un nuevo ritmo. La interpretación por los músicos de la Policía tuvo un primer resultado: el asombro. La popular canción resultó enteramente nueva.

Ahora se le presentaba el otro desafío. Encontró la forma, pero el fondo tenía que ser igualmente novedoso. Su talento daba para mucho más que vaciar en un molde las melodías que no eran suyas. Al mismo tiempo de profundizar sus estudios musicales —consciente de que los iba a necesitar en grado sumo—, se dedicó a la composición con entusiasmo y entrega generosa. Había encontrado el camino por donde llegaría a la gloria.

Data de 1925 su primera creación, “Jejuí”, cuya interpretación pública fue escuchada por el presidente Eligio Ayala. Su sensibilidad y su cultura le permitieron apreciar la belleza de una melodía nueva, su importancia para el arte nacional y el singular talento del autor. El elogio del presidente de la República, junto con el de otras personas igualmente influyentes, permitieron a “Jejuí” avanzar en la consideración pública y abrir expectativas sobre el compositor que, si fue capaz de esa primera y singular muestra, podría dar quién sabe cuántas otras y bellas creaciones.

No todo fue aplauso, desde luego. Como siempre, cuando se emprende una empresa ambiciosa a partir del talento, aparecieron los eternos roedores del mérito sin fisuras. Primero fue la envida de los mediocres; luego la maldad, la pequeñez, el recelo de los políticos.

Frente a esta situación inesperada, José Asunción Flores hizo lo que tenía que hacer: se encerró en sí mismo sin dejar resquicio por donde pueda filtrarse la malicia. Solo así tendría tiempo, físico y espiritual, para darse de lleno a la tarea grandiosa de componer las que hasta hoy, y para siempre, serían las melodías que expresan lo que dio en llamarse el alma de la raza.

Y vinieron, con los versos de Fontao Meza, “Ka´aty”, “Arribeño Resay”, “India”. Estas creaciones llegaron a oídos de Manuel Ortiz Guerrero, y le despertaron la curiosidad por conocer personalmente al autor de tan bellas e innovadoras melodías. Otro gran poeta, Darío Gómez Serrato, tuvo a su cargo la presentación. Desde entonces, Manuel Ortiz Guerrero y José Asunción Flores estuvieron unidos por la amistad nacida y fortalecida por la admiración recíproca, más por algunas de las mejores páginas musicales. Con respecto a “India”, los versos de Fontao Mesa le parecieron a Ortiz Guerrero que no estaban a la altura de la melodía. Fue así que compuso otros y son los que hoy conocemos.

Ya tenía sobrados motivos —o sobradas obras— para buscar un escenario mayor desde donde proyectar su creación que todavía estaba en los comienzos. En mayo de 1933, una semana después de la muerte de su querido amigo —su hermano, como le gustaba decir— Manuel Ortiz Guerrero, desembarcó en Buenos Aires, donde se encontraban, desde hacía unos años, algunos de los mejores músicos que encontraron la ocasión de difundir la música nativa con singular suceso. Flores fue recibido como se merecía: con cariño, con admiración, con respeto. Su primera tarea fue la formación de una gran orquesta a la que denominó “Manuel Ortiz Guerrero”, con la que grabó sus composiciones que pronto ganaron popularidad.

El maestro fue siempre enemigo de los gobernantes que pisoteaban los derechos de sus compatriotas. Cuando hubo una pausa del autoritarismo —en la llamada “Primavera Democrática”, a mediados de 1946—, el maestro regresó a Asunción. La primavera fue muy breve. De regreso a la capital argentina, siguió componiendo guaranias y polcas. Su conocimiento musical, su sensibilidad y su talento daban para mucho más. Fue así que se conocieron sus poemas sinfónicos, los que interesaron al famoso coro y orquesta del Teatro Bolshoi, de Moscú, que también grabaron algunas de las guaranias.

El Ateneo Cultural José Asunción Flores hace poco reeditó los tres volúmenes de las Obras Maestras de la Guarania Sinfónica, que incluyen sus creaciones más populares interpretadas por celebrados conjuntos y solistas. Entre otros, este es un homenaje al artista que, no obstante haber elevado el nombre de la patria a una altura insospechable, fue perseguido de una manera implacable por los gobiernos dictatoriales. Hasta se llegó a difundir con fuerza la versión de que no fue Flores el creador de la guarania.

El maestro nació en Asunción el 27 de agosto de 1904, y falleció en Buenos Aires el 16 de mayo de 1972. En 1991 sus restos llegaron al Paraguay, ocasión en que el pueblo le expresó su gratitud eterna.

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