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Con este levantamiento renacía, de alguna forma, la filosofía criolla paraguaya de 1717 a 1735, que durante la Revolución comunera afirmaba que el origen del poder se asentaba en el “común” hasta el punto de plantear que “el poder del común es superior al del rey”. Habría que sumarle al pensamiento “comunero” la influencia de la Revolución francesa, filtrada a través de Buenos Aires y portada en su mayoría por los estudiantes paraguayos en el extranjero, que pregonaba que “todos los hombres nacen libres e iguales, y constituidos en sociedad por mutuo consentimiento, solo de ellos dimana la soberanía. Cuando desaparece la autoridad, la soberanía revierte al pueblo, que reasume su plena autoridad”. A partir de estas perspectivas, los revolucionarios comuneros plantearon que la definición de la situación del gobierno debía resolverse con representación popular, a través de un Congreso General de la Provincia. El movimiento comunero fue aplastado a sangre y fuego. Negada por su identidad criolla, luego de haber sido actor político fundamental, la población que encarnaba estas ideas fue excluida de todo ejercicio del poder. Sin embargo, el ideal comunero permaneció latente.
Desde la segunda mitad del siglo XVIII llegó una nueva migración española que desplazó a las viejas familias patricias al interior del país, a sus estancias. Este desplazamiento se vivió con conflictos y disgustos. Todos los cargos públicos fueron reservados para los recién llegados, incluido El Cabildo, máxima autoridad de ordenamiento legislativo. Esta situación despertó el encono de toda una generación de jóvenes paraguayos, descendientes de los primeros conquistadores y aborígenes guaraníes, cuya cosmovisión estaba permeada por la lengua y cultura autóctonas, hegemónicas en el país. La mayoría de los patriotas provenían del interior y fueron la base del ejército que combatió a los ingleses en Buenos Aires, en 1808, y que defendió al Paraguay de la invasión porteña, en febrero y marzo de 1811.
El sentido de pertenencia nacional
Del Paraguay, “amparo y reparo” del descubrimiento y foco de expansión de la conquista española en el siglo XVI, cuando esta llegaba a lo profundo del continente, procedieron expediciones para la fundación de ciudades, por ejemplo: Buenos Aires, Santa Fe o Corrientes, (hoy Argentina), Ontiveros (cerca de San Pablo, Brasil) y Santa Cruz de la Sierra (en las estribaciones andinas, hoy Bolivia). Despojado de su Mar del Paraguay, rodeado y subsumido por los territorios que su joven población mestiza había conquistado y poblado, la otrora Provincia Gigante de las Indias fue progresivamente aislada.
La llegada de españoles sin mujeres y la costumbre guaraní de pactar con el enemigo a través de la entrega de sus mujeres posibilitaron el mestizaje de la población paraguaya. Las guaraníes se hicieron cargo de la educación de sus hijos mestizos, lo que permitió la permanencia hegemónica del guaraní frente al castellano. Los jesuitas, fundadores en el Paraguay de las famosas reducciones, fueron quienes dieron grafía a esta lengua aborigen.
Paraguay se halló situado en lo más profundo del continente desde el desprendimiento de Buenos Aires del territorio provincial paraguayo, en 1612. Lejos de corrientes migratorias y de renovación cultural, con un asedio permanente de los portugueses, que fueron paulatinamente despojándolo de territorio —con el acoso permanente de aborígenes no reducidos, de quienes debía defenderse— Paraguay, territorio “finisterre” de las posesiones españolas, se vio obligado a la defensa de las mismas, sin ningún apoyo ni sostén de la Corona. Debía preservar estas heredades con su propio esfuerzo y costa, hasta el punto de que las armas que portaban debían ser sufragadas por cada combatiente. Esta defensa, considerada pesada en demasía por los pequeños campesinos, que permanentemente debían abandonar sus cultivos para atenderla, era aún más gravosa por una serie de impuestos sobre la producción paraguaya exportada, al tener que usar rutas navieras y terrestres de Argentina, por su situación mediterránea. Esto fue creando un espíritu de diferenciación que se convertiría más tarde en identidad provincial paraguaya.
Desde el siglo XVI, el uso generalizado de la lengua guaraní fue dándole un sentido diferente del de otras provincias del Río de la Plata. Ello tuvo reverberaciones en la Revolución comunera y su definición en la Independencia nacional. De allí que el sentido de libertad tenía connotaciones muy definidas de independencia.
La Independencia paraguaya
Dos hechos conmovieron a las fuerzas rebeldes en mayo de 1811. Primero, las victorias de la milicia paraguaya compuesta por criollos, en marzo de ese año, sobre la expedición armada comandada por Manuel Belgrano, enviada por la Junta Superior de Buenos Aires (a lo que se sumó el cobarde comportamiento del gobernador Velasco en batalla y la huída de españoles peninsulares de Asunción ante la supuesta derrota paraguaya). Por otro lado, la llegada de un enviado de la Corona portuguesa y las negociaciones secretas que estaba manteniendo Velasco a través de él.
La revolución de Buenos Aires
En Buenos Aires, ante el vacío de poder de la Corona española con la disolución de la Suprema Junta Central de Sevilla, se instaló una Junta Provisoria, invistiéndose como la autoridad superior del Virreinato, en nombre del Fernando VII, hasta que se reúnan los delegados de las provincias interiores. Buenos Aires no consultó con ninguna de las demás intendencias que componían el Virreinato de ese entonces: Paraguay, Córdoba, Salta, La Paz, La Plata, Cochabamba y Potosí; sino quiso recomponer el Virreinato del Río de la Plata, manteniéndose como poder superior. Para ello convocó a delegados de las demás provincias a un congreso que pudiera definir el nuevo sistema. Entre las intendencias o provincias del Virreinato que no aceptaron el papel que asumía la Junta Superior de Buenos Aires estaba el Paraguay.
Las relaciones Buenos Aires/Paraguay
La Junta de Buenos Aires comisionó a un paraguayo, José Espínola, a ser portador de la convocatoria al Congreso de Buenos Aires, sin saber que tenía malos antecedentes políticos en el Paraguay, los que, sumados a los graves errores que cometió, hicieron que su misión fracase. Espínola regresó a Buenos Aires y dio falsos informes sobre la situación paraguaya.
El Cabildo de Asunción, ante la convocatoria de Buenos Aires en “cuya resolución se interesa toda la Provincia (…) convócase una asamblea general del clero, oficiales militares, magistrados, corporaciones, hombres literatos y vecinos propietarios de toda la jurisdicción para que decidiesen lo que fuese justo y conveniente”. La Asamblea fue convocada para el 24 de julio de 1810 para concretar una respuesta al oficio de Buenos Aires. Coincidentemente con este llamado habían llegado noticias de España: el gobernador de Cádiz se dirigía al Prelado de Asunción, incluyendo las Proclamas de la Junta Superior de dicha ciudad a la América española.
Fueron presentados dichos documentos y fue calificado como “documentos irrefragables con carácter de circulares a las autoridades de esta Provincias, que no deben dejar duda de la situación de la metrópoli, de la legitimidad del gobierno soberano, y del espíritu de nuestros hermanos, como lo evidencia su lectura (…) no hay el inminente riesgo de su total pérdida, como se creyó por acá, ni se duda de la legitimidad de su gobierno soberano, ni se piensa que la mutación del poder en la Regencia sea contraria al orden, ni a los derechos de las provincias, ni al bien y felicidad de la metrópoli y de las Américas, a cuyos diputados se convidan para que concurran a las Cortes Generales de los reinos; todo contra lo que hicieron creer los papeles ingleses al pueblo de Buenos Aires”.
La Asamblea procedió a reconocer al Supremo Consejo de Regencia instalado en Cádiz como legítimo representante de Fernando VII, en tanto que se propuso guardar armonía y fraterna amistad con la Junta Provisional de Buenos Aires, “suspendiendo todo reconocimiento de superioridad en ella, hasta tanto que S. M. resuelva lo que se de su soberano agrado en vista de los pliegos que la expresada Junta Provisional dice hacer enviado con un oficial al Gobierno Soberano legítimamente establecido en España”. Asimismo, frente a la amenaza en la frontera de las fuerzas portuguesas se resuelve la conformación de una Junta de Guerra. Se ordena que se dé cuenta al Supremo Consejo de Regencia y se conteste el oficio de Buenos Aires.
En cumplimiento a la Resolución de la Asamblea, se instalada la Junta de Guerra para combatir a los portugueses, pero el gobernador Velasco no le da ese carácter, sino, por el contrario, deja vía libre las fronteras secas del Norte y el Sur por donde podía ingresar el ejército portugués y prepara un ejército para combatir a Buenos Aires. Clausura los puertos, el comercio y toda correspondencia hacia la ciudad del Plata.
La Junta Provisional de Buenos Aires, al recibir la respuesta paraguaya, pensó que la oposición a su mandato era solamente del gobernador Velasco, por cuya causa “el pueblo” temía manifestar su aceptación del nuevo gobierno, en Buenos Aires. Esta idea, alimentada por los malos informes de Espínola, impulsó a enviar una fuerza militar a cargo de Manuel Belgrano, para “auxiliar” al pueblo.
Ya en territorio paraguayo, con una fuerza compuesta por 4000 hombres, Belgrano escribe a la Junta Provisoria “… no se me ha presentado ningún paraguayo, ni menos los he hallado en sus casas; esto, unido al ningún movimiento hecho ahora a nuestro favor, y antes por el contrario, presentarse en tanto número para oponérsenos, le obliga al ejército de mi mando a decir que su título no debe ser de auxiliar, sino de conquistador del Paraguay”.
El gobernador Bernardo de Velasco organiza la defensa a 70 km de la capital. En el encuentro entre las dos fuerzas, la paraguaya iba muy mal pertrechada, pues la mayoría de sus combatientes solo contaba con lanzas, mientras que las fuerzas argentinas eran muy superiores en número y armas. En la primera embestida fue derrotado el ejército paraguayo y Velasco huyó. Las fuerzas paraguayas, comandadas por los criollos, se reorganizaron y con una inteligente estrategia vencieron al ejército invasor. En Asunción, las informaciones de la inicial derrota despertaron el pánico de los comerciantes españoles peninsulares, que se embarcaron con sus fortunas para refugiarse en Montevideo, en tanto que el pueblo criollo corrió a los cuarteles a buscar armas para defender la ciudad. La fuga del gobernador y de la colonia comercial española causó un impacto muy negativo en las fuerzas criollas.
El triunfo frente a las fuerzas porteñas insufló aires de rebeldía y confianza en los paraguayos.
En los primeros días de mayo llegó al Paraguay un enviado por la Corte Portuguesa, en donde la princesa Carlota Joaquina de Borbón, esposa del monarca portugués y hermana de Fernando VII, prisionero en Francia, pretendía quedarse con las posesiones españolas en América.
Era de conocimiento de los rebeldes que el gobernador Velasco había asegurado al enviado Tte. José Abreu que “todo su empeño era ponerse a los pies de la serenísima Señora Doña Carlota Joaquina, pues no reconocía otro sucesor a la Corona y dominio de España” y que había solicitado un destacamento de 200 hombres de caballería para paralizar a la Junta de Buenos Aires.
La Revolución de Mayo
En la noche del 14 de mayo de 1811, en la que el gobernador Velasco ofreció una recepción al Tte. Abreu —quien partiría al día siguiente con los pliegos de un tratado— se sublevaron los jóvenes combatientes que habían derrotado a las fuerzas argentinas. Fue designado un Triunvirato del que formaban parte José Gaspar Rodríguez de Francia y Juan Valeriano de Zeballos, que actuarían conjuntamente con Velasco, hasta tanto se defina un nuevo tipo y forma de gobierno. Días después fue interceptada una carta de Velasco a autoridades españolas de Montevideo, en la que mencionaba la necesidad de intervención de fuerzas portuguesas para dominar la naciente revolución en el Virreinato del Río de la Plata. Velasco fue destituido del gobierno y apresado junto a otros españoles, cómplices del complot. José Gaspar Rodríguez de Francia y Juan Valeriano de Zeballos permanecieron como autoridades provisorias, hasta el Congreso General.
Congreso General del 17 al 20 de junio de 1811
Francia y Zeballos fueron electos presidentes del Congreso General. Francia dirigió una arenga en la apertura del Congreso en la que manifestó: “Hasta aquí hemos vivido humillados, abatidos, degradados y hechos el objeto de desprecio, por el orgullo y despotismo de los que nos mandaban (…) La Provincia del Paraguay, volviendo del letargo de la esclavitud , ha reconocido y recobrado sus derechos, y se halla hoy en plena liberad para cuidar y disponer de sí misma y de su propia felicidad (…) hombres de talento han analizado todos los derechos, todas las obligaciones, todos los intereses de la especie humana (…) todos los hombres tienen una inclinación invencible a la solicitud de su felicidad y la formación de las sociedad y establecimientos de los gobiernos no han sido con otro objeto que el de conseguir mediante la reunión de sus esfuerzos (…) Todo hombre nace libre, y la historia de todos los tiempos siempre probará que sólo vive violentamente sujeto mientras su debilidad lo permite (...)
“La Soberanía ha desaparecido en la Nación (…) No hay tribunal que cierta e indubitablemente pueda considerase como el órgano o representación de la autoridad suprema. Por eso muchas y grandes provincias han tomado el arbitrio de constituirse y gobernarse por sí
mismas”.
Francia propone que ante esta situación se debe decidir la forma de gobierno y el régimen que se debe tener, se debe fijar las relaciones con la ciudad de Buenos Aires y demás provincias adheridas, y resolver la situación de los individuos que ejercían anteriormente el poder.
El 18 de junio se inició el debate en esta Asamblea. Se decidió que la “votación empezase de abajo y no por las personas de mayor carácter del Estado eclesiástico y secular que se hallaban en los primeros asientos”.
El Congreso destituyó a Velasco y eligió una Junta Superior Gubernativa, compuesta por un presidente y cuatro vocales, que juraron ante escribano “no reconocer otro Soberano que Fernando Séptimo; proceder fiel y legalmente en los cargos que se les confía; y sostener los derechos de la libertad, defensa, e identidad de la misma Provincia”.
En cuanto a las relaciones con la Junta Provisoria de Buenos Aires, se manifestó que “esta Provincia no solo tenga amistad, buena armonía y correspondencia con la ciudad de Buenos Aires y demás provincias confederadas, sino que también se una con ellas para el efecto de formar una sociedad fundada en principios de justicia y equidad e igualdad bajo las declaraciones siguientes:
Primera. Que mientras no se forme el Congreso General, esta Provincia se gobernará por si misma sin que la Excelentísima Junta de Buenos Aires pueda disponer y ejercer jurisdicción sobre su forma de Gobierno, régimen, administración ni otra alguna causa correspondiente a esta misma provincia (…)
Cuarta: Que para los fines convenientes de arreglar el ejercicio de la autoridad suprema o superior y formar la Constitución que sea necesaria, irá de esta provincia un diputado con voto en el Congreso General (de Buenos Aires) en la inteligencia de que cualquier reglamento, forma de Gobierno o Constitución que se dispusiera no deberá obligar a esta provincia hasta tanto se ratifique en Junta plena y general de sus habitantes y moradores.
A este efecto se nombra desde ahora por tal diputado al Doctor José Gaspar de Francia…”.
Asimismo, se resuelve que “quede suspendido por ahora todo reconocimiento de las Cortes, Consejo de Regencia y toda otra representación de la autoridad suprema o superior de la nación de estas provincias hasta la suprema decisión del Congreso General que se halla próximo a celebrarse en Buenos Aires”.
La primera República del Sur
En 1813, luego de tortuosas relaciones con Buenos Aires, esta envía a Nicolás de Herrera para lograr el envío de diputados paraguayos a la Asamblea General Constituyente. La Junta Superior Gubernativa de Paraguay resolvió dejar al arbitrio de la Provincia la determinación “de enviar o suspender el concurso de sus diputados a la Asamblea General de Buenos Aires”. Para tal efecto el Cabildo convocó al Congreso General del 9 de agosto de 1813.
“Se celebrará dicho General Congreso, cuyo número de sufragantes no baje de mil individuos de votos enteramente libres y sean naturales de este provincia (…) siendo este Congreso soberano como debe serlo, no se le pongan ahora ni después trabas, impedimentos ni restricción alguna (…) sean convocados dichos mil sufragantes de todas las villas, poblaciones, partidos, y departamentos de su comprensión a proporción de sus respectivas populaciones y que su nombramiento no sean por señalamientos o citación de determinadas personas, sino por elecciones populares y que se efectúen en cada uno de los lugares por todos libres (…) que esta diligencias o convocatorias para el efecto como de asunto puramente civil y dirigido al libre uso y ejercicio de los derechos naturales y libres, inherentes a todos los ciudadanos de cualquier estado, clase o condición que sean”.
El 30 de septiembre de 1813 se inauguró el Congreso con más de 1100 diputados y finalizó el 12 de octubre. Aprobó un Reglamento de Gobierno y se proclamó el nuevo gobierno, compuesto por Fulgencio Yegros y José Gaspar Rodríguez de Francia “con la denominación de Cónsules de la República del Paraguay” y su “primer cuidado será la conservación, seguridad y defensa de la República, con toda la vigilancia, esmero y actividad que exigen las presentes circunstancias”.
Palabras finales
El proceso vivido en Paraguay de 1811/1813 marca el tránsito de un país colonial a un país soberano e independiente, que adopta la República como forma de gobierno, constituyéndose de esa forma en la primera República del Sur.
“No es dudable que abolida, o desecha la representación del poder supremo, recae este o queda refundido naturalmente en la nación. Cada pueblo se considera en cierto modo participante del atributo de soberanía y aun los ministros han menester su consentimiento, o libre conformidad para el ejercicio de sus facultades”, decía Rodríguez de Francia en su nota del 20 de abril de 1811 a la Junta de Buenos Aires. La Independencia paraguaya no nace con el axioma de la libertad individual de los ciudadanos, sino con el de la libertad de la nación, idea a la que se aferró durante todo el proceso de Estado independiente de 1813 a 1870, año en que finalizó dicho proceso con una guerra de exterminio, la primera en toda América.
La Independencia nacional visualizada por los paraguayos era entendida como el ejercicio de la soberanía como Estado libre e independiente. Los tres gobernantes que lideraron el proceso, cada uno a su manera, defendieron la Independencia paraguaya: José Gaspar Rodríguez de Francia, buscando preservarla, encerró al Paraguay en sus fronteras; Carlos Antonio López, por la misma causa, las abrió al reconocimiento de países europeos y americanos; Francisco Solano López, en defensa de la soberanía nacional, se puso al frente de toda la sociedad que prefirió inmolarse antes que renunciar a ella.
A ese deseo de independencia y soberanía nacional paraguayos, la Regencia y la Corte de Cádiz sirvieron en un par de circunstancias particulares. La primera, cuando Buenos Aires anuncia los sucesos de mayo de 1810 en que instauraron una Junta Provisoria y convocaron a un Congreso General de todas la provincias. Paraguay había recibido las primeras noticias de la instauración de las Cortes en Cádiz y la constitución de la Regencia. Paraguay las reconoce, al contrario de Buenos Aires, lo que le permite negarle a esta todo intento de sojuzgarlo o someterlo a un nuevo vasallaje. Todo esto para afirmar “que mientras no se forme el Congreso General, esta Provincia se gobernará por si misma sin que la Excelentísima Junta de Buenos Aires pueda disponer y ejercer jurisdicción sobre su forma de Gobierno, régimen, administración ni otra alguna causa correspondiente a esta misma provincia”.
La segunda, producida ya iniciado el proceso de independencia, durante el Congreso General de junio de 1811, en que nuevamente el Paraguay plantea una confederación fundada en principios de justicia, equidad e igualdad. Plantea, asimismo, que todo gobierno debe surgir de un Congreso General en donde estén representadas todas las provincias en igualdad de condiciones, pero aun así, todas las medidas tomadas en el Congreso deben estar refrendadas por Congresos nacionales para ser
válidas.
En este marco, resulta natural que este Congreso haya suspendido todo reconocimiento de las Cortes, Consejo de Regencia y toda otra representación de la autoridad suprema o superior de la nación de estas provincias hasta la suprema decisión del Congreso General que se halla próximo a celebrarse en Buenos Aires, con la argumentación de que la Corte y el Consejo de Regencia no tenían la suficiente legitimidad de los pueblos de la península, por estar esta bajo dominio francés y tampoco han surgido de Congresos de los pueblos americanos, que por entonces representaba a toda la corona, con una argumentación también dirigida a la Junta Superior Gubernativa de Buenos Aires, pues tampoco su mandato era resultado de Asambleas o Congresos locales.