La Constitución de 1870

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El 3 de mayo de 1870, el Triunvirato llamó a la ciudadanía a una Convención Constituyente para el 15 de agosto del mismo año. El 3 de julio se realizaron las elecciones en todas las localidades convocadas, conforme con el Estatuto Electoral dado a conocer el 3 de marzo. En el art. 1º se lee: “La ciudad de Asunción conformará tres secciones electorales a saber: La Encarnación, San Roque y La Catedral. Por un decreto especial se dividirán y establecerán las secciones electorales de los Departamentos de Campaña con arreglo al número de habitantes que hoy cuentan”. Muchas localidades no participaron por hallarse despobladas. El Gran Club del Pueblo y el Club del Pueblo (conocido también como Bareirista) tuvieron en sus filas a “legionarios” y “lopistas”.

En los comicios hubo actos de violencia, como la golpiza que recibió el Dr. Facundo Machain por parte de un “bareirista” en la parroquia La Encarnación, a más del asalto, en San Roque, de la mesa receptora de votos. El autor de ambos casos fue apresado. Con estos hechos se iniciaron las irregularidades que habrían de repetirse a lo largo de nuestra historia cívica. Lo que nunca más se dio es el castigo a los violentos y a los tramposos.

El resultado de los comicios fue una amplia victoria de los candidatos del Gran Club del Pueblo.

Para llegar a esta instancia, se tuvo que hacer una larga y difícil travesía. La presencia de las fuerzas de ocupación fue uno de los motivos de la constante discrepancia entre los dirigentes, muchos de los cuales buscaban el favor de los brasileños o de los argentinos, o de ambos a la vez. Estos hechos ponían al descubierto la contradicción de promover una constitución para el goce de la libertad, por un lado; y por el otro, la falta de libertad impuesta por los aliados.

Dentro de estas limitaciones se movían los integrantes de los dos clubes. El 1 de octubre de 1869 aparece La Regeneración, órgano periodístico del Club del Pueblo –se denominaría después Gran Club del Pueblo— con la dirección de Juan José Decoud, quien en sucesivos números dio a conocer el “Proyecto de Constitución”, inspirado en la de los Estados Unidos de Norteamérica.

El 24 de marzo de 1870, aparece La voz del Pueblo como vocero de la oposición comandada por Cándido Bareiro. Este periódico hizo campaña porque las fuerzas aliadas siguiesen ocupando el país hasta la instalación de la Convención Constituyente. En tanto, La Regeneración se opuso a la propuesta en razón de que la presencia aliada podría obstaculizar la libre elección de los convencionales y el posterior debate en la convención. Ya se tenían varias muestras de la directa e indirecta intervención de los aliados, como la elección del triunvirato, cuyos miembros salieron directamente de las carpas de la alianza. Si no se los quería aceptar, las fuerzas de ocupación impondría un gobernador militar. O sea, no estaban dispuestas a permitir que el Paraguay respirase en libertad, con lo que se demostró, una vez más, el engaño de que “La guerra es contra el tirano; no contra el Paraguay”, como se expresó en el Tratado de la Alianza.

El 15 de agosto de 1870, se instaló en el Cabildo la Convención Nacional Constituyente con 42 convencionales. Cuatro de ellos eran sacerdotes. Declaró abiertas las sesiones el triunviro Carlos Loizaga en nombre del Gobierno Provisorio que “…recibió sobre sí a los náufragos que pudo conducir a las playas de ese piélago profundo de sangre y lágrimas, y ha seguido recibiendo en torno suyo, tan bien como ha podido, los restos extenuados y dispersos de lo que fue el pueblo paraguayo, teniendo el dolor de anunciaros que Francisco Solano López, desde su solitaria tumba de Cerro Corá, sigue aún haciendo víctimas, porque al Gobierno no le ha sido posible contener del todo los efectos de su nefando crimen; pero cuenta que con el auxilio de los Padres de la Patria, se pondrá un término a tan calamitosa situación”.

El presidente provisorio de la Convención, Federico Guillermo Báez, expresó: “Sin duda que en la historia sombría del Paraguay, víctima por tanto tiempo del furor de sus tiranos, ha de registrarse con caracteres indelebles, y ha de ser para siempre memorable el día 15 de agosto de 1870. Comienza una nueva era con el primer Congreso de hombres libres, surgido del verdadero sufragio popular”.

Como presidente de la Convención se designó a José Segundo Decoud, cargo del que renunció el 7 de setiembre.

Las deliberaciones se presentaron difíciles por el enfrentamiento entre los dos grupos antagónicos que excedió los límites de la Convención y se extendió al resto de la sociedad. Como siempre, aparecieron los pescadores en río revuelto. Algunos de los más influyentes del Gran Club del Pueblo intentaron, a dos semanas de iniciada la Convención, copar el Gobierno disolviendo el Triunvirato. La maniobra fue exitosa. El 31 de agosto ocupó la Presidencia Provisoria de la República, Facundo Machain, hasta que un contragolpe lo tumbó en el breve tiempo de 24 horas. En esta acción, como en otras ocasiones, las fuerzas de la Alianza tuvieron una decisiva intervención. El 2 de setiembre, Machain fue cesado como convencional por haber aceptado la Presidencia Provisoria. En el exterior del recinto, las cosas no estaban mejores. La Regeneración recibía amenazas de atentado junto con sus directores, los hermanos Juan José y Segundo Decoud.

Los convencionales dieron al Paraguay su primera Constitución Democrática Liberal. Quedó consagrada la libertad política, económica y social sin la tutela del Estado. Estuvo inspirada en los principios básicos enunciados en la Declaración de Independencia de los EE.UU. y su Constitución. Pronto surgieron las críticas centradas en que no era una Constitución para el Paraguay del momento, sino para un país política, económica, cultural y socialmente desarrollado.

El mismo José Segundo Decoud, uno de los principales redactores, escribió siete años después:

“…Es indispensable la reforma de la Constitución, medida que ya se ha venido indicando por la prensa en reiteradas ocasiones y que responde a una necesidad sentida. Esta reforma constitucional es reclamada imperiosamente por las circunstancias aún angustiosas porque cruza el país y es aconsejada por la prudencia y el patriotismo. Nuestra Constitución, por su poca originalidad, adolece de más defectos que ninguna otra, y es natural que enmendemos sus errores haciéndola más adaptable y práctica a nuestro modo de ser. De qué sirvieron las más bellas instituciones, si no se comienza por educar al pueblo y prepararle para el ejercicio de sus derechos. No basta tener una magnífica Constitución escrita; es necesario que ella esté también incrustada en el corazón del ciudadano…”.

Por esa época, el médico, sicólogo y sociólogo francés Gustavo Le Bon trabajaba para su conocida obra Psicología de las multitudes, que la daría a conocer en 1895. Según Le Bon, el conjunto de caracteres comunes que impone la herencia a todos los individuos de una raza, constituye el alma de esa raza, que es el factor fundamental del proceso histórico. Es ella –dice— la que determina la evolución histórica, las transformaciones políticas y sociales, las instituciones, las artes, las ciencias; en una palabra, toda la esfera de las formas ideológicas”.

Si vamos a creer en el alma de la raza –tema del que se había ocupado Manuel Domínguez— es posible entonces que la Constitución de 1870 no tuviera en cuenta nuestra “evolución histórica”. Tal vez por ello –o sin tal vez— no fue decisiva para las “transformaciones políticas y sociales” que habían pretendido los convencionales de 1870 a juzgar por sus resultados.

Este es el inicio de nuestra vida cívica. Un mal comienzo no tiene por qué necesariamente seguir siendo malo. Siempre hay tiempo para corregirlo, mejorarlo, enmendarlo. El problema es que los partidos políticos no se hicieron de ese tiempo para la reflexión serena, para “el mea culpa”, para el salto adelante.

Los mismos redactores de la Constitución, o quienes habían jurado su cumplimiento, pronto se olvidaron de su contenido “democrático y libertario”. Frente a los desmanes de los caudillos, al resto de la sociedad solo le quedaba mirar y sufrir impotente la violación de sus más elementales derechos.

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