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Todos los esfuerzos por tranquilizar los ánimos después de los disturbios registrados en San Miguel resultaron infructuosos. Como decía uno de los padres misioneros, los indígenas ya no les demostraban el afecto y el respeto de antes. Por el contrario, eran frecuentes los enfrentamientos verbales, pues acusaban a los sacerdotes de haberles traicionado favoreciendo a los portugueses. La idea más extendida era que la cesión de los siete pueblos de las reducciones no era una decisión tomada por las coronas de España o de Portugal, sino un negocio entre los jesuitas y los portugueses que se encontraban en América. Corría el rumor de que el padre Bernardo Nusdorffer, superior de los jesuitas en aquella provincia, había recibido «muchísima plata y oro de los portugueses en pago de las tierras y pueblos que les había vendido» (1). De allí el marcado interés de los padres misioneros en que los indígenas abandonaran aquellos territorios para entregárselos a Portugal.
«A estos desórdenes, principalmente los de San Miguel, se llegaba el que desde que vieron la mudanza tan pronta y tan cercana como se les había dicho que había de ser sin falta alguna, empezó a ser ya toda una confusión y un puro desorden, sin querer ya sujetarse, como antes, al gobierno del cura, y mucho menos al castigo aún por otras faltas distintas de la resistencia a la mudanza (como expresamente entonces también lo avisaba el dicho cura de San Miguel) sin obedecer ya a los padres ni casi respeto alguno al mismo padre superior que allí estaba, para ayudar a sosegarlos, y mucho menos al corregidor y alcalde, si estos mostraban ser de parecer que se debía obedecer a los padres, no menos en el punto de mudanza que en otras más fáciles y más provechosas, como se había hecho hasta allí en todo» (2).
«Aunque al padre comisario según lo que yo, como amigo y condiscípulo le había dicho con toda confianza y sinceridad en Buenos aires, nada de todo esto debía cogerle muy de nuevo; no obstante como son difíciles de borrar del entendimiento humano las primeras impresiones, no parece que el padre había acabado de tener por improbable del todo el juicio con que vinieron los comisarios reales, de lo que lo tocante a la entrega de los pueblos todo y enteramente dependía de que los padres misioneros quisiesen, y que si ellos querían, querrían también sus indios, por la más que religiosa y aún ciega obediencia que en los dichos indios suponían, no sé con qué otro fundamento, sino con el de que ciertamente nos obedecían en lo que ellos mismos, aún con no ser de mucho alcance, veían que les estaba bien obedecernos, y que nosotros jamás le mandábamos otra cosa» (3).
«Y así al ver su reverencia a saber estas resistencias de los indios faltaba poco para no atribuírseles ya que no a inteligencia, a poca maña y a menos habilidad de los curas, y aún del superior, que como dicho es, estaba con el de San Miguel dando calor a la pronta mudanza para el dicho día señalado tres de noviembre, y procurando para eso sosegar sus alborotos. Y si para esto faltaba poco, no faltó nada para amenazar, como amenazó alguna otra vez, que si los dichos curas no se daban más mañana, o más diligencia para reducir a los indios a una tan pronta mudanza como los comisarios reales querían, quitaría de sus pueblos a los que estaban y pondría en su lugar a otros curas que se diesen más mañana o tuviesen más habilidad para el efecto» (4).
«Pero como nada de esto dependía de los curas, sino de los indios, ni estas conminaciones generales, ni las particulares exhortaciones que a todos y cada uno en particular hizo, llamándolos a todos al dicho pueblo de Santo Tomé, si las cosas estaban malas, con aquellas aunque corta ausencia de los curas acaso se pusieron peores; por lo menos en nada se mejoraron. Por eso volvió a llamar el padre comisario a uno de los dichos para informarse mejor de lo que en su pueblo y en los otros vecinos pasaba y del estado en que se hallaban sus alborotos y resistencias a la mudanza. Y por que el dicho cura no llegaba tan presto como el padre comisario deseaba y pensaba que podía llegar, pareció que empezaba a entrar en algún recelo de si el cura le resistía, o faltaba a la puntualidad de la obediencia; pero muy presto se desengañó de aquel su recelo y supo que la que le parecía voluntaria tardanza no era sino forzosa, y nada contraria a la exactísima y puntualísima obediencia de aquel y todos los demás misioneros profesaron siempre a todas sus órdenes, y aún a sus más leves insinuaciones. Y aún por esto no dejaban de extrañar algunos que les recordase tanto los preceptos a todos, como si desconfiara de que sin ellos le obedeciesen, no habiéndosele dado el menos fundamento para una tal desconfianza. Pero en fin, ya se ha dicho la única razón, que pudo tener el padre comisario para frecuentar tanto sus preceptos, y en eso salir del modo ordinario que usa la Compañía» (5).
«Antes que llegase el término perentorio del día 3 de noviembre en que indefectiblemente habían de empezar a salir los indios de sus pueblos, señaló el padre comisario con bastante prevención de tiempo a todos los padres misioneros, que habían de acompañar a dichos indios en sus respectivas transmigraciones y términos. Y para que en la decretada salida no hubiese falta, juntamente mandó a los padres curas de los cuatro pueblos resistentes, que hiciesen nuevas diligencias para inducirlos a que indefectiblemente saliesen, como habían de empezar a salir de los otros tres, y de todos en bastante número; tal que, en llegando a los parajes señalados pudiesen ir formando algún género de viviendas para sí y para los otros que habían de seguirlos, siquiera para guarecer de los diversos temporales de los climas a que iban, a los niños, viejos y enfermos. Ordenó también (y eso con precepto sin el cual o la conminación de él, ya no se ordenaba nada de alguna monta) que los pueblos de Santa María la Mayor, y de los Mártires ayudasen a los que saliesen del pueblo de San Lorenzo a pasar el Uruguay cuando a él llegasen. Del mismo modo mandó a los pueblos de hacia el Paraguay ayudasen a los de San Juan que habían de ir al sitio que habían fundado. A los de San Cosme y a los de Itapúa que como más cercanos, ayudasen a hacer viviendas; a los pueblos de los Apóstoles que les diesen o prestasen trescientas vacas; y así semejantemente con preceptos de santa obediencia, les pedía a otros pueblos que no se mudaban, o se les mandaba al cura que se diesen tropas de caballos en que los caminantes fuesen; todas estas y otras cosas siempre o casi siempre con tanta copia de preceptos que dejados aparte los impuestos al común, o comunidad de todos los misioneros, hubo partículas a que se impusieron seis, a otro cura 9, y a otro once» (6).
Notas
1. Legajo 120, 54, Archivo Histórico Nacional de España, Madrid.
2. Ibid.
3. Ibid.
4. Ibid.
5. Ibid.
6. Ibid.
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