La ciudad y los perros*

La Editorial Santillana siempre nos sorprende, por suerte para bien. Con la aparición de esta colección que tiene el copatrocinio de la RAE y la Asale, libros que si bien son ya conocidos, pueden llegar a una enorme mayoría de personas por la calidad de la impresión y, sobre todo, el bajo costo, combinación no siempre fácil de conseguir.

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En este caso, me toca a mi presentar el libro La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa, que viene acompañado de estudios previos del gran poeta peruano y presidente de la academia peruana de la lengua Marcos Martos, gran amigo; de Víctor García de la Concha, exdirector de la RAE por varios años, y una autoridad en materia de literatura y quien tiene una obra dedicada a la novela latinoamericana.

Hay otro estudio de Darío Villanueva, el secretario de la RAE, quien a pesar de ser uno de los más nuevos miembros de la misma, viene precedido de unos antecedentes de conocimiento de literatura impresionantes. Y finalmente de quien sea quizá el más grande conocedor de la obra del autor: el peruano José Miguel Oviedo.

¿Qué más podría decir yo después de la voz de estos maestros? ¿Qué de nuevo puede agregarse a las magistrales e imperdibles páginas con que se inicia esta edición? Bueno, forzado por las circunstancias, haré un intento y comenzaré diciendo que hay libros que nacen para perdurar.

Este que presentamos hoy es uno de ellos. Como todo libro en el que se vierte la más febril imaginación que el autor haya puesto en él al publicarlo, sin embargo y curiosamente, desde ese instante deja de pertenecerle para pasar al mundo del otro, el lector; este, a partir de ahí, se convierte en el protagonista, el que le da vida al leerlo y que el que le da también su propia interpretación, lo que hace que se convierta en un desafío, en un reto entre el escritor y su contrapunto invisible, el lector, que hace vivir y revivir cada instante de la obra con cada palabra que se va leyendo.

Por eso, Kundera, al definir la novela, decía que es una meditación sobre la existencia vista a través de personajes imaginarios. La novela es, por tanto, el esfuerzo supremo por iluminar aquello de lo que no podemos tener conocimiento de otra manera. En su visión, los valores estéticos no quedan relegados a un segundo plano, sino que deben acompañar a esa reflexión sobre la existencia derivada de unos personajes a los que se coloca en un determinado contexto para observar cómo lo “experimentan”.

O puede ser lo que dice Fuentes: “La novela es un cruce de caminos del destino individual y el destino colectivo expresado en el lenguaje. La novela es una reintroducción del hombre en la historia y del sujeto en su destino, es un instrumento para la libertad. No hay novela sin historia; pero la novela si nos introduce en la historia, también nos permite buscar una salida de la historia a fin de ver la cara de la historia y ser así verdaderamente históricos. Estar inmersos en la historia, perdidos en la historia sin posibilidad de una salida para entender la historia o hacerla mejor o simplemente distinta, es ser simplemente también, víctimas de la historia”.

Vargas Llosa, al escribir este libro, se convierte en artífice y, a la vez, partícipe de esta historia, pero no su víctima como diría Fuentes. Al contrario, al desbordar su imaginación con acontecimientos que nunca sabremos si existieron o no, libera su yo de manera que deja de ser él para ser él también todos los personajes de su obra. Es decir, se percibe de manera indirecta cuáles son sus pensamientos sobre determinadas conductas, pero lo hace de manera tan sutil que produce, además de deleite, un permanente ejercicio de comprensión, que es uno de los puntos más altos de su obra.

Con relación a esto cito a Tomás Eloy Martínez: “Todo relato por definición es infiel. La realidad no se puede contar ni repetir. Lo único que se puede hacer con la realidad es inventarla de nuevo. Y si la historia es otro de los géneros literarios, ¿por qué privarla de la imaginación, el desatino, la exageración, la derrota, que son la materia prima de la literatura?”.

Digo que este libro nace para perdurar, porque luego de cincuenta años de su primera edición, y mentiría si supiera cuántas, pero son muchas, aparece hoy tan lozana, tan fresca como cuando se la editó por primera vez e inmediatamente se insertó en lo que se dio en llamar el “boom” de la literatura latinoamericana, del cual participa Vargas Llosa con García Márquez, Carlos Fuentes, Juan Rulfo, Roa Bastos y tantos otros inmensos talentos que nos enorgullecen como ciudadanos de estas tierras.

Y el mismo Vargas Llosa nos cuenta el inicio de esta obra. Que a sus 27 años, becado en Madrid para estudiar literatura y ya con un libro de cuentos escrito, comienza de nuevo a sentir la picazón del escritor; la mente se llena de personajes que las más de las veces han sido reales, pero que la literatura los deforma o los reforma de acuerdo a lo que la imaginación del autor le va dictando. Y ahí comienza a escribir.

Porque lo que ocurre en La ciudad y los perros es una suerte de autobiografía del autor, de una juventud difícil, con padres separados, viviendo primero en Arequipa –donde nació– para trasladarse niño aún a Piura y de ahí a Cochabamba con sus abuelos.

No nos puede extrañar pues la sorpresa que sintió, siendo adolescente, al llegar a Lima por primera vez, con su cielo plomizo y su mar a veces sereno, a veces impetuoso, pero siempre frío, donde le aguardaba un hogar con sus padres reconciliados; es decir, la experiencia nueva de vivir con sus padres, pues hasta ese momento nunca había convivido con ellos. Por lo que tampoco es de extrañar que ese padre a quien conoció en esas circunstancias quisiera sustituir la educación que no pudo darle. Y entonces pensó que lo mejor sería enviarlo a una escuela militar. Y que ahí “se haga hombre”, como dijo el propio autor cuando recuerda ese momento. Como si esa fuera una varita mágica que obrara el milagro de sustituir la identificación paterna por una rígida disciplina desprovista de todo sentimiento y hasta a veces de razón.

Eligió la escuela Leoncio Prado, la que lleva el nombre de un héroe de la Guerra del Pacífico con Chile. Una suerte de liceo militar donde Vargas estuvo un par de años, pero que al parecer marcaron de manera muy fuerte su vida. Además, su país vivía todavía épocas en que había gobiernos autoritarios que también fueron importantes en su visión del Perú.

Y del recuerdo de esos días en dicha institución nace esta maravillosa novela.

Pero vuelvo al comienzo. ¿Qué decir de esta obra luego de lo que nos dicen los maestros en las primeras páginas?

Entonces, leyendo y releyendo encontré el prólogo que escribe el autor y al mismo le dedicaré unas palabras.

En él Mario reconoce que uno de los que más ha influido en la forma de escritura de esta novela es Sartre. Además cita a Faulkner y Flaubert.

He tratado de entender sobre todo por qué cita al primero. En principio podría afirmarse que Sartre entiende la novela como un sentido de búsqueda de la libertad. Pero prisionero como es de su existencialismo nihilsta, dice que y cito: “He ahí que cada quien se elige a sí mismo enfrentando la angustiante posibilidad de la nada, (...) la verdad está en lo subjetivo y solo por la identidad de su sentimiento, el hombre adquirirá una existencia verdadera”, para agregar luego que el novelista usa palabras como signos de comunicación para producir cambios en la sociedad, cambiando el ambiente social del hombre y el concepto que el hombre tiene de sí.

Sartre es indudablemente seguidor en lo fundamental de Kiekgard, pues ambos decían que “la existencia precede a la esencia”. Es decir, es el hombre quien debe crear su propia esencia y, por ello, es completamente libre, está condenado a serlo.

Mi percepción a priori a este respecto no es que esto ocurra en La ciudad y los perros, pero quién soy hoy para discutir al propio autor. Solo que, en mi visión, Sartre edulcora la libertad a su manera, en tanto que Vargas Llosa en esta obra en especial pareciera que es lo contrario a la libertad (veremos que no es así); una obra de encierro, de búsqueda de romper un esquema rígido, pero no parece una novela sobre la libertad como serán otras que vienen después escritas por él. Pareciera más bien un contrapunto entre el encierro que padecen los cadetes y la libertad que se respira en la ciudad y a la que pretenden los cadetes con cada actitud de rebeldía dentro de la institución.

Pero luego, leyendo a Carlos Fuentes que, cuando comenta La ciudad y los perros, dice: “En la obra de Vargas Llosa, los adolescentes pretendiendo ser autónomos y rebeldes, en verdad sacrifican su amenazante libertad de juventud parodiando el mundo de los mayores”. Y agrega: “Ser libre es también ser adulto, y ser adulto en la imaginación del adolescente es exponerse al peligro y mostrarse fuerte”.

Es decir, Fuentes ve esa novela de libertad confrontada con la novela de la prisión, que es finalmente lo que me hace cambiar de parecer sobre el tema de la libertad, para creer que ese cuartel es para el joven sin vocación militar verdaderamente eso: una prisión.

Creo entender para descifrar al autor y su relación con Sartre cuando él nos dice en el libro Literatura y política: “Qué quiere decir comprometerse –palabra clave de la época en que comencé a escribir mis primeros textos–, comprometernos como escritores? Quiere decir asumir ante todo la convicción de que escribiendo no solo materializábamos una vocación a través de la cual realizábamos nuestros más íntimos anhelos, y de alguna manera participábamos en esa empresa maravillosa y exaltante de resolver los problemas y mejorar el mundo”.

Ese era el Sartre en el que creía y que habría de desilusionarlo después.

Ahora sí cuando coincido plenamente con Vargas es en cuanto a la influencia que pudo haber tenido Flaubert en su escritura, sobre todo en el estilo. Porque la obra cumbre de Flaubert, que es Madame Bovary, fue descripta varias veces como una novela de amor, cuando que en realidad es una novela de un ser angustiado que no encuentra la felicidad. Pero no es en ese tema donde se nutre Vargas Llosa, sino en el estilo poético de Flaubert, donde con palabras precisas, que en esencia traslucen una prosa rica en figuras estéticas, que traducen las situaciones más diversas de manera tal que el lector siempre queda atrapado en ellas por el encanto con que están escritas. Pero no sacrifica el fondo por la forma, sino que las combina de manera tal y de ahí el éxito de la novela.

Quizá sea también la vena poética de Faulkner la que incidió en su escritura tal como también su momento lo reconoció García Márquez. Y aunque ninguno de ellos lo diga, pienso que también James Joyce, con Ulises, fue inspirador de ambos.

Es que mucho de lo que aquí estoy diciendo tiene que ver con el concepto de novela que se tenga. Y cito a Ortega y Gasset cuando dice sobre ella “que lo importante en una novela no son los hechos que acontecen, sino los propios personajes. A diferencia de los cuentos donde lo que interesa son las peripecias, en la buena novela lo que debe centrar la atención son los personajes. La narración en la novela (en esto se refiere la morosidad) debe de ser exclusivamente el hilo conductor entre lo referido a los personajes y no la acción, pues es imposible crear nuevos argumentos y tramas interesantes. Esto se puede observar en aquellas novelas (y películas) donde se crea una conexión personaje-lector donde lo que nos interesa es el contexto donde se halla ubicado el personaje”.

Entonces es a la luz de lo que cada uno entienda por novela como debe leerse La ciudad y los perros, que es al fin de cuentas la historia de unos alumnos del Colegio Militar, sus vivencias, sus dramas, sus amores y hasta la muerte aparentemente casual de uno de ellos.

Pero además Vargas Llosa lo que intenta demostrar más que esos episodios narrados, es la lucha por la justicia en la escuela que nunca llega, porque se absuelve a todos los sospechosos de la tragedia de la muerte del cadete. Mas la justicia al absolver a todos los envueltos en la tragedia los condena frente a ellos mismos.

Por eso es realmente apasionante la forma como Vargas Llosa va describiendo las peripecias que ocurren.

Dicho sea de paso, los perros es el nombre que se daba a los cadetes del primer año. De ahí el nombre de la obra, aunque en su primera edición tuvo otro nombre hasta que José Miguel Oviedo, su gran amigo, le sugirió el que definitivamente lleva hasta hoy.

No nos extraña que en la obra todos los personajes tengan nombre de animal. Porque el autor juega también con esos elementos, los símbolos, para darle más vigor a la novela.

Y lo que pretende además Vargas Llosa es demostrar que los problemas de la ciudad y los problemas del colegio son los mismos; en la ciudad también impera la injusticia social, la inseguridad, la exclusión.

En fin, esta novela es tan provocativa, nos deja tantos mensajes, hay tantas cosas que comentar, pero no quiero entrar más en detalles para no privar al lector del placer enorme que sentirá al leerla.

La ciudad y los perros es una obra, como dije, perenne y por lo tanto puede ser considerada ya como clásica. Quienes no la leyeron encontrarán en esta edición, cuidada de la mano del propio autor, la oportunidad de tener un libro primorosamente impreso, con estudios sobre la novela sencillamente espectaculares.

Quienes ya lo hicieron, vuelvan a leerla como lo hice yo y verán cuánto regocijo espiritual encontrarán.

Felicito pues a Santillana por este nuevo logro, que estoy seguro será un éxito editorial como los anteriores de esta colección. Al maestro de las letras Mario Vargas Llosa por la obra en sí, por su dedicación y cuidado de la presente, y por toda su obra literaria que honra a América Latina. Gracias, don Mario.

Felicito también a la Asociación de Academias de la Lengua Española, que viene patrocinando estas ediciones, cumpliendo con su objetivo de difundir las letras españolas en todo el mundo.

La Academia paraguaya, en cuyo nombre hago uso de la palabra en esta oportunidad, y que forma parte de la Asale, se congratula también con esta noche de fiesta para el libro en Asunción, en este hermoso e histórico lugar e insto a todos a leer La ciudad y los perros, que es una verdadera e imperecedera obra de arte de la literatura.

*Presentación del libro en la Feria del libro de Asunción.

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