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La desazón que produjo en el Mariscal López la rendición de Uruguayana se refleja en su Proclama al ejército a su mando:
«El lustre de vuestras armas, vuestra reputación, y el valor en el combate, vuestros triunfos todos y, lo que es más, vuestro mismo honor militar, o desaparecen o quedan empañadas ante la rendición de Uruguayana sin resistencia...»
La guerra, con el descalabro de Uruguayana, se volvió defensiva. Los aliados se internaron en territorio pantanoso, carentes de mapas. Las posiciones de López cambiarían fundamentalmente. Trasladó su campamento a Humaitá para estar más cerca del centro de operaciones, e hizo pasar al otro lado del Paraná a las fuerzas paraguayas que se encontraban en Corrientes.
José Eduvigis Díaz, al mando de cuatrocientos cincuenta soldados, repasó el Paraná y atacó en Corrales a un ejército diez veces superior en número, emprendiendo luego la retirada. Era una de las tácticas favoritas del Mariscal, la guerrilla fulminante, sin presentar batalla convencional.
Al mando del mariscal brasileño Luis Osorio, los aliados habían desembarcado el 16 de abril de 1866 en territorio paraguayo, dos kilómetros al norte de la confluencia de los ríos Paraná y Paraguay, en un lugar llamado Tres Bocas.
López, que esperaba la invasión sobre el Paraná, se vio obligado a evacuar el Fuerte de Itapirú, acampando al norte del Estero Bellaco. Aquí tuvo lugar, el 2 de mayo de 1866, el ataque paraguayo, en el curso del cual José Eduvigis Díaz, con tres mil ochocientos hombres a su mando, luego de apoderarse de la artillería y de varias banderas, se replegó a sus posiciones ante la reacción del enemigo.
El Mariscal López intentó sorprender en Tuyutí a los aliados, y, cambiando de táctica, el 24 de mayo lanzó veinticuatro mil hombres, todos los que pudo reunir, contra cincuenta mil soldados enemigos.
A pesar de que había muerto el general Sampaio, comandante de una división brasileña, y de que había sido herido en combate el comandante en jefe del ejército imperial, el general Osorio, y además, finalmente, de los ocho mil caídos de ambos bandos, entre muertos y heridos, que cubrieron el campo de batalla, los aliados quedaron dueños del campo de Tuyutí.
Las bajas paraguayas fueron de siete mil muertos y trescientos cincuenta prisioneros, todos muy mal heridos.
En Tuyutí fueron sacrificadas las mejores tropas en ataques frontales al descampado, que facilitaban en mucho la defensa enemiga al darles ventaja para masacrar a los atacantes.
Siempre se dijo, del lado de la Triple Alianza, que Paraguay, efectivamente, perdió a su ejército el 24 de mayo de 1866. Había enviado a sus mejores tropas a presentar batalla en un sitio poco recomendable para esa maniobra. El resultado fue oneroso en hombres, precisamente el bien más escaso de los paraguayos en esta desigual contienda.
López posiblemente recordó la admonición paterna de usar más la pluma que la espada con los poderosos vecinos cuando solicitó la entrevista de Yataity Corá con el comandante aliado general Mitre, quien, en realidad, por el mismo Tratado de la Triple Alianza, solo tenía bajo su mando las tropas argentinas, pues cada nación combatiente mantenía su propia estructura militar, nada unificada, a pesar del ampuloso nombre sugerido por el acuerdo secreto.
El Brasil de Pedro II no estaba dispuesto a acceder a una paz negociada que no incluyera como condición la rendición total de los paraguayos. La entrevista de Yataity Corá, que tuvo lugar el 12 de setiembre, no fue en realidad sino una estratagema de López para terminar la preparación de las defensas de Curupayty, sitio de un seguro ataque aliado destinado a dar por concluida la contienda.
La causa paraguaya se rodeó de un heroísmo defensivo inclaudicable, pues en Curupayty fueron los aliados los que se lanzaron desguarnecidos a un ataque frontal ante un ejército que creían diezmado.
Pocos han resumido tan bien esta batalla como el argentino Goycochea Menéndez:
«Tuyutí, Estero Bellaco, Curupayty... exclamaba el guerrero. Era la visión del pasado, del ayer inmediato, de la defensa toda aun subsistente, sin que hubieran bastado, para anular la soberbia expresión de su fiereza, ni los contrastes continuos, ni las fatalidades todas cayendo sobre sus hombros con el desplome colosal de una montaña...»
Un aniversario es siempre propicio para revisar y en algunos casos actualizar los episodios históricos. La Guerra Guasu, de la Triple Alianza o du Paraguai tiene un sorprendente magnetismo para la realización de estudios verdaderamente trasversales. Dicha guerra, la más sangrienta de la historia latinoamericana, se presta a análisis y conclusiones novedosas sobre temas disímiles, como la formación de los estados nacionales de los beligerantes, cada uno de los cuales emerge de la contienda con características originales e inéditas. La guerra también sirve para analizar la evolución cultural, antropológica –en sus vertientes indigenista y de género– y política de las diversas sociedades. A partir de ella surge, irrefrenable, el que tal vez sea el cambio más revolucionario de nuestra historia, la educación universal como método de ascenso social y mecanismo generador de oportunidades.
La democracia y sus contradicciones también se remontan a la misma época, y el republicanismo terminó por imponerse, e incluso, en el último remanente imperial europeo, que era la casa de los Braganza, precisamente por los oficiales jóvenes que habían combatido en los humedales del sur del Paraguay.
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