La artista y el capitán

Entre sus cuadros vibrantes, llenos de vida, su retrato de Isabel de Valois fue uno de los más copiados, incluso por Rubens; pintó hasta los noventa años y fue la primera pintora reconocida del Renacimiento: se trata de Sofonisba Anguissola (1532-1625), que zarpó un día rumbo a Cremona en un barco, y nunca llegó a ese puerto.

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Hablemos un poco de la segunda parte de la vida de Sofonisba Anguissola, la primera pintora que en su época, la última fase del Renacimiento italiano, gozó de reconocimiento internacional, y de quien Giorgio Vasari –que la cita en sus Vidas de los más sobresalientes arquitectos, escultores y pintores– habló con entusiasmo:

«Pero Sofonisba la cremonesa, hija del señor Amilcaro Angusciola, se ha esforzado más que ninguna otra mujer de nuestros tiempos, con más estudio y con mayor gracia, en las cosas del dibujo, pues ha logrado no solo dibujar, colorear y retratar del natural y copiar excelentemente cosas de otros, sino que por sí sola ha hecho obras de pintura únicas y bellísimas; por lo que ha merecido que Felipe, rey de España, habiendo escuchado de boca del señor duque de Alba sus virtudes y méritos, haya mandado a buscarla para conducirla muy honorablemente a España, donde la mantiene al lado de la reina, con gran liberalidad y para asombro de toda aquella corte, que admite como algo maravilloso la excelencia de Sofonisba».

Cuando tenía casi cuarenta años, lo que en aquella época era ya una edad muy tardía para desposarse, Sofonisba se casó, en 1571, con Fabrizio Moncada Pignatelli, conde de Caltanissetta, hijo del príncipe de Paternò, en un matrimonio al parecer auspiciado por Felipe II, y partió a Sicilia.

Durante este enlace, que duró cinco años, no se sabe mucho de ella, hasta la muerte de su marido, ocurrida durante un asalto pirata cuando viajaba hacia Nápoles en mayo de 1578, aunque otras fuentes afirman que fue en 1579.

Viuda, pues, y sola, cercana ya a los cincuenta años, Sofonisba decidió volver a su natal Cremona, junto a su familia, y zarpó con rumbo a esa ciudad en un barco que estaba al mando del capitán Orazio Lomellini.

No se sabe hasta hoy qué fue lo que sucedió durante ese viaje, pero Sofonisba nunca llegó a Cremona.

Nunca llegó, porque Orazio y Sofonisba se enamoraron, se casaron y se establecieron en Génova, donde se quedaron a vivir durante los siguientes treinta y cinco años. Orazio era un hombre mucho más joven que ella –Sofonisba casi le doblaba la edad– y, sobre todo, era de rango social inferior al de Sofonisba, y no fue, por lo tanto, muy apreciado en el entorno familiar de su esposa. Sin embargo, vivieron juntos y, al parecer, dichosos, y Sofonisba gozó de tiempo y de libertad para pintar a sus anchas y de un taller propio en la casa que su nuevo marido y ella habitaban.

Más adelante, por los negocios de Orazio, marino mercante, decidieron mudarse de Génova a Palermo, ciudad en la que existía una importante colonia genovesa de comerciantes y marinos y en la que, además, él empezará a desempeñar un papel político importante por esa misma época. Así, en 1615, cuando ella tenía ya ochenta y tres años, Orazio y Sofonisba se instalaron en Palermo, como lo confirma el documento notarial, que data de ese año, de la compra de una «Domus Magna» en el centro de dicha ciudad por el matrimonio Lomellini; en esa residencia vivirá sus últimos diez años la anciana pintora de Cremona. Allí pintará Sofonisba su última obra, un autorretrato fechado en 1620. Allí recibirá, pocos años después de haberlo pintado, en 1623, la visita de uno de los retratistas más solicitados de Europa por entonces, un extraordinario joven flamenco, discípulo del gran Rubens: el no menos grande Antoon Van Dyck (Amberes, 1599-Londres, 1641), que hizo de ella un par de retratos. Sofonisba falleció dos años después de esa visita, sobre la cual Van Dyck anotó en el llamado «Cuaderno Italiano» (que en la actualidad se conserva en el British Museum, en Londres):

«Haciendo su retrato me dio diversos consejos de que no tomara la luz desde muy alto para que las sombras no remarcaran las arrugas de la vejez, y muchos otros buenos consejos, y me contó parte de su vida y me dijo que había sabido pintar muy bien del natural. Su mayor pena era no poder pintar a causa de su mala vista. Pero su mano no temblaba»

(«Facende il ritratto di essa, ne diede diversi advertimenti non devendo pigliar il lume troppo alto, accio che le ombre nelle ruge della vecciaia non diventassero troppo grandi, et molti altri buoni discorsi come ancora contò parte della vita di essa per la quale si conobbe che era pittora de natura et miraculosa et la pena magiore che hebbe era per mancamento di vista non poter piu dipingere, la mano era ancora ferma senza tremula nessuna»).

Siete años después de la muerte de la anciana artista, en 1632, el capitán Orazio Lomellini, que no la olvidó nunca, escribió estas palabras, que hizo grabar en su lápida:

«Alla moglie Sofonisba, del nobile casto degli Anguissola, posta tra le donne illustri del mondo per la bellezza e le straordinarie doti di natura, e tanto insigne nel ritrarre le immagini umane che nessuno del suo tempo poté esserle pari, Orazio Lomellini, colpito da immenso dolore, pose questo estremo segno di onore, esiguo per tale donna, ma il massimo per i comuni mortali».

(«A mi mujer Sofonisba, de la noble casta de Anguissola, que se encuentra entre las mujeres ilustres en el mundo por la belleza y por los extraordinarios dones de la naturaleza, tan magistral en el retrato de las imágenes humanas que nadie en su tiempo se le podría comparar, Orazio Lomellini, golpeado por inmenso dolor, dedica este signo extremo de honor, demasiado pequeño para semejante mujer, pero muy grande para el común de los mortales».)

juliansorel20@gmail.com

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