Konkubinas de dictadores: La dictadura en la piel

Sobre el blog Konkubinas de dictadores, obra singular y en desarrollo que parece trabajar con el tiempo como materia prima y que no consiste ni en las imágenes ni en los textos que periódicamente la materializan, sino, ante todo, en el proceso que los convierte en discurso artístico.

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Del códex al blog

¿Cómo proponer una obra de arte procesual que se va creando con el transcurrir del tiempo hasta llegar a un punto futuro ya definido? Un blog con entradas sucesivas es en este caso una necesidad y no (solo) una plataforma de difusión. La coherencia entre la naturaleza de la obra y el soporte elegido, por eso, salta a la vista en el blog Konkubinas de dictadores (1): una obra que se está haciendo lentamente, en solitario, con escuetas invitaciones en las redes a visitar cada nueva entrada. Pero que ya tiene su final establecido.

Los códices iluminados, libros manuscritos anteriores a la invención de la imprenta, compuestos por textos –transcripciones o traducciones de los evangelios, descripciones de actividades, oraciones o relatos históricos épicos– e imágenes, y hechos a mano en monasterios aislados en la Edad Media, viajaban a distantes lugares del mundo conocido llevando conocimiento y estableciendo redes de comunicación e influencias. Algunos eran elaborados por los monjes a modo de rezo o meditación cotidiana, ni siquiera para ser mostrados sino como una manera de honrar la propia vida por medio de ese trabajo minucioso con el que se desarrollaba la belleza interior. Es el caso del códice irlandés Lindisfarne, por ejemplo, que quedó inconcluso al morir su autor, puesto que pintarlo era un rezo hasta su muerte.

Llegó la imprenta, luego la fotografía, que tanto aportaron a la labor editorial y la difusión masiva. Y hoy surfeamos la web. Un blog puede perfectamente cumplir la función que alguna vez tuvieron aquellos libros iluminados. Así como un monje aislado en un monasterio distante podía renovar aspectos de la tradición de estos libros (Íncipit, página alfombra), Otilia Heimat, desde Londres, donde ahora reside, pero mirando al Paraguay –la periferia– donde se crió, elabora pacientemente el blog Konkubinas de dictadores.

Detrás del simulacro

El martes 23 de agosto de 2011, con «Historia primera», Otilia se presenta e inicia una obra que se camufla con el registro del diario personal:

«Nací el primero de marzo de 1947 a las tres de la madrugada cerca de Concepción. Papá era soldado y mamá se dedicó a criarnos bajo la atenta mirada de los vecinos. Ella era hija bastarda de Eleuterio Moraes, cuatrero conocido, y Felipa Marciana Reyes, de profesión marchante».

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Otilia es una niña púber que registra en primera persona, en tiempo presente, su vida cotidiana en el seno de la familia. No tiene curriculum vitae, pero tiene una existencia. Es un personaje que nace y vive en la web, y desde allí materializa su supuesta biografía con posteos que conjugan imágenes y escritos sin relación literal entre sí pero que juntos construyen sentidos.

En los primeros posts, casi como un film, Otilia nos presenta a los personajes y los sitúa, no tanto en tiempo y espacio cuanto en imaginarios socioculturales por medio de los cuales el lector/espectador tiene que construir el aquí y ahora de la enunciación en la que se ancla la obra, con pocos datos que aportan mucha información: una madre hacendosa que le enseña –«arroz con leche…»– a coser y a bordar y le promete mandarla a Buenos Aires junto a una conocida de la familia en el futuro; un padre que la saca del colegio para que aprenda por imitación los roles domésticos –«…como una señorita de san Nicolás…»–, ayudando a su madre. Y cuenta que, desde ese entonces, ya dibujaba…

Entre banales actividades domésticas que remiten a la infancia va apareciendo la familia extensa: abuelos, tíos, primos y primas. Los días transcurren, «todo está en su lugar», pero las descripciones se van haciendo descarnadas y la cotidianeidad se enrarece. El encierro, el maltrato, los silencios que ahogan, los castigos. La sexualidad –la genital y la que se desparrama en todos los ámbitos de la vida cotidiana–. Lo biológico –la naturaleza–, que se desplaza a lo cultural, naturalizando la brutalidad y, así, justificando prácticas y costumbres enquistadas. Por medio de escuetos detalles, imágenes fragmentarias y palabras –rumores, conversaciones–, en pocas entradas ya están presentes el vecindario, la ciudad y la sociedad toda. Y está El Gran Líder.

Es aquí donde se nos deja ver el dispositivo de esta obra y entendemos que las entradas periódicas construidas con fragmentos de vida hoy hablan del pasado sin nombrarlo, insinuando, rememorando sensaciones que nunca llegaban a tomar forma de palabra pero que se adhirieron al cuerpo y que siguen presentes. Sobre todo, va quedando claro que esta no es la casa de una familia, sino una de las casas donde convivían aquellas niñas, en general del interior, que, arrancadas de sus hogares, fueron llevadas a los harenes del dictador Stroessner y sus jerarcas. Detrás del simulacro de familia, las niñas vivían encerradas y sometidas como esclavas sexuales; supuestas criaditas, debían realizar tareas diarias y aparentar una vida familiar mientras eran brutalmente abusadas y violadas. Mientras intentaban establecer vínculos solidarios entre ellas aunque no podían entrometerse ni hablar de más sin ser golpeadas o asesinadas. Niñas que quedaron gravitando en la nada, que fueron sacadas del tiempo y el espacio, y cuyo universo todo giraba en esa cárcel. Que, sin vínculos con sus progenitores ni modo de salir al mundo externo, sobrevivieron aterradas, vieron morir a una de ellas desangrada, despidieron a otra, expulsada cuando le llegó la menstruación. Y quedaron enmudecidas. Es esa sórdida parte de la historia reciente del Paraguay que algunos testimonios de testigos, así como de víctimas que por fin se animan a hablar, están narrando. Como Julia Ozorio (2), quien, tras haber huido a Argentina, desde allí, finalmente, se decidió a publicar su historia en el libro Una rosa y mil soldados.

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Límites ambiguos

Desde otro registro posible, este simulacro de diario personal, que reconstruye una realidad histórica específica, permite a Otilia/Sonia entrar y salir de la ficción volviendo ambiguos y nebulosos los límites entre esta y la realidad, de modo que cada post sea un caminar a tientas. Encierro, muchos tipos de silencios, palabras no dichas, imágenes fragmentadas de situaciones que no nos dejaron ver del todo. La violencia simbólica del día a día en los más simples gestos, como barrer una vereda. En «ver sin poder hablar». Así, desde el simulacro, el vasto corpus de esta obra compleja y transcendental habla de otros simulacros, el de una vida familiar normal y el de la vida cotidiana a la que nos fuimos acostumbrando durante la dictadura –«antes dormíamos con las puertas abiertas»–.

Haciendo un zoom in en los mínimos gestos, las actitudes, los objetos del entorno y las palabras clave que Otilia nos ofrece, Sonia Cabrera está escribiendo otra historia posible por medio de la ficción como modo de hablar de la realidad. La de los harenes del dictador y el descarnado y perverso submundo que giró en torno a ellos, en primer lugar. Hechos ante los cuales la investigación histórica aún balbucea y que se conocen más de oídas y por rumores que por pruebas y documentos. Pero con ello re-centra la dictadura toda, poniendo en otra perspectiva esta etapa de la historia del Paraguay. No es La Gran Historia de fechas y hechos que leemos que sucedió sino esa historia cotidiana de vivencias individuales, de situaciones domésticas poco importantes, que se escribe en bajorrelieve. Deteniéndose en sensaciones inmateriales, viviseccionándolas, construye con imágenes y palabras una narración que desarticula la doxa. Porque la dictadura se nos coló en la piel. Se transformó en aceptación. Y se naturalizó. ¿Cómo fue posible que una dictadura persistiera por más de tres décadas?

Poniendo hoy las palabras que en la niñez faltaron, creando imágenes de todo tipo, a falta de las imágenes de aquella época, que apenas hay –¿dónde están hoy las imágenes de la dictadura, sino en álbumes familiares…?–, Otilia/Sonia reelaboran un pasado dictatorial opaco y difícil de asir que, como sociedad, aun no hemos podido procesar del todo. Ni superar.

La mirada que se desdobla

Son tan potentes el concepto de la obra, la construcción del dispositivo y la coherencia de la propuesta, que Otilia Heimat puede usar cualquier medio, visual o textual, que sienta necesario para ir construyendo su narración. Dibujo, pintura y fotografía, y distintos estilos, soportes y maneras de abordar cada uno de esos medios, conviven sin que sea contradictorio ni busquemos un «sello de autor». Esta obra ecléctica nos ofrece un día un dibujo lineal, otro, uno a carbonilla, esfumados de lápices, grafito y colores, una línea o un color pleno característico de imágenes digitales, gouache, acuarela, fotografías de registro directo, color, blanco y negro, imágenes del televisor... Distintas búsquedas en cada uno de estos lenguajes que, a la vez, registran las preocupaciones metalingüísticas de Cabrera respecto de cada medio, explorando sus posibilidades. A veces, imágenes limpias y mínimas; otras, imágenes oscuras, confusas, apenas perceptibles. Y lo representado también recorre todo el espectro imaginable: un paisaje, un interior, una ventana, su reja, la luna, una mano, un retrato, una flor, dibujados, pintados o fotografiados. Y tantas cosas más.

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Y es que en esta ficción de diario personal de Otilia también se filtra el diario personal de Sonia hoy. El transcurrir de su vida en estos seis años, los procesos propios de la artista que van transformando esta obra según sus vivencias (3) y dan lugar a búsquedas visuales y estéticas que se renuevan y transforman –otro abordaje del dibujo, una nueva aproximación a la fotografía con otro medio, etc.–, las influencias que se van acumulando en el curso de su propio proceso –tanto de la persona como de la artista–, los viajes que hacen aparecer palabras en otro idioma en alguna foto. Y su vivir en otra sociedad. Y su mirar el Paraguay desde esa distancia.

La argamasa que une todo esto es una enunciación simple y clara: una imagen que dispara un recuerdo, junto a un escrito que busca palabras que portan ese pasado, para condensar fragmentos de vivencias con una mirada sutil y delicada, que no se muestra del todo, que se desdobla en un alter ego. No es en lo representado sino en el modo de representar que se delata, sin ser explicitada, una mirada absolutamente femenina. Escuché alguna vez a un crítico de arte decir que el tigre no dice «soy tigre». El tigre salta. Lo femenino estaría primeramente construido por la narradora de la obra, Otilia, pero se potencia donde ella posa la mirada –en una adjetivación, en el detalle que magnifica y en lo que deja en segundo plano o fuera de cuadro–, mirada que hurga en el ámbito doméstico –lugar tradicional de la mujer– para ofrecernos otra perspectiva del mundo que la rodea, tanto en aquel tiempo, durante la dictadura, como en sus rastros y secuelas hoy, que nos llevan a preguntarnos cuánto de aquello aun persiste –«con doce años es ya una perfecta madre», afirmó un médico al salir del parto de una (de las tantas) niña víctima de abuso–.

Ecos que retumban

En Konkubinas de dictadores se entreteje un complejo entramado de tiempo y espacio. Por un lado, distancia espacial desde la que se enuncia. Pero proximidad y presencia por los medios virtuales y por la temática local que se aborda. Por otro, distancia temporal de los sucesos pasados narrados, pero presente tanto en la elección del tiempo verbal del relato textual como en la temporalidad de las imágenes que están siendo realizadas ahora, y en la contextualización actual por medio del recuerdo. Re cordis: literalmente, volver a pasar por el corazón. Pero también presentes por su persistencia, constatada en hechos actuales. En este entramado, el texto es fundamental, ya que, antes que por el uso de deícticos de tiempo y espacio, en las enunciaciones, casi siempre breves y escuetas, la temporalidad esta dada por medio de los subjetivemas: palabras cargadas de una significación que rebosa lo literal y denotado y que en Konkubinas funcionan como ecos que retumban. Ecos que traen una sonoridad pasada, que construyen y enmarcan el presente supuesto de la narración: «Beber sidra con jugo de durazno»; «El cuello nos incomoda de tanto almidón que tiene»; «Tío C me da cinco guaraníes»; «Nos gusta rumbear a la siesta cuando no hay nadie»; «Las Tías nos mandan a sentar en la sala y reportar cada indicio cada palabra»; «Como todos los miércoles, la Virgen vino a casa; las vecinas vinieron a rezar con nosotros».

Un mundo de antes que ya no existe. Gustos y costumbres de otras épocas. Actitudes que se volvieron estrategias de supervivencia: «Mamá dice que no hay que entrometerse»; «Papá decidió corregirla del todo y la llevó al Buen Pastor para que aprenda». Y el paisaje social: «Los soldados marchan por la ciudad». Y las referencias a hechos históricos concretos: «En el basural el hijo del arquitecto yace esperando la historia»; «El Gordo entra a la boîte con sus acólitos». Palabras preñadas de pasado que nos sitúan en una época de impotencia; esa impotencia que Cabrera sintetiza con frases como: «Todos sabemos, pero no atinamos. Así nomás son las cosas». Si lo siniestro es aquello próximo y familiar que regresa pero de otro modo, extrañado, en estas conversaciones e imágenes cotidianas sacadas de contexto lo distante se nos vuelve tan conocido y presente. Se vuelve siniestro. En la ambigüedad de nunca decir del todo, de dejar siempre un espacio de incertidumbre, de imprecisión, en sombra –como fue vivir en la dictadura–, el «nosotros» con el que Otilia habla de una familia genera el efecto de sentido de estar hablando de un «nosotros todos, en aquella época». Desde el lenguaje nuevamente, con ese leve gesto nos incluye, genera el espacio para que podamos identificarnos con las vivencias narradas. Y nos interpela.

Un quiebre en la doxa

Esta obra, que, sensible a los procesos vitales de la autora, se está haciendo con el transcurso de los días, requiere un medio como el blog para mostrarse en la acumulación que la hace existir como tal. Y con su longitud temporal, a la vez que demanda tiempo para ser vista, también alude a la extensa duración de la dictadura. Una obra como esta difícilmente puede ser exhibida en espacios de galería o museos, ya que pierde gran parte de su potencia cuando vemos solo los preciosos y delicados trazos de sus dibujos individuales o las contundentes fotografías hechas con filtros que simulan polaroids u otros soportes, del mismo modo en que, cuando vemos solo un fotograma , por maravilloso que pueda ser, no vemos la película. Si bien Otilia ha mostrado fragmentos en exposiciones individuales (4) y colectivas (5), no logra aún en ellos dar cuenta de la obra en sí. Y es que su obra, en buena medida, es inmaterial: no consiste ni en las imágenes ni en los textos que la integran sino también, y necesariamente, en el proceso que los convierte en discurso artístico. Por la misma razón, una obra como esta difícilmente puede tener éxito en el circuito comercial, ya que adquirir las imágenes supone perder su sentido en tanto obra, por cierto, monumental, aunque materialmente «apenas» consista en pequeños papeles. Es esta, entonces, una obra que propone un quiebre en la doxa del arte contemporáneo, pues Sonia Cabrera tiene la gentileza de ofrecérnosla gratis e invitarnos a seguirla en ese proceso de gestación desde la comodidad de nuestros monitores. No necesita intermediarios para difundirla: sin vernissages, gacetillas de prensa, entrevistas en los medios ni crítico o curador que la legitimen, casi como una labor manual, ella teje estos fragmentos en un inmenso patchwork, solitaria y silenciosa. A la sombra. «Bajo el mango». Como si a veces una obra de arte necesitara estar fuera de las vidrieras para aparecer.

Sumando mas capas de sentido, esta obra concluirá cuando el número de posts del blog sea igual al número de los días que duró la dictadura de Stroessner. A diferencia de la vida –pues no sabemos hasta cuándo estaremos por acá–, tiene, por eso, su fin ya determinado. Va por el número 294. Le quedan 1526.

Aguardo expectante, Otilia, los posts que aún no existen, que me queden por ver. Y también aguardo que me sorprendas con la forma en que se te ocurrirá mostrarlos en algún espacio fuera de la web.

Notas

(1) http://www.konkubinasdedictadores.com/

(2) http://www.abc.com.py/edicion-impresa/politica/desgarradora-historia-de-una-esclava-sexual-en-los-tiempos-de-stroessner-1085515.html

http://www.ultimahora.com/a-stroessner-le-traian-las-nenas-ser-violadas-n995744.html

(3) Otilia Heimat tiene dos blogs: Konkubinas de dictadores, en español, que rememora su infancia y adolescencia durante la dictadura en el Paraguay, y Konkubines of dictators, en inglés, que se enfoca en otro exilio, no interior, el de la vida en el extranjero, y sus implicancias.

(4) 2010 y 2013, Galería Planta Alta, Asunción Paraguay (como Otilia Heimat); Centro Cultural Clemente Róga, Coronel Oviedo Paraguay (como Otilia Heimat); 2016, «Historias Naturales», Museo del Barro, Asunción Paraguay.

(5) En Asunción, Londres y Canadá.

gabrielazf@gmail.com

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