"Kitsch, sin ti las cosas sólo serían lo que son"

La “decoración” condenada y censurada mucho tiempo dentro de la concepción estética, ha soltado amarras y restituido su lugar en la valorización que muchas civilizaciones anteriores aceptaban y defendían, de Egipto a China o de los aztecas al Islam. Se coloca así en un mismo plano a las “artes mayores” y a las llamadas “aplicadas”, “menores” o “decorativas”.

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Uno de esos momentos de libertad creativa en la génesis estética, lo constituye el “fenómeno Kitsch”; fenómeno social, universal y permanente, un estilo con ausencia de estilo, que elabora un espacio azucarado y divertido en el paisaje de una comunidad para insertar su propia historia de la cultura comunal.

Contradiciendo la sagrada máxima de la modernidad -que “menos es más”- alegremente sostiene que “más es más”, que todo vale en el frenesí creativo para embellecer, exagerar o transformar la realidad y satisfacer la necesidad decorativa y el ansia de acumulación de la sociedad burguesa.

La palabra Kitsch se origina en Munich, a fines del s. XIX, y su momento glorioso es en el llamado “Siglo 1.900”, con el surgimiento del “Jugend Stil”; aunque es una aparición de todas las épocas, tiene su apogeo cuando el triunfo de la burguesía y luego en la sociedad opulenta.
El lenguaje del Kitsch, con su sentido celebratorio, teje sus piezas en unidad coherente y desafía los cánones del “buen gusto” de las “Bellas Artes”, contaminando todos los aspectos de la cultura de masas: artes visuales, literatura, arquitectura, música y objetos.
El Kitsch se juzgó siempre de modo negativo, hasta que el Pop-art lo reivindica y recupera para la historia del arte; esta “distracción estética” de acento connotativo, intuitivo y sutil se inserta, con su carga de valores burgueses buscadores de la felicidad, como un estilo y un modo de ser, y nos convence de que “el buen gusto no es más que una de las formas del mal gusto”.

Irma Gorostiaga maneja este lenguaje con una ingenua libertad y traduce, tal vez sin proponérselo, el marco natural/artificial de la vida cotidiana, testigo y mensaje que la sociedad nos envía. En un momento, cuando consumir es la nueva alegría masiva, cuando “se consume desde Mozart a un Museo”, Irma, placenteramente consume a Diego Velázquez, el gran pintor barroco español del s. XVII, con toda la gratuidad y la exageración del Kitsch.

La artista, lejos de la paranoia de identificarse con el gran arte europeo o norteamericano, se vincula con “el arte de vivir” y ahí encuentra su propia autenticidad. Sus escenarios de atmósfera barroca y amontonamiento surreal celebran la alegría, la ironía o la diversión en un ensamble de objetos e imágenes donde la fragmentación y la estratificación, el encuentro y la combinación de significados se alternan como en las experiencias de la vida. Así rescata y recupera objetos encontrados (chucherías de plástico, detalles dorados o brillantes, juguetes, recortes de revistas, fotocopias de fotografías, telas y encajes) para conformar un vocabulario visual, que reemplaza lo puro por lo impuro en creaciones híbridas de decoración Kitsch.
Su obra surge abundante del recuerdo de otras obras, de la apropiación de una historia o un objeto, de la reapropiación de un espacio donde se divierte entre la segunda y tercera dimensión, recreando la alquimia de lo ordinario y permitiendo que los elementos se invadan mutuamente en singular relación.

Podemos leer entre líneas en estas obras, acerca de las culturas americanas, heterogéneas, eclécticas y pluralistas; reconocer al Kitsch como movimiento persistente en el interior del arte, en la relación entre lo original y lo vulgar, lo bello y lo feo; saborear la pizca de buen gusto en la ausencia de gusto o disfrutar del vicio eterno y dulce del Kitsch que perdura en todos nosotros. Por detrás de él se esboza el estudio de un nuevo tipo de relación entre el hombre y las cosas, un nuevo sistema estético vinculado con el surgimiento de la clase media, la cultura de masas y la sociedad de consumo que hoy construye el neo-Kitsch. La Naturaleza, escenario original del hombre, se ha desvanecido para dar lugar a un decorado artificial y extravagante, de acero, de vidrio o de plástico.

Luly Codas
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