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Contradiciendo la sagrada máxima de la modernidad -que menos es más- alegremente sostiene que más es más, que todo vale en el frenesí creativo para embellecer, exagerar o transformar la realidad y satisfacer la necesidad decorativa y el ansia de acumulación de la sociedad burguesa.
La palabra Kitsch se origina en Munich, a fines del s. XIX, y su momento glorioso es en el llamado Siglo 1.900, con el surgimiento del Jugend Stil; aunque es una aparición de todas las épocas, tiene su apogeo cuando el triunfo de la burguesía y luego en la sociedad opulenta.
El lenguaje del Kitsch, con su sentido celebratorio, teje sus piezas en unidad coherente y desafía los cánones del buen gusto de las Bellas Artes, contaminando todos los aspectos de la cultura de masas: artes visuales, literatura, arquitectura, música y objetos.
El Kitsch se juzgó siempre de modo negativo, hasta que el Pop-art lo reivindica y recupera para la historia del arte; esta distracción estética de acento connotativo, intuitivo y sutil se inserta, con su carga de valores burgueses buscadores de la felicidad, como un estilo y un modo de ser, y nos convence de que el buen gusto no es más que una de las formas del mal gusto.
Irma Gorostiaga maneja este lenguaje con una ingenua libertad y traduce, tal vez sin proponérselo, el marco natural/artificial de la vida cotidiana, testigo y mensaje que la sociedad nos envía. En un momento, cuando consumir es la nueva alegría masiva, cuando se consume desde Mozart a un Museo, Irma, placenteramente consume a Diego Velázquez, el gran pintor barroco español del s. XVII, con toda la gratuidad y la exageración del Kitsch.
Su obra surge abundante del recuerdo de otras obras, de la apropiación de una historia o un objeto, de la reapropiación de un espacio donde se divierte entre la segunda y tercera dimensión, recreando la alquimia de lo ordinario y permitiendo que los elementos se invadan mutuamente en singular relación.
Podemos leer entre líneas en estas obras, acerca de las culturas americanas, heterogéneas, eclécticas y pluralistas; reconocer al Kitsch como movimiento persistente en el interior del arte, en la relación entre lo original y lo vulgar, lo bello y lo feo; saborear la pizca de buen gusto en la ausencia de gusto o disfrutar del vicio eterno y dulce del Kitsch que perdura en todos nosotros. Por detrás de él se esboza el estudio de un nuevo tipo de relación entre el hombre y las cosas, un nuevo sistema estético vinculado con el surgimiento de la clase media, la cultura de masas y la sociedad de consumo que hoy construye el neo-Kitsch. La Naturaleza, escenario original del hombre, se ha desvanecido para dar lugar a un decorado artificial y extravagante, de acero, de vidrio o de plástico.
Luly Codas