Julio Correa A sesenta años de su ausencia (I)

¿Quién fue Julio Correa? Es una pregunta que todo paraguayo de bien debería saber cómo contestarla. Sin embargo, las nuevas generaciones casi ya lo han olvidado. Este breve recuento lo hacemos con el propósito de recordarlo al cumplirse en el presente año seis lustros de su desaparición.

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Don Julio Correa Miskowsky fue un notable poeta, cuentista y dramaturgo popular con antepasados portugueses y polacos. Había nacido en Asunción, el 30 de agosto de 1890, siendo su padre don Eleuterio Correa (portugués que vino al Paraguay como funcionario administrativo del ejército de ocupación brasilero –1870 al 1878– y que, luego de la desocupación de las fuerzas armadas de ese país, decidió quedarse en nuestro país para dedicarse al comercio) y su madre doña Amalia Miskowsky, hija del coronel polaco don Leopoldo Luis Miskowsky, quien peleó en la Guerra de la Triple Alianza, habiendo fallecido en la batalla de Kurupayty en defensa de nuestro país. (Aunque otros investigadores dicen que su muerte tuvo lugar en la batalla de Humaitá).

Don Julio perteneció a una familia acomodada, la cual vino a menos por los problemas económicos que nuestro país sufrió después de la Guerra Grande. Debido a eso, la familia Correa se vio obligada a dejar su casa de Asunción y se mudó a la quinta que poseían en las afueras de Luque, en el año 1896, cuando el pequeño Julio contaba con seis años de vida. Además de sus padres, viajan sus hermanos Enrique, María, Teresa y Dina. El niño fue educado en un buen ambiente familiar, habiendo sido enviado por su padre a estudiar a un colegio en la ciudad argentina de Concepción del Uruguay, de donde luego de unos meses se escapó, volviendo al terruño. Allí convivió con niños, pobladores, obreros, vendedores ambulantes y campesinos que hablaban nuestra lengua vernácula: el dulce guaraní, con la cual escribió casi todas sus obras dramáticas.

Muy pronto fallece el padre de familia y don Julio se ve obligado a realizar una serie de diferentes ocupaciones en la capital: cobrador de impuestos, periodista, poeta, rematador, cuentista, dramaturgo, actor y director teatral. Walter Wey, investigador literario de origen brasileño, acota al respecto:

“¿Quién no conoce y admira a Julio Correa, poeta, dramaturgo, empresario, rematador, negociante, contador de anécdotas, y destilador número uno de venenos políticos y literarios? Tal vez las víctimas, hombres y mujeres que no fueron respetados por su talento de improvisador de versos satíricos, muchas veces pornográficos, que nunca fueron publicados, pero que todos saben de memoria. Oír a Correa recitarlos en una rueda, en la esquina de la calle Palma o en su quinta de Luque, constituyó uno de los más bellos espectáculos de nuestra vida…”.

“Sus inspiradores literarios fueron –entre otros– el ruso Alexéi Nikoláevich Tolstói (1882-1945), notable narrador (siendo su novela más famosa La Guerra y la Paz) y que, además, escribió teatro. Es probable que su madre, doña Amalia, le haya sugerido leer sus libros: entre ellos el español Félix Lope de Vega y Carpio (1562-1635), poeta, novelista y dramaturgo creador del teatro nacional español, a quien se le conoció como el Fénix de los Ingenios por su vasta producción literaria. El famoso don Miguel de Cervantes, autor de Don Quijote de la Mancha, lo llamó Monstruo de la Naturaleza y reconoció que había logrado el cetro de la monarquía teatral”. Lope se destaca por su obra emblemática titulada Fuenteovejuna –ciudad provinciana de España– que retrata las injusticias del Comendador contra los campesinos del lugar, quienes se rebelan y lo matan, siendo posteriormente torturados por la justicia pero más tarde perdonados por el rey. Esta histórica pieza basada en un hecho verídico podría haber inspirado a Correa a escribir su Karu Poka (traducida como “Los mal alimentados” y también como “Comer poco”).

A los 23 años toma contacto con los jóvenes escritores de la revista literaria Crónica (1913-1914) y después con los editores de las revistas Alas y Juventud, en las que aparecieron sus primeros poemas. Más tarde –en el año 1930– siguió publicando sus versos en la recordada revista Guarania.

En 1920 –a los treinta años de edad– contrae matrimonio con doña Georgina Martínez, musa inspiradora de su producción literaria y excelente actriz popular de origen campesino, con quien forma la primera compañía teatral estable y recorre todos los rincones del Paraguay.

En el campo del teatro llegó a escribir cerca de veinte obras; además, publicó varios cuentos y un poemario: Cuerpo y Alma (Buenos Aires: Editorial Difusam, 1943, publicado con la ayuda del hombre de negocios don Alfredo Jaeggli). Es necesario aclarar que después de su fallecimiento se publicaron otros dos libros sobre su obra literaria: Obra Poética (por la Editorial Alcándara en 1983) y Julio Correa Poesías y cuentos completos (edición de la Editorial El Lector, a cargo del escritor y crítico Miguel Ángel Fernández en el año 1996).

Como poeta, don Julio es ubicado entre los posmodernistas, movimiento literario creado por Rubén Darío, en el que se relatan ambientes exóticos, lejanos; sin embargo, Correa no siguió esos delineamientos, sino más bien poetiza los sufrimientos de su pueblo, de la vida diaria usando un vocabulario sencillo en castellano y, a veces, en lengua guaraní. Sobre este aspecto, Miguel A. Fernández acota: El marco estético de la poesía de Correa es pues más bien del posmodernismo, con su amplitud formal y temática. Dentro de este ámbito, el poeta atiende más a la expresividad que a las fórmulas esteticistas. El resultado es una poesía llena de fuerza, aunque a veces un tanto descuidada en sus estructuras formales.

Veamos aquí un ejemplo de la poesía correana. El poema titulado El Río es un Gran Poeta, extraída de su libro Cuerpo y Alma:

El río es un gran poeta
que va cantando su ensueño
de amor y de libertad
en la guitarra del viento.

El río es un gran poeta
que dice un poema inmenso
en el lenguaje de Dios.

No le culpéis de los muertos
que los bandidos le arrojan
desesperados de miedo,
por escapar al castigo
que llegará justiciero.

El río es un gran poeta
que dice su poema inmenso.

El va cantando… cantando…
y la magia de su estro
está gestando amorosa
el canto del hombre nuevo,
con el crujir de protesta
de todos los esqueletos
de las víctimas que el odio
cobarde le echó a su lecho.

¡El río es el gran poeta
que cantará el poema inmenso!

Don Augusto Roa Bastos, premio Cervantes 1989, lo llamó a Julio Correa el Varón Torrencial debido a su lucha férrea contra las injusticias sociales, gracias al torrente de sangre que corría por sus venas y que generaba en él hermosos sentimientos de inquietud, nobleza y una suerte de romanticismo.

Correa ejerció además el periodismo, habiendo escrito sus Dialoguitos Callejeros en un diario de Asunción y en los que sus personajes populares comentaban sobre hechos cotidianos que acaecían en la capital. Y de allí pasó a escribir su primera obra dramática en los albores de la Guerra del Chaco (1932-1935): Sandía Yvygui (escrita en 1932, y traducida como Sandía Enterrada, en la que denuncia cómo algunos hijos de poderosos evitan ir a la guerra escondiéndose en los aljibes de sus casas). Fue estrenada en 1933 por la Compañía de don Julio en el Teatro Municipal de Asunción, con gran éxito. Y desde entonces no paró de escribir para el teatro; entre sus piezas más destacadas figuran: Guerra Ajá (Durante la guerra); Terejhó yevy frentepe (Regresa al frente de guerra); Peicha guarante (Así nomás tiene que ser); Ñane mbaera’y (Lo que no puede ser nuestro); Pleito riré (Después del pleito); Karu poka (Los mal alimentados); Karai Eulogio (Don Eulogio); Yvy jara (Los dueños de la tierra); Po’a nda ja jokoi (A la suerte no se la detiene), Honorio Causa (Por culpa de Honorio); Mboriahu róga (La casa del pobre); La culpa del bueno; Sombrero Kaá (El amante). En la mayoría de sus obras surgen tres temas: la guerra con sus injusticias, las miserias de los desposeídos, y la lucha por la tenencia de la tierra, convirtiéndose de esta manera en la voz de los sin voz, el paladín de los pobres, obreros y campesinos, combatiendo siempre contra latifundistas inescrupulosos, leguleyos corruptos y patrones injustos.

El poeta Hérib Campos Cervera –su compañero generacional– ha dicho: Correa sigue siendo el gran creador de imágenes de nuestro medio social y de nuestros problemas; dramas de la miseria, de la tierra, de la sangre y de los celos. Ásperas tragedias que cada día vive nuestro pueblo, mientras busca, dando manotones en la sombra, el camino de la libertad.

Durante la guerra del Chaco, Correa lleva su compañía de teatro y su mensaje al frente mismo de batalla, pero después debido al peligro de los aviones enemigos debieron volver a la ciudad de Concepción, donde las actrices trabajaron como enfermeras del hospital militar, y los actores llevaban su música y su humor a los soldados heridos.

El escritor Roque Vallejos nos dice en su libro La literatura paraguaya como expresión de la realidad nacional: Correa es el primer auténtico representante del teatro nacional. Si bien Correa escribió en lengua guaraní, su fuerza moral y estética desbordaron el idioma nativo, y lograron invadir con su cáustica realidad la estereotipada urdimbre de la sensibilidad del país. Sin lugar a dudas, podemos aseverar que Correa ha sido el padre del teatro paraguayo en lengua guaraní. No olvidamos, sin embargo, que antes de él existieron otros autores de obras en guaraní, pero nadie escribió con la cantidad y calidad de don Julio.

Sus espectáculos teatrales muchas veces no fueron tolerados por la autoridades y dictadores de la época. Esto le valió no pocas persecuciones y varios días en la cárcel. Pero el aplauso de su pueblo lo siguió estimulando para seguir escribiendo hasta sus últimos días. Fue el rey absoluto del Teatro Municipal de Asunción, desde su primer estreno en 1933 hasta la revolución civil de 1947, en que se vio obligado a retirarse a su casona. Su elenco se disolvió y algunos de sus actores tuvieron que partir al exilio. Tal vez, todos estos hechos aceleraron el estado de salud delicado de don Julio. Pero en su casa, esa guerra entre hermanos le impulsó a escribir poemas con fuerte acento de compromiso sociopolítico. Esto se puede comprobar fehacientemente en los poemas escritos por esa época. Para tal efecto, hemos escogido Parto, el cual fue dedicado al dramaturgo Arturo Alsina:
Es el dolor de todos la angustia cotidiana
de vivir oprimidos.

La guardia pretoriana,
cáfila de bandidos,
veja, atropella, mata y encarcela
y atentamente vela
por la vida maldita de un gobierno
que anhela ser eterno
cilicio, cruz, baldón
y vampiro que chupa el corazón
inmenso de la raza
más noble y más valiente.

El azote, el puñal y la mordaza;
y la befa inclemente,
la cárcel, el destierro y el insulto
y los asesinados boyando entre el tumulto
de las olas del río,
crimen horrendamente impío,
concreción espantosa de la malignidad
que de dolor al pueblo tiene harto…
Y es nada más que el gran dolor de parto,
Y, ya está por nacer la libertad!

Correa militó en las filas de lo que posteriormente fue el Partido Revolucionario Febrerista (PRF) cuyo líder fue el coronel Rafael Franco y quien encabezó el movimiento revolucionario después de la Guerra del Chaco, habiendo gobernado el país durante un año y seis meses (del 20 de febrero de 1936 hasta el 15 de agosto de 1937 ).

En la casa estaban pintadas tres letras F, que correspondían al eslogan popular entonces de: “Fe en Franco y Febrero”, ya que dicho coronel llevó las aspiraciones populares en su insurrección de febrero del 36. Hay también influencias anarquistas en el pensamiento correano, ideas que fueron traídas al país por inmigrantes españoles y principalmente por el escritor Rafael Barrett, que compartió parte de su vida con los mensúes de los yerbales del Alto Paraná, donde estos eran engañados y explotados a principios del siglo pasado.

En su faceta de narrador, Correa nos pinta sus personajes con su sello personal, llenos de su humor irónico en cuatro cuentos, productos tal vez de su aguda observación. Ellos son: Nicolasita del Espíritu Santo, crítica a la hipocresía y maledicencia de ciertos sectores sociales; El borracho de la casa, una suerte de fábula social contra el alcoholismo con un final insospechado; El Padre Cantalicio, que nos cuenta el caso de un bautismo frustrado debido al estado de amancebamiento del padrino; y El hombre que robó una pava, basado en sus experiencias en la cárcel, por el “delito” de denunciar los errores de los gobiernos corruptos para satisfacción de la saña de venganza de sus enemigos, al decir del brasileño Walter Wey.

La poetisa Delfina Acosta sintetiza sabiamente la labor de don Julio: Julio Correa fue un hombre de múltiples talentos, pues no solamente interpretó, con la inteligencia de un político y de un humanista de su tiempo, el drama de los desnutridos, de los hombres que trabajan por una paga miserable, sino que también supo dar existencia artística a cuanto observaba en su entorno. Ubicándose en el centro exacto de un pueblo avasallado en sus derechos, escribió obras teatrales de fuerte contenido social. Existía en el Paraguay de entonces, un teatro culto, dirigido a las élites asuncenas, y un teatro no culto, cultivado apasionadamente por Julio Correa, que, humanista al fin y al cabo, no podía dejar pasar el momento histórico que le tocaba vivir a América Latina, y, en especial, al Paraguay.

Don Julio Correa falleció en su casona de la ciudad de Luque, en la madrugada del 14 de julio de 1953. Estaban junto a su lecho su fiel esposa doña Georgina y el actor de su elenco Octaviano Franco. Las últimas palabras que el poeta le dijo a Optaciano fueron: “Ñande verso, umí ñande verso kuera mante opytá” (Nuestros versos, solo nuestros versos permanecen).

(Actor y director teatral)

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