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Para Jorge
Están ella y él juntos, sentados a la mesa a la media mañana desayunando, cuando justo Judas se da cuenta de que le habían tendido una trampa a Jesús, y que él no había sido. Sin mirarla él le dice que claro, que ya se sabe el final, pero lo interesante de Taylor Caldwell es su punto de vista, su manera de contar las cosas. Y así el libro es un puente más con la mañana, el desayuno y ellos dos, excepto, excepto, cuando se dan cuenta de que no hay pan, que no hay tostaditas, y entonces se arma el caos, y todo se pone más serio, más oscuro que cuando se oscureció todo como en el capítulo final del libro, cuando Jesús moría, que no moría porque resucitaba, "¿vas vos a buscar el pan?", y los puntos suspensivos se sintieron en el ambiente. El supermercado estaba cerca, muy cerca, pero el calor, ay, el calor, el clima pesado, y él que no podía, que no era capaz, que se negaba rotundamente a tomar el té con leche sin tostaditas por donde untar la mermelada o la manteca. Ella miró molesta para otro lado. Sus ojos cayeron sin querer donde estaban los tres tomos de Edgar Alan Poe, que compró él con tarjeta de crédito y todavía no leyó. Ella no quería salir afuera, a la intemperie, odiaba la luz, odiaba al sol, de verdad, tenía un pavor terrible de agarrarse cáncer justito al salir afuera, y entonces lo que él preguntaba o lo que él pedía a través de una pregunta aparentemente inocente, no era una pavada, era tan grave como cuando Poncio Pilatos se lavó las manos y ahí se echó la suerte de Jesús, que no se echó tan ahí, porque ya estaba todo dicho en las profecías, y nomás estaban esperando todos a que sucediera. Entonces el caos, porque aquella mañana se levantaron los dos, besito va, besito viene, y mi amorcito y esto que aquello, y te amo te amo y al decir él "¿vas vos a buscar el pan?", la ofensa se instaló en aquel cuarto- mesa, donde dormían los dos abrazados, comían, se amaban y leían al mundo. Se sintió la incomodidad en el mantel que vibraba diferente y no era por el ventilador. La manteca, que había venido a la mesa sin saber que no había pan, se sintió incómodamente fuera de lugar. La leche en polvo dijo para qué, y el cuchillo para cortar el pan, ni te cuento. "La vez pasada fui yo. Ahora te toca a vos" Sentencia él, que en ese momento es todo justicia, que busca la igualdad en un mundo que se supone que la hay, que es mejor que el mundo de Judas, de Jesús y de Taylor Caldwell, pero para ella no. Para ella no. "Hay cáncer de sol afuera. Yo no voy". Como que la suerte ya estaba echada para la feliz pareja, que ya no era tan feliz porque ya estaban enojados. Evidentemente que él no quería salir por una cuestión de justicia, que consistía en que él ya había ido otro día, y para ella, que hay cáncer de sol afuera. Y nadie cedía, y entonces el desayuno se fue a la bartola, ya nadie quiso al desayuno, pobrecito desayuno, que no tenía la culpa de que los desayunantes lo negaran, uno por culpa de la justicia, y otro por culpa del cáncer del sol. Pero él era insistente y le importaron mucho más las tostadas que debían estar presentes en aquella mesa que estaba llena de libros en una esquina, que terminar de leer a Taylor Caldwell, que tanto le gustaba, y se fue de mal humor. Y ella se quedó muy mal, muy mal, con algo de bronca y de tristeza. "Igual yo lo quiero", se dijo para sí, dándose cuenta, "cuando vuelva lo voy a perdonar", como Jesús nos perdonó a todos. Y entonces lo agarró ella a él, a Yo, Judas, y leyó como con un sentimiento de venganza literaria, que a Jesús lo mataban, para descargar un poquito la ira y aclararse mejor las ideas para cuando él volviera con el pan. Y he aquí que él vuelve en cuestión de unos minutos, y ella lo mira atentamente para ver si llegó con cáncer de piel por el sol terrible de afuera que a ella pobrecita la anulaba. Y él no llega con cáncer de piel, pero llega cambiado. Llega con un gesto altanero de triunfo y recriminación, de "yo SÍ puedo, ¿ves?", a poner el pan en la tostadora, y tuesta el pan, mientras ella tiene a Jesús y Judas en las manos y lo espera con la vista puesta en el capítulo final aunque no lee, porque está expectante a ver qué le dice él, y al cabo de unos segundos él se viene a la mesa con un orondo platito lleno de tostadas. Lo pone en el centro de la mesa. Ambos miran el apetitoso pan tostado que les hacía una falta tremenda, igual que una biaba, una paliza, a los dos caprichosos de miércoles, pero la vida, él y esto hay que decirlo salva la felicidad de la pareja con aquel platito de tostadas, y el desayuno arranca de nuevo y prosigue con todo hasta la una, en paz, en armónico alivio, sobre todo cuando él le dice con la boca llena de pan tostado con manteca, "¿me das un beshito?", y así otra vez más, Jesús es clavado en la cruz y a nadie le importa.
Están ella y él juntos, sentados a la mesa a la media mañana desayunando, cuando justo Judas se da cuenta de que le habían tendido una trampa a Jesús, y que él no había sido. Sin mirarla él le dice que claro, que ya se sabe el final, pero lo interesante de Taylor Caldwell es su punto de vista, su manera de contar las cosas. Y así el libro es un puente más con la mañana, el desayuno y ellos dos, excepto, excepto, cuando se dan cuenta de que no hay pan, que no hay tostaditas, y entonces se arma el caos, y todo se pone más serio, más oscuro que cuando se oscureció todo como en el capítulo final del libro, cuando Jesús moría, que no moría porque resucitaba, "¿vas vos a buscar el pan?", y los puntos suspensivos se sintieron en el ambiente. El supermercado estaba cerca, muy cerca, pero el calor, ay, el calor, el clima pesado, y él que no podía, que no era capaz, que se negaba rotundamente a tomar el té con leche sin tostaditas por donde untar la mermelada o la manteca. Ella miró molesta para otro lado. Sus ojos cayeron sin querer donde estaban los tres tomos de Edgar Alan Poe, que compró él con tarjeta de crédito y todavía no leyó. Ella no quería salir afuera, a la intemperie, odiaba la luz, odiaba al sol, de verdad, tenía un pavor terrible de agarrarse cáncer justito al salir afuera, y entonces lo que él preguntaba o lo que él pedía a través de una pregunta aparentemente inocente, no era una pavada, era tan grave como cuando Poncio Pilatos se lavó las manos y ahí se echó la suerte de Jesús, que no se echó tan ahí, porque ya estaba todo dicho en las profecías, y nomás estaban esperando todos a que sucediera. Entonces el caos, porque aquella mañana se levantaron los dos, besito va, besito viene, y mi amorcito y esto que aquello, y te amo te amo y al decir él "¿vas vos a buscar el pan?", la ofensa se instaló en aquel cuarto- mesa, donde dormían los dos abrazados, comían, se amaban y leían al mundo. Se sintió la incomodidad en el mantel que vibraba diferente y no era por el ventilador. La manteca, que había venido a la mesa sin saber que no había pan, se sintió incómodamente fuera de lugar. La leche en polvo dijo para qué, y el cuchillo para cortar el pan, ni te cuento. "La vez pasada fui yo. Ahora te toca a vos" Sentencia él, que en ese momento es todo justicia, que busca la igualdad en un mundo que se supone que la hay, que es mejor que el mundo de Judas, de Jesús y de Taylor Caldwell, pero para ella no. Para ella no. "Hay cáncer de sol afuera. Yo no voy". Como que la suerte ya estaba echada para la feliz pareja, que ya no era tan feliz porque ya estaban enojados. Evidentemente que él no quería salir por una cuestión de justicia, que consistía en que él ya había ido otro día, y para ella, que hay cáncer de sol afuera. Y nadie cedía, y entonces el desayuno se fue a la bartola, ya nadie quiso al desayuno, pobrecito desayuno, que no tenía la culpa de que los desayunantes lo negaran, uno por culpa de la justicia, y otro por culpa del cáncer del sol. Pero él era insistente y le importaron mucho más las tostadas que debían estar presentes en aquella mesa que estaba llena de libros en una esquina, que terminar de leer a Taylor Caldwell, que tanto le gustaba, y se fue de mal humor. Y ella se quedó muy mal, muy mal, con algo de bronca y de tristeza. "Igual yo lo quiero", se dijo para sí, dándose cuenta, "cuando vuelva lo voy a perdonar", como Jesús nos perdonó a todos. Y entonces lo agarró ella a él, a Yo, Judas, y leyó como con un sentimiento de venganza literaria, que a Jesús lo mataban, para descargar un poquito la ira y aclararse mejor las ideas para cuando él volviera con el pan. Y he aquí que él vuelve en cuestión de unos minutos, y ella lo mira atentamente para ver si llegó con cáncer de piel por el sol terrible de afuera que a ella pobrecita la anulaba. Y él no llega con cáncer de piel, pero llega cambiado. Llega con un gesto altanero de triunfo y recriminación, de "yo SÍ puedo, ¿ves?", a poner el pan en la tostadora, y tuesta el pan, mientras ella tiene a Jesús y Judas en las manos y lo espera con la vista puesta en el capítulo final aunque no lee, porque está expectante a ver qué le dice él, y al cabo de unos segundos él se viene a la mesa con un orondo platito lleno de tostadas. Lo pone en el centro de la mesa. Ambos miran el apetitoso pan tostado que les hacía una falta tremenda, igual que una biaba, una paliza, a los dos caprichosos de miércoles, pero la vida, él y esto hay que decirlo salva la felicidad de la pareja con aquel platito de tostadas, y el desayuno arranca de nuevo y prosigue con todo hasta la una, en paz, en armónico alivio, sobre todo cuando él le dice con la boca llena de pan tostado con manteca, "¿me das un beshito?", y así otra vez más, Jesús es clavado en la cruz y a nadie le importa.