Juan Sasturain, el hurrero entusiasta

El fútbol, el rock, la historieta, Charly, Maradona y Robin Wood, El Eternauta, El Tony y el asado, la birra, la cancha y la trágica historia política latinoamericana son la materia de un fresco poético y vital de la cultura de esta parte del continente compartida por la memoria cercana y la experiencia presente de Paraguay.

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El Versero: Cien poemas (1976-2016) reúne cuarenta años de poesías compuestas en el español del Río de la Plata por el argentino Juan Sasturain. Desde Buenos Aires, especial para el Suplemento Cultural de ABC Color.

La dispositio es una de las artes más arteras de toda probada retórica. Arte antiguo, que Sasturain practica sin más tradición que su talento. A diferencia de los propios espacios métricos, con sus sílabas contadas con gran maestría, es una disposición única, no prefijada, que hace del orden espacial progresión; y de la acumulación, forma. El Versero enuncia su fin con las últimas líneas del último poema: «plano general / la parrilla / humo / el cielo dibujado // el Falcon dibujado / por Solano / plano a su boca // abierta / zoom adentro / fundido a negro / corte ahí». Después de obedecer, como si se dirigieran a él, los imperativos profesionales, de pausar en los altos respiratorios de las barras, el lector llega al alevoso punto, el tiro final. En la página siguiente, enfrente, el centenar de poemas levanta ya, título por título, la muralla numerada y paginada del Índice. Ite, missa est.

Ese último poema del libro, «Héctor Oesterheld comparte un choripán con sus verdugos» (2015), remite a uno de los temas y pasiones de Sasturain, guionista de la serie Perramus, con dibujos de Alberto Breccia (el primer volumen es de 1983; ha sido traducida desde Francia hasta Japón), y regocijado lector y conocedor de novela gráfica, con preferencia por las populares, vulgares y masivas sobre las voluntariosamente estéticas. El Versero termina, así, con el poema a los últimos días, las últimas horas de Héctor Germán Oesterheld, guionista de El Eternauta, la mayor, la más romántica, trágica, hermosa, aventurada e inevitable novela gráfica argentina, dibujada por Francisco Solano López, argentino nativo pero descendiente del Mariscal López, y serializada entre 1957 y 1959. Guionista y dibujante la continuaron en 1976 con la fatal, antiheroica El Eternauta II. El primer Eternauta reflejaba los ámbitos y voces de modernización que en Argentina decoraron la trunca presidencia de Arturo Frondizi. A uno de sus protagonistas, físico, dirige Sasturain la «Carta al profesor Favalli: Facultad de Ingeniería UBA, Buenos Aires» (2010): «Para nosotros, profesor, usted era / simplemente Favalli, ese gordo / serio y un poco cabrón con pulóver / de cuello alto y anteojos gruesos que / siempre sabía –y en eso resultaba / un poco hinchapelotas– lo que / pasaba, por qué pasaba y lo que / había que hacer en cada caso. / Y si no tenía razón, al menos / tenía una teoría razonable, una / versión de la vida que no incluía / los consejos del miedo ni el / cálculo mezquino. Claro que, / a veces, con eso no alcanzaba». Con el frondicismo razonador, con su tecnocracia de orden y progreso amable, no alcanzaba. El segundo Eternauta reflejó los ideales –antes que los hechos– de la militancia peronista montonera. La historia latinoamericana contemporánea; la lucha, armada o desarmada, que siempre continúa, hasta la victoria alguna vez; las violencias, triunfos y agonías de la política, pero también sus marchas, desfiles, celebraciones y evocaciones y elucubraciones, la fraternidad de los compañeros son un universo favorito de la poesía de Sasturain, hurrero entusiasta de Perón y de Evita.

El Versero concluye y comienza con Oesterheld: lo abre la sección Carta al Sargento Kirk y otros poemas de ocasión (1976-1996). En el largo poema «Carta al Sargento Kirk: Cañadón Perdido, Arizona, USA» (1981), epístola al suboficial del 7o de caballería cuyas aventuras en el Far West había guionado desde 1953 Oesterheld y dibujado el italiano Hugo Pratt, entonces en Buenos Aires, Sasturain le escribe versos a este militar humanista y tolerante que desertó del ejército porque no quería el genocidio de los indios. Lo hace desde el corazón del Proceso de Reorganización Nacional, la genocida dictadura militar argentina (1976-1983): «Puedo darte –si quieres– noticias / de tus viejos: Hugo volvió a Italia / hace mucho y se dedica a ser / famoso y tratar de olvidarte en otros hijos. / A veces lo consigue: habrás oído / hablar del otro Corto, el Maltés, un / poco irónico para tu amistad pero / es hombre de agua y de este tiempo, / tu desierto puesto al día y / sin remordimientos. / En cuanto a Héctor, el viejo, no se fue. / Anduvo algunos años lidiando por estos / arrabales del mundo y de la democracia, / eligiendo bien en general / –me entiendes: del lado de los indios– / y no le fue mejor que a ti: / perdió amigos, el buen nombre en las / editoriales, cuatro hijas. / No es mucho en un país lleno de / sangre; es demasiado para un / hombre solo. Ahora es uno más en / una lista larga y llena de agujeros, / otros reciben tardíos premios / en su nombre». Desde 1977, Oesterheld era un nombre más en la lista de treinta mil desaparecidos.

El choripán compartido por víctima y victimario en el poema final apunta a otro asunto dilecto del carnívoro Sasturain: el bien comer, los cortes y achuras y embutidos vacunos. La última sección, The Carne Blues, contiene subsecciones sobre la vaca en general y la vaca en especial, poemas a los cuadriles, a la maltratada nalga, al lomo solo que mal se lame, al melancólico peceto, a la achura artística, al legendario caracú, a los malfamados falda, aguja y azotillo. Un tratado de crítica de la sazón pura: «La carne quieta no pica / no tiene sabor a nada. / Pero la vida la pica / para que esté sazonada».

No hay domingo peronista sin fútbol, y el novelista Sasturain, periodista deportivo de profesión, es un profesional escandiendo goles en verso. El «Elogio del solo» (2000) es un soneto a Maradona: «Él gambeteaba y un callado ruego / encolumnado detrás de su persona / no a la mano de Dios, al pie de Diego // le pedía que llegara hasta la zona / del área chica y la tocara y luego… / el mundo gritó el gol de Maradona».

Como la amistad, la admiración no conoce antagonismos y corteja las contradicciones más de lo que las evita. A un poema al comunista Brecht le sigue otro al fascista Pound y hay otros a los judíos Kafka y Pavese; el culturoso Satie es precedido por el negro Fontanarrosa («el culturoso / poder tiene con él –sino penoso– / una deuda que es pública y secreta») y el popular uruguayo Benedetti («Esto salvó del mundo viejo y ciego: / “París, el whisky, Claudia Cardinale”. / Chau, Benedetti: gracias por el fuego»).

Sasturain viene de un tiempo, más cercano de lo que parece si se lo calcula en años, en el que la poesía no precisaba justificar su relevancia. Para el varón, el verso (en uno de los sentidos de la palabra «versero») cumplía una función galante: conquistar amores o compensar con las letras la penuria de otras armas, como en la moraleja de la fábula del feo Agustín Lara conquistando con sus boleros a la más hermosa, la Doña, la María Félix. Nueve poemas escritos para recuperar una mujer (1998) es una sección de El Versero. No hay literatura detrás de la literatura: a quien quiera oírlo, el autor le cuenta que sí, que fueron escritos, uno por uno, con esa finalidad y que, sin importarle otro mérito, tuvieron éxito. Son poemas que desarman, y el lector de cualquier sexo o género duda, enciende el corazón y lo refrena, se hace preguntas ilícitas, ¿qué preferiría, escribir o que le escribieran esos versos? Nada invita a dudar, eso sí, de la veracidad del autor cuando dice que fueron eficaces, que la recuperación ocurrió.

En El Versero hay formas estróficas de dos, cuatro, seis, diez, catorce versos; hay poemas con muchos más versos. Hay versos de arte muy mayor, hay aun octonarios que avanzan a pie firme, y versos de arte menor que vuelan y saltan para encabalgarse; versos con rima y sin rima, consonantes, asonantes, blancos. Pero siempre eufónicos: esa música es la cortesía y el cortejo del Versero. Sasturain ha demostrado una virtud más característica del boliviano Jaimes Freyre en la primera mitad del siglo XX y del paraguayo Appleyard en la segunda que de los argentinos Lugones o Borges. Escribe versos de métrica impecable en una lengua absolutamente idiomática. La dicción es coloquial, el tono es certero, la elocución fluye. Y sin embargo Sasturain es un creyente de estricta observancia del esquema acentual, las cesuras, metros. Son versos muy difíciles de escribir, fáciles de leer, duros de memorizar. Sasturain es un poeta para la lectura, y aun más para la lectura en voz alta. Pero que de sus poemas ninguno es candidato a latiguillo de recitadoras lo recuerdan las «Coplas de Juan Salvo» (2012), otro poema al Eternauta: «El que gana tiempo pierde / la pasada eternidad. / El que pierde tiempo gana / la memoria del pasar. // La arena cuenta las olas / el mar no sabe contar. El tiempo que suma y sigue / está aprendiendo a restar».

Juan Sasturain

El Versero. Cien poemas (1976-2016)

Buenos Aires, Gárgola, 2016

264 pp.

* Desde Buenos Aires, para ABC Color

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