Juan Rulfo y la soledad del paisaje físico y humano

La obra fotográfica de Juan Rulfo es muy poco conocida. Sin embargo, es posible que Rulfo juntamente con Manuel Alvarez Bravo y Tina Modotti (mexicana por adopción) sean las tres figuras más importantes de la fotografía mexicana.

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La obra de Modotti la hemos visto en una exposición que presentó la Embajada de México en nuestro país el año pasado. Las fotografías de Rulfo las vimos años atrás en una muestra a la que, por diferentes motivos, no se le dio la importancia que debería haber tenido. En cuanto a la obra de Alvarez Bravo la hemos conocido a través de libros o en exposiciones que se hicieron más allá de nuestras fronteras.


¿A partir de cuándo?

¿En qué momento Rulfo se decide por la fotografía? Algunos biógrafos suyos se atreven a decir que sus primeras fotogra-fías datan de la época en que él estuvo en un seminario al que ingresó en noviembre de 1932 por insistencia de su abuela materna. La mujer pensaba que su nieto tenía todas las cualidades para llegar a ser un buen cura ya que se dedicaba largas horas a la lectura y no era muy afecto a los juegos propios de su edad.

Es difícil saber si son ciertos los datos sobre sus primeras fotografías. Lo cierto es que desde pequeño le tocó vivir las contradicciones de un sistema social y político que sacudía el país con súbitos brotes de inusitada violencia.

Rulfo había nacido el 16 de mayo de 1917 y el lugar es un tanto incierto. Lo más exacto es el estado de Jalisco y los sitios posibles: Apulco, Sayula y San Gabriel. Muchos años después él diría que en realidad nació el Apulco pero que fue anotado en el registro civil de Sayula, que en ese entonces era la población importante más cercana al lugar.

La niñez de Juan transcurrió entre las rivalidades que se habían creado con el estallido de la Revolución Mexicana. Los odios, los enconos, las rivalidades por posiciones ideológicas que a veces poco se diferenciaban una de otra, seguían sembrando muertes a lo ancho de todo el territorio del país. Los partidarios de un grupo y de otros atacaban con frecuencia los poblados, y sus habitantes vivían presos del continuo terror.

Por otro lado, los postulados de la Revolución entraron en conflicto con la Iglesia Católica, a la que se le pusieron numerosos límites: entre ellos el número de sacerdotes que podía haber en un lugar, la negativa a la enseñanza y el cierre de numerosísimos templos.

Cuando Rulfo ingresó al seminario, ésta era una institución que no estaba permitida. La enseñanza religiosa se realizaba, frecuentemente, en casas que eran prestadas por algunas familias católicas.

De todos modos, la formación religiosa no pasó de dos años y luego se dirigió a la universidad.


No a un México de clisé

Rulfo comienza a trabajar metódicamente en el campo de la fotografía. Sus biógrafos señalan que se dedicó al estudio de la técnica fotográfica con el mismo empeño que se había dedicado tiempo atrás al estudio de la literatura, la historia y la antropología.

Usaba una cámara Rolleiflex, tipo Compur Rapid. Utilizaba un negativo de 6x6 cm. y cada rollo poseía doce poses. Contrariamente a lo que sucedía entonces, Rulfo utilizaba todo el negativo, por lo que sus composiciones se realizaban sobre el espacio cuadrado de la imagen. No había recortes para adecuarse a los tamaños convencionales del papel fotográfico.

Rulfo, al igual que Alvarez Bravo y Tina Modotti se resistieron a seguir los patrones que impregnaban el arte mexicano; sobre todo el arte relacionado con la pintura y la escultura. Los pintores y fotógrafos de entonces se empeñaban en lograr el "verdadero rostro del pueblo mexicano". De este modo, caían fácilmente en esteticismos y alteraciones de los datos que les estaba ofreciendo la realidad, rechazándolos no sabemos si de manera involuntaria o racionalmente.

La posición de Rulfo frente al paisaje humano y físico que se desplegaba ante sus ojos se aproximaba mucho al espíritu que animó a los directores cinematográficos del neorrealismo italiano. Es decir: una visión aparentemente objetiva y una actitud de testigo imparcial (también aparentemente) negándose a influir en esa realidad exterior y poniendo todo el empeño necesario para traducirla en esas imágenes que luego nos conmovieron a espectadores de todo el mundo.

Según Alberto Vital ("Noticias sobre Juan Rulfo", editorial RM, México, 2003) el punto más alto de esteticismo que se propusieron aquellos fotógrafos está sintetizado en Manuel Alvarez Bravo con su obra "La buena fama durmiendo" (1938-39). En ella aparece una adolescente con los pechos desnudos, tirada al sol sobre una alfombra y rodeada de frutos de la tuna.


El rostro verdadero de un país

Los rostros del pueblo que fotografió Rulfo no son, evidentemente, aquellos que los muralistas glorificaron en sus gigantescas pinturas que, buscando un arte revolucionario, no fue otra cosa que una transposición de los principios de la pintura renacentista europea.

Sus personajes son aquellos que sufrieron la violencia de una revolución que prometía liberarlos y sufrieron luego las consabidas postergaciones y los olvidos de las promesas hechas por los políticos en el momento de conquistar los votos necesarios para acceder al poder.

Más tarde, sufrieron también la "institucionalización" de la Revolución. Es decir, el abandono del espíritu revolucionario para convertirse en un nuevo sistema (que no es un sistema nuevo) encargado de sustituir al anterior y en el que no ven con claridad cuáles son los gestos innovadores.


La soledad personal
La soledad del paisaje


Pero no sólo aparece el rostro verdadero del pueblo, sino también, acompañando al paisaje humano aparece el paisaje físico. Sus idas y venidas, sus constantes viajes por todo el país, son registrados en esas imágenes. Un paisaje de interminables valles con un horizonte cerrado por montañas. No es un paisaje amable. Es un paisaje duro, agreste; es una tierra árida con tunas, pastos hirsutos, muy pocos árboles.

Es evidente que se establece un diálogo entre el artista y el objeto fotografiado. Es la soledad de espacios vacíos y es la soledad de quien los registra. ¿Es el paisaje el que influye en el espíritu del fotógrafo? ¿O es el espíritu del fotógrafo el que se proyecta más allá de la cámara? Quizá ni una cosa ni otra, sino más bien las dos al mismo tiempo. Hay una visión que recorre el camino de ida y de vuelta; los dos se miran, los dos se influyen, los dos callan para permitir que la imagen se exprese por sí misma. El paisaje se deja fotografiar, sí, pero no pasivamente. A través de sus elementos se impone el autor que deberá tener la sensibilidad suficiente para captar ese mensaje e interpretarlo correctamente. En cierta manera, el paisaje, en su aparente pasividad, repite lo que aquel personaje de "El Séptimo Sello" de Bergman, cuando en la escena final viene la Muerte a buscarlos: "Acepto, pero bajo protesta".

Alberto Vital, en el libro ya citado, señala a propósito de la obra fotográfica de Rulfo: "Susan Sontag apunta que 'solamente lo narrativo puede permitirnos comprender'; esta frase es de aquellas que iluminan la obra escrita de cualquier autor. Y sin embargo el acto de narrar y el de comprender resultan abrumadores allí donde no queda sino referirse una y otra vez a tragedias individuales y colectivas; y la cámara, justamente por aprehender la superficie, llega a equipararse con esa suave interacción comunicativa que Juan necesitaba para sentirse parte del mundo luego de pasar años en espacios poco propicios para la convivencia" (p. 61).

El 7 de enero de 1986 Juan Rulfo murió de un cáncer de pulmón producido por su hábito de fumar. Hoy Rulfo es recordado por su obra literaria.


(*) Miembro de la Asociación Internacional de Críticos de Arte, capítulo Paraguay (AICA)
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